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24 de enero de 2013

Ignacio Negrín Núñez: marino, cronista y poeta del mar

Grabado publicado en 1881, basado en un cuadro de  Juan García Martínez 


Ignacio de Negrín y Núñez fue un destacado marino, ensayista, poeta romántico, jurista, conferenciante, dramaturgo y cronista, fallecido en Getafe en 1885. La mayoría de las fuentes indican que Ignacio de Negrín nació en Santa Cruz de Tenerife el 27 de enero de 1830, aunque El Almanaque de la Ilustración de 1874 indicaba que nació el 26 de enero de 1826. No podemos confirmar tal extremo. Son mayoría las referencias a la primera fecha. Tampoco hemos sido capaces de ponerle rostro a pesar de nuestra búsqueda en hemerotecas y libros. Ignacio era hijo de Fernando Negrín y Josefa Núñez. Las primeras noticias escritas que se tienen de Ignacio [de] Negrín indican una pronta vocación humanista y una atracción superlativa por el mar que rodeaba su isla natal.

No sabemos el año exacto en que arribó a Getafe, ni la causa de esta elección, aunque es posible que se debiera a la recomendación de su médico. Getafe en aquella época era una villa tranquila, catalogada como lugar propicio para muchos enfermos por su ambiente rural, sus huertas, la calidad de sus aguas y sus aires benéficos; y además, ese pequeño paraíso en el que se cultivaba el trigo, la cebada, la avena, los garbanzos, las algarrobas y hortalizas como alcachofas, pepinos, habas, tomates y melones; también había vides y olivos. El villorrio solo distaba dos leguas del bullicio de la capital del reino. Pascual Madoz, que veintitrés años después aparecerá de nuevo en esta historia, publicó en 1847 su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de los pueblos de España en el que cita a Getafe asegurando que «es una extensa llanura al oeste de la capital y sobre la carretera que dirige desde la misma a Toledo; le combaten libremente todos los vientos, y su clima, algún tanto frío, es sano, no conociéndose otras enfermedades que las comunes o estacionales. […] Sus calles están empedradas, pero de una manera irregular, que en tiempo de lluvias se forman balsas de agua, y hay guijarros tan salientes que hacen penoso el tránsito por ellas». Madoz nombra, entres sus edificios más notables, el Hospital de Beneficencia [de San José] fundado por Alonso Mendoza, el Colegio de los PP Escolapios, la iglesia parroquial de Santa María Magdalena que se acabó de construir en 1645 y que es elegante y de buen gusto: la sacristía forma un cuadrilongo bastante espacioso y hay en ella una buena cajonería de nogal…, la iglesia auxiliar [chica] de Santa Eugenia, las ermitas de San Isidro, de la Concepción y la de Nuestra Señora de los Ángeles, «el edificio es bonito, y a la imagen tienen especial devoción: se ha practicado en el cerro un camino bastante cómodo y suave, con el objeto de bajar y subir todos los años la referida imagen en una magnífica carroza…». Según Pascual Madoz, «este pueblo tiene concedida la gracia de celebrar una feria en los días 27, 28 y 29 de agosto».

No parece nuestro protagonista, Ignacio Negrín Núñez, un lobo de mar, aunque tampoco era, se pudiera decir, un ratón de biblioteca. Desde muy joven inició una importante carrera profesional en el cuerpo administrativo de la Armada, compaginando su profesión militar con la necesidad de escribir y comunicar; además, fue traductor del Depósito Hidrográfico de la Marina y autor de varias obras de derecho marítimo. En 1847, con diecisiete años [?], se embarcó como piloto en el bergantín Soberano. Ese mismo año publicó en el periódico local [de Tenerife] La Aurora una poesía titulada A un buque náufrago. Su primera obra de cierta envergadura fue el cuento fantástico Tres muertes por un amor. Ese mismo año publicó un ambicioso Ensayo poético sobre la conquista de Tenerife, poema narrativo de tema legendario escrito en octavas reales, serventesios, silvas, quintillas, octavillas y liras. Convertido en redactor de esa publicación sufrió su primer revés al perder una querella por injurias interpuesta por la redacción de su competidor, el semanario local de Tenerife El Eco de la Juventud, siendo condenados los redactores de La Aurora a tres días de arresto en la cárcel pública, diez duros de multa y las costas del juicio. Es un año es de cruel recuerdo para el joven Negrín; además de esa disputa periodística, el 8 de julio de 1847, perdía a su madre, Josefa Núñez, hecho que le marcaría profundamente. Ese mismo año publicó una elegía en su memoria: Un recuerdo a mi madre; el dolor por su pérdida estará siempre presente: en años sucesivos recordaría esa fatídica fecha con poemas como Los sepulcros (1848), Conmemoración (1862), Conmemoración (1864).

En 1848 escribió dos dramas: Gonzalo de Córdoba y El conde de Villamediana, que se estrenaron en el Teatro de Santa Cruz de Tenerife, y otros poemas como A la música, A mi querido amigo D. José Desiré Dugour. Al año siguiente, continuando con su carrera militar, ascendió al empleo de segundo piloto y en 1853 a alférez de fragata. En 1856 se le concede el grado de alférez de navío; y en 1858, el de Oficial tercero del Cuerpo Administrativo de la Armada.

El 10 de febrero de 1859 embarcó en Cádiz en la corbeta de guerra «Narváez», bajo el mando del teniente de navío Casto Méndez Núñez. El barco había sido destinado al Apostadero de Filipinas. Antes de enfilar su proa hacia el Pacífico, hizo sendas escalas en Tenerife, donde Negrín aprovechó para publicar [el 16 de febrero] el Eco del Comercio un poema de salutación titulado Mi Patria, y en la isla de Fernando Poo, actualmente Bioko en el golfo de Guinea Ecuatorial, donde desembarcó Negrín. A su llegada a la colonia, tomó posesión del cargo de Contador y Guarda-Almacén General de pertrechos. En 1867 publicaría en la revista La Marina un artículo sobre la isla africana titulado Breves Apuntes de Fernando Poo.

Ignacio Negrín  Núñez regresó a España a finales de ese año. En 1860 es nombrado redactor-traductor del Depósito Hidrográfico, trasladándose a Madrid donde publica el libro de versos La poesía en el mar, el más popular de este romántico canario. La primera edición de este libro estuvo plagada de erratas «sin que el autor pudiera intervenir en la corrección de las pruebas». En 1861 publicó tres libros: El derrotero de las costas occidentales de África, Elementos de Administración de Marina y Estudios sobre el derecho internacional marítimo, que le valieron ser nombrado Caballero de la Orden de Carlos III. Sus buenas relaciones con el Almirantazgo y con el Ministro de Marina le valieron para que varias de sus obras se convirtieran en libros de texto; La Correspondencia de España publicó el 19 de febrero de 1861 que su libro Elementos de Administración de Marina, había sido adoptado por el Ministerio como texto obligado en las academias para oficiales cuartos y meritorios. Hizo traducciones del italiano, del francés y del portugués. En 1862, se hizo cargo, previa autorización, del Boletín de Administración de la Armada, junto a Juan Bautista Blanco y Antonio Ruiz Alcalá

El 23 de julio de 1863 partió en la fragata «Blanca» [Reina Blanca de Navarra] hacia América, tomando parte en la guerra de independencia de Santo Domingo; allí recibió su bautismo de fuego en la batalla de Monte-Christi donde su fragata fue atacada por las baterías costeras de la artillería enemiga. En 1866 fue nombrado Secretario de Orden del Apostadero de La Habana, cargo que ocuparía hasta 1869. Durante su estancia en la capital cubana, pudo sacar a la luz una segunda edición, corregida y aumentada, de su libro más popular, La poesía en el mar, en realidad una «colección de cuentos marítimos en verso». El libro se imprimió en los Talleres Mencey de La Habana en el verano de 1866 y su autor se lo dedicó a los «bizarros marinos de la escuadra del Pacífico». Así expresaba su admiración por el jefe de la escuadra española durante la guerra de independencia de Chile, Casto Méndez Núñez, y del resto de marinos que intervinieron en aquella campaña. Eran tiempos de grandes marinos entre los que destacaban, además de Méndez Núñez, Sánchez Barcáiztegui y otros.

Negrín lee a Zorrilla, a Espronceda y a Lord Byron. Sebastián Padrón Acosta, cura y escritor canario, dedicó un capítulo de su «pequeña enciclopedia» de poetas isleños publicada en 1966, a la obra del poeta del mar. «Mientras Negrín empuña el timón de su bergantín clava sus ojos de soñador en el Atlántico, y su fantasía trama las fábulas de sus cuentos… En sus viajes a través de los mares, pensará en el pirata que ha visto en los versos del poeta inglés… Y por las olas de sus versos pasan bergantines, negreros y piratas. Encendido por el fuego de soles tropicales, pinta a sus lectores las aventuras gozadas en sus mares». Dice el mismo autor que «el mar de Negrín –contrario al mar disecado y académico de algunos autores anteriores–, es un mar auténtico, que ruge, que salpica con sus espumas, que huele a sal y a marisco, que tiene algas, yodos y sales; es un mar de negreros, de corbetas, de bajeles, de piratas, de bergantines...».

Embarque de la comisión  parlamentaria que se desplazó a Italia en busca de Amadeo I



Crónica del viaje a Italia

En noviembre y diciembre de 1870 formó parte de la comisión que fue a buscar al rey «electo» por las Cortes Constituyentes escribiendo por encargo de José María de Beránger y Ruiz de Apodaca, ministro de Marina y presidente del Almirantazgo, la «Crónica de la expedición a Italia verificada por la escuadra española del Mediterráneo», minucioso relato del viaje de la legación del parlamento español a Italia para ofrecer la corona al príncipe Amadeo I de Saboya y traer al monarca a Cartagena. Ignacio Negrín es, en ese momento, Oficial segundo de Contabilidad del Almirantazgo y forma parte de la comisión del Almirantazgo. El libro se publicaría en 1871 en los talleres de Miguel Ginesta de Madrid y empieza así:

«La célebre sesión de las Cortes Constituyentes españolas, celebrada el 16 de noviembre de 1870, produjo la elección del príncipe Duque de Aosta, hijo segundo del rey Víctor Manuel, para Monarca de las Españas. Como consecuencia de este acto, las Cortes nombraron en el mismo día una comisión de su seno, compuesta del Presidente, veinticuatro Diputados y tres secretarios, para trasladarse a Florencia con objeto de poner en mano del futuro Rey el Acta de su elección; a cuyo efecto mandó alistar la escuadra del Mediterráneo, surta en Cartagena, donde había de embarcarse la Comisión parlamentaria con rumbo hacia las costas de la península italiana.»

Ignacio Negrín desarrolla en 176 páginas un relato minucioso de de la misión diplomática y política, ejerciendo como enviado especial y cronista por encargo. Desde el principio ofrece detalles como la duración del trayecto en el tren correo de Madrid a Cartagena. La expedición del almirantazgo, –de la que formaba parte Ignacio Negrín–, estaba encabezada por el ministro de Marina, Sr. José María de Beránger, y salió de la estación de Mediodía de Madrid el miércoles 23 de noviembre de 1870 a las ocho de la tarde; llegaría a Cartagena el jueves 24 a las tres de la tarde. Ese día, el jueves a las 10 de la noche, salía un tren especial hacia Cartagena con la Comisión de las Cortes Constituyentes encabezada por su presidente, D. Manuel Ruiz Zorrilla, siendo recibida a las 3 de la tarde del día siguiente por las autoridades militares del departamento (el tren tardó lo mismo, aún saliendo dos horas más tarde, ya que no hacía las mismas paradas). Tras su llegada, la recepción y los primeros discursos, la comisión de diputados «pasó a tomar un ligero refresco en el elegante ambigú preparado por el comandante», Almirante D. Carlos Valcárcel. Acabado el refrigerio, se embarcaron en los distintos buques dispuestos para la ocasión. El ministro de Marina y el presidente de las Cortes subieron a la fragata a hélice Villa de Madrid, buque del Almirante. Tras saludar con quince cañonazos, se arrió la insignia del Almirante, y se arboló el estandarte Real al tope mayor saludándolo con siete vivas a España y veintiún tiros de ordenanza, repetidos por las fragatas blindadas Victoria y Numancia, naves a donde habían sido asignados los distintos miembros de la Comisiones políticas y militares.

Ignacio Negrín se esforzó, vista la importancia de la misión para el destino de la patria, en pormenorizar cualquier detalle del viaje. Tras instalarse en los barcos, se procedió a servir la cena en la espaciosa cámara de la fragata capitana. La crónica precisa el protocolo y el lugar de los distintos comensales en función de su importancia: «La mesa, en forma de martillo, estaba profusa y elegantemente servida». Estaba presidida por Zorrilla, quedando a su lado otras autoridades militares; en frente, el ministro de Marina, Sr. Beránger, dando la derecha al embajador de Italia, Sr. Marcelo Cerruti, y la izquierda al diputado Pascual Madoz. Fue este último el que, tras los postres, «largó» el primer discurso agradeciendo a los militares la recepción de la Diputación, «representantes de la soberanía del país a los que tenían la honra de alojar en sus bajeles». Después brindaron el marqués de Sardoga, el ministro de Marina, y los diputados Víctor Balaguer, Luis Alcalá Zamora y otros. Por último se levantó el presidente del parlamento que expuso en un «largo y notable discurso» las esperanzas que abrigaba de ver realizada la gran obra de las Constituyentes con la coronación del futuro monarca. «Terminada la comida, y después de tomar café en la cámara alta, se disolvió la reunión. Eran las once de la noche».




A día siguiente partieron los tres barcos. El Villa de Madrid era una fragata de madera construida en Cádiz en 1862 que movía las hélices con una máquina francesa de 800 caballos, seis calderas y veinticuatro hornos. En sus depósitos cabían de manera holgada 750 toneladas de carbón, combustible suficiente para navegar casi diez días a toda velocidad; tenía montados 42 cañones rayados de diferentes calibres, además de obuses y el armamento ligero de la infantería de marina. Las otras dos naves que componían la flotilla, las fragatas blindadas Victoria y Numancia, habían sido fabricadas en astilleros de Inglaterra y Francia respectivamente. Cada una de ellas contaba con motores de 1.000 caballos de vapor cada. La fragata Numancia había sido el primer buque blindado en dar la vuelta al mundo bajo el mando del citado Casto Méndez, fijándose en su honor el siguiente lema [latinajo]: «Enloricata navis que primo terram circuivit»; estaba dotada, además de la máquina de vapor, con un aparejo de 1864 metros cuadrados; en sus depósitos de combustible se podían acumular con normalidad 1.100 toneladas de carbón. En ese año de 1870 estaba armada con 16 cañones de ánima lisa y 9 rayados.

Llegados a este punto, tenemos que señalar, como curiosidad, que entre la tripulación del Villa de Madrid cumplía servicio también el Comisario de Marina y oficial primero del Cuerpo Administrativo, el mismo al que pertenecía Negrín, D. Ramón Soler-Spiauba, antepasado del alcalde de Getafe, Juan Soler-Espiauba. El comandante del buque durante la expedición en busca del nuevo rey fue el capitán de navío D. Eduardo Butler.

A las ocho de la mañana del sábado 26 zarpó la flotilla con rumbo a Italia. Negrín se permite, a lo largo de la crónica, bastantes licencias poéticas: «El tiempo era magnífico, la mar semejaba un espejo, y el cielo claro y despejado, parecía augurar una navegación tranquila, a despecho de la estación ya muy adelantada». Tras cuatro días de navegación tranquila, por «un mar de leche» y con un tiempo «bellísimo», la flotilla fondeó en Génova donde pasaron tres días entre recepciones, comilonas y discursos. Desde allí la Comisión tomó el tren hacia Florencia, la capital de Italia, «que ilustró y embelleció durante dos siglos la dinastía de los Medicis».

Hace una pausa el cronista, extasiado por la belleza de Florencia y de la Toscana: «Bien lo merece la ciudad acariciada por las leves ondas del Arno». Negrín ofrece un ligerísimo repaso por la historia, los personajes, los monumentos y los paisajes de la ciudad toscana. Florencia tenía por esos días unos 143.000 habitantes. Los diputados y militares españoles llegaron a la ciudad de Dante el día 3 de diciembre. Al día siguiente, fecha prevista para entrevistarse con el Rey de Italia, los termómetros marcaban tres grados bajo cero y «el aire, extremadamente frío y sutil, penetraba hasta la médula de los huesos». El monarca italiano recibió a los diputados españoles en el Palacio Pitti, un escenario cuajado de obras de arte, «prodigios de inspiración». El Rey, Víctor Manuel II, estaba acompañado de sus tres hijos, Amadeo, duque de Aosta, –futuro Rey de España, y los príncipes Humberto y Carignano. El presidente de las Cortes, Manuel Ruiz Zorrilla, leyó un breve discurso que resumía el ofrecimiento del parlamente español y que terminó, como no podía ser de otra manera, exclamando con patriótico entusiasmo: ¡Viva Amadeo I, Rey de España!, grito que fue repetido por todos los presentes. Y vuelta a las comilonas. Ese día, el 4 de diciembre, por la noche tuvo lugar un banquete en el palacio Pitti al que asistieron 150 invitados. «La comida fue espléndida y admirablemente servida» en un salón lleno de lámparas de araña y candelabros.

El día 5 fue de asueto para la comitiva. El frío espeluznante de los días anteriores había concedido una tregua, amaneciendo con un sol propicio para el turismo en Florencia. Al día siguiente, más banquetes, más recepciones, brindis y discursos. Los parlamentarios fueron invitados por Amadeo a la representación de la ópera Jone, del maestro Petrella en el Teatro de la Pérgola. Acabada la representación el futuro Rey de España se trasladó en tren hasta Turín para despedirse de su madre. El día 7, la municipalidad de Florencia invitó a la comisión a otro banquete en el Palacio Corsini. «Durante la comida, cuyo servicio y exquisitos platos nada dejaron que desear, la banda de música del príncipe Amadeo ejecutó las siguientes piezas musicales: Himno de Riego; Marcha triunfal en homenaje al Rey de España; Lisboa, potpurrí; Saludo a la Diputación Española (marcha); Terceto final de la ópera Marco Visconti; una mazurca y otras piezas». Y más discursos.

El día de la patrona de España y fiesta de la Inmaculada, 8 de diciembre, la expedición parlamentaria española partió de Florencia. Era una mañana fría y lluviosa. Algunos diputados se acercaron a Milán donde el Príncipe Humberto los invitó, –claro está– a un banquete y a una representación en el teatro de la Ópera de La Scala.

De vuelta a Génova, Ignacio Negrín nos depara «otro paseo turístico» por la capital de la Liguria. Un gran número de diputados regresan a España vía Niza. Queda una pequeña comisión que acompañará al nuevo monarca hasta Cartagena. Estaban tristes los diputados no solo por abandonar la bella y «sabrosa» Italia, sino por dejar atrás al diputado Pascual Madoz, presa de un ataque de asma. El cronista regresa a Turín donde estaba el futuro rey y nos incluye en el relato la guía turística de la ciudad piamontesa. El domingo, 11 de diciembre, mientras la legación española asistía a un nuevo convite en Turín, el ministro de Marina recibía un telegrama anunciando el fallecimiento de Madoz. Aparecían sombrías y fúnebres nubes en el horizonte de la expedición. El día 15, con la flota amarrada en la bahía de Génova, fallecía de manera repentina un marinero en el buque Villa de Madrid, a causa de un derrame; a pesar del suceso, continúan los encuentros protocolarios entre las autoridades civiles y militares italianas y las españolas. El día de Nochebuena, anclada la flotilla en el puerto de Spezzia, los italianos organizaron un baile en el Casino de esa ciudad al que asisten, en palabras de nuestro «humilde» cronista, lo más selecto en belleza y elegancia de esa ciudad: «muchas damas, cuyos elegantes vestidos y graciosos peinados realzaban aún más los encantos de su natural belleza».

El nuevo Rey de España pisó por primera vez «la patria» al subir a la fragata Numancia el día 26. Tras el reglamentario banquete, las chimeneas de los buques españoles empezaron a escupir columnas de humo espeso y negro. Durante la travesía, de cuatro a cinco días, la flotilla real se dispersó; el día 30 arribó a Cartagena Amadeo I de España a bordo de la Numancia; el 31, un día después, llegaba el cronista de la expedición a bordo de la fragata Villa de Madrid. Lo primero que hizo el único rey elegido democráticamente en España a su llegada, tras cumplir con el protocolo y saludar a las autoridades militares, fue visitar el Hospital de Caridad de Cartagena al que realizó un donativo de 13.000 reales. Los vecinos de la ciudad murciana daban vivas al Rey y le arrojaban flores. El día 31, el rey tomó el tren hacia Murcia, pasando por Albacete y llegando hasta el Real Sitio de Aranjuez donde pernoctó la noche del día 1 de enero de 1871. Amadeo I de España entraba en la Villa y Corte el 2 de enero, un día crudo y desapacible de invierno. El mismo día que llegaba, fallecía tras un atentado en Madrid el General Juan Prim, propulsor de la idea de elegir un nuevo rey y principal valedor del italiano. No era un buen presagio. El horizonte volvía a teñirse de negro; al aire ondeaban los fúnebres andrajos de una España que naufragaba. El cronista Ignacio de Negrín intuía, desde esos momentos iniciales del reinado de Amadeo I, que sería «una senda difícil de recorrer con grandes obstáculos que sortear». Aunque aseguraba al final del librito que el nuevo monarca contaba con dos cosas a su favor: «honradez de corazón y severidad de costumbres». No sería suficiente en un país que parecía «una jaula de locos». En febrero de 1873, dos años después de su llegada, fue «despedido» por las mismas Cortes que le habían elegido.

Es posible, solo como hipótesis, que tras su regreso de las colonias americanas a España Ignacio Negrín trasladase su residencia de Madrid a Getafe en busca de un ambiente más tranquilo y sano para su familia.


El Ateneo Militar

Durante el siglo XIX tiene lugar una importante eclosión cultural, científica y literaria en las adocenadas clases militares, sobre todo en la Marina; un movimiento intelectual que había empezado en el siglo anterior con figuras como Vicente Toifiño, Alejandro Malaspina o Antonio Alcalá-Galiano y que se caracterizaba por una literatura militar en auge, una numerosa bibliografía de carácter técnico y una potente prensa militar. Los cambios que se producen en los ejércitos europeos, sobre todo el alemán, en el último tercio del siglo XIX se traducen en la necesidad manifiesta y urgente de regenerar el ejército y la armada española. En 1871, esta ola humanista y cultural se concreta con la fundación del Ateneo Científico del Ejército y la Armada, más conocido como Ateneo Militar. Ignacio Negrín, interesado en ese movimiento regeneracionista, está vinculado desde el principio a esta entidad. Aunque no figura –o al menos no tenemos constancia– en la primera reunión que celebrarían sus fundadores el 23 de abril de 1871, sí estuvo el día de su inauguración: el 16 de julio de 1871.

Ignacio Negrín figuraba como uno de los tres conferenciantes del programa preparado para la inauguración de esta institución, heredera de la idea del Casino Militar de Barcelona, según relataba el cronista de La Revista de España en su número de septiembre de 1871. El tema de la disertación de Negrín «no es otra que la justa alabanza de nuestras glorias militares de mar y tierra». El discurso del Sr. Negrín «se distingue principalmente por la galanura de la frase y por la grata y fácil entonación de sus periodos». El Ateneo Militar, se ubicó en la antigua Plaza de Santa Catalina, no lejos de la Puerta del Sol, pequeña plaza donde está la iglesia del Santo Niño del Remedio. Al acto de inauguración asistieron –según la prensa de la época– miembros del cuerpo diplomático, representantes de las Reales Academias, de la Universidad, de la prensa, exministros, senadores y oficiales del Ejército y la Armada, el gobernador militar de la provincia, el vicepresidente del Almirantazgo, el vicario general castrense y un representante del Ateneo de Madrid que en aquel momento presidía Antonio Cánovas del Castillo. El éxito del Ateneo Militar fue tal que en cuatro meses pasó de cincuenta a 249 socios, llegando en poco tiempo a los 900.

Ignacio Negrín fue conferenciante habitual del Ateneo Militar. La prensa anunciaba las distintas ponencias. El 3 de febrero de 1872, La Correspondencia de España anunciaba el tema de la conferencia de Negrín: «La caridad como verdadero progreso en el derecho de la guerra». El 29 de diciembre El Imparcial decía que en Enero, Negrín hablará sobre «Derecho marítimo». También colaboró en la Revista del Ateneo Militar. Esta institución desapareció en 1874 por falta de financiación a causa de su excesiva politización.
Otras obras de Ignacio Negrín, además de las ya citadas son: Ensayo poético sobre la conquista de Tenerife; Lo que puede decirse: sucinta memoria sobre la marina militar de España y causas de su desarrollo y decadencia; Estudios de Derecho Internacional marítimo (1861). Tratado elemental de Derecho internacional marítimo (1872). De esta última obra es este párrafo:

«Todo el mundo clama contra la guerra; apenas hay quien no relate y hasta exagere sus horrores; un coro universal entona la necesidad de suprimirla y mientras tanto, la artillería aumenta su potencia de una manera fabulosa; el fusil multiplica la celeridad y el alcance de sus tiros; la ametralladora abre sus fuegos como un espantoso abanico incandescente para dejar tendidos en el campo no uno, sino millares de individuos; y como si estos medios no bastaran todavía para paralizar las fuerzas del enemigo; como si la humanidad, ó mejor dicho, las ciencias y la industria trataran de realizar cuanto antes el ideal sublime de Mauvillon, se apresuran á producir el torpedo, las balas asfixiantes y aplican a las operaciones de la guerra la glicerina, la dinamita y el petróleo. ¡Notable contradicción! ¿Pero qué es la humanidad sino una serie de contradicciones?»

La prensa se iba haciendo eco de sus ascensos. En 1881, El Diario de Avisos publicaba que D. Ignacio Negrín había sido nombrado ordenador de Marina del Apostadero de Filipinas, embarcando para el archipiélago el día 1 de marzo a bordo del vapor-correo «Barcelona». Su trayectoria militar culminó el 2 de febrero de 1883 cuando La Gaceta [Boletín Oficial] publicó un decreto con motivo de su promoción al cargo de Intendente General de Marina, máxima categoría del cuerpo administrativo de la Armada española. A finales de 1884, la Correspondencia de España publicaba que al intendente de Marina, D. Ignacio Negrín, se le había concedido cuatro meses de licencia por enfermedad.

En enero de 1885, el periódico La Época se hacía eco del real decreto por el que se le concedía la Gran Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco. Desde marzo a agosto de 1885 estuvo al cargo de la Intendencia de San Fernando en Cádiz, cesando el 13 de septiembre y pasando a la reserva del Estado Mayor de la Armada.

El Intendente general de la Armada española, Ignacio de Negrín y Núñez, varó los últimos años de su existencia en un bajío llamado Getafe. No sabemos cuáles fueron las razones para su traslado a esta villa. El cronista de Getafe Manuel de la Peña hizo una pequeña referencia a este personaje en su libro Las calles tienen su historia, aunque mantenía un error en su segundo apellido, nombrando al personaje Bustillo en lugar de Núñez. Manuel de la Peña creía que este ilustre poeta y marino se había trasladado a Getafe a causa de la recomendación de su médico, aunque nosotros no hemos podido comprobarlo en ninguna otra fuente. Manuel de la Peña no conocía la fecha de su fallecimiento que establecía "sobre el año 1873", entre otras imprecisiones; Negrín no era tampoco comandante del barco que trasladó a Amadeo a España como afirma erróneamente el desaparecido cronista oficial de Getafe; ni siquiera llegó a Cartagena –como él mismo narra– en el mismo buque que el «rey caballero».

Esquela publicada en  La Correspondencia 
Ignacio de Negrín y Núñez falleció en Getafe el 15 de noviembre de 1885. Sus albaceas comunicaron la luctuosa noticia al ministro de la Marina con el siguiente telegrama: «Tenemos el sentimiento de participar a V.E. el fallecimiento del Intendente del Cuerpo Administrativo de la Armada, Excelentísimo Sr. D. Ignacio de Negrín Núñez, ocurrido en la villa de Getafe el día 15 de corriente a las seis de la mañana». Al día siguiente aparecía en La Correspondencia de España una esquela anunciando su muerte, entierro y funeral. Cinco días después, el 20 de noviembre, La Vanguardia publicaba, en su página 2, una breve noticia del hecho.

Los albaceas testamentarios, su mujer  y su hija Mercedes, donaron el bastón de mando de Almirante al Cristo de la ermita del Hospitalillo de San José. Hoy, ese objeto, –tras buscarlo con cierto empeño– se nos antoja desaparecido del patrimonio religioso y cultural de Getafe. Tampoco el municipio le ha honrado ni reconocido como vecino ejemplar. El nombre de Ignacio Negrín, el gran poeta del mar, ni siquiera surca el callejero de este pueblo sin puerto.



AL MAR

[…]

Tus límites inmensos que abarca la tormenta
no puedes traspasarlos en tu soberbio ardor;
y el soplo que tus senos convulsos alimenta.
Se extingue al raudo soplo que emana del Señor.

Tú tienes tu lenguaje, tu música, tus ruidos,
Que expresan misteriosos tu insólito anhelar;
Si ruges, en los montes retumban tus bramidos,
Si lloras, en las playas rubricas tu pesar.

Yo entiendo tu lenguaje; yo al canto de tus olas
Mis penas incesantes, océano, arrullé,
Y al ver como en la tarde tu espuma tornasolas
El velo de una virgen sobre tu faz miré.

Yo soy de tu susurro la triste melodía,
La misteriosa endecha con fe a reproducir:
De tu furor los ecos cuando en la noche umbría
Desciende la centella tus senos a entreabrir.

[…]

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Capítulo del libro Crónica de un viaje al Ayer

15 de enero de 2013

Centenario de la muerte del ilustrador mexicano José Guadalupe Posada


"La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera,
morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera."

JOSÉ GUADALUPE POSADA
   
 

El ilustrador mexicano José Guadalupe Posada falleció el 20 de enero de 1913 en la capital de ese país americano. El próximo domingo se cumplen exactamente 100 años. A pesar de no estar relacionado directamente con Getafe, en varias ocasiones hemos utilizado sus ilustraciones y estamos, por ello, obligados con su obra y con este pequeño homenaje, no como un deber impuesto; con el placer de disfrutar de sus dibujos y grabados.

Don Lupe, como le conocían sus amigos, fue coetáneo del escritor getafense Silverio Lanza con el que compartió, uno desde la prosa y otro desde la ilustración, una visión del mundo crítica. También coincidió en el tiempo con otro gran ilustrador: el getafense Daniel Urrabieta Vierge. Guadalupe fue un artista innovador, no solo por los personajes y los temas, sino por su forma tan mordaz y espeluznante de tratar la sorda realidad mexicana de finales del siglo XIX y primeros años del XX.

José Guadalupe Posada nació en 1852 en San Marcos, la capital del estado mexicano de Aguascalienes; era hijo de un panadero. Guadalupe comenzó a publicar sus primeras viñetas de crítica política en el periódico local El Jicote. A los 20 años se traslado a León donde abrió un taller de litografía y en donde permaneció hasta 1888, año en el que se traslada a Ciudad de México. Allí aprendió las nuevas técnicas de grabar con plomo y zinc que llegaban desde Francia. Colaboró con numerosos periódicos y fundó otros. Fue implacable contra la tiranía, la opresión, la hipocresía y la miseria. Alabó a la república y la criticó. Honró con sus dibujos a la revolución y la repudió. Era un artista heterodoxo, atípico, disconforme; separado dela manada humana, pero defendiendo su dignidad con una obra molesta, inquieta y moderna. Guadalupe Posada era, como Silverio Laza, un raro.

Acabó arruinado y sin amigos. Su muerte pareció no importar a nadie. En un modesto ataúd inició su último viaje hacia la única zona gratuita del Panteón civil de Dolores, uno de los mayores cementerios de México capital. Siete años después, desenterrado sin que nadie reclamara sus restos, fue arrojado a una fosa común, junto a cientos de osamentas de otros miserables y olvidados. ¡Destino fatal e implacable!









El Fondo Díaz de León de la Colección Andrés Blainstein es un buen lugar digital para disfrutar con sus ilustraciones.

13 de enero de 2013

Filiberto Montagud, un artista polifacético. 4

Ángeles de Filiberto Montagud
Filiberto Montagud colaboró con otras entidades getafenses como la Congregación de la Virgen de los Ángeles. Gracias a su familia y en especial a Manuel Reverte Montagud y a su esposa Margarita Castro, que nos pusieron tras la pista y a la Real e Ilustre Congregación de la Virgen de los Ángeles que nos permitió hacer las fotografías, podemos revelar en esta publicación uno de los trabajos del insigne artista afincado en Getafe. Se trata de dos ángeles de gran tamaño pintados en tela sobre bastidor de madera formado al efecto. Las figuras aparecen prosternadas y fueron diseñadas para colocarse a ambos lados del espectacular monumento que antiguamente preparaba la Congregación delante del retablo de la iglesia de la Magdalena. Los ángeles de Filiberto, el izquierdo y el derecho, se mostraban durante esos días adorando a la Virgen del Cerro, como una preciosa y celestial guardia de honor.

Instalación antigua con la Virgen de los Ángeles y los custodios de Filiberto Montagud

Hace bastantes años que la instalación se redujo sensiblemente en cuanto a su tamaño y espectacularidad y con ello desaparecieron las dos figuras de la escena. Actualmente los piadosos ángeles custodian la sede de la Congregación postrados ante un gran crucifijo, esperando el día que ingresen en un museo y que, ocasionalmente, vuelvan por la pascua de pentecostés a ocupar su puesto junto a su señora, la Virgen de los Ángeles.

Montagud dejó Getafe en 1927, el mismo año en que murió su amigo y vecino Juan Bergua. Regresó a la capital, exactamente a un quinto piso de la calle Alameda, entre la calle Atocha y la de Huertas. La nueva residencia estaba cerca del Museo del Prado, el lugar más indicado para que un pintor tuviera su estudio. Allí cerca, además del la mejor pinacoteca del mundo, estaba el Círculo de Bellas Artes, a donde solía acudir por las tardes que no tenía compromisos para unirse a las charlas y tertulias. Filiberto Montagud figuró en el año 1933 como actor secundario en el rodaje de la película «Miguelón o el último contrabandista» dirigida por el también escultor Adolfo Aznar. Anteriormente, en 1929, había sido el responsable del set decorador de «El gordo de Navidad».

Apenas acabó la guerra civil, en 1940, falleció su esposa María Luisa Pérez. Filiberto, además de seguir pintando y esculpiendo, trabajó durante esos años como jefe de personal en la empresa Central Siderúrgica.

En 1945 publicó una recopilación de poemas bajo el título Del amar y del dolor. No es la poesía, a nuestro entender, lo más destacado de la obra de Filiberto; sin embargo reproducimos la primera poesía del libro y que, si mantuvo un orden cronológico, podríamos fechar en 1897.


Adiós

Hermosa, voy a partir,
cuán amargo es un adiós,
si no se puede decir
nos volveremos a unir
en algún día los dos.
Y qué triste es el amar
si llega la vida a ser
como las ondas del mar,
que agitadas sin cesar
no se pueden detener.
Con lúgubre presentir
las vemos tristes huir,
y el corazón se desmaya,
porque ¿quién sabe la playa
a donde irán a morir?


El escultor Juan Ávalos, ligado en el imaginario nacional al régimen franquista por su trabajo en el mausoleo de Franco, y que en realidad había sido republicano y socialista, organizó en julio de 1961 una cena de homenaje a Filiberto Montagud, «extraordinario pintor y dibujante. A ese homenaje asistieron, además de Ávalos y Montagud, muchas primeras medallas de la Exposiciones Nacionales de Pintura y Escultura como Ballester, Orduña, Mateu, Prieto, Gabino Amaya y Pinazo, entre otros. Toda una constelación de estrellas.

Filiberto Montagud murió en 1963, cuando contaba ochenta y seis años de edad. El periódico Dígame sacó el día 5 de marzo de ese año una pequeña reseña del luctuoso óbito, pasando muy brevemente por su trayectoria artística. «Pintó hasta el último día, –según recuerda su nieto Manuel Reverte Montagud–. Estaba muy bien; todos los días subía y bajaba varias veces los cien escalones que le separaban de la calle Alameda, de sus cotidianos paseos por El Prado y sus tertulias.

A veces, –como le pasaba a Silverio Lanza: que no vendía más que unos pocos libros y solo a sus amigos–, cogía un ejemplar de su obra «Del amar y del Dolor», se sentaba en algún banco frente al Museo del Prado o en el Parque de El Retiro y luego, al marcharse, olvidaba premeditadamente aquel libro de hermosas poesías por si allí, el poemario, atento desde su sobrevenida soledad a las idas y venidas de los jóvenes artistas que rondaban la pinacoteca y a las parejas de enamorados que caminaban a la sombra de los gigantescos árboles, encontraba a ese lector deseado y esperado».

Filiberto Montagud pintando un día de campo en El Pardo


Otros Montagud

La hija de Filiberto, la famosa «Luisita» que hiciera el saque de honor al inicio del primer partido del Getafe Deportivo, se casó en septiembre de 1941 con Manuel Reverte Ferro, hijo de un redactor del diario ABC. El primer hijo de este matrimonio, Manuel Reverte Montagud, nacido en 1942, se casó en el mes de julio de 1970 en la iglesia de la Magdalena con Dña. Margarita Castro Vara; sus hermanos, Paloma y Luis Federico Reverte Montagud firmaron como testigos del enlace. El periódico ABC publicó la correspondiente nota de sociedad.

Manuel Reverte Montagud, pintado por su abuelo
Manuel Reverte Montagud ingresó en el Cuerpo General de Policía, tras terminar sus estudios en la escuela, como subinspector de segunda clase, siendo el segundo del escalafón [BOE de 12 de julio de 1965]. En 1980 accede, como tercero de la oposición, a la escuela de mando del cuerpo Superior de Policía. En 1980 estuvo destinado en la comisaría de Irún. Manuel Reverte Montagud fue nombrado por José Luis Corcuera comisario general de policía Judicial en 1992. En 1996 fue nombrado subdirector general de gestión y recursos humanos de la Dirección General de Policía, cargo que ejerció hasta noviembre de 2004. Su hermano, Luis Federico Reverte Montagud, trabajó como periodista en la agencia EFE y aparecía como vocal de la Unión de Periodistas en 1982; falleció en agosto de 1999, a la edad de 55 años.

María Luisa Montagud Pérez falleció el sábado 11 de mayo del año 2002 a la edad de 89 años. Una parte de la familia de Filiberto Montagud sigue residiendo en Getafe y manteniendo viva su memoria artística.



Estos versos que escribí 
en horas de insomnio fue,
añorando cuanto amé
y también lo que sufrí.

No muere la persona que es amada

Muchas veces del Norte, el crudo frío,
las cumbres de la Sierra encanecieron,
y otras tantas, los campos florecieron
al perder, para siempre, el amor mío.

Sueño eterno de todos mis amores,
único bien de esta mi triste vida,
que no fue para siempre ya extinguida
al continuo sufrir de mis dolores
por la constante fe y amor que encierra
el recuerdo de su imagen, tan viviente,
que aunque su cuerpo murió, en mi mente
vive, lo mismo que vivió en la tierra.

Por que ella no ha dejado de ser mía,
ni con toda pasión, de ser amada.
No ha podido, jamás, ser olvidada
ni un instante de la noche o del día.

¡No has muerto, no, porque tú vives en mí!
¡No muere la persona que es querida,
la que muere es aquella que se olvida,
y... yo nunca me podré olvidar de tí!

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Viñeta de Filiberto Montagud publicada en el periódico Madrid Cómico

Las cuatro entradas dedicadas a Filiberto Montagud constituyen el capitulo del libro Crónica de un viaje al ayer dedicado a insigne artista ligado a Getafe. La mayoría de las ilustraciones se reproducen por cortesía de la familia Reverte Montagud; también nuestro agradecimiento a la Congregación de la Virgen de los Ángeles por permitirnos fotografíar los "Ángeles de Filiberto Montagud", custodios de la Virgen getafense. Los poemas forman parte de la antología "Del Amar y del Dolor".
Obras propias o en las que participó

  • Los celos de Amparo. Juguete cómico en un acto y en prosa. Filiberto Montagud y Luis de Diego. Sainete. Sociedad de Autores Españoles. Imprenta de R. Velasco. Madrid, 1911. Digitalizada por la University of North Carolina at Chapel Hill.
  • Del Amar y del Dolor. Poesías 1897-1945. Filiberto Montagud y Díaz. Editorial Perman. Madrid, 1945. 
  • ¡Jesús, que malas lenguas! Sainete lírico en un acto y tres cuadros. Filiberto Montagud y Díaz. Música de los maestros Quislant y Carbonell. Imprenta de Pedro Toll. Barcelona 1909. 
  • La senda triste. Vicente Almela. Ilustraciones de Filiberto Montagud. El cuento semanal, núm. 162. Autores hispanos. Madrid 1910.
  • No hay burlas con el casero. Joaquín Belda. Ilustraciones de Filiberto Montagud. El cuento semanal, núm. 198. Autores hispanos. Madrid 1910.
  • ¡Allí hace falta una mujer! o ¡lo que hacen 10.000 piastras kurdas! Zarzuela; con libreto de Filiberto Montagud y música del maestro Aroca.

Filiberto Montagud y el fútbol. 3

Saque de honor del partido disputado por la Sociedad Getafe Deportivo en mayo de 1923

El primer presidente del Getafe Deportivo

El sábado 19 de mayo de 1923, dentro del programa festivo en honor de la Virgen de los Ángeles, se inauguró el nuevo campo de fútbol de la Sociedad Getafe Deportivo; el terreno de juego estaba ubicado dentro del aeródromo. La entidad, constituida hacía poco tiempo, estaba presidida por Filiberto Montagud. El nuevo club de «foot-ball» concertó, para la ocasión, un partido amistoso contra la Internacional Deportiva de Madrid.

El flamante equipo getafense vestía uniforme azul; zarca la camiseta y oscuro el pantalón. Existe una teoría que explica o justifica el color de la equipación asegurando que se debía al mono azul de los obreros con el que también jugaban al fútbol al salir de las fábricas, aunque la hipótesis más plausible es que se debiera al color del manto de la Virgen de los Ángeles. En todo caso, el Getafe Deportivo representaba, con sus colores, las distintas sensibilidades del pueblo: el celeste y el ultramarino; el color de la devoción de los labradores y de los ricos propietarios, una incipiente «aristocracia del arado», por la virgen del Cerro de los Ángeles y el empuje de una clase obrera cada vez más numerosa, imprescindible para el progreso de las industrias instaladas en el municipio.

Busto en madera de Luisita Montagud Pérez
La hija del presidente, Luisita, que a la sazón tenía 11 años acudió arreglada para la ocasión, con una media melenita peinada a la última moda, un vestido de color blanco purísimo con ribetes celestes, zapatitos de charol y medias también blancas. Ella fue la encargada de dar el punterazo de honor por la Internacional, equipo al que había correspondido el saque inicial en el sorteo.

Luisita Montagud pasaba a la historia local de ese «bello» deporte de una sola, aunque grácil, patada al «esférico». La imagen que reproducimos, por gentileza de la familia Reverte Montagud, es un maravilloso documento gráfico de ese instante fugaz. El encuentro tuvo reflejo en la prensa nacional; La Libertad publicó, el 23 de mayo de 1923, la primera crónica –que tengamos conocimiento– del equipo de fútbol del municipio. El «once» del Getafe Deportivo, estaba formado por Martín, Rodríguez, Zugázaga, Calvo, Rusiñol, Pastor, González, Fenollar, Bueno, Queral y Ocáriz. La Internacional Deportiva de Madrid, el equipo contrario, presentó la siguiente alineación: Labandoehore, Salgado, Morales, Tárraga, Molinero (N.) Molinero (P.), Ovicia, Jiménez, Trifino, Pasca y Pérez.
La crónica de La Correspondencia de España era un poco más extensa y añadió unas pinceladas del juego y del espectáculo:

«Desde el primer momento dominaron los getafenses que, sin embargo, a la hora de chutar pierden el tiempo, recogiendo el balón los internacionales, que consigue introducir dos veces el balón durante el primer tiempo en la portería. 
En el segundo tiempo, Zugázaga cogió el balón en un avance precioso, se llevó el balón solito desde más de medio campo y consigue el único tanto de la tarde a favor de los getafenses, minutos antes de terminar el partido y cuando los contrarios se habían apuntado cuatro.
De la nueva sociedad se distinguieron Rusiñol, Zugázaga y el portero Martín, del cual se pueden esperar grandes cosas. El resto del equipo se mostro muy desentrenado y desconcertado».

El acto resultó brillante por la numerosa concurrencia y por la corrección de los equipos que se mantuvieron dentro de la más exquisita nobleza en la empeñada lucha que sostuvieron. El público salió encantado con el espectáculo ofrecido por el equipo de su pueblo, a pesar de la derrota.

Filiberto Montagud abandonó rápidamente el equipo de fútbol. Su proyecto inicial de Sociedad Deportiva se modificó al año siguiente con la intención de competir en la liga regional. El 4 de septiembre de 1927, tras cuatro años de existencia, se inauguró el nuevo campo de fútbol del Club Getafe Deportivo en los terrenos de la Dehesa Chica de Santa Quiteria, en el mismo paraje –frente al cuartel de Transmisiones– en el que aterrizó Vedrines en 1911, hoy también dentro de la Base Aérea.

Busto en madera de niño, posiblemente el hijo del que fuera alcalde,  Mariano Ron

Filiberto Montagud llega a Getafe. 2

Filiberto Montagud y su hija Luisita en el jardín de su casa de Getafe
Filiberto Montagud aterrizó en Getafe en 1912, apenas un año después que lo hiciera Vedrines. Llegó buscando un entorno más natural y sano que la capital donde criar a su hija recién nacida. Don Fili, sería conocido entre las gentes del pueblo como «el señor de la capa» por la prenda que gustaba vestir en invierno. Aunque la mayor parte de su actividad estaba en la capital, se convierte –tras la muerte de Silverio Lanza–, en una de las pocas referencias culturales del municipio.


La Región de Getafe

Como no podía ser de otra manera, en 1913 probó suerte con la prensa local y comarcal. En noviembre de ese año veía la luz La Región, revista quincenal independiente, «defensora de los intereses del partido judicial de Getafe». La redacción y la administración estaban ubicadas en su propia casa: calle Madrid 86 [Teléfono 31]. Barato pero peligroso.

Portada de uno de los ejemplares
La iniciativa no era novedosa, aunque sí arriesgada. Quince años antes que La Región, entre 1897 y 1898, circularon por la zona dos publicaciones: Los sábados de Getafe y La Crónica de los Carabancheles; la primera, de ámbito puramente local y periodicidad semanal; la segunda, al igual que La Región, era comarcal y «defensora de los intereses morales y materiales de estos pueblos y los del partido de Getafe». La vida de los periódicos y gacetillas locales era muy corta por aquel entonces. Los Sábados de Getafe duró muy poco y no sabemos de ningún archivo, ni persona, que conserve ejemplar alguno.

Se sabe de su existencia por la cita que hace La Crónica de los Carabancheles en la extensa noticia que publicó con motivo de la inauguración del tendido eléctrico en Getafe y en la que se hacía referencia a la presencia, entre otros, de Zapino, redactor de Los Sábados de Getafe. La Crónica de los Carabancheles fue el primer periódico comarcal de la zona sur madrileña; se publicaba tres veces al mes [los días 5, 15 y 25] y se editó durante trece meses, de julio de 1897 a julio de 1898.

La Región, de periodicidad quincenal, sin embargo, estuvo en la calle de manera interrumpida durante casi cinco años, desde noviembre de 1913 hasta mayo de 1918. La línea editorial de La Región era realmente independiente, influida tan solo por el carácter personalista de su dueño y director. El periódico, crítico con los caciques, arremetió contra las injusticias de los poderes sociales, económicos y culturales establecidos.

De los ejemplares que hemos leído, exactamente trece, hay que destacar sus disputas con la asociación La Piña a la que acusaba de «elitista» y de no querer trato con los campesinos, aunque algunos de sus componentes eran simples labriegos venidos a más; por el contrario, Filiberto elogiaba al Casino de la Unión Obrera. En uno de sus artículos, «soñando un pueblo mejor», imagina una pequeña utopía y anuncia de manera incisiva y picante que se han fusionado La Piña y el Círculo de Labradores; que funciona la biblioteca, que se dan clases de mecanografía y de dibujo, que se celebran exposiciones, además de bailes, incluso –dice el repórter en tono burlón– hay un sindicato al que todos los que tienen gallinas entregan los huevos que luego el sindicato vende en Madrid produciendo el doble que antes; incluso se organizan… Bueno, bueno, ¡Los sueños, sueños son!

Una de las notas destacadas de su línea editorial, pergeñada en los artículos de Filiberto Montagud, es la denuncia del caciquismo y de la corrupción que impera en España, y en Getafe, recogiendo así la reciente herencia de Silverio Lanza. Montagud se implicó con los problemas del municipio tanto que se presentó a las elecciones y resultó elegido concejal del Ayuntamiento.

En uno de sus artículos, el publicado el 15 de agosto de 1916, bajo el título «Remachando el clavo», escribió sobre el tema: «[…] Llegan las primeras elecciones y sale concejal con mayor número de votos que todos los que luchaban contra él. En seguida se buscan las mañas para que este individuo no pueda intervenir ni enterarse de la administración , no obstante de ser inmejorable, según afirmó una hoja impresa (anónima) que se repartió cuando las elecciones. ¡Este individuo es muy peligroso! Dice la verdad siempre, no tiene o tuvo hermanos, hijos, primos o hijos políticos boticarios a quienes favorecer legal o ilegalmente. No tiene parientes a quienes colocar en el municipio o a quienes proporcionar ingresos a costa del mismo».

Filiberto Montagud era un espíritu burlón que no dejó títere con cabeza, arreando cachiporrazos a diestra y siniestra con sus demoledores artículos satíricos, no exentos de un cierto regusto anarquista, que marcaron la ideología del quincenal. En el siguiente texto su amigo Roquebarcia se queja sobre la procesión de la patrona: – ¡Pobre Santa!

¿Pobre Santa? ¡Hombre, estás un si es o no es irrespetuoso..!

Todo lo contrario. Tú no ves el poco caso que se le hace en Getafe a su patrona. Mira, mira la procesión. Cuenta; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece y catorce personas, incluyendo al señor párroco, van en la procesión. ¿Tú crees que eso lo agradecerá la Virgen? ¿Tú crees que eso es venerar a la excelsa Patrona? En todas partes, el día de la Patrona del pueblo es día grande, de festejos sonados, por lo menos en pólvora; pero aquí, ya ves, una procesión de catorce personas y una banda de música de catorce reales, poco más o menos. ¡Nada lo dicho!

¡Pobre Patrona de Getafe, Santa María Magdalena!

El periódico contenía crónicas de los corresponsales habilitados en Parla, Pinto, Fuenlabrada, Torrejón de Velasco, Valdemoro, Ciempozuelos o San Martín de la Vega, que firmaban con pseudónimos como «El Coco Cantaclaro», «Lolita», «Fulano de Tal», «El Duende de Pinto» o «El Fantasma del Cebadero», este último usado por el propio Filiberto Montagud para separar su actividad pública como concejal y la de cronista o editorialista; el quincenal tenía también, además de las pertinente notas de sociedad, una sección de chismes y cotilleos bajo el epígrafe «Dimes y diretes».

Ilustración de Filiberto Montagud sobre los toros en Getafe (parece que inacabada)


Getafe y los toros

Filiberto Montagud luchó con denuedo contra las fiestas taurinas y capeas que se celebraban en Getafe y que concedían una pésima fama al municipio en media España desde hacía más de un siglo. En el programa de las fiestas locales de Getafe, en las que se programaban la correspondiente procesión y la verbena, destacaba sobre todo por los toros y los encierros. Mozos y vecinos bebiendo en las calles, peleando y corriendo vacas. Cualquier motivo, incluso el patriótico, era excusa para organizar una novillada con toros de muerte y toros de capea.

La primera noticia que tenemos de la desmedida afición de los getafenses por los encierros de toros aparece en el periódico satírico de política y costumbres Fr. Gerundio que en su «capillada» 146, de 24 de mayo de 1839, anuncia un viaje a Getafe para ver una corrida de novillos. «Mientras de todas partes se dirigen a S. M. (la Reina Regente María Cristina de Borbón) exposiciones de Ayuntamientos diciendo que sus ministros no valen dos higas y pidiendo la disolución de las Cortes, el Ayuntamiento de Getafe se dirigía a Fr. Gerundio invitándole afincadamente a que asistiese a la función de novillos que tenía dispuesta para el tercer día de esta pascua dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles. […] Y en medio de mis infinitas y perentorias atenciones gerundianas, me digné acceder a su solicitud, y ya que no pudiese decir echemos una cana al aire (porque mi cabeza está sin un pelo), dije echemos un día en Getafe».

Fr. Gerundio utiliza el viaje para criticar de manera ácida, mezclando las costumbres populares y la política, la situación del país y a sus ineptos gobernantes; «Getafe es en geografía lo que Juan Martín Carramolino [Prócer del Reino] en política; es decir, un pueblo adocenado y que no figura en el plano. Sin embargo, Getafe no lo es tanto que no sea hoy cabeza de partido; y Carramolino no solo no es cabeza de partido, sino ni aún cola, a lo que yo entiendo». Parece que el editor y cronista de Fr. Gerundio había tenido algún problema con el tal Martín Carramolino por que sigue: «Lo que sé es que si a Getafe le hicieran Corte, todos nos reiríamos de la ocurrencia, y diríamos y con razón que el que tal hiciera o estaba loco o estaba duermes. Pues ahí tienen ustedes a D. Juan Martín, que es como Getafe, hecho ministro de Gobernación, y la Virgen de los Ángeles sea con nosotros».

«A la noticia de la llegada de Fr. Gerundio, acudieron los tres brazos del pueblo, es decir la aristocracia getafense, el clero y la clase pechera». Sigue el relato con los obsequios que le hizo el municipio; entre ellos, el baile de ocho getafesas, bellas doncellas de ropajes blancos y trigueños rostros, acompañadas por el armonioso canto de un trovador, y sones de la dulzaina o churumbela soplada por los carrillos de un discípulo de Pan, de tal manera que «el fraile criticón», gracias a su imaginación gerundiana, se vio transportado a la Eólida, la Arcadia y la Mesenia griegas: «Getafe estaba hecho una Arcadia»; y los mozos de Getafe pobremente vestidos con andrajos eran como «mariscales del imperio».

Antes de seguir con la historia de Montagud, reproducimos un magnífico fragmento de esta revista en la que Fr. Gerundio describe la famosa fiesta de los toros en Getafe:
«Me tocó entrar en la plaza por una casa donde había una panadería de tahona: vi el pan preparado para meterle en el horno, y dije para mí acordándome de Jovellanos sin ser Jovellanos: «he aquí los pueblos de España; pan y novillos». Subí al gran palco-balcón-galería de las casas consistoriales, y luego que se colocó mi Paternidad entre el Alcalde y el Juez de primera instancia (que, sea dicho entre paréntesis, son dos dignos patriotas) se hizo la señal al timbalero y los clarines, que eran nada menos que tres, más que en la plaza de Madrid; y se dio principio a la corrida. Por supuesto que en esta clase de pueblos y funciones no hay despejo de plaza; al contrario siempre hay toreando por lo menos doscientos hombres libres. Fueron saliendo los novillos, buenos en lo general, bravos y vivarachos; [...]

Todos toreaban a un tiempo, unos con la chaqueta, otros con el pañuelo, otros con una manta vieja, quizá llena también de ganado como las dehesas de Colmenar, otros con el sombrero, otros con el palo que le hacía de bastón, y muchos con el cuerpo a cuerpo y brazo a brazo: hombre había que viéndose apurado por el novillo, se bajaba a descalzarse un zapato para tirársele y entretenerle de algún modo: en uno de estos caso vi con admiración al animal detenerse y contemplar al hombre-novillo como quien le dice: «mentecato, si yo fuera tan bestia como tú, y no me reconociera dotado por hoy de un alma grande ¿qué sería de ti, y a dónde irías a parar?». Otro salió (yo le llamaba el símbolo de la afición española) con un brazo malo y sostenido por un pañuelo pendiente del cuello: este hombre debía están tan manco del juicio como del brazo.

No faltaron sin embargo sus porrazos corrientes así como por vía de ejemplo, y por muestra de que sabían darlos para ver si escarmentaban, pero ni por esas. Los únicos que entendían de capear y que nos divertían sin susto fueron un hijo de un Grande de España (de cuyo título no me acuerdo, pero que es menester expresar), y un sobrino de Capita, el banderillero de la plaza de Madrid. El presunto Grande de España y el sobrino del banderillero se conocía que iban de compañeros, y que eran de una misma escuela: se defendía muy bien uno a otro: ambos pueden llegar a ser buenos profesores si lo ejercitan. A veces había derramadas por la plaza tantas prendas de vestuario que si las encontrara un comandante de columna, no necesitaba más para decir al gobierno que el enemigo pronunciado en derrota había abandonado el botín, dejando el campo cubierto de uniformes, armas, y otros efectos de que se aprovecharon sus soldados; y era la chaqueta del Lagarto de Villaverde, y el moquero del tío Pancracio de Carabanchel.

Se acabaron de correr los dieciocho novillos y se hizo una suspensión de hostilidades hasta la tarde. Van-Halen hubiera hecho una estipulación ominosa: al cabo, más fiero es Cabrera que todos los novillos de Getafe juntos y la hizo con él: pero los getafenses hicieron un armisticio tácito. Por la tarde se volvieron a correr dos veces los mismos 18; de modo que entre las dos corridas de la tarde, la de la mañana y los cuatro o seis del aguardiente vinieron a correrse en un día cerca de sesenta novillos. La plaza de Getafe estuvo hecha un anfiteatro en tiempos de Caracalla».

Y así pasó el siglo diecinueve. Toros, toros y, sobre todo, toros. La fama no decrecía. El periódico La Libertad, en su número de 9 de junio de 1892, publicaba una noticia sobre los festejos: «40 toros se corrieron ayer en Getafe. La fiesta duró todo el día empalmando la corrida de la mañana con la de la tarde, advirtiendo que de madrugada ya se habían corrido varios toros». El Museo Universal, en 1863, habla de palos y disputas por culpa de los festejos taurino de Getafe.

La Crónica de los Carabancheles anunciaba en su número de 5 de junio de 1898 [anulada ese día y celebrada el día 14] una corrida benéfica con el fin de allegar más recursos a la suscripción nacional, sin especificar el destino de los fondos, en la que no se había omitido gasto alguno; una infinidad de arcos voltaicos iluminarían la plaza a las nueve de la noche para lidiar dos toros de muerte por los afamados novilleros Mazzantinito y el Chico de la Blusa, con los banderilleros Ramón Dorrego (de Getafe), Antonio García y Gil Rojas; además, se anunciaban picadores, alguaciles y monosabios. Después de muertos los toros se lidiarán doce de capea para los que gusten de bajar al redondel. La presidencia estará a cargo de distinguidas señoritas. La entrada más barata [general] costaba cincuenta céntimos y la más cara [junto a las señoritas, se supone] dos pesetas. Getafe era noticia habitual por los sucesos taurinos; heridos, muertos y altercados que las autoridades locales encubrían o no comunicaban al gobierno civil.

La firme postura de Filiberto Montagud contra las corridas y las interminables capeas provocó graves incidentes tras la suspensión de la programada en las Fiestas de 1918; aunque la decisión fue tomada por la Comisión de Festejos, ante la «recomendación» del Gobierno Civil de Madrid, los mozos y los vecinos en general acusaron al edil y director del periódico de ser el responsable de su eliminación del programa festivo.

Los graves insultos y amenazas personales derivaron, incluso, en agresiones físicas y en una manifestación de protesta delante de la redacción y domicilio del editor. La familia contempló con cierto miedo la reacción de los sectores más radicales y que provocaron finalmente que Filiberto Montagud dimitiera como miembro de la corporación y cerrara el periódico. Una decisión irrevocable que, sin embargo, no le alejaría de la vida pública de Getafe. Es más, intentando suavizar la tensión originada tras los violentos sucesos, organizó una comida en un restaurante cercano al Círculo de Bellas Artes de Madrid a la que estaban invitados los presidentes de las peñas taurinas de la localidad. En este ágape de reconciliación con los mozos pudo explicar su postura y ganarse, al menos, el respeto y el aprecio de algunos de los [ultras] aficionados a las capeas y encierros. El conflicto desatado por la suspensión de los toros de las fiestas de 1918 le sirvió a Filiberto Montagud, espíritu inquieto y disconforme en cuanto significa estabilidad, para establecer un punto de inflexión en sus intereses sociales y encarar un nuevo rumbo artístico. De repente se olvidó de los periódicos satíricos y prescindió de las esculturas grotescas: fundió en uno al escultor y al caricaturista que era para abrazar el arte humorístico de los muñecos de madera o monigotes, paso previo -sin lugar a dudas- a la industrialización del juguete moderno; esta modalidad o tendencia artística de las «siluetas cómicas» había nacido quince años antes en Francia de mano de Caran D’Ache, famoso por sus caricaturas de perros y monarcas. Filiberto Montagud se consagró en cuerpo y alma a esta derivación de la caricatura que se exponía en los escaparates de las tiendas.


Filiberto Montagud transformó esa actividad artística en un proceso industrial. Los modelos y las caricaturas en madera que introdujo en España como una visión propia de las vanguardias artísticas europeas se transformaron en juguetes que fabricaba en un pequeño taller que instaló en la esquina de las calles Magdalena y Marqués, en Getafe. Cuando los críticos hacían alguna reseña, las «maquetas» o «instalaciones» artísticas de Montagud se adivinaban como la representación española, la innovación y la competencia, frente al muñeco popular tallado en madera que se fabricaba en Rusia, en Inglaterra, en Francia o en Japón.

En el Salón de Humoristas de 1919, organizado por José Francés, Montagud presentó varios conjuntos de muñecos recortados en madera que venían a ratificar la graciosa orientación de su actividad artística y, sobre todo, la nacionalización de la juguetería española. Entre las agrupaciones de muñecos de madera recortados que Montagud presentó destacaron «La procesión de mi pueblo», «La montería», «La verbena», «El circo ambulante» o la que reproducimos: «Una partida de «foot-ball».

Olvidado el periódico La Región, sus disquisiciones sobre los toros y sus permanentes divergencia con los caciques autóctonos de la época, Filiberto Montagud se centró –a nivel local– en la necesidad de ofrecer una alternativa recreativa a la afición salvaje de los encierros y las novilladas; debía ser una actividad más sana, menos primitiva, violenta y peligrosa; y que se pudiera practicar o contemplar durante todo el año, no solo unos pocos días al año. Y la encontró, inesperadamente, mirando aquel grupo de muñecos de madera recortada. Se trataba del novedoso deporte del «foot-ball», al que los puristas del castellano preferían llamar balompié.



[.../...]

7 de enero de 2013

Un estuche llamado Filiberto Montagud, 1


En el año ya vencido, el aún humeante 2012, se cumplían 100 años de la llegada a Getafe de un personaje singular. Un artista polifacético que se implicó en la vida de Getafe durante más de quince años hasta el punto de ejercer de concejal, impulsar una fábrica de juguetes y editar un periódico comarcal.  Filiberto Montagud es uno de los protagonistas más importantes del libro Crónica de un viaje al ayer que vió la luz a mediados de ese año en el que además se celebraba el centenario de la muerte de otro gran vecino de este municipio: Silverio Lanza. A la vista de las numerosas búsquedas del artista barcelonés afincado en Getafe,  reproducimos el capítulo del libro en tres entradas.

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A finales del siglo XIX, Getafe era un pueblo de labradores a dos leguas de la Puerta del Sol y a cien mil de la verdadera civilización, que se comunicaba con la Villa y Corte, a pie o en diligencia, por la Puerta de Toledo. Esa frase de Luis Bello, hablando del lugar del lugar de residencia de Ricardo de la Vega, desde que se casó con la getafeña Rosario Herreros en 1868, definía de manera certera este enclave privilegiado. La cercanía de la vida rural, tosca y apacible, a la vida en la Villa y Corte, la fama que le otorgó el Diccionario de Pascual Madoz como lugar de aires sanos y los matrimonios por amor, o por interés, eran posiblemente las razones para que una serie de personajes, escritores, dibujantes o militares varasen sus vidas en esta llanura manchega.

En las últimas décadas del siglo diecinueve y la primera del siglo XX habían recalado y desaparecido de Getafe, casi olvidados, los ilustradores Vicente Urrabieta y su hijo Daniel [Urrabieta] Vierge, así como el militar y poeta Ignacio Negrín Núñez, muerto en 1885. En 1908 fallecía el famoso General Palacio; el 22 de junio de 1910 cesaron los últimos anhelos del sainetero, académico, poeta y funcionario Ricardo de la Vega Oreiro.

Las pérdidas, hablando en términos de personalidades culturales, eran grandes. Los cargos del ayuntamiento, alcaldes y concejales, el secretario, la nueva élite labriega del pueblo, caciquillos, terratenientes y destripaterrones, los figurones de La Piña, los abogadillos de secano, los funcionarios de medio pelo o la funeraria del pueblo estaban ocupados por los apellidos seculares del municipio. Por todos lados aparecía un Benavente, un Cifuentes, un Valtierra, un de Francisco, un Serrano, un Butragueño o un Cervera; y a veces varios. El elenco de personalidades representativas se completaba con el juez, el registrador de la propiedad y los jefes militares de los diversos destacamentos, generalmente de paso.

En 1912 llega a Getafe un personaje singular, un artista inquieto, feraz, hiperactivo, atraído por todos los brillos y refulgencias que aparecían en el arte del siglo recién iniciado y que recogerá –como si hubiéramos metido sus distintas esencias en un frasco, o, mejor dicho, en un estuche– las herencias de Daniel Vierge, Silverio Lanza y Ricardo de la Vega. Mucho para un solo tarro. Se trata de Filiberto Montagud Díaz. Un hombre polifacético, actor, humorista de empuje demoledor, amante –como no podía ser de otra manera– del sainete y del género chico, la opereta española, del periodismo combativo, del dibujo como sátira social, de la caricatura; receptivo a lo nuevo, al cine, a las tendencias más innovadoras de la escultura, de los muñecos de madera y, al igual que el autor de La Verbena de la Paloma, amante del perfume y de la hermosura de las mujeres. Ricardo y Filiberto colaboraron, en distintas épocas, entre 1880 y 1911, del periódico satírico Madrid Cómico.

Filiberto Montagud nació en Barcelona en 1877. Era hijo de un abogado. De niño asistió a unas clases particulares de dibujo que impartía un «excelente profesor» particular a los hijos de un familiar del pintor Casado de Alisal. Pronto descubrió su vocación. Con dieciséis años se instaló con otros tres jóvenes en un pequeño palomar de la calle Vila de Cols habilitado como estudio. De allí salieron las primeras ilustraciones de Montagud para los semanarios catalanes La Esquella y El Gato Negro, fundado por Carlos Osorio. Antes de salir de la ciudad condal lanzó su primera gacetilla humorística de la que solo tenemos referencias por el propio Filiberto.

Con dieciocho años se trasladó definitivamente a Madrid en busca del éxito. Mientras asistía a clases de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando empezó a buscar acomodo a sus ilustraciones y caricaturas. Una noche, –rondando los talleres de «Nuevo Mundo»–, acertó a enseñar sus trabajos en la calle [Santa Engracia] a José de Perojo, director de la publicación. Al día siguiente estaba citado en la redacción; allí aprendería y cogería el gusto por el arte de la «confección periodística».

En 1900 viajó a París para ver la Exposición de Pintura y Escultura, evento que le causaría una honda impresión y que marcaría su vida artística. El influjo de las vanguardias francesas y europeas se hará notar durante los siguientes años en su obra y en iniciativas como el Salón de Humoristas.

Al llegar fijó su domicilio en el Paseo de las Delicias; luego, tras casarse con Dña. Luisa Pérez, se trasladó a la calle Lista. En 1912, cuando su hija Luisita tenía apenas unos meses, tuvo lugar una epidemia de gripe o de tifus en la capital que le apremió a trasladar a su familia a un lugar más sano; el destino final lo decidió gracias a la recomendación de su amigo Juan Bergua, un librero madrileño que poseía una «casa de campo» en Getafe, ese pueblecito situado a dos leguas de la Puerta del Sol. Filiberto se trasladó a una villa, adosada a la de su amigo, cerca del cuartel de Artillería, al final de la calle Madrid.

Juan Bautista Bergua, hijo de Juan Bergua, también librero, filólogo, crítico y traductor nacido en 1892 sería el fundador, a la muerte de su padre en 1927, de Ediciones Bergua, embrión de Editorial Ibérica. Juan Bautista Bergua, otro personaje singular e importante, sería detenido en su casa de Getafe en noviembre de 1936 cuando las tropas de Teniente Coronel Tella tomaron la ciudad. Tiradas enteras de algunos de los libros publicados por Bergua y que se almacenaban en Getafe fueron destruidos en la hoguera organizada al efecto. Y se libró de ser fusilado gracias a que su hija envió un telegrama urgente al General Mola, viejo conocido de Bergua, que lo rescató de los falangistas de Getafe y, posteriormente, liberó; tuvo que sufrir, sin embargo, exilio hasta 1960.

Pero volvamos a nuestra historia. Filiberto Montagud destacó pronto, recién iniciado el siglo XX, en el mundillo artístico. Alternaba la colaboración gráfica en revistas de humor con la escultura seria. Comentaba la actualidad y criticaba aspectos grotescos de políticos, artistas y escritores.

Tenía fama de simultanear las artes gráficas con los escenarios madrileños encarnando a galanes de comedia o drama, actividad que, fuera o no cierta, abandonó pronto y que sólo retomaría de manera «experimental», como actor secundario y decorador, en un par de películas de los años 30. La leyenda sobre sus apariciones como actor tiene su origen en la noticia publicada por la prensa madrileña el día 10 de mayo de 1903 bajo el título «Un actor improvisado» sobre un incidente que se producía la noche anterior en el Teatro Lara donde se representaba la obra La Matadora. El director escénico, advertido al momento de empezar la función de la ausencia por enfermedad del actor, Sr. Cantalapiedra, que tiene en la obra un papel de relativa importancia, intentó buscar una solución; en ello se ofreció a realizar la suplencia el dibujante Sr. Montagud que se encontraba allí. En cinco minutos se aprendió el papel y dijo: «Pueden ustedes empezar cuando gusten». Parece, según relata el cronista, que «el público no echó en falta al actor titular y que Montagud decía el papel a las mil maravillas». El periodista acaba la nota haciendo una pregunta sobre el futuro de Filiberto, como quien le observa disposición para más de un oficio y un arte: ¿persistirá en «la carrera del lápiz», o emprenderá la de la escena? ¡Quién sabía en aquel momento el camino que tomaría su vida!

Algunos periódicos de la época dan cuenta de las iniciativas de este joven artista. En 1902, por ejemplo, realizó la portada de la Guía de Coronación, suplemento que repartió la mayor parte de la prensa de provincias, con motivo de la entronización de Alfonso XIII.

Realizó una serie de caricaturas de personajes famosos como Eistein, Bécquer, Tolstoi y Benlliure, entre otros, que actualmente se encuentran repartidas entre el Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí, en Valencia y el magnífico patrimonio familiar de los herederos de Filiberto Montagud, en Getafe.

En 1903 fundó la revista «Ja... Ja...», título que daba una nota de guasa a los vendedores que pregonaban su producto en la Puerta del Sol. La publicación era propiedad de un numeroso grupo de humoristas y caricaturistas; las acciones se repartieron como si fueran una cooperativa de dibujantes. Entre los partícipes estaban los mejores humoristas gráficos del momento: Fresno, Xaudaró, Karikato, Sileno, Marco, Zuñiguita [hijo de Juan Pérez Zúñiga], Francisco Verdugo [que después sería director de Prensa Gráfica], Tovar, Man, Tito, Folchi, Cornet y otros. La revista fracasó rápidamente; los propietarios dibujaban pero no administraban.

En enero de 1907 veía la calle, tras pasar por la imprenta, la revista mensual Por el Arte. Sus directores eran Filiberto Montagud y José María Alcoverro, hijo del escultor catalán afincado en Madrid José Alcoverro Amorós. La publicación presumía, de manera irónica, de tener su redacción a caballo entre Londres y Madrid. La revista se ocupaba, además de las exposiciones y actividades de pintores y escultores, de realizar una crítica amarga sobre la política artística y la cultura española; «el Arte, en un país como el nuestro donde somos tan espléndidos gratificando a los empleados públicos, si existe, no se debe a la protección que se le presta».

La revista se hacía eco también de los rifirrafes, y presunta corruptelas, entre las distintas comisiones encargadas de erigir monumentos por suscripciones nacionales y los artistas; relacionaba los concursos, resumías las noticias oficiales y facilitaba, incluso, una relación de modelos con su nombre, dirección y especialidad, hombres, mujeres o niños, viejos o jóvenes, desnudos y tipos populares [como el paleto], así como una breve guía inmobiliaria de «estudios por alquilar». Un estudio en la calle Huertas costaba 85 pesetas al mes; la revista, cincuenta céntimos y publicaba anuncios «a precios convencionales». El proyecto finalizó en abril de 1908, tras sacar dieciséis números.

Como no tenía bastante con dirigir esa revista, colaborar con otras, actuar, dibujar y esculpir, Montagud intentó poner en marcha [sin conseguirlo] una asociación de dibujantes en España. Esa idea, con otros protagonistas, solo sería una realidad en 1920. La revista Por el Arte, y su amistad con la mayor parte de los humoristas nacionales, sirvió a Montagud como plataforma para organizar en los salones de la Casa Iturrioz (calle Fuencarral) la Primera Exposición de Caricaturas que se celebró en Madrid.

En ella participaron dibujantes catalanes y madrileños. En 1908 y 1909 volvió celebrarse de manera similar, bajo el título de Salón de Humoristas; parecía que el evento se consolidaría aunque en 1910 dejó de celebrarse. En octubre de ese año, Silvio Lago, pseudónimo del novelista, dramaturgo y crítico de arte José Francés (1883-1964) y Filiberto Montagud publicaron un artículo al alimón, el primero como autor del texto y el segundo como responsable de los comentarios gráficos, sobre la Exposición Nacional de Pintura, Escultura y Arquitectura que se celebró en Madrid ese año. La amistad entre ambos y la experiencia de Filiberto resultaron decisiva en el futuro de las exposiciones de dibujantes y caricaturistas. La idea fue retomada en 1914 por José Francés que, además, ejerció de caja de resonancia de las novedades del panorama artístico con la crítica y los anuarios que publicó cada año, desde 1915 hasta 1927, bajo el título «Panorama artístico de España en...».

Libretista y sainetero

Lástima que tal estuche se llame Filiberto, empezaba la reseña del semanario Madrid Cómico –casi una nota publicitaria– de la obra teatral «Los celos de Amparo». El encargado de la página de información teatral se refería, entre la burla y la metáfora, al autor del sainete que se estrenó con extraordinario éxito la noche del 9 de junio de 1911; era, además de compañero de redacción, amigo de Filiberto Montagud. En ese número publicado el 17 de junio decía de él que era «un hombre que dibuja, esculpe (¡cuidado con la errata!) y escribe: y todo lo hace bien». El redactor de la publicación aseguraba que el precioso sainete, definido en el libreto publicado para la ocasión como juguete cómico en un acto y en prosa, «lo escribió Montagud sin pretensiones y podría ser firmado, sin desdoro de ningún género, por cualquiera de nuestros más empingorotados saineteros». Hacía casi un año que había muerto en Getafe, y así no pudo enfadarse, Ricardo de la Vega, rey indiscutible del sainete popular madrileño y de lo que más tarde se llamó «género chico», una especie de zarzuelitas u operetas a la española. Filiberto Montagud desconocía aún que al año siguiente trasladaría su residencia y su estudio a Getafe.

Un sainete –continuaba el plumilla del Madrid Cómico– «bien observado, bien planteado y bien escrito, con situaciones y chistes de buena fe, sin una sola procacidad de esas que se usan hoy en el teatro y que hacen palidecer a una guindilla». La obra estaba firmada, además de por Filiberto Montagud, por Luis de Diego, actor de la compañía Lara que lo representaba en el Teatro Coliseo Imperial de Madrid. Además del libreto de «Los celos de Amparo», Filiberto Montagud había escrito «¡Jesús, que malas lenguas!», un sainete lírico estrenado en 1909 con música de los maestros Quislant y Carbonell y «¡Allí hace falta una mujer! o ¡lo que hacen 10.000 piastras kurdas!», zarzuela con música del maestro Aroca.

Filiberto Montagud, su mujer, Luisa Pérez, y su hija Luisita en el patio de su casa de Getafe


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CONTINUARÁ