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17 de febrero de 2013

Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba, 5: Ecos de ultratumba


Fotografia  publicada en el libro «Flores de Heroísmo», del jesuita  Francisco García Alonso

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Los once y el cura pasan la noche rezando y hablando. Los militares están preocupados, como niños sentados en semicírculo alrededor del religioso y del comandante Fernando Bastarreche. La comunión de todos provoca paz. Incluso, Juan Soler–Espiauba le pregunta al confesor:

—Padre, ¿no será pecado tanta paz.
—No hijo, —le responde el cura—, la paz es tranquilidad que viene del orden y el orden coloca las cosas en su lugar. Cuando habéis cumplido con Dios y con la Patria, dándoles lo que ambos os pedían, es natural que sintáis la paz del que ha colocado las cosas en su sitio: Dios primero, Patria, después. Y todo lo demás, vida, esposa, hijos, ilusiones, carrera, subordinado y girando en torno a esos dos valores.

Los oficiales más jóvenes aprovechan para escribir los últimos mensajes a las mujeres de sus vidas, sus madres y esposas. Un oficial de prisiones que se acercó con dos jarras, una de agua turbia y otra de coñac, al ver que algunos escribían cartas recordó que no podían dárselas al cura, sino que tenían que entregarlas al Juez.

El cura intenta consolarlos. Valga la comparación, en esos momentos terribles, en los que los marinos se acuerdan de sus familias:

—Jesús también murió condenado por jueces cobardes, insultado y traicionado; también sabe lo que es dejar una madre y morir en la flor de la vida.
—Sí Padre, —le responde uno de los marinos—, nosotros morimos pero España se salva.

El cura les dio varias absoluciones, una comunión espiritual y la bendición papal. Tres veces hincaron las rodillas y rezaron el Yo pecador. Luego cogían las manos del confesor y las besaban; no con un beso, con cuatro o cinco. Vuelven a rezar, incluso a reír. De esta manera, los guardias que los custodiaban tras la puerta del calabozo creen que los condenados han perdido la razón, que tenían trastornado el juicio. Algo de eso tiene que ocurrir según se va acercando el momento de una muerte anunciada.

Para el frío materialista todo acaba con la muerte y aunque ellos, como cristianos, saben que la muerte no es el simple hecho material de hundirse en una fosa a la que echan una última palada de tierra, como el telón de la vida con la que todo se acaba, están bastante preocupados por esa huella en la tierra, por el reconocimiento de sus restos que acabarán sin duda en una fosa común. ¿No es importante, además de la recompensa de la vida eterna, la memoria personal? ¿No es importante que perdure nuestro recuerdo entre nuestros seres queridos? ¿Nuestro fin, ya que no podemos vivir, es saber morir? El cura les responde con la frase de Lacordaire: Si la vida no sirve para perderla por algo grande, no sirve para nada. Es una expresión algo acartonada, muy trágica, pero que en aquellos instantes finales de sus vidas les consuela, quizás por lo inevitable de su situación.

Rafael Cervera
El segundo del Sánchez Barcáiztegui, Rafael Cervera saca del pantalón dos fotos. Son las imágenes de su mujer y de sus dos hijas.

—¿Las rompo? Cuando me fusilen, serán ellos los que me registren y las rompan… Yo las romperé con amor y ellos con odio y saña. Francisco García le dijo que las dejara en el pantalón, quizás valgan para identificarte después, si llegan pronto las tropas nacionales. El marino las miró por penúltima vez con infinita ternura y las volvió a guardar en el bolsillo. El cura reflexionó sobre el amor ausente con una cita de Shakespeare: «El amor corre hacia el amor como los escolares huyen de sus libros; pero el amor se aleja del amor, como los niños se acercan a la escuela, con los ojos entristecidos». Al oír hablar sobre la identificación de los cadáveres, el Teniente de Navío D. Juan Soler–Espiauba asegura que lo suyo es fácil, le falta el dedo anular de la mano izquierda. Otro marino del Churruca, el Alférez de Navío Juan Araoz, dice que le falta el dedo gordo del pie izquierdo.

—Basta de señales, —dijo el religioso–—que no voy a poder recordar.

Sobre las cuatro de la madrugada se abre el cerrojo y aparecen el diputado D. Benito Pavón, con un traje de mono azul y sus dos bandas, negra y roja, de sindicalista al pecho y el auxiliar de telegrafista D. Sebastián Balboa, ascendido en menos de un mes a Capitán de Navío por el gobierno de la República. «¡Brillante carrera!». Sin embargo los militares se levantan del suelo y dan las gracias a Pavón por cuanto había hecho por ellos. El diputado comunista es enjuto de cara, cetrino y de voz ronca. Pregunta a los reos si quieren hacer testamento. Contestan en broma. Un marino no tiene nada. Ni un céntimo. No hay que hacer testamento; solo el Capitán de Navío, D. Rafael Cervera pide que se les conceda cristiana sepultura, ya que mueren como católicos. No parece que tal extremo esté en las manos del diputado comunista, aunque al igual que el marino con el que habla se ha educado con los padres jesuitas.

Uno de los jóvenes oficiales le pregunta al diputado si se ha tramitado la solicitud de indulto. Al fin, no había delitos de sangre y, en el caso del Sánchez Barcáiztegui, ni siquiera colaboración activa con el golpe militar al no haber habido transporte de tropas. No se escapa a la mirada del sindicalista que todavía hay una pequeña rendija por la que se cuela un rayo de esperanza en los condenados.

—Sí, se ha tramitado, pero… —deja en el aire la puerta cerrada a cualquier posibilidad.

El último número de El Socialista que se había publicado aseguraba en sus página que cualquier demanda de clemencia fatalmente tenía que desoírse, pues la guerra no consiente debilidades con los culpables. La contienda que se ventila en España se reduce a la vieja pugna entre el capricho y la ley, según el editorialista del periódico de los socialistas.

Algunos de los oficiales, pensando que el otro estaba mendigando la vida al preguntar por el indulto, le recriminaron diciéndole: –vamos, deja eso; no hay que soñar. El juez que los había juzgado, el auxiliar de radio Sebastián Balboa, los abraza llorando, para sorpresa de los marinos. Los dos visitantes se despidieron de los condenados.

Al final, los marinos reparten sus pertenencias: uno le muestra al cura su pluma, –esto es para V. Padre—, otro un crucifijo —y esto—, otro le da una estampita,—y esto—, otro le alarga un relicario con un trocito de tela—  esto. A cada ofrecimiento el sacerdote niega con la cabeza mientras les va contestando; les asegura que dará eso objetos a sus madres y esposas. Juan Soler–Espiauba le ofrece una manta al jesuita:

—Padre, esta manta me la regaló Carmina, mi mujer, ya comprenderá usted el cariño que le tengo; quiero que sea para usted.
—Vamos,—exclamó en broma el jesuita—, habéis dicho hace un momento que no tenéis que hacer testamento y voy yo a resultar vuestro heredero universal….yo no me llevo esa manta.

Las ejecuciones estaban previstas a las cinco de la mañana. Hasta  las cinco y media no empieza a amanecer en Málaga. Aún siguen las bromas; aumenta el delirio próximo al final. Uno de los marinos asegura que los rojos son unos informales, —mire que ya nos han robado media hora de cielo.

Otro de los oficiales, parece que empiezan a desvariar a la vista del inevitable final, le contesta:
—Nunca es tarde si la dicha es buena.

Fernando Bastarreche
Las ejecuciones empezaron a las seis menos diez minutos de la mañana.  Son fusilados en grupos de tres. Iban delante los comandantes de las dos naves, D. Fernando Bastarreche y D. Fernando Bustillo, y el segundo en el mando del Barcáiztegui, Rafael Cervera. Los dos últimos ayudaban al comandante cojo.

—Vamos, —les animó Rafael Cervera—, por Dios y por la Patria. Es nuestro turno.

Detrás, desfilan por última vez el teniente de navío D. Juan Soler–Espiauba, el Alférez de Navío, D. Manuel Sainz Chan y el resto de oficiales de tres en tres, salvo los dos últimos. Algunas fuentes, dudosas  en su verosimilitud, desfiguran la escena al querer sublimar la actitud de los marinos asegurando que van con sus uniformes, aunque sin galones ni distintivo alguno, y que se negaron a vendar sus ojos. Ambas cosas son refutadas, en honor a la verdad, por el jesuita. Lo que sí parece cierto es que alguno le recuerda a su compañero que les han robado todo menos el honor, incluso los sables; al final se quedaron encerrados en los pañoles de proa de su último destino. El sable de Juan Soler–Espiauba era, además, una joya de familia; lo había heredado, como primogénito de una saga, de sus antepasados marinos.

La escena de la ejecución es narrada por el médico de la prisión, Eduardo M. Martínez, obligado a presenciarla:

Envuelto en una manta por mi estado febril y recostado en el sofá de las oficinas de la cárcel esperaba la hora señalada. Al poco tiempo, invadieron los locales un piquete de unos 24 marineros del Churruca, al mando de un maquinista y de un joven vestido de blanco, con descomunal pistola, Auxiliar de Oficinas de la Armada, ambos con acento gallego. Entramos en conversación con la marinería, sobre todo con dos fogoneros que nos explicaron que el piquete está formado por voluntarios del Churruca. Aquella marinería andaba suelta. Comentaban lo que pasaba con cierta fruición con expresiones terribles como «voy a cazar pájaros» o, indicando el lugar a donde apuntarían; decía uno «voy a tirarle a ventre» y le constestaba el otro «pues yo voy a tirarle a fucicu». 

Una comisión de diez marineros de cada barco fondeado en Málaga, así como de la Guardia Civil, la Guardia de Asalto, los Carabineros, Infantería, y otros cuerpos del Ejército fueron a presenciar la ejecución. Una multitud de milicianos llenaban las oficinas y el patio de la prisión.

Amanecía. La luz lechosa del nuevo día de verano inundaba de sombras grotescas el patio de la prisión. Se formó el piquete de marinería. Dirige el pelotón de fusilamiento un maquinista con un sable.

—Preparen…; —sigue el ruido metálico de los cerrojos de los fusiles y el estruendo de una detonación tremenda. Una vez caidos a tierra, el maquinista los remata con un tiro en la cabeza con su enorme pistolón.

Tras la ejecución del primer grupo de tres, los milicianos siguen con el resto: —¡Venga, otro grupo!—. Y así cuatro veces. Cada grupo veía el fusilamiento de los anteriores entre el clamor y el griterío del público. Tormento espantoso que hacía temblar las piernas de algunos. —No pasa nada, —le dice un oficial a otro de los que esperan—, si te caes ya te matarán en el suelo.

Los once marinos descansan en el cementerio de San Rafael de Málaga. Tras arrojarlos a una fosa común, los taparon con cal para aniquilar los cuerpos y la memoria individual de los sublevados.


***

Tres años más tarde, en 1939, el jesuita publicó el libro «Flores de Heroísmo», basado en su primer opúsculo, «Mis dos meses de prisión». En el prólogo, el Vicealmirante Juan Cervera Valderrama, que había sido Jefe de la Base Naval de Cartagena, antes de ser destituido por el Ministro de Marina, José Giral, en los días previos del alzamiento, dice que el libro tiene «ecos de ultratumba» en una clara alusión al mensaje ideológico y a las cartas que envían lo marinos fusilados a sus familiares, sobre todo madres y esposas. Algunas llegaron a través del jesuita y otras fueron enviadas por el juez del proceso, el telegrafista Sebastián Balboa. El cura reconoce, como es de justicia, este detalle del republicano.

El autor del libro, en su dedicatoria nombra a los familiares de los héroes que ofrendaron sus vidas en Málaga, por Dios y por la Patria. El Rey se había caído del altar.

—Después de dos meses de prisión, logré escapar del infierno rojo malagueño, de la manera peregrina que la Providencia me deparó…—.  El cura escapó de la prisión gracias al Cónsul de México en Málaga, D. Porfirio Smerdou y al pasaporte falsificado que le confeccionaron en Cádiz; le habían convertido, gracias a Dios, en ciudadano de aquél país americano. El día 22 salió de la cárcel, con su pasaporte falso, a instancias representante diplomático. El día 24 mataron a toda la brigada de los curas. El señor Smerdou no pudo llevarlo al consulado porque que estaba lleno de refugiados. Es escondido en Villa Remedios, un chalé del barrio malagueño de El Limonar, propiedad de una familia boliviana. Tras varias peripecias, por fin huye a Gibraltar en el destructor británico Arrow, gracias otra vez al mismo cónsul mexicano.

De los marinos ejecutados, el joven Soler–Espiauba es el más afortunado. De él pudo sacar el sacerdote su carpeta, un reloj de pulsera, su carné militar, otros papeles y dos cartas escritas poco antes de su muerte; una a su madre y otra a su mujer. Dice el cura de él que era un joven simpático, valiente y de una fe tan recia que le dijo un día a un compañero suyo en la prisión: se tienen por buenos aquellos padres que dejan a sus hijos un buen patrimonio. Si con nuestra sangre construimos una España cristiana y grande ¿es pequeño el patrimonio que legamos a los nuestros?

Juan Soler–Espiauba escribe sentado en el suelo sobre el pavimento; con dificultad. El jesuita Francisco García define las cartas de los marinos como pétalos de rico perfume de flores de heroísmo de la Armada Española.

La primera carta de Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba está dirigida a su esposa, Dña. María del Carmen Mirones y Laguno:

Málaga a 21 de agosto de 1936. 

Mi amadísima Carmina. Ya todo se acaba. En este momento son las dos y media de la mañana y a las 5 me van a ejecutar. 
No quiero entretenerme mucho en esta carta, perdóname, pero poco tiempo tengo y quiero prepararme para el paso a la otra vida. 
No me llores, corazón, pues muero tranquilo y después de haber pasado un mes largo de horrible cautiverio que me servirá de purgatorio. Estoy convencido firmemente de que dentro de tres horas estaré en el cielo y desde allí te esperaré y contemplaré, y pediré a Dios por vosotros hasta que vengáis conmigo.
Dios es buenísimo conmigo, pues me ha dado una fortaleza inmensa para pasar este trago, y muero arrepentido de mis pecados que Dios me ha perdonado. Un confesor me espera, así es que muero confortado por este divino Sacramento.
Mis cosas no sé si te llegarán. En la carpeta que yo tenía te mando lo más esencia, que es mi reloj, para que lo lleves tú, y mi carnet con otros papeles. 
Y ahora, mi última voluntad, Carmina querida: es que seas muy cristina siempre; no hagas jamás un pecado mortal que te prive de unirte conmigo en el cielo. Sé una santa, dedícate a Dios y a tus hijos y hazlos muy religiosos, muy cristianos. Reza el rosario diariamente y, si puedes, comulga diariamente también y pide por mí. Ya te dejo para poner dos letras a mi madre y preparar mi alma. Muchos besos a todos y tú y mis mijos de mi corazón, recibid todo el cariño de vuestro marido y padre que no dejará de contemplaros desde el cielo,
 Juan.

P.S.— Cuando triunfen las derechas, solicita de viudedad mi sueldo íntegro. Dios os ampare a todos.


A su madre, Dña. María Soler–Espiauba y Rovira, le escribe:

Málaga, a 21 de agosto de 1936.

Mi queridísima madre y hermanos: Solamente puedo ponerte dos letras, pues acaban de notificarme que dentro de unas horas me fusilan con la oficialidad y los jefes del Sánchez Barcáiztegui y del Churruca.
No lloréis por mí. No sabéis lo que bueno que es Dios conmigo que no merezco tanta bondad. He pasado un cautiverio de un mes largo horrible, que me sirve de purgatorio, así es que estoy convencido de que voy al cielo derecho. Sed muy buenos para que nos reunamos allí pronto. Estoy encantado. Un sacerdote me espera para confesarme. Un jesuita. Tengo una fortaleza inmensa que me ha dado Dios en este instante. A Carmina también la he escrito. Queredla mucho que es muy buena y me ha querido siempre con locura, como yo no he merecido nunca. Quered mucho a mis hijos, ya que no me a ver más los pobres. Yo desde el cielo os protegeré a todos. Perdóname, mamá, las lágrimas que mi ingratitud te haya hecho derramar, siempre te he querido mucho, aunque no tanto como tú mereces. Muchos besos a todos y a Antonio, a Solita, a Carmen y Pepe y todo y para ti, madre, un abrazo y mil besos de tu hijo que te espera en el cielo.
 Juan.


Últimas noticias del SB

El día 28 de febrero de 1947 naufragó la lancha de pasajeros que enlazaba el Ferrol con Mugardos, conocida popularmente en el municipio coruñés como La General. El suceso ocurrió a las dos y veinte de la tarde, aproximadamente, a la altura del Cabo Leira; el Generalísimo Franco, como habían renombrado las nuevas autoridades a la lancha, se fue a pique tras ser abordada por el Sánchez Bazcáiztegui en el centro de la ría, cuando el destructor había enfilado la proa para salir a mar abierto. Algunos testigos presenciales achacaron el siniestro a la excesiva velocidad de la embarcación militar, pero oficialmente se desconocen las causas de esa catástrofe en la que perdieron la vida trece mujeres de Mugardos, la mayoría de avanzada edad. Estas mujeres volvían a su aldea tras la venta del pescado y el marisco en el mercado del Ferrol. La tripulación de la lancha se componía del patrón, J.J. Fernández «Nito», el maquinista J. M. Rey, y el marinero, Aniceto Sixto. La declaración del patrón J. Nito, fue la siguiente:

O patron declareu que ás 14:20 horas, cando se dirixía a Mugardos, veu vir o destrutor Sánchez Barcáiztegui pola amura de babor, e proseguiu co rumbo que levaba na crenza de que podía cruzalo por proa, pero ao comprender que non pasaba mandou parar e dar atrás; rapidamente o destrutor meteu a estribor pero non puido evitar o abordaxe, ao pouco xa tocara ao Generalísimo a medio metro pola proa da ponte. Ian con le a ponte o mergullador de obras do porto e un tenente de oficinas militares.

El comandante del Sánchez Barcáiztegui era, desde septiembre de 1945, el Capitán de Fragata Luis Hernández Cañizares. Casi toda la prensa de la época, entre ellos el ABC y La Vanguardia que hemos consultado, publicó la noticia de pasada; apenas un párrafo dedicado al luctuoso suceso. Al fin, eran víctimas humildes.

***

El 7 de octubre de 1965, La Vanguardia publicaba la noticia sobre el final de otro barco con historia. A los noventa años de la muerte del marino que le daba el nombre al buque, Victoriano Sánchez Barcáiztegui, se publicó en el Boletín Oficial del Estado el anuncio de la venta en subasta como «chatarra» del destructor denominado Sánchez Barcáiztegui. Era, que sepamos, el fin de una maldición; el cierre de una historia ligada, por un nombre, a la tragedia en el mar; siempre puntual a su cita con la muerte.


Un poco de los Soler–Espiauba

Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba nació en Cartagena el 8 de enero de 1907 en el seno de una familia de militares y marinos. Entre sus antepasados destacan Juan Soler–Espiauba y Gambino (1781–1849), capitán de infantería casado con Dolores de Angosto y Pinto–Carneir, hija de un Teniente de Navío de la Armada, con la que tuvo dos hijos, Juan y Ramón, los dos primeros marinos de la familia, y con el tiempo consuegros; y José Manuel Soler–Espiauba y de Angosto (1821–1882), Capitán de Navío de primera clase y Coronel de Infantería efectivo. Este se casó dos veces; de su primer matrimonio con Dña. María del Patrocinio Ruiz–Jiménez tuvo cuatro hijos, no teniendo continuidad la línea sucesoria de esta rama de la familia en la actualidad. De su segundo matrimonio, tuvo siete hijos, Francisco, Rosa, José, Carmen,  María, Luis y Amparo.

D. Juan Soler–Espiauba y Dña. María Soler–Espiauba, primos hermanos. Tuvieron cinco hijos: Juan (1907–1936), Dolores, Guillermina, Antonio (1909–2001) y Carmen (–1979).
El 7 de marzo de 1931, el ABC publicaba que la viuda de Soler–Espiauba había pedido la mano de la señorita Carmen Mirones Laguno, de distinguida familia santanderina, para su hijo Juan Soler Espiauba. Decía la nota del ABC que la boda se celebraría en breve.

El 6 de mayo de 1931, efectivamente dos meses después, se casó en la iglesia de la Concepción con la bellísima señorita Dña. María del Carmen Mirones y Laguno. Al día siguiente se publicaba la noticia en la sección Ecos de Sociedad del ABC. La ceremonia religiosa fue oficiada por el antiguo capellán del Colegio de Huérfanos de la Armada, D. Jesús Ferreiro, tras la cual se ofreció un «lunch» a la distinguida concurrencia entre la que se encontraba el Almirante D. José Rivera, el intendente general de Marina, D. Pedro Molero entre otros altos mandos de la Armada y del Ejército. Soler–Espiauba era huérfano de padre. Su madre, Dña. María Soler–Espiauba y Rovira, viuda de Soler–Espiauba, fue la madrina del enlace. Su hermana Carmina también se había casado en la misma iglesia de la Concepción, el día 27 de octubre de 1927, con José María Pérez Lozano.

Dña. Carmen Mirones Laguno no murió en Málaga en 1939 como publicamos en el libro «Crónica de un viaje al ayer». Según Carmen M., sobrina de la infortunada mujer  del marino fusilado en Málaga, su tía murió en  Madrid el 31 de mayo de 1939, el mismo día que cumplía 27 años, en un  accidente de tráfico. La aportación de Carmen M. nos la hizo llegar a través de un comentario en esta misma entrada del blog.  La madre del marino fusilado, Dña. María Soler–Espiauba Rovira, falleció en Madrid el 2 de octubre de 1956.

El padre del actual alcalde de Getafe, José Manuel Soler–Espiauba y Mirones se casó con Dña. Aurora Gallo y Ruiz ( –2011), matrimonio del que nacieron Juan, Francisco Javier y María. El primero, Juan Soler–Espiauba y Gallo, como hemos dicho anteriormente, es alcalde de Getafe; Francisco Javier Soler–Espiauba y Gallo es, desde el pasado 7 de julio de 2011, director general de Deportes del Gobierno de Cantabria.
Fotografía del interior de la prisión publicada en el libro «Flores de Heroísmo»

14 de febrero de 2013

Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba, 4: Consejo de guerra en el Toifiño

El Sánchez Barcáiztegui saliendo del puerto de Cartagena. 
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La madrugada del domingo 19 de julio de 1936, la oficialidad del Sánchez Barcáiztegui descubre que el barco había fondeado en Málaga. Un par de auxiliares desembarcan y acuden al Gobernador Civil. Poco después aparece una dotación de Guardias de Asalto con la orden de detención. Los oficiales son trasladados en una camioneta hasta la prisión provincial. Se sorprenden de no haber muerto en el trayecto. Málaga está en poder de las turbas. Media ciudad arde como llena de antorchas. Grupos de gentes descontroladas se acercan a la camioneta con los puños en alto, increpando a los Guardias de Asalto y animándoles a pegarles un tiro a los oficiales.

La calle Larios de la capital andaluza está destrozada, llena de ruinas y los bellos edificios de la Caleta y el Limonar, que hasta hace poco eran palacios, surgían incendiados; algunos ofrecían ya sus esqueletos negruzcos aún en llamas, como rescoldos de un fuego prendido con inusitada virulencia… Las calles perpendiculares a las grandes avenidas habían sido obstruidas por coches destruidos o quemados.
A lo largo del trayecto, la camioneta tiene que parar varias veces. En una de ellas, los Guardias de Asalto contestan a un tiroteo; en otro momento el vehículo se detiene delante de la Casa del Pueblo para un control de milicianos socialistas. Al ingresar en la prisión provincial, durante el primer día, los cinco oficiales del Sánchez son incomunicados y encerrados en celdas distintas; al día siguiente pasan a engrosar la nómina de presos políticos, mezclados con los de la Falange y otros elementos de derechas. Los presos comunes se han fugado o han sido liberados por su supuesta adscripción a la república. La cantidad de presos políticos va en aumento rápidamente. De los cuarenta iniciales a los trescientos, o más, que hay encerrados a principios del mes de agosto.

Las noticias que llegaban durante los primeros días hasta la prisión ofuscaron la mente del comandante del buque que se culpaba él solo del fracaso de la Marina. Pretendía, en su fuero interno, a asumir la responsabilidad de la sedición de las clases subalternas y de la marinería del buque. El comandante Fernando Bastarreche empezó a obsesionarse con pensamientos fijos como que el Ministro de la Marina, D. José Giral, le dejaría morir lentamente en la cárcel. Pensaba Bastarreche que si se volvía loco no podría declarar en el Consejo de Guerra y asumir sus responsabilidades; quería aparecer como único culpable. Lo cierto es que se volvió loco. Sus subordinados, el resto de oficiales alzados, no estaban de acuerdo con esa postura y se mostraron decididos a no dejar solo ante el peligro al comandante y a reconocer su participación voluntaria en los hechos.

El día 25 de julio, festividad de Santiago, se sintió más preocupado por estas ideas obsesivas lo que le hizo desvariar del todo. Y en un momento en el que nadie se percató se arrojó por la barandilla de la galería superior de la prisión provincial. Un milagro fue que la caída de un hombre tan pesado y de la complexión del comandante no acabase con su vida; incluso, parece que ese intento de suicidio le curó de su locura. Al levantarse del suelo dijo a sus oficiales, arrepentido de su mal ejemplo, Hijos míos, no hagáis vosotros esto. El segundo le respondió: Comandante, eso se queda para los japoneses que así van al cielo. El comandante solo tenía la pierna rota. Rápidamente se disculpó por el mal ejemplo que había dado y que podría tacharse por los enemigos de la patria, sin lugar a dudas, como un acto de cobardía. Así, rodeado de los oficiales del buque, fue trasladado a la enfermería. Le atendió el doctor Eduardo M. Martínez, de «derechas». Hasta el final de este triste episodio le acompañó la cojera que le produjo la caída.

El 28 de julio de 1936 la Gaceta de Madrid, Boletín Oficial de la República desde el 1 de abril de 1934, publicaba en su página 878 un decreto de fecha 26 de julio, sin esperar al Consejo de Guerra, por el que se informaba de la baja en la Armada, con pérdida de empleos, sueldos, prerrogativas, gratificaciones, pensiones, condecoraciones, etc. que les correspondan del Comandante Fernando Bastarreche y Díaz de Bulnes, de su hermano Francisco y de otros marinos. Firmado, Manuel Azaña y José Giral Pereira, Ministro de Marina. Al resto de oficiales del Sánchez Barcáiztegui, no se les llega a nombrar en La Gaceta de Madrid.


Consejo de Guerra en el Toifiño

El día 4 de Agosto de 1936 se presenta en las dependencias donde están recluidos los marinos el director de la prisión acompañado del diputado comunista D. Benito Pavón. Les toma declaración un juez que era auxiliar radiotelegrafista, Sebastián Balboa –se lamenta uno de los oficiales–, y al que el gobierno de la República ha nombrado Capitán de Navío, ¡una cosa muy rara!, y otro auxiliar de Oficinas; el auxiliar de radio es hermano del famoso Benjamín Balboa, el radiotelegrafista de la unidad central en Madrid.

Los marinos confiesan casi a diario con el jesuita Francisco García Alonso. Sus familias, la Patria y Dios son aparentemente sus preocupaciones. Poco importa el Rey o la República. Dadas las actuales circunstancias, los marinos no tienen ninguna esperanza. Las noticias que llegan a la prisión son buenas y parecen augurar que finalmente España se salvará del caos en que está sumida. ¿Pero será verdad? Es tanto lo que está en juego, no solo para España, también para los marinos encarcelados. Tan claro tenían los oficiales su destino que cuando jugaban a las cartas, con dinero ficticio, siempre a crédito imaginario, y perdían, decían con humor un tanto negro: fulano le ha ganado tantas pesetas a mi viuda. Ante la tragedia que sacude la patria, sus vidas no valen gran cosa.

El día 10 de agosto, los oficiales del Sánchez Barcáiztegui son trasladados al vapor Sister junto a la oficialidad del Churruca, con los que irán a partir de ese momento unidos hasta la muerte. Son encerrados durante una semana en la bodega de proa, sufriendo este cautiverio más que el de la prisión ya que estaban obligados a limpiar retretes, a carbonear y al baldear la cubierta del barco. El Churruca era un destructor que sí había colaborado activamente con el alzamiento de Franco, trasladando un contingente de Fuerzas Regulares desde Ceuta hasta Cádiz la noche del 18 de julio. Saliendo del puerto de Cádiz, al día siguiente, la marinería se amotinó entregando la oficialidad a las autoridades de la República en Málaga. Durante su encierro en el Sister, además de las labores más ingratas asignadas en un buque, están sometidos a todo tipo de agravios y humillaciones; un día, el jefe de la guarnición que les vigilaba, Manuel Gallardo Moreno, los hizo formar y tras insultarles, de manera soez, disparó su pistola contra ellos rozando la bala el brazo de uno de los oficiales del Churruca. Igual le hubiera dado. Ya estaban casi muertos.

El 17 de agosto la oficialidad de los buques Sánchez–Barcáiztegui y Churruca fueron trasladados al buque hidrográfico Toifiño, llamado así en honor del científico y militar Vicente Toifiño. El Consejo de guerra contra los once marinos tuvo lugar en ese barco el día 20 de agosto; desde las 10 de la mañana a las cuatro de la tarde. Se quejan de las acusaciones del Fiscal. Rafael Cervera, incluso llega a lamentar su discurso: ¡Cuántos agravios y cuántos ultrajes!

El miércoles 19 de agosto, el periódico La Vanguardia publica la primera narración de los hechos basada en informaciones facilitadas por la "brava marinería del Sánchez Barcáiztegui, ejemplo de lealtad de la escuadra a la República, factor decisivo –en aquel momento, según el periódico catalán– para el triunfo sobre la intentona fascista". 
El periódico catalán asegura que el relato de los heroicos marineros del Sánchez Barcáiztegui, se ha realizado con la promesa de continuarlo, como una especie de diario de a bordo. No fue así.



Una noche espiritual

Hacia la medianoche del mismo día 20 regresan a la prisión los once marinos con una condena a muerte para cada uno. La sentencia se ejecutará al amanecer del día 21 de agosto de 1936. Se les concede una noche de gracia. Ellos piden confesarse con el jesuita D. Francisco García Alonso, que a su vez solicita la ayuda del rector del seminario de Málaga, D. Enrique Vidaurreta.

Una vez confesados, son encerrados durante toda la noche en un calabozo. Finalmente es el jesuita el que acompaña a los militares hasta la hora de la ejecución. Es la única fuente de información junto a las cartas de los condenados. Se suceden escenas de cielo y catacumba; una noche que tendrá, en poco tiempo, ecos de ultratumba. El jesuita no conoce a los del Churruca.
Tras las presentaciones les pregunta:
¿Cuántos sois?Once, somos once—, responden.
Bueno, entonces, aquí no hay ningún Judas—, dice el jesuita a modo de broma religiosa. Once y un cura que hace de intermediario de Cristo en esa última noche. Empiezan a consolarse en comunidad, "como buenos comunistas, –piensan– no como los que quieren hacer de España una dictadura marxista, un satélite de Rusia". 

CONTINÚA...

12 de febrero de 2013

Juan Soler-Espiauba y Soler-Espiauba, 3: Rebelión a bordo

Tripulación del Sánchez Barcáiztegui

... ANTERIOR

En la tarde del 18, el comandante ordena que el buque entre en el puerto, amarrándose en el dique junto al Almirante Valdés; tras la maniobra de atraque, el Capitán de Fragata convoca a los subalternos y auxiliares a una reunión en la cámara de oficiales. El comandante lee una alocución de Franco en el que se anunciaba el alzamiento militar y, en consecuencia, pide a los auxiliares que presten su apoyo al movimiento, llamamiento que escuchan con la mayor frialdad. Un contramaestre, tenso como las cuerdas que sujetan el aparejo en un día de tormenta, se adelantó de la formación y le espetó al Comandante su negativa, rechazando cualquier acto contra la República.

—Eso, lo que usted quiere es poner el buque al servicio del fascio.

—Quiero que sepan ustedes que no es nuestra intención convertir a España en títere ni comparsa de ninguna nación ni de ningún régimen en especial. Ni fascista ni comunista. Ni de Rusia ni de Italia. Ni de Alemania ni de nadie. Los oficiales del buque creemos, con honestidad, por nuestro honor, que nuestro país camina hacia el abismo. El alzamiento de Franco está justificado si queremos solucionar los problemas que asolan España. No queremos que se cambie el gobierno de la Patria para sustituir una pedrada por un descalabro. Nadie quiere salir de Málaga para meterse en Malagón. Según las informaciones que obran en nuestro poder estaba previsto que el próximo domingo se declarase, con motivo de las Olimpiadas Obreras de Barcelona, la revolución. Si lo permitimos, España se habrá convertido en un satélite de la URSS y todos nosotros, ustedes también, en esclavos de un sistema que ignora a las personas. El levantamiento del ejército es un paso, solo eso, una transición a un sistema, sea República o Monarquía, que no nos destruya como sociedad. Un sistema político que no devore a sus hijos como el dios Cronos por miedo a que uno de ellos le destrone.

—Es usted un ingenuo. Franco es el ariete del fascio en España, al servicio de la oligarquía de siempre, la que han defendido en el Parlamento tanto Gil Robles como el difunto Calvo Sotelo y otros como José Antonio Primo de Rivera.

—Les pido su ayuda en beneficio único de España. Nuestra posición solo es fruto de nuestro amor por la Patria.

—La fidelidad de los auxiliares y clases subalternas a la legalidad no es negociable ni se puede torcer en base a suposiciones, amenazas o a una falsa interpretación del amor a nuestro país. Si tenemos que luchar contra la invasión soviética o contra Alemania, nosotros estaremos allí, firmes, en primera línea defendiendo nuestro país. No cuente con nuestra ayuda. Convoque al resto de la marinería. A ver qué le dicen. Nosotros no estamos con el golpe. Si persiste en su actitud de unirse a los fascistas sediciosos, no obedeceremos sus órdenes.

El comandante está defraudado. Esperaba el apoyo de los subalternos. Hace lo mismo con la marinería. Todo el personal del barco se reúne en el sollado ante la llamada a formar; allí el comandante lee la proclama de Franco y les arenga por cuenta propia, resaltando lo dicho anteriormente sobre los peligros en los que se encuentra la Patria. Bastarreche afirmó tajante, según declaró la marinería, que en estos momentos no obedezco más órdenes que las que emanan del Generalísimo Franco y las del capitán General de Cartagena, asumiendo toda la responsabilidad a que hubiere lugar. Pedía D. Fernando Bastarreche un poco de amor para defender la causa salvadora de España. Terminó su alegato dando tres vivas a España, vivas a las que sólo respondieron los oficiales. La dotación recibió el discurso con una frialdad fatal que congelaba el ambiente y que contrastaba con el calor que hacía en el Puerto de Melilla. Casi todos tenían las camisas empapadas de sudor y la nuca helada. A la vista de la actitud de la marinería, el comandante dijo:

—Adiós, muchachos, y se marchó a su camarote.

Los ánimos de la tripulación estaban encrespados. Las dos clases se vigilaban desde hacía meses, como se miran los enemigos, con recelo, con desconfianza, sin esperanza. Los malos pensamientos sobrevuelan la cubierta del navío, haciendo temer una violenta explosión o un choque de voluntades encontradas. Había llegado ese punto fatídico, terrible; sin vuelta atrás.

Según los marineros, la oficialidad quería embarcar las tropas del Tercio y de Regulares para su traslado a la península. En este momento, convencidos de la traición de los oficiales se producen varias discusiones entre los representantes de las clases subalternas y la oficialidad; unos queriendo seguir adelante con el plan establecido y otros, empeñados en salir del puerto y continuar fieles al Gobierno de la República. Las discusiones eran inútiles.

La línea que separaba a los mandos y oficiales de las clases subalternas en la Armada se debía, fundamentalmente, a que contramaestres, radiotelegrafistas, condestables, practicantes, torpedistas–electricistas, buzos o simples marineros no podían ascender a oficiales como pasaba en los otros cuerpos del ejército.

Los barcos se habían convertido en fábricas mecanizadas; sus dotaciones estaban compuestas de especialistas, obreros cualificados y otros trabajadores con una fuerte conciencia de clase y experiencia sindical. Tras la proclamación de la República y el triunfo del Frente Popular se procedió a indultar a muchos marineros expulsados del servicio en su día por actividades políticas y sindicales; de nuevo se concentraba en los buques de la Armada un gran porcentaje de clases subalternas simpatizantes de la Unión Militar Republicana y Antifascista.

La oficialidad queda defraudada; creen firmemente que actúan según les dicta su conciencia. Las informaciones facilitadas por los marineros a la prensa republicana aseguran que el segundo del buque, el Capitán de Corbeta D. Rafael Cervera, desembarcó en tierra y tuvo una entrevista con el Teniente Coronel de la Legión Darío Gazapo. Otras informaciones aseguran que fue el legionario el que accedió al bordo proponiendo a los oficiales que el Tercio embarcara para amedrentar a la tripulación. Los marinos son contrarios a tal cosa; es mejor, como idea, intentar prender la llama del patriotismo con algunas compañías desfilando con música y banderas dando vivas a España. La oficialidad no quiere que los legionarios suban al barco. Los de la Armada son muy suyos. Al comandante del barco le repugna la idea de engañar a su dotación, según reconoce en una carta escrita esa misma noche a su mujer.

Abarloado el buque junto a la riva para que subieran las tropas, se producen momentos de indescriptible emoción. ¡Ahí vienen, ahí vienen –gritó el timonel, señalando la irrupción de la Legión por el extremo del puerto. Cuando empiezan a desfilar el Tercio de la Legión y el Tabor de Regulares, con música y banderas, la marinería comenzó a gritar como si fueran a matarlos, según uno de los oficiales.

Antes que lejías y moros, que ya desfilaban a paso ligero, alcanzasen el buque, la tripulación tomó el control del barco, soltó amarras y zarpó. La tripulación del Almirante Valdés hizo lo mismo, pero cuando no hay sintonía entre el cuerpo y la cabeza, cuando funciona cada órgano por su cuenta, el resultado suele ser desastroso. Un barco se compone de cerebro y músculo. Sin la fuerza de la marinería, el mando no llega a puerto alguno; sin cerebro, resulta difícil dirigir la máquina, siendo probable que resulte inútil el esfuerzo realizado, incluso cabe la posibilidad de irse a pique.

Según el relato de los marineros del Sánchez Barcáiztegui, el comandante del Lepanto intentó embarrancar el buque de proa en el rompeolas de la plaza España donde se sabía que había poco fondo. Alertada la tripulación, dieron marcha atrás no siendo entonces capaces de detener el retroceso y varando el buque de popa en la Escollera del Morro.

La marinería del Sánchez se lanzó a la cabina de máquinas, advirtiendo de la situación a los auxiliares y diciéndoles que no debían hacer caso al teléfono de los jefes. En este momento tuvo lugar un pequeño incidente cuando el destructor casi colisiona con el buque de Transmediterránea Monte Toro. La marinería achacó este suceso a un presunto sabotaje del destructor por la oficialidad y que esta atribuyó, a su vez, a la falta de oficio de la tripulación. A estas alturas de la historia, cualquiera sabe lo que pasó; no hay fuentes suficientemente claras y la confusión, en aquellos momentos de incertidumbre, era enorme. La marinería, según el relato de algunos de sus miembros, paró máquinas dando marcha y evitando la colisión.

Mientras la marinería suelta amarras e intenta abandonar el puerto, representantes de los comités afiliados a la Unión Militar Republicana y Antifascista se dirigen a los oficiales para que no se interpongan ni obstaculicen las maniobras. Nada pueden hacer. El único oficial que no está implicado en el complot, el alférez de navío Álvaro Calderón Martínez, toma el mando del buque. Al fin salen del puerto de Melilla y dirigen la proa hacia mar abierto. Optan, ignorantes de lo que pasa en el resto de la flota y de España, por no comunicar su posición a ningún barco; ni siquiera al Ministro de la Marina. El Almirante Valdés, remolcado por el Monte Toro, consiguió desencallar y salir del Puerto de Melilla.

***

A las siete de la tarde de ese fatídico día, 18 de julio, los representantes sindicales y comités políticos de la marinería se dirigen al oficial de guardia y le exigen, para evitar desgracias y que corriera la sangre a bordo, el desarme de la oficialidad. El armamento se guardaría en los pañoles de proa, incluso los sables de los oficiales. Así se hizo, quedando el buque en manos de la tripulación. En ese momento, la escuadra de guerra es de los cabos. La flota es, mayoritariamente, republicana. El barco queda al mando del Alférez de Navío, Álvaro Calderón Martínez, único oficial que se mantiene fiel a legalidad vigente.

Tras las primeras deserciones como la del destructor Churruca, empiezan a llegar, también, buenas noticias. El Ministerio de la Marina y su titular, Sr. José Giral, empiezan a recoger viento a favor en las velas desplegadas a favor de la democracia y la libertad. La tripulación expide el siguiente radio: Dotación del Sánchez Barcáiztegui al Ministro de la Marina. ¡Viva la República! Esta dotación pone en conocimiento de vuecencia que ha conseguido abortar un movimiento contra la República a bordo de este buque, teniendo detenidos a jefes y oficiales de la dotación que intentaban hundirlo. Esperamos órdenes de vuecencia. ¡Viva la República!

El Ministro de la Marina se había personado en la estación de telegrafía sin hilos de la Ciudad Lineal, desde donde se coordinaba la estrategia naval de la República en los primeros momentos de la sublevación. El trabajo de Benjamín Balboa resultó, además de eficaz y leal, de una importancia vital; desde allí se recibía toda la información y se expedían órdenes. Se alertaba a las tripulaciones de la posibilidad de que se alzasen y les animaban a detener a las oficialidades rebeldes, custodiarlas y entregarlas a las autoridades militares pertinentes. El ministro respondió al radio de la marinería haciendo una llamada general a todos los buques de la Armada: ¡Camaradas! Para vuestra satisfacción y conocimiento, por si podéis aprovechar la lección, tenemos la satisfacción de reproducir el telegrama urgente del Sánchez Barcáiztegui»

Acto seguido, el ministro quiere aprovechar aún más este suceso e insiste con otro despacho, más elocuente que el anterior, en el que destaca la actitud de la tripulación: No dejarse engañar por ese tajo de canallas. Sirva de ejemplo la dotación del Sánchez Barcáiztegui.

***

El comandante del buque escribe esa noche dos cartas en las que predice su futuro. Sabe, o piensa, vaticina, que su acción y su decisión caerán en saco roto, que sobre ella se impondrá el silencio y el menoscabo. Asegura que nunca ha traicionado a su tripulación y se cree leal hasta el fin con sus hombres a los que dice que no ha abandonado ni ha violentado en ningún momento. Asegura a su familia que ni siquiera pensó en llevar pistola durante las entrevistas con los miembros de la marinería y cuerpos auxiliares. También asegura que le hubiera sido fácil desembarcar y evitar su encarcelamiento. Fernando Bastarreche asume esa misma noche que su suerte está echada, sea cual sea, para ir con su tripulación a donde haya que ir. Afirma que la dotación del barco se comporta de manera correcta y respetuosa; la mayoría de los oficiales sobretodo temen ser entregados a algún estamento civil; eso sería el deshonor para cualquier marino. Saben cuál es su fin y tan solo esperan ser juzgados por un tribunal militar. Un Consejo de Guerra. Nada esperan. No ignoran su destino. Tienen una cita con la muerte.

Los oficiales se sorprenden de la actitud de algunos miembros de la marinería y de los cuerpos auxiliares más cercanos y con los que suponían un grado de afecto más allá de las ideas políticas. ¿Qué había sido del antiguo espíritu del marino?

Es una noche terrible. En algunos momentos, los oficiales temieron ser ejecutados en el mismo barco. La tripulación cada vez estaba más excitada. Todos los oficiales, menos el Alférez de Navío que se hizo cargo del buque fueron encerrados en la sentina del barco. El comandante del buque aseguraba por escrito a su mujer, Lola, la vida sólo me importa por ti, pero la honra la estimo mucho… El comandante está convencido de comparecer pronto ante Dios y le asegura a su esposa, que en momentos así no se miente, que piense que ha sido y muere como un hombre de honor, leal y honrado. Y seguramente sea eso lo que les ha perdido.

CONTINÚA...

11 de febrero de 2013

Juan Soler-Espiauba y Soler-Espiauba 2: Una cita con la muerte

Azaña detenido en el Sánchez Barcáiztegui tras los sucesos de Asturias en 1934
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Tras las dos vueltas de los comicios de febrero de 1936, en los que ganó el Frente Popular, se precipitó una mezcla social explosiva que se había acumulado durante los anteriores gobiernos derechistas. La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), coalición de partidos católicos y conservadores que había ganado las elecciones de 1933, gobernaba España a través de su apoyo al Partido Radical de Alejando Lerroux. Los gobiernos de la CEDA no había conseguido durante el llamado «bienio negro» sino incrementar la brecha social, aumentando la pobreza, el caciquismo y la desigualdad; el gobierno anuló algunas de las iniciativas emprendidas en la primera legislatura como la reforma agraria o la ley de educación laica y pública, a la vez que se otorgaban nuevos y renovados privilegios a la oligarquía de siempre, implicándose incluso en casos de corrupción como el famoso estraperlo, cuando destacados miembros del Partido Radical se embolsaban una parte de los beneficios generados al presionar para que se autorizase un juego de ruleta eléctrica marca Straperlo (acrónimo de sus propietarios, Strauss, Perlowitz y Lowan) cuando los juegos de azar estaban prohibidos en España, en especial la ruleta. Desde entonces la palabra es sinónimo de chanchullo, especulación, fraude, mercado negro o comercio ilegal. La «rectificación» de las reformas y la inclusión en el gobierno de tres ministros de la CEDA, provocó, en octubre de 1934, la revolución de Asturias, suceso que algunos historiadores consideran en términos reales el inicio de la guerra civil española.

En el Parlamento se vivía la situación histórica con inusitada pasión y violencia. Allí, la democracia naufragaba, mientras se discutía de todo, desde posturas encontradas, casi antípodas, con amenazas más o menos veladas pero de una gravedad terrible. Calvo Sotelo deja entrever en sus últimos discursos, mayo y junio de 1936, lo inevitable de un alzamiento militar al preguntar al resto de parlamentarios, de manera retórica, para reafirmar quizás su deseo –qué militar no estaría dispuesto a sublevarse a favor de España y en contra de la anarquía, si esta se produjera. Sus palabras se entienden como una invitación clara al levantamiento del ejército. Desde los bancos de la izquierda hay gritos contra el discurso golpista; se pide que se procese al que fuera Ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera; incluso, hay algún diputado y diputada que estiman la conveniencia de su eliminación físicamente. Sería la mejor forma de acallar las opiniones contrarias o divergentes con la República. Una diputada comunista asegura, entre la mofa de sus compañeros, que Calvo Sotelo ha hecho su último discurso. A pesar de que Santiago Casares Quiroga, en ese momento presidente del Consejo de Ministros, intenta tranquilizar el patio del parlamento y se suprimen determinados diálogos y propuestas de los diputados del libro de actas del Congreso, la suerte está echada. Son días con más pasión que equidad o justicia.

La prensa de Cartagena recogía las terribles noticias que tenían lugar en Madrid. El 12 de julio moría asesinado al salir de su casa en dirección al cuartel donde estaba destinado el teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo. Este oficial de infantería, nacido en Alcalá la Real (Jaén), simpatizante de la república, fue radicalizando sus posiciones ideológicas tras salir de la cárcel por negarse a reprimir las revueltas de Asturias en el año 34. Tras el triunfo del Frente Popular solicitó su pase a la Guardia de Asalto y se afilió a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), contrapeso en el ejército de la derechista Unión Militar Española (UME), desde la que se le encargó el adiestramiento de las milicias de las Juventudes Socialistas. Tras la muerte de un guardia civil en los actos celebrados con motivo del quinto aniversario de la Segunda República, el 14 de abril de 1936, y los incidentes durante la manifestación de protesta de los partidos de derechas, el escuadrón de José del Castillo es acusado de matar de un disparo a Andrés Sáenz de Heredia, primo del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, y al mismo José del Castillo de herir por disparos de arma corta a un joven carlista. El oficial republicano fue puesto en punto de mira de los elementos más radicales de la derecha. El atentado, finalmente, fue ejecutado por cuatro pistoleros; militantes falangistas, según algunas opiniones, o carlistas del Tercio de requetés de Madrid, según otros historiadores. La reacción del otro bando, no se hizo esperar. La madrugada del 13 de julio, un grupo de Guardias de Asalto y militantes socialistas secuestran de su domicilio particular y asesinan a José Calvo Sotelo, líder de la minoría Renovación Española, partido que representaba en el parlamento republicano a la derecha monárquica.

A cada golpe, los adversarios de la otra facción, declarados públicamente enemigos a muerte, contestaban, un bando igual que el otro, cada vez con más violencia y crueldad. Son tiempos de canibalismo dialéctico. –Hay que responder –decían unas damas católicas enfurecidas en la calle–, ¡cinco han de caer ahora del otro lado! ¡Cinco! ¡Y de los gordos! Mientras tanto, un personaje, ahora de izquierdas, respondía con cinismo ante la noticia del asesinato, –bueno, al torero lo ha cogido el toro. La atmósfera estaba saturada de electricidad y la tormenta, ya no se veía venir, estaba encima y caían rayos; sonaban los truenos. España entera empuñaba chuzos; una mitad contra la otra.

El periódico La Vanguardia preparaba un artículo de opinión que finalmente vería la luz el día 18 de julio titulado Los crímenes y la conciencia pública en el que trataba de forma certera el extravío que nos deshonra y nos destruye. Escribía el periodista en la página 3 del rotativo catalán sobre los recientes asesinatos y aseguraba, supongo, –duda el autor– que España entera vibra por las muertes de los señores Castillo y Calvo Sotelo. Pero, ¿Vibra por igual? –se pregunta el autor– ¿Tiene idéntico volumen, exacta equivalencia la protesta ante uno y otro hecho? ¿Llegan hasta el mismo punto en la intimidad de la conciencia de cada ciudadano, la piedad por las víctimas, la indignación contra los actos salvajes, el clamor para su castigo? Bárbaramente escindida, la sociedad española tiene dos pesas y dos medidas para apreciar la tragedia que nos aflige. Si cae muerto un militante de la derecha, solo se estremecen sus correligionarios. Si la víctima es de izquierda, solo se sublevan los suyos. Y –se lamenta el autor de este brillante artículo– que Dios me perdone, si advierto que, en cada caso, la indiferencia sobre la suerte del adversario toma caracteres de regocijo. Y continúa azotando a la clase política: Se ha llegado a corromper el sentido moral, se han ofuscado las inteligencias y falta conciencia pública; y falta porque han entrado, por la izquierda y por la derecha, unos factores políticos que reniegan de los métodos de libertad y lo fían todo a la violencia; falta porque está de moda reírse del ordenamiento jurídico y poner toda la fe en las pistolas. Falta, en suma, la conciencia pública por el advenimiento de Lenin, de Trotsky, de Mussolini y de Hitler. Esa es la enfermedad que hoy llevamos en nuestras entrañas. Que caigan cien o mil víctimas no es importante; es una tragedia transitoria. Ya pasará. Lo que no pasará tan fácilmente es la intoxicación de las almas…

El día 14 de julio los gremios obreros de Cartagena declaran la huelga general en solidaridad con los trabajadores de la obra civil de los canales de riego que se están ejecutando y que permanecen en huelga. España está enferma de muerte. El país está paralizado a fuerza de huelgas desde el triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 Febrero de 1936. Las organizaciones políticas y sindicales que conforma o apoyan al Frente Popular (PSOE, UGT, PCE, CNT y POUM) se lanzan a una oleada de paros, manifestaciones, quema de iglesias y ocupaciones de tierras, en un ambiente claramente revolucionario. Desde los textiles de Cataluña a los puertos del Cantábrico, los agricultores de Jaén, los dependientes en Gijón, las fábricas de media España y el transporte de la otra media,… La oposición, representada por Gil Robles, denuncia en el parlamento que desde las elecciones hasta mediados de junio, en solo cuatro meses, se han quemado 170 iglesias, se han producido 251 intentos fallidos de quema de iglesias, ha habido 269 muertos y 1.287 heridos por asesinatos políticos y choques callejeros, 133 huelgas generales y 218 parciales.
El Ministro de Marina, D. José Giral Pereira, fundador junto a Manuel Azaña de Acción Republicana, decreta una serie de ceses de mandos y oficiales sospechosos de traición. El mismo día 14 de julio, el Ministro, aún nervioso por los últimos asesinatos, suspende las licencias de verano temiendo una sublevación extremista, de una naturaleza u otra. El ejército por una parte, con un posible levantamiento, y los partidos marxistas, por la otra, convocados a las Olimpiadas Obreras de Barcelona a una posible declaración de la revolución y del estado satélite de la URSS, son los dos peligros que atormentan al Ministro. El Presidente del Consejo de Ministros, Casares Quiroga, no asume el peligro. Al anochecer del día siguiente del Golpe, ante la pregunta de un grupo de periodistas sobre el levantamiento militar en África respondería la famosa expresión, como si fuera un chiste, intentando restar importancia a la sublevación, –si ellos se han levantado…, yo me voy a acostar.

El concepto de golpismo estaba lejos del sentimiento de la oficialidad de la Armada en general, en la que los ideales y el servicio se sitúan lejos de tierra. Al contrario de lo que sucede en la infantería, la Patria es el propio navío, lejos de tierra firme, en el mar o en puerto extranjero, donde el alzamiento no es posible. España está donde está el buque. Allí solo existe el riesgo del motín. Sin embargo, la situación del país es terrible. Los oficiales de la Marina son un clan muy cerrado, una clase endógena, de modos aristocráticos y, en general, con una profunda formación católica y convicciones monárquicas. La traición a una República, no laica, anticristiana y anticatólica era posible. Los oficiales y mandos de la Armada consideraban a la República, en general, como algo pasajero, caduco. Ellos debían su lealtad a España, una fidelidad basada primordialmente en los tres principios fundamentales del carlismo y que también manipuló el General Primo de Rivera: Dios, Patria y Rey; aunque, de los tres pilares del lema, el menos importante era la monarquía.
El Rey podía volver, pero no igual que antes de que se proclamara la República, tras las los comicios municipales del 14 de abril de 1931. Casi nadie en España desconocía que la monarquía era la responsable de la desastrosa situación del país. En muchos estamentos se cuestionaba el papel de Alfonso XIII, al que acusaban de llevar al matadero en la cruenta Guerra de África a miles de jóvenes para el enriquecimiento propio y de un grupo elegido de aristócratas y generales. La descendencia real era débil y enfermiza. El príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battemberg, era hemofílico, una enfermedad que les transmitía a la mitad de sus hijos, la reina Victoria Eugenia de Battenberg; también era impotente. Eso no le impidió casarse con una cubana plebeya, Edelmira Sampedro, «la Puchunga», por lo que tuvo que renunciar en 1933, ya en el exilio, a la sucesión al trono. Evidentemente, a los pocos meses, la cubana le mandó a paseo. Un clavo quita otro clavo, dicen. Y así, en 1937 se volvió a casar con otra cubana, que también le dejó con el pito flojo. Finalmente, en 1938 murió desangrado en Miami, a causa de una hemorragia interna, tras un accidente leve, al salirse su coche de la calzada y chocar con una cabina de teléfono. El segundo en la sucesión al trono, Jaime de Borbón y Battemberg, era sordo de nacimiento y también renunció a sus derechos dinásticos bajo la presión de su padre. El tercer hijo varón del matrimonio era el infante D. Juan de Borbón, Conde de Barcelona, y que parecía la única esperanza para las clases monárquicas de este país. Y así sería, aunque nunca llegase a ser coronado. Su hijo, Juan Carlos I, fue designado por Francisco Franco como el nuevo Rey de España. La monarquía, en aquellos momentos terribles, no se antojaba a casi nadie, excepción hecha de Calvo Sotelo, la solución idónea a los problemas de España.

A finales del mes de abril de 1936, previamente a las maniobras celebradas entre los días 10 y 12 de de mayo, arriban a Canarias el acorazado Jaime I, los cruceros Méndez Núñez, Miguel de Cervantes, Almirante Cervera y Libertad, los destructores Almirante Valdés, Lepanto, Almirante Antequera, Sánchez Barcáiztegui, Almirante Ferrándiz y José Luis Diez y Alcalá–Galiano. El Méndez Núñez, que luce la enseña del vicealmirante Piña, está comandado por el Capitán de Corbeta, D. Rafael Cervera, en el que está destinado también el Teniente de Navío Juan Soler–Espiauba. En el ejercicio táctico participaron también los submarinos C1, C2, C3, C4, C6, B5 y el buque remolcador Cíclope. El día 4 de Mayo, el Comandante General de las Islas Canarias, Francisco Franco Bahamonde, visitó el acorazado Jaime I para cumplimentar al vicealmirante Salas González; como señala el protocolo en estos casos, al día siguiente Franco ofreció una recepción en la Comandancia General de Santa Cruz de Tenerife a la que asistieron además de los mandos del Ejército de Tierra adscritos, los jefes y oficiales de los buques y submarinos que participaban en las maniobras navales. En aquella recepción el general pronunció un famoso discurso de clara intencionalidad:. «La patria está en peligro y, cuando esto sucede, el brazo armado de la Patria, el Ejército y la Armada, quedan obligados a salvarla tanto de los enemigos exteriores como interiores,…». Tras la arenga del «generalísimo», la totalidad de los mandos de Infantería, del Tercio y Regulares, y algunos oficiales de la Armada, rayando casi en la obscenidad, empezaron a dar vivas a España y al Ejército de manera histérica. No es seguro que toda la Armada estuviera en ese momento de acuerdo con la intervención.

Poco tiempo antes de que sucedieran los acontecimientos que narramos, el Capitán de Corbeta, D. Rafael Cervera, y el Teniente de Navío, Juan Soler–Espiauba, son trasladados del crucero Méndez Núñez al destructor Sánchez Barcáiztegui. Allí celebran, a la puesta del sol del día 16 de julio, la festividad de la Virgen del Carmen. Casi todos los marinos tienen una madre, una mujer o una hija que se llama María del Carmen, como la patrona de la Armada. Y para ellas, sobre todas las cosas, es el recuerdo solemne y amoroso de la ceremonia de a bordo, mientras la dotación del buque, la oficialidad, las clases subalternas y la marinería ahogan sus pechos de emoción cantando al unísono, como la voz de un solo ser, ronca y grave, la Salve Marinera en honor de la Virgen María, Stellae Maris.

¡Salve! Estrella de los mares, de los mares
Iris de eterna ventura;
¡Salve! Fénix de hermosura
Madre del Divino Amor.

De tu pueblo a los pesares
Tu clemencia dé consuelo.
Fervoroso llegue al cielo
Y hasta ti, y hasta ti nuestro clamor

¡Salve! ¡Salve! Estrella de los mares
¡Salve! Estrella de los mares.
Si, fervoroso, llega al Cielo
Hasta ti, hasta ti, nuestro clamor

¡Salve! ¡Salve! Estrella de los Mares
Estrella de los Mares
¡Salve! ¡Salve! ¡Salve! ¡Salve!

Al día siguiente, con los pelos erizados aún por la emoción y el barco engalanado con las banderitas de la fiesta marinera, el comandante del destructor, D. Fernando Bastarreche, es convocado por el nuevo Jefe de la Base Naval a una reunión urgente en la Capitanía General para recibir órdenes nuevas con respecto al servicio. Las recibe directamente del nuevo Jefe, el Almirante Francisco Márquez Román y del Segundo Jefe de la Base y Jefe del Arsenal, Camilo Molins Carreras. Son las tres y cuarto de la tarde. El sol cae como plomo derretido en el patio del Arsenal Militar del Puerto de Cartagena. El Ministro de la Marina ha dispuesto que toda la flota, incluido el grupo de submarinos, esté preparada para salir de Cartagena de manera inmediata. El destino se indicará al capitán de cada buque mediante radio cifrado directamente desde Madrid. De regreso al barco, los oficiales se reúnen; saben que el alzamiento está en marcha. La gravedad de las órdenes así lo indica. En la cámara del comandante, los oficiales recuerdan el discurso del general Franco en Tenerife.

En la estación central de telegrafía sin hilos de Ciudad Lineal, ubicada en ese arrabal de Madrid, se recibían noticias de una gravedad tal que comprometían el futuro de la República; los comunicados entre las distintas unidades de África denotaban un fuerte movimiento de tropas. Al anochecer se confirman los temores; la sublevación se extiende por el norte de África. El suboficial tercero de radio Benjamín Balboa toma el control de la Estación de radio de la Armada tras arrestar pistola en mano al oficial al cargo de las instalaciones, Capitán de Corbeta Casto Ibáñez Aldecoa. Dueño de las comunicaciones, Balboa informa al Ministro de la Marina que expide las primeras órdenes. Al no poder disponer por la noche de la aviación para bombardear los puertos del norte de África, se envía a la flotilla compuesta por el Sánchez Barcáiztegui, el Lepanto y el Almirante Valdés, bajo el mando unificado de D. Fernando Bastarreche.

Era viernes, 17 de julio de 1936. España tenía una cita con la tragedia y con la barbarie. ¿Barbarie dije? –preguntaba al día siguiente el periodista de La Vanguardia a sus lectores–. En el momento de escribir estas palabras, en las inmediaciones de mi casa estalla un tiroteo…


Rumbo a Melilla

El mar estaba tranquilo, las estrellas titilaban, luminosas e impenetrables, en el firmamento. A las once de la noche del mismo 17 de julio de 1936 se iniciaron las maniobras para salir del puerto. Los oficiales y las distintas clases de marinería habían ocupado, cada uno el suyo, los puestos de navegación. El comandante se retiró de la toldilla a su camarote apenas el buque dejó atrás la bocana del puerto de Cartagena. Las luces de la ciudad y la Punta del Aire quedaron atrás como las vidas de la tripulación. El segundo oficial, con la mirada perdida en la negrura del horizonte, marcó rumbo sur sureste y, mientras anotaba la derrota en el acaecimiento del cuaderno de bitácora, ordenó al contramaestre subir la potencia de los motores hasta el máximo. A toda máquina, el moderno buque era capaz de conseguir la formidable velocidad de crucero de 30 nudos, algo menos de los 36 nudos que se anunciaba en los periódicos al día siguiente de su botadura, el 24 de julio de 1926. Tenía una cita urgente con la muerte.

Reciben órdenes en clave del ministerio de la Marina de dirigirse a la zona del Estrecho y echar a pique, sin previo aviso, todos los transportes de tropas desde África hasta la península. Durante la travesía, a la altura del Cabo de Palos, reciben un cablegrama del Ministerio de Marina que decía: Bombardeen Melilla hasta agotar municiones. Acuse recibo y comunique resultado. Durante toda la travesía se reciben radios con instrucciones severísimas. ¡¡Mira en lo que ha acabado esto!! –escribe uno de los oficiales del buque esa misma noche a su mujer. Era el principio de una larga y dura noche a bordo.

En la madrugada del día 18 de julio, la flotilla que navega bajo las órdenes del comandante del Sánchez Barcáiztegui está frente a Melilla. La tripulación de los barcos parece que no sabe nada, a pesar del ambiente explosivo que se respira. Sin embargo, desde la estación de Radio de Ciudad Lineal se había alertado a los representantes de las tripulaciones afiliados a la UMRA de los sucesos en las plazas del norte de África y, en especial, de los ocurridos en Melilla, donde ha prendido la primera llama de la insurrección.

En pleno día 18, el segundo comandante del buque, Capitán de Corbeta Rafael Cervera, desembarcó solo en un bote a tierra, regresando bordo a la hora; Cervera ordena que se siga navegando.
Desde el Lepanto se requieren noticias por radio al Sánchez Barcáiztegui, que no se dan para que la tripulación no se entere. Sin embargo, a estas alturas ya sospechan la maniobra y están sobre aviso desde Madrid. El segundo vuelve a abandonar el buque para parlamentar con el comandante del Lepanto. La intranquilidad de las clases de marinería va en aumento. Sobre todo cuando observan a un hidroavión bombardear Melilla señalando al mando y a la oficialidad del destructor los objetivos sin que hagan caso alguno. El Ministro de la Marina, Sr. José Giral había cursado la orden tajante de bombardear los objetivos militares de la plaza.

CONTINÚA...

9 de febrero de 2013

Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba, 1: El abuelo del alcalde de Getafe



Me decían que eran necesarios unos muertos 
para llegar a un mundo donde no se mataría.
ALBERT CAMUS

En estos días se cumplen setenta y siete años del estallido*, y de los primeros episodios, de la guerra civil, uno de los periodos más trágicos, sangrientos y convulsos de la historia de España.

Se nos antojaba oportuno el ejercicio de acercarnos a la aventura, breve y dramática, de la oficialidad de uno de los buques de la Marina de Guerra española, el destructor Sánchez Barcáiztegui. Transcurren las primeras horas, los primeros días y las primeras semanas de aquella contienda fratricida. Nuestro interés por este caso, lejos de su elección arbitraria o como resultado del azar y la casualidad, se determina en función del interés local que podrían despertar los lazos familiares de uno de aquellos malogrados marinos, el Teniente de Navío Juan Soler–Espiauba, con el presente; traemos la narración hasta aquí, en gran parte ajustada –como siempre desde un punto de vista subjetivo– a su veracidad histórica, como quien desentierra, virtualmente hablando, los huesos de algunos de los que perecieron en aquella contienda, rescatándolos y mostrándolos a la luz de la actualidad y de la llamada memoria histórica, como un «eco de ultratumba». Hemos rebuscado y nos hemos acercado, sin ideas preconcebidas, a las fuentes históricas más directas a las que hemos podido tener acceso; tales son las declaraciones de los actores, las noticias aparecidas aquellos días en los medios de comunicación y los distintos libros, tesis, estudios, páginas webs o blogs que han tratado, aunque sea parcialmente, algunos de los aspectos a los que nos referimos. Es la fatal y breve peripecia del abuelo del alcalde de Getafe en la guerra civil española.


Marinos fusilados en Málaga

El ABC de Madrid publicaba el domingo 23 de agosto de 1936 una breve nota sobre el inicio del Consejo de Guerra a los mandos y oficiales de los destructores sublevados contra la República el día 18 de julio de ese mismo año, el Churruca y el Sánchez Barcáiztegui, buques que siguen al servicio del gobierno gracias a la enérgica actuación de la marinería. El Consejo, con carácter sumarísimo, está presidido por el Comandante del Toifiño, D. Federico Aznar Bárcenas, barco en el que se celebra el juicio. Actúa de Fiscal el marino López Lucas, abogado, y de defensores un comandante y un capitán médico. La información era facilitada por el juez instructor y auxiliar telegrafista, Sebastián Balboa.

El Fiscal había calificado los hechos que se juzgaban como un delito de rebelión militar, con agravantes, y solicitó la pena de muerte. De las declaraciones de los acusados se deduce que desobedecieron las órdenes del Gobierno de bombardear las plazas de África y que los barcos a su mando sirvieron para el traslado a la península de fuerzas del Tercio y Regulares.

La información del ABC estaba ligeramente desfasada y era, en parte, incompleta y falsa. Los once marinos implicados en los sucesos del Churruca y del Sánchez Barcáiztegui ya habían sido fusilados en la madrugada del día 21 de agosto. Los mandos y oficiales de ambos buques se habían sumado al alzamiento militar de Francisco Franco, aunque el Sánchez Barcáiztegui (SB) no trasladó ninguna tropa al amotinarse la tripulación en el puerto de Melilla el mismo 18 de julio. Las penas de muerte no se hacían esperar. Un bando y otro. Juicios sumarísimos y urgentes. Sacas. Asesinatos, sin proceso previo, en las cunetas y en las tapias de los cementerios. España estaba abocada a un ajuste de cuentas sin parangón como epílogo sangriento de una historia insatisfecha desde que se inició el siglo XIX; españoles contra españoles, como en las guerras carlistas, casi como en las guerras de independencia de Méjico, Cuba, Puerto Rico o del resto de colonias americanas. Dos días después, el ABC de Sevilla, en la zona «nacional», sin fuentes informativas directas, publicaba una pequeña crónica sobre el Consejo de Guerra, noticia «fusilada» por su corresponsal en Lisboa de las que habían aparecido en La Vanguardia de Barcelona y en el ABC de Madrid. Era, al igual que pasaba en los campos de batalla, españoles contra españoles, ABC contra ABC. Dos ejércitos, y dos modelos de sociedad, irreconciliables ambos, de españoles los dos, enfrentados a muerte con una saña y un furor indescriptible.

Hasta el miércoles 7 de octubre no se publican los nombres de los once marinos condenados a muerte en el Consejo de Guerra. La noticia es publicada por el ABC de Sevilla, esta vez con fuentes informativas directas. El titular esclarece en sí mismo la zona en la que se edita el periódico. Marinos asesinados en Málaga. Un padre jesuita huido de Málaga, en unas declaraciones hechas a un periodista de Cádiz, ha dicho que los marinos fusilados el día 21 de agosto en Málaga son los siguientes: D. Juan Soler Espiaula, D. Fernando Bastarreche, D. José Fullea, D. Juan Araoz, D. Fernando Barreto, D. Tomás Silvestre, D. Vicente Oliag, D. José Garcés, D. Rafael Cervera, D. Manuel Saiz Chan y D. Fernando Bustillo. La noticia, que continuaba con otra relación de marinos muertos posteriormente en Málaga, tenía una errata, al cambiar una letra del apellido del Teniente de Navío Juan Soler. No era una l, era una b. Juan Soler–Espiauba; aunque en algunas de las fuentes consultadas aparece también con v. Soler–Espiauva. Era el abuelo de Juan Soler–Espiauba y Gallo, elegido alcalde de Getafe tras los últimos comicios municipales de mayo de 2011.

El jesuita escapado de Málaga, al que hacía referencia el ABC de Sevilla, era Francisco García Alonso y estuvo encerrado en la prisión provincial de Málaga desde el 22 de julio, día que fue detenido cuando se encontraba haciendo ejercicios espirituales en el seminario de esa ciudad andaluza, hasta el 22 de septiembre de 1936, día que consiguió huir con un pasaporte falso y la ayuda de un diplomático mejicano. Se había salvado, in extremis, de una muerte segura. Al ingresar en la cárcel, los marinos ya están confinados allí desde el día 19. El sacerdote los trató durante quince días hasta que fueron trasladados al vapor Sister.

El día 20 de agosto de 1936 se celebró el Consejo de Guerra. El mismo día se dictó la sentencia y se les condenó a muerte; el tribunal les concedió, como medida de gracia, a la espera, casi sin esperanza, del indulto solicitado, pasar la noche juntos en la prisión con un cura para la confesión. Al amanecer del día 21 se ejecutó la sentencia. No hay, con tanto odio, lugar a la clemencia. Al menos, fueron fusilados oficialmente, no como otros muchos casos de militares, religiosos o políticos, de uno y otro bando, que salían de esta prisión, u otras, para ser asesinados; sin la necesidad formal de hacer el paripé, fingir o escenificar un juicio con la sentencia predeterminada y escrita. Era el resultado directo, como represalia, de las mismas acciones, u otras peores, de las tropas «nacionales» o de las «rojas», según qué caso. Corrían tiempos terribles. Los dos bandos practicaban el mismo ritual, compitiendo en ferocidad. Era el principio de una carnicería espantosa. El desenlace del odio acumulado durante años, siglos tal vez, por generaciones enteras, de grupos e individuos observándose con recelo desde posiciones irreconciliables, vigilándose desde la distancia de clases sociales enfrentadas sin remedio, sin arreglo posible.

Al llegar a Cádiz a finales de septiembre de 1936, tras abandonar el presidio malagueño, sorteando una peligrosa andanza, el jesuita Francisco García Alonso fue invitado a dar una conferencia radiada sobre su cautiverio. Poco después, algo más trabajada la trágica historia, publicó un opúsculo titulado «Mis dos meses de prisión», cuando Málaga aún gemía–según su autor– bajo la tiranía roja.


El Sánchez Barcáiztegui

El destructor Sánchez Barcáiztegui (SB) era la unidad más antigua de la serie Churruca, uno de los modernos buques de la Marina de Guerra Española, encargados en julio de 1922 durante el gobierno de Miguel Primo de Rivera y construidos por la Sociedad Española de Construcción Naval en Cartagena.
La S.E.C.N., a pesar de su nombre, era propiedad de las empresas británicas John Brown &Co, Vickers Limited y Sir WG Armstrong Whitworth & Company que aportaban, además de capital, conocimientos técnicos y asesoramiento empresarial a un grupo reducido de inversores españoles, entre los que destacaba el Marqués de Comillas, familia enriquecida gracias al tráfico de esclavos y al comercio de azúcar en la isla de Cuba. Tanto el diseño de los buques como su tecnología se inspiraban en la serie «Scott» de la Royal Navy. Las dos turbinas Parsons y las cuatro calderas tipo Yarrow, transmitían hasta 42.000 caballos a dos hélices que desplazaba una estructura de acero de 1.800 toneladas a plena carga, El barco tenía 101 metros de eslora, 9,6 metros de manga y 3,3 metros de calado y una autonomía de 4.500 millas náuticas, a una velocidad de 14 nudos. Estaba dotado con cinco cañones Vickers de 120 milímetros, un cañón antiaéreo de 76,2 milímetros, cuatro ametralladoras de 7 milímetros y una doble de 13,2 milímetros.

Victoriano Sánchez Barcáiztegui (1826–1875) era un marino nacido en el Ferrol. Siendo ayudante de Campo de Alfonso XII, fue nombrado, siendo Teniente de Navío, jefe de la escuadra que operaba en el Cantábrico durante la tercera guerra carlista. Murió en acto de servicio cuando, desde el puente de mando del vapor Colón, dirigía un bombardeo sobre Motrico. Un cañonazo desde las baterías en tierra de los partidarios de Carlos VII le mató en el acto. La bala de cañón, tan certera y en su precisa trayectoria, interceptó el cuerpo del Comandante del buque abriéndole un agujero tan grande en el abdomen que lo partió en dos. Murió el bravo Sánchez Barcáiztegui en el puente, con las botas puestas, al mando de un grupo de bravos marinos españoles y frente a un ejército, integrado, igual que él, por españoles.
En su honor, dos buques de la Armada de Guerra española llevaron su nombre; el más conocido es el destructor en el que hizo su última travesía Juan Soler–Espiauba. Sin embargo, la tragedia del Sánchez Barcáiztegui, la fatalidad de ese nombre, había empezado sesenta años antes con la botadura de otro buque bautizado de la misma manera.


El primer barco denominado como Sánchez Barcáiztegui era un navío a hélice de la marina de guerra española que se construyó en los astilleros de Toulon, Francia, por la casa armadora de los señores Chantiers y Conrad. Su botadura tuvo lugar, según la prensa de la época, el 23 de marzo de 1876, apenas un año después de la muerte del marino gallego al que debería su nombre. El buque, catalogado como crucero de tercera clase, además del aparejo de tres palos para navegación a vela, lo que le daba una imagen muy marinera, tenía una máquina de vapor que movía la hélice, según las especificaciones técnicas, con una fuerza de 1.000 caballos. Era de hierro y, con 72 metros de eslora, 9,10 metros de manga y 4 metros 80 centímetros de calado, pesaba 935 toneladas; montaba tres cañones Plasencia de 16 cm., dos cañones Krupp de 7,5 cm. y dos ametralladoras. Este bellísimo buque de guerra se hundió en la bahía de la Habana el 18 de septiembre de 1895, a las 11 y media de la noche, al chocar con un vapor de pasajeros y mercancías nada más iniciar las maniobras de salida del puerto, embocado el canal, con la máquina muy moderada con la proa puesta hacia el mar Caribe. El mar estaba tranquilo, las estrellas titilaban, luminosas e impenetrables, en el firmamento. El barco se dirigía en una misión especial, y hay quien asegura que secreta, contra el desembarco de efectivos del autodenominado ejército cubano o contra los filibusteros, como gustaban llamar los militares, los políticos y la prensa peninsular a los insurrectos cubanos y a los barcos yanquis que les ayudaban en la guerra de independencia contra la metrópoli. De la operación se había encargado en persona el jefe de la escuadra del Caribe. La prensa de la península, en su totalidad, se hizo eco del desastre. La primera noticia de La Vanguardia, en su sección de noticias por telégrafo y teléfono, se refiere al suceso y hace una primera estimación de 41 tripulantes muertos o desaparecidos.

En realidad, fallecieron 32 tripulantes, incluidos el Comandante general del Apostadero de la Habana y de la Flota del Caribe, Contralmirante D. Manuel Delgado Parejo, número seis del escalafón general de la Armada, y el comandante del buque, Capitán de Fragata Sr. Francisco Ibáñez y Varela, sobrino del célebre escritor Juan Varela. Además de los mencionados, fallecieron el alférez de Navío, Abelardo Soto Moreira, el contador del buque, D. Gabriel Puello Fernández, el facultativo de a bordo, D. Faustino Martínez Díez, dos maquinistas, un segundo condestable, un carpintero calafate, un fogonero de primera, cuatro fogoneros de segunda, nueve marineros de segunda, un sargento y ocho soldados de Infantería de Marina. Las muertes se debieron, casi en su totalidad, al ataque de tiburones toro y cabeza de batea que eran muy numerosos en aquella época en la costa y en el puerto de La Habana. Las lanchas de salvamento no pudieron rescatar los cuerpos de todos los marinos fallecidos en el naufragio.

Los cuerpos que se pudieron recoger estaban despezados y les faltaban alguno o todos los miembros. Durante los días siguientes, los pescadores criollos que acostumbraban a faenar en el litoral habanero, se dedicaron con afán a coger tiburones por si encontraban en el vientre de esos animales restos de los infortunados marineros. No fue estéril la faena ya que al abrir el vientre de dos de esos terribles escualos aparecieron varias piernas, brazos y un gran número de huesos humanos; esos despojos humanos fueron enterrados, juntos y revueltos, en una fosa común en el cementerio Colón de la capital cubana. No se pudo encontrar nunca la cabeza del Capital de Fragata, D. Francisco Ibáñez. El jefe del Apostadero fue enterrado en una tumba propiedad de la familia del armador del buque contra el que había colisionado el Sánchez Barcáiztegui, el Conde de Mortera. Lo que sí se rescató, contratando buzos americanos, fue la caja de caudales que contenía, según las informaciones de la época, 8.000 pesos de oro. Pocos días después, el 30 de septiembre de 1895, cuando aún no se había recuperado la marina de Guerra española del disgusto por el luctuoso suceso del Sánchez, ni la sociedad más españolista de La Habana había dejado de hablar del espléndido funeral del Jefe del Apostadero, varó el crucero a vapor Colón en unos arrecifes conocidos como Los Colorados, un paraje del litoral cubano de la provincia de Pinar del Río, cercano al Cayo Buena Vista. El buque de guerra también se perdió, aunque no hubo que lamentar pérdidas humanas.

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Al estallar la sublevación militar de 1936, el segundo de los buques bautizados como Sánchez Barcáiztegui se encontraba en la base naval de Cartagena. Su oficialidad estaba compuesta por el comandante del buque, D. Fernando Bastarreche, Capitán de Fragata; D. Rafael Cervera, Capitán de Corbeta; D. Carlos Fullea y D. Juan Soler–Espiauba, Tenientes de Navío; y D. Manuel Sainz Chan, Alférez de Navío.

Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba, recibió su primer nombramiento como Guardia Marina el 14 de agosto de 1923, ingresando en el servicio el primero de septiembre de ese mismo año. El 1 de septiembre de 1928 ascendió al empleo de Alférez de Navío. El 28 de noviembre de 1929 se encontraba destinado en el cañonero Canóvas del Castillo. Desde el 9 de diciembre de 1931, prestaba servicio en el buque de salvamento de submarinos Kanguro. El 1 de julio de 1934 alcanzó el empleo de Teniente de Navío. Consta que el 21 de julio de 1935 estaba destinado en el crucero Méndez Núñez. El 17 de julio de 1936 formaba parte de la oficialidad del Sánchez Barcáiztegui.

CONTINÚA...
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* Primera parte del capítulo del libro Crónica de un viaje al ayer dedicado a la trágica aventura del abuelo del alcalde, Juan Soler-Espiauba y Soler-Espiauba, escrito con motivo del aniversario del fusilamiento el día 21 de agosto de 1936 de la oficialidad del buque de la Armada de Guerra Española Sánchez Barcáiztegui.