Google+

31 de diciembre de 2013

El calendario


Hoy, a punto de acabar el año,
—uno más—, he mirado el cuadernillo
con los días por venir.
Y he sentido un escalofrío.

Una sucesión de hojas en blanco,
solo con la fecha,
expectantes de un mañana ignoto,
pendientes, vertiginosamente vacías.
Ocupando turno para ser colmadas
con lo que pasará.
Esperando el futuro.

¿Qué nos depararán los nuevos días?
¿Qué afanes ocuparán las semanas y los meses?
Una a una,
cada una de las jornadas se llenará,
alegre de colorines,
de citas, garabatos, cuentas, dibujos, caricaturas, incluso poemas;
y asuntos siempre pendientes,
especulaciones,
que pasan de un mes a otro, de un año al siguiente,
en ayuda de la quebradiza memoria.

Casi, sin darnos cuenta, caducará de nuevo el calendario.
Raudo, fugaz. Sin contemplaciones.
Y nos alegraremos brindando por la oportunidad
de tener otro cuadernillo que rellenar.

Aunque en el fondo resuena la negrura y el miedo:
¿Cual será el día, la página, en  el que nada se escribirá?
Ni en los sucesivos.
¿Cuál la jornada sin objetivos ni resultados?
la última en afanes;
la primera en blanco;
el final.


20 de octubre de 2013

La Magdalena, de la carpa a la cueva


La exposición sobre María Magdalena organizada por el Ayuntamiento de Getafe en colaboración con la asociación de artistas La Carpa y el Obispado de Getafe tenía la pretensión, a primera vista, de ser el acontecimiento cultural del otoño en esta ciudad. Sin embargo, lejos de ello, de las banderolas como ínfulas colgando por doquier, de la prestancia del folleto publicitario y de lo emblemático de los recintos elegidos, la exposición es —para un espectador como yo— un fracaso cultural, un fiasco. No por la idea en sí, ni por el esfuerzo de los artistas, ni por la calidad de algunas de las obras mostradas; simplemente no hemos podido verla como requiere un evento de esta categoría; nos ha decepcionado. No nos ha producido atisbo alguno de emoción, imprescindible en cualquier manifestación artística.

Dos intentos, finalmente fallidos, para contemplar los cuadros, grabados y esculturas expuestos en la Catedral dentro de la muestra dedicada a la santa católica, a la que unos consideran una puta arrepentida, otros la esposa [en la tierra] de Cristo el que se hizo hombre, y otros, siempre tan puritanos y misóginos, la discípula de Jesús el judío rebelde y predicador. La primera vez,  quizás el miércoles a las ocho de la tarde, me introduje en la Catedral como si fuera el interior del sepulcro del que surge el crucificado para aparecerse a su amada María, la de Magdala. ¡Ante quién si no habría de aparecerse un  hombre resucitado, aunque se cabrease Pedro su discípulo más aventajado!

El segundo intento, no se diga que escribimos sin contrastar, ha sido este domingo tras la misa de doce. El sol resplandecía en el cielo azul, apenas trazado con unos lazos de nubes blanquísimas. Nada; ni así. Por los ventanucos abiertos sobre la bóveda de la Catedral entra una luz ideal para crear esa atmósfera cenital y mágica para el rezo y la meditación; insuficiente para contemplar cuadros, a veces de una gran sutileza. La luz meridiana del otoño entra por los pequeños huecos en haces casi horizontales y blanquecinos que se reflejan  en la bóveda y resbalan por las imponentes columnas en un vano intento por  alcanzar el suelo del templo. Antes de llegar abajo se funde con las sombras transformándose en penumbra. Los cuadros, colocados en paralelo a la dirección de la luz y en la parte de atrás de las columnas,  quedan a oscuras tapándolos así, de manera tan original, de la poca iluminación natural. La otra, tampoco luce ¿Tan caro era instalar focos eléctricos frente a cada una de las obras? Si es así, hubiera sido mejor buscar otro escenario para la exposición.


La escasa iluminación de la Catedral no permite ver las pinturas ni los grabados como se merecen, ni siquiera  gracias al exagerado y repetitivo tamaño de  la mayoría de las obras aportadas por los artistas de La Carpa. La Magdalena es bello templo, un recinto más apropiado para los sonidos del órgano, de la orquesta de cámara o del coro que de la expresión gráfica.

Así, decepcionado, no tuvimos más remedio que acudir con la cámara de fotos y el flash. ¡Qué resultado más atroz! Hemos visto algunos de las obras en el ordenador. Ignoramos si el sensor de la cámara digital habrá sido fiel al color que plasmó el artista o si la luz artificial ha conseguido difuminar, incluso borrar, algún detalle importante. 

Conste, como mal pintor que soy y peor crítico, que se trata de una opinión subjetiva, muy personal, y espetada en mi calidad de crudo y miope espectador. Las cuatro viejas que daban vueltas entre las bellas columnas de la Magdalena, ocultas por tablas y lienzos, caminaban con cuidado de no tropezar en la oscuridad mientras lanzaban en voz alta la única opinión que se podían permitir: No se ve nada, —aseguraban igualmente decepcionadas—.

Más de uno habrá pensado o echado de menos que, además de poder ver estas modernas obras de arte, hubiera sido preciso, o incuso preciosos, contemplar con suficiente luz los originales y  con fotografías con suficiente resolución para su ampliación las obras de los antiguos artistas de la Magdalena que se muestran en los retablos y en la sacristía.

Tomás Paredes, crítico más cualificado, de hecho es Presidente de la Asociación Nacional de Críticos de Arte, asegura en el folleto de la exposición que "conviene apoyar esta convocatoria por su sentido, más allá de su contenido". Y nos gustaría sumarnos a ese aliento si hubiéramos podido contemplar, y no intuir, casi palpar, el sentido de la  muestra.

Al margen de la técnica utilizada, la mayoría de las obras, salvo algunas excepciones, aparecen vacías. Sin contenido religioso. Apenas hay alguna excepción a la  manoseada y vulgar representación iconográfica de la figura humana y religiosa de María Magdalena. Incluso siendo agnósticos, ateos o descreídos, parece que la mayor parte de las obras expuestas en el templo recogen dibujos y retratos de las mujeres, primas, amigas o hijas de los pintores tratados sin ninguna expresión clara de arrepentimiento por el pecado, del deseo del amor carnal, del dolor por la pérdida o, incluso, de la esperanza en la resurrección.  

"El triunfo de María Magdalena", óleo de José Luis López Romeral

Siendo la santa de la iglesia católica que más veces ha sido representada desnuda, ninguna de las propuestas ha contemplado tan posibilidad ¿Imponía temor el escenario para los artistas de La  Carpa? ¿Candor, ingenuidad o falso pudor? ¡Qué artistas más insulsos y apáticos estos de La Carpa!

Detalle de "La mirada más allá del dolor", de Timoteo Díez Rozas

Hay, en la muestra, magdalenas con los labios perfilados y las cejas depiladas, magdalenas ausentes, incluso mujeres que  no han sido, son  ni serán magdalenas. Hay un cuadro en el que se expresa el dolor, quizá de una madre: el dolor terrible de perder un hijo. El grito desgarrador de una mujer que se ha equivocado de exposición; o eso pensamos nosotros al intentar oír el rugido desesperado. Incluso aparece un moderno remedo de la “mirófora” (portadora de aceites perfumados) cuando el artista sustituye las joyas que abandona la Magdalena entre los dedos y las manos de José Leonardo por la botella vacía de óleos aromáticos como una representación  realista del clásico y repetido icono ortodoxo; colocada delante del sepulcro de manera irreal jugando con las formas cuadrada del hueco del sepulcro y redonda de la piedra que lo tapa. Como el agua y el aceite, como dos elementos que no encajan.

Detalle de "Apostolus apostolorum" de Isabel Sánchez Anguita

Con tan escasa iluminación, es fácil que se nos escape esa lágrima que empieza a escurrirse de unos ojos y una cara anodina e inexpresiva a cargo, eso sí, de una pintora dotada de una técnica excepcional y que vislumbra, si acaso, la soledad de la Magdalena. 

Parece que la exposición se ha organizado a zancadas, con más prisa que cabeza, sin claridad, como si lo importante no fuera el hecho cultural en sí, sino rellenar un espacio del calendario cultural y darle publicidad como si estuviéramos ante el hecho cultural del año. Menos mal que no hay colas en la Magdalena para verla, porque el chasco es monumental.

Asistimos en Getafe, por fin, a una programación cultural y de ocio de calidad, refrescante y, en líneas generales, bien planteada. Sin embargo, en este caso, los organizadores han cometido errores de bulto que hacen del dinero invertido en la muestra un derroche inútil.


¿Para qué se organiza una muestra de pintura que no se puede contemplar,  como si los lienzos y las tablas estuvieran tapados por una fina arpillera trenzada de sombras y claroscuros, difuminada con la técnica del dedo y el carboncillo?

Acrílico de Timoteo Díaz Rozas

Óleo de Isabel Sánchez Anguita

Acrílico de Manuela Sanz García

Técnica mixta de Manuel Montaña Ruiz

14 de octubre de 2013

El día de la patrona


12 de octubre de 1943. Hace setenta años. Puerta de la iglesia de la Magdalena, tras la misa en honor de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil. Entre las personalidades que acompañan a los mandos y números de la Guardia Civil destacados en Getafe, se encuentran el breve alcalde de la villa, Julio Rodríguez Rodríguez,  y Salvador Cabañas (ambos con el uniforme de la falange) y, a la derecha, de paisano y con sombrero, Julián Benavente. (Fotografía cedida por Manuel Fernández).

31 de agosto de 2013

El fin del verano

Escaleras al azul
atalayando el cielo
mar índigo o añil
nubes vaporosas
trasparente velo
pintura zarca sobre tul.

Claridad cegadora.

Gaviotas al viento
papalotes en libertad
ingrávidas y livianas
acróbatas revoltosas
inventando cabriolas
surfeando en la corriente
dibujando parábolas
de ecuaciones etéreas.

Son pitas y chumberas
sardinas en una playa remota
barcas de pescadores
salmonetes  calamares
fritura de pescado
espaguetis con langosta
vino blanco frío
ensalada griega.

Es el perfume del jazmín
la fragancia de la higuera
verde, lechosa y áspera
aroma de pinos y algarrobos.

Es un viaje en barco
hacia la infausta isla
donde encalló y yace Homero
una bahía desolada
reino de brisas y céfiros
con rudas piedras
anónimas lápidas
en honor de los héroes
que volvían de Troya;
el mar Egeo los acoge
en su oscuro seno.

No llegaremos nunca a Ítaca.
Quedan cientos de islas
con playas de arena dorada
acantilados inexpugnables
y cantos de sirenas.

Es tiempo a crédito para  derrochar;
sin preocuparnos del corto plazo
de lo veloces que corren las horas
de cómo se transforman en pasado.

Es blanco de espuma
y moreno de tu piel.
Brama el mar profundo
lamiendo la orilla.

Naranja y rosa en el horizonte
cuando la tarde apura
herida por espada amarilla;
sangra poniente.

Al fin llega: la noche empuja;
silencio, ausencia de olas..
Sobre un paño negro la luna
oronda y brillante bola
resucita  las sombras
y del futuro la penumbra.

Es tan breve tan efímero
que cuesta esfuerzo
la idea de su regreso
tras el largo y frío invierno.











27 de agosto de 2013

La Manzanera, de la utopía a la realidad

Los tres edificios más característicos de Ricardo Bofill Leví en La Manzanera de Calpe asomados al acantilado. La Muralla Roja, Xanadú y el Anfiteatro vistos desde el  mar

Los años cincuenta y sesenta del siglo XX representaron para España el fin de la autarquía y la llegada de la ansiada revolución industrial, pendiente en la mayor parte del país desde hacía más de cien años. Los incipientes movimientos de turistas europeos buscando zonas vírgenes del litoral mediterráneo, cada vez más numerosos, revelaron la importancia del sol, del paisaje y de la gastronomía autóctona. Ese atractivo empezó a perfilarse como uno de los grandes negocios del siglo XX. Cada año que pasaba se producía una revalorización urbanística del sol. Había que vender sol. La costa y el urbanismo se aprestaban a una batalla desigual, finalmente perdida por el paisaje. Los datos que ofrecía la organización ecologista Grempeace en su informe "Destrucción a toda costa 2013" son demoledores. El sol sigue, pero el paisaje y el urbanismo vernáculo han desaparecido; la gastronomía y la cultura popular se han desvirtuado, transformándose lo típico en tópico y lo auténtico en pura fachada comercial.

En los primeros momentos del proceso de urbanización y destrucción del litoral la planificación brilló por su ausencia. El modelo económico primaba el crecimiento desmesurado, en un intento desesperado de la dictadura para sacar cuanto antes a la mayoría de la población de sus ocupaciones agropecuarias y llevarla a los polos de desarrollo industrial que se ubicaban en las zonas metropolitanas de las grandes ciudades.  Al igual que en las ciudades dormitorio, en la costa los edificios se levantaban por doquier, desperdigados, sin orden ni control, de manera anárquica, sin las suficientes infraestructuras urbanísticas ni servicios básicos.

Tras unos años, el nuevo proletariado empezó a contemplar como posible el acceso al utilitario y al disfrute del sol junto a los extranjeros. Los propietarios de suelo se disponían a recoger la mejor cosecha de sus apetitosos terrenos junto a las playas.

Había empezado la década de los sesenta. Los promotores empezaron a pintar laderas y playas con cientos y cientos de casitas blancas en un ejercicio de urbanismo folckórico. Calpe no se quedaba atrás. Sin embargo, en esos primeros años se produjo una coincidencia que hizo posible la presencia de Ricardo Bofill Leví (Barcelona 5/12/1939) en  y su "caserío de vacaciones" en la finca La Manzanera de Calpe. Un proyecto respetuoso con el paisaje y exento, por unas razones u otras, de las prisas y del ánimo especulativo que recorría los municipios de la costa española.

La finca de La Manzanera (El Tros), cerca de casco antiguo, era propiedad de Natalia Pérez Ortembach, miembro de una saga de terratenientes de larga presencia histórica en Calpe y Benissa. Los terrenos, abruptos y abancalados hasta los farallones que dan mar, cuenta con una pequeña cala de piedras, bastante inhóspita.  A Natalia, que vivía en Barcelona,  no se le escapó la fiebre que invadía el litoral. En esa misma ciudad tenía y tiene su estudio el arquitecto Ricardo Bofill Benassat. Su hijo Ricardo finalizaba en 1960 los estudios de arquitectura en Ginebra. A su regreso a España fundó el Taller de Arquitectura para modernizar el estudio que dirigía su padre. Ricardo Bofill Leví había tenido que acabar la carrera de arquitectura fuera de España tras haber sido expulsado en 1957 de la Escuela Técnica de Arquitectura de Barcelona por sus actividades políticas (pertenecía al PSUC). Con esos antecedentes, la titulación extranjera de Bofill Leví  era difícil de convalidar.

El trabajo del Taller incide en la búsqueda de ideas para una ciudad o "caserío" de vacaciones que se aleje de los tópicos folklóricos y de los exóticos rascacielos. La propietaria no tiene prisa ni necesidad económica que persiga la especulación lo que posibilita que el proyecto se desarrolle a lo largo de 23 años, entre 1962 y 1985. La Manzanera es un campo de pruebas. Bofill sabe que no es posible reproducir un auténtico núcleo urbano. "La humanidad que se respira, —dice— en un pueblo construido en la historia es imposible de conseguir en una urbanización definida a priori". La Manzanera es una respuesta crítica al pragmatismo y el funcionalismo de los años 50 y 60 que proveía un crecimiento de las ciudades con operaciones especulativas, con edificaciones arracimadas, sin ninguna preocupación por la creación de espacios urbanos públicos que descongestionaran la densidad que procuraba y aplicaba con avidez el negocio inmobiliario.

Ricardo Bofill y el Taller de Arquitectura trabajan con la premisa de hacer un "jardín urbanizado", manteniendo la vegetación autóctona (algarrobos, pitas, chumberas, pinos, almendros, limoneros,...), restando importancia a las calles o carreteras, camuflando los aparcamientos y combinando los jardines, los parterres, las viviendas unifamiliares en grupos pequeños o adosados en  hilera, las colectivas en altura y el núcleo de ocio y restauración que incluía la propuesta de un pequeño hotel de lujo. "El terreno —asegura el arquitecto— es un anfiteatro natural, donde de todas partes se ve todo; situar unas viviendas blancas... creyendo que el resultado va aser el mismo que en cualquier montaña es un error. No se trata de hacer un nuevo y moderno folklore". No se piensa en ningún momento en "el sistema corriente de abrir calles y vender parcelas".

Postal  antigua de Calpe (finales de los setenta u ochenta) con el edificio de  la Muralla Roja sobresaliendo entre los bancales de La Manzanera y el peñón de Ifach al fondo. Imagen de la exposición celebrada entre mayo y julio de este año 2013  en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid y que mostró una selección de la colección de postales de arquitectura del siglo XX del arquitecto Rafael Cazorla

Lo importante era mantener la unidad del conjunto y la armonía del paisaje, el carácter, gracias a la utilización de materiales vernáculos como los muros de  piedra. Una premisa que saltaría por los aires con La Muralla Roja. Los proyectos y su ejecución se dilatan en el tiempo tanto que el mundo cambia sin remedio. La utopía se mueve sin dirección clara. Sin embargo, el punto de inflexión, la renuncia al diálogo inicial con el paisaje  se debería, también, al fallecimiento de la propietaria de los terrenos en 1968 y  la irrupción promotora de una nueva sociedad mercantil.


Aunque los primeros planos y proyectos de edificación salieron de las mesas de delineación en el otoño de  de 1962,  el Plan Parcial de Ordenación, redactado por etapas, no fue un instrumento visado hasta 1966. Existía desde el principio, sin embargo,  el compromiso de una planificación unitaria. Las construcciones se desarrollaron entre los años 1964 y 1982. Durante estos dieciocho años se promovieron los siguietes edificios: Plexus (1966), 31 apartamentos; Xanadú (1967), 18 apartamentos; Conjunto residencial  (1967-1971), 17 viviendas unifamiliares; La Muralla Roja (1973), 50 apartamentos; Anfiteatro (1981), 25 apartamentos.


Vía de circulación en el interior de la urbanización de  La Manzanera
Zona de ocio junto a la entra de la urbanización
Vista del Peñón desde el Xanadú
Parterres y jardines delimitados por muros de piedra. Al fondo el Xanadú y el Anfiteatro.

----------------------------------------------------------

BIBLIOGRAFIA:

•  "Arquitectura per al turisme: la utopía urbana de Bofill i el taller d'arquitectura a la Manzanera" (1962-1985). Antoni Banyuls i Pérez. Institut Ramon Muntaner. En internet en Biblioteca de Recursos Universia.
•  "La ciudad del arquitecto". Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores. 1998, Barcelona
•  "L'Architecture des villes. Ricardo Bofill", Nicolas Véron. Paris, Odile Jacob, 1995.
•  "Ricardo Bofill Obras y Proyectos/Works and Projects". Bartomeu Cruells. Barcelona, Gustavo Gili, 1992.
•  "Espacio y Vida. Ricardo Bofill", Jean-Louis André. Barcelona, Tusquets, 1990.
•  "Ricardo Bofill". Annabelle D'Huart. Paris, Editions du Moniteur, 1989.
•  "El Dibujo de la Ciudad, Industria y Clasicismo". Annabelle D'Huart. Ricardo Bofill. Barcelona, Gustavo Gili, 1984.
•  "L'Architecture d'un Homme. Ricardo Bofill". París, Editions Arthaud, 1978.


FOTOGRAFIAS:

•  Juan Manuel Alcalá Perálvarez, salvo las expresamente indicadas en el pie de foto.

Plexus: el primer edificio de Bofill en Calpe



El complejo de viviendas Plexus (1964), situado en la parte alta de La Manzanera,  fue el primero de los edificios de Ricardo Bofill que verían la luz en Calpe por encargo de Natalia Pérez Ortembach. Fue proyectado y ejecutado, incluso, antes de la redacción y visado del Plan Parcial de la Manzanera.

Plexus integra 31 apartamentos adosados y "representa —según se detalla en la página web de Ricardo Bofillun esfuerzo por inscribirse al máximo en su entorno natural, siguiendo el mismo método  utilizado en la construcción de las terrazas de piedra que definen los terrenos agrícolas de la zona, en una clara expresión de la aplicación del "Regionalismo Crítico" en la costa mediterránea".



La planta se adapta a la forma de las terrazas, ajustadas sucesivamente por debajo y por encima con el fin de reducir su impacto visual. El proyecto se caracteriza por el uso de motivos y materiales vernáculos tales como la piedra, las ventanas con persianas del Mediterráneo, los arcos y cubiertas de teja en pendiente
.
Uno de los detalles más impactantes de la propuesta arquitectónica, además de lo expuesto anteriormente, los distribuidores o zonas de acceso a las viviendas, son las chimeneas en las que algunos críticos han querido ver un pequeño homenaje al siempre admirado Gaudí.

Pero, ¿qué significa plexus? ¿Complejo? ¿Ramificado como el sistema nervioso? ¿Intrincado?




Una ciudad en el espacio


Tras la muerte de Natalia Pérez, la propietaria de los terrenos de La  Manzanera,  irrumpe una sociedad anónima como nueva promotora inmobiliaria. Las pautas iniciales de Taller de Arquitectura sobre el paisaje y los materiales vernáculos quedan atrás, olvidados para siempre. La empresa Palomar SA  encarga a Ricardo Bofill los proyectos para levantar dos edificios; uno de 18 y otro de 50 apartamentos. Así se gestaban los proyectos bautizados como Xanadú y La Muralla Roja.

Xanadú es, para nosotros, quizás el edificio más sorprendente y enigmático de La Manzanera; "supuso —según la página web de Ricardo Bofillun  prototipo experimental para la aplicación de una metodología para la teoría de una “ciudad jardín en el espacio” desarrollada por el equipo,  y debe ser interpretado como uno de los muchos elementos de interconexión". La idea de la ciudad en el espacio es  una propuesta arquitectónica y habitacional del Taller de Arquitectura para un barrio obrero de Madrid (Moratalaz) que finalmente se quedó solo en una audaz maqueta y en una idea sin ejecutar pero que suscitaría nuevas reflexiones y posibilitaría el desarrollo de proyectos como Xanadú.

Maqueta de la Ciudad en el Espacio, propuesta de viviendas para un barrio obrero (Moratalaz)

"El castillo, —continua la explicación de la web— fue el punto de referencia del edificio, evolucionado hasta convertirse en una configuración inspirada en el cercano Peñón de Ifach. Cada apartamento se compone de tres cubos correspondientes al espacio de salón-estar, dormitorios y zona de servicios. Estos tres cubos se agrupan en torno al eje vertical de la escalera, que les sirve de apoyo. Los cubos vertebran la circulación  determinada sobre una trama ortogonal, que se rompe para satisfacer las necesidades particulares del programa: en este caso, terrazas internas protegidas para evitar el intenso calor, los techos hiperbólicos para ofrecer mejores vistas, y la adaptación a las técnicas de construcción local". 


"No se dibujaron planos ni elevaciones durante la construcción, pero cada unidad presenta  aperturas en las paredes exteriores colocadas en función de la orientación, de las necesidades de luz, de las colocación de los extractores de cocina, de los ventiladores, de la privacidad y de los puntos de conexión, y se situaron tras el análisis diagramático del modelo sobre los planos de estructura. La rígida geometría del cubo, la base de la estructura inicial, se fracturó en los ángulos exteriores con el fin de crear una fachada irregular con una espectacular interacción de luces y sombras y múltiples vistas sobre el paisaje".


A nosotros, al margen de las explicaciones de su autor sobre la génesis del proyecto, Xanadú siempre nos ha parecido un árbol. Un gran árbol en el que se han colocado viviendas en algunas de las ramas. Un edificio mimetizado en árbol. Un árbol de hormigón, pintado de verde, para vivir, asomado al acantilado como un gigante cúbico que quiere competir con el Peñón de Ifach como elemento iconográfico de Calpe. Desde abajo parece la obra de un loco, un ejercicio arquitectónico, si pudiera calificarse en términos ideológicos, anarcocomunista, aunque Bofill era, realmente, un librepensador; lejos quedaba su militancia o sus escarceos con el PSUC. Mientras se proyectaban los 18 apartameantos del Xanadú, Europa encaraba un vuelco casi total en los valores personales y políticos. El mayo francés y la primavera de Praga cambiarían radicalmente nuestra concepción del mundo. El pasado había muerto.  Había que construir un planeta nuevo.  Y así, como la consigna del 68, Xanadú parecía decir: "Olvidad todo lo que habéis aprendido, empezad a soñar”.









Bien lo sabe el poeta. La brisa le trae a  José Agustín Goytisolo el olor a sal de mares muertos frente a antiguas ciudades; ahí, en el Xanadú, cruza pasillos y atalaya el tiempo. La ensoñación no cesará hasta que amaine el viento y el escritor perciba, tras la sombra fantasmal del Peñón, las luces de las barcas que han salido a pescar en un  mar tranquilo. ¡No penséis que todo fue un mal sueño! ¡Estad alerta!

Una ensoñación tras la sombra fantasmal del Peñón



En el Xanadú

JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO

Hace frío la brisa me despeina
y trae olor a sal de mares muertos
frente a antiguas ciudades.
  Corro subo
cruzo pasillos atalayo el tiempo
y veo alzarse las banderas que odio
al pie de Jericó.
No les doy tregua
llamaré en mi socorro a las legiones
de Lépido.
¡Ay terribles noches hondas
con Moctezuma golpeando el sueño
que me acosa en el fuerte!
No podría
resistir el embate de estas ola
como aguanté en Messina.
Ahora distingo
a Cabrera y sus hombres galopando
hacia los muros de Morella.
Soy
uno tan solo espacio pero
un millar en el tiempo.
No os es dado
comprender lo que pienso.
Oigo mis pasos
en el porche desierto y me posee
la fuerza que soñaba para el mundo
Vladimir Ilich Lenin.
Este sitio
es mi condena mas también la abierta
e inacabable habitación que el hombre
persigue mientras duerme: alta cambiante
fundida en el paisaje hecha de piedra
y desafío al mar.
Como el tesoro
oculto en una cueva de mi memoria
brilla entre esta paredes.
No intentéis
arrancarme jamás la antigua clame
que conozco y ejerzo.
Libre libre
viviendo entre cadáveres de esclavos
que se afanaron en alzar imperios
sobre un pantano que los engulló
entre fechas y edades.
El futuro
está muy cerca igual que lo vivido;
como nuevo Tiresias me limito
a esperar que suceda lo que vi:
nadie podrá evitarlo no hay señal
en el cielo estrellado.
Luchas pactos
victorias imposibles esperanzas
furor de humanidad que se rebela
como hormiguero al que aplastara un pie
distraído y enorme.
El viento amaina
me acomodo en el balcón.
Tras la sombra
fantasmal del Peñón se ven las luces
de las barcas que salen al candil
en un mar ya sereno.
No penséis
que todo fue un mal sueño: un cigarrillo
de marihuana es poca explicación
para tanta certeza.
Estad alerta
la muerte os ronda puedo oír su canto
mientras busco otra vez las escaleras.
No podréis escapar: yo estaré siempre
en este caserón buscando a un dueño
que ya se que no existe entre los gritos
de niños que algún día nacerán
y que hace tiempo vi como murieron.


--------------------------------------------------------

 BIBLIOGRAFIA: 

Taller de Arquitectura. José Agustín Goytisolo. (1977).  Editorial Lumen, 1995.

La Muralla Roja de Bofill cumple 40 años


La Muralla Roja (1973), uno de los edificios más significativos de la obra de Ricardo Bofill  en Calpe, cumple cuarenta años. Según el Taller de Arquitectura, "el edificio debe considerarse como un caso aparte en el largo devenir de la urbanización de La Manzanera en Calpe". "El proyecto —continúa la explicación en la página  web de Ricardo  Bofill, "incorpora una clara referencia a las arquitecturas populares del mundo árabe mediterráneo, en particular a las torres de adobe del norte de África. La Muralla Roja es como una fortaleza que marca una silueta vertical, siguiendo las líneas del contorno de la pared rocosa. Con este edificio el Taller de Arquitectura quiso romper la división post-renacentista entre los espacios públicos y los privados reinterpretando la tradición mediterránea de la casbah.  El laberinto de esta casbah recreada responde, a un preciso plan geométrico basado en una tipología de  cruz griega con brazos de 5 metros de largo, que se agrupan de diversas maneras, dejando las torres de servicio (cocinas y baños) en la intersección de las cruces. El trabajo geométrico realizado para el proyecto de La Muralla Roja representa una aproximación a las teorías del constructivismo".


Proyecto de La Muralla Roja. Plano de conjunto. Ricardo Bofill

Proyecto de La Muralla Roja. Ricardo Bofill
Las formas sobresalen de manera sorprendente de los bancales del terreno, creando un conjunto de patios interconectados que permiten acceder a las 50 viviendas que incluyen estudios de 60 metros cuadrados, y apartamentos de dos y tres dormitorios de 80 y 120 metros cuadrados respectivamente.


La gama de colores aplicada en el edificio responde a la intención de resaltar el relieve de los diferentes elementos arquitectónicos, dependiendo de sus funciones estructurales. Las fachadas exteriores están pintados en diversos tonos de rojo lo que acentúa el contraste con el paisaje; los  patios y las  escaleras están tratados con tonos azules,  índigo, violeta. Se trata, según el arquitecto, "de producir contrastes más o menos pronunciado con el cielo o, por el contrario, el efecto óptico de fusión con el mismo".


Jordi Juliá dedica un capítulo de su libro "La mirada de París. Ensayos de crítica y poesía" a uno de los escasos vínculos entre la poesía y el urbanismo. Y lo hace a través del idilio entre las personalidadades y las obras de Ricardo Bofill Leví y de José Agustín Goytisolo, una relación que se plasmó en la obra "Taller de Arquitectura" que el poeta escribió en 1977, y que reduce a versos la eclosión creativa del arquitecto desde los años sesenta hasta finales de los setenta.

La Muralla Roja, según el propio Taller de Arquitectura, es como un objeto monumental que, al igual que un templo de la antigua Grecia, sobresale del entorno que lo rodea por su condición escultórica. Con la arrogancia del color se enfrenta al otro edificio mítico de La Manzanera: Xanadú. Y ambos, asomados al acantilado y al mar. Las vistas al peñón de Ifach son impresionantes.

Fuente: página web de Ricardo Bofill

El carácter sagrado, al que alude el proyectista, se conjuga —de ahí su nombre—, con su aparente inaccesibilidad. Tras subir las últimas pendientes hacia La Manzanera, quedamos "absortos y acongojados" ante el brillante obstáculo que se nos presenta. Tenemos la sensación de haber llegado a la frontera, a  la ciudad islámica árabe, o mejor marroquí, que sugiere Boffil. Enfrente tenemos  una fortificación, una alcazaba árabe, a una torre vigía, una atalaya, un  mundo fantástico, almenado, laberíntico, enrevesado, lleno de pasarelas y escaleras jalonadas como continuación oblícua de las almenas. La "emoción del muro" nos traslada igualmente , como concepto, a La Alhambra de Granada, a las ciudades de adobe de la antigua Babilonia o del Yemen, al palacio romano de Diocleciano en Split, a la urbe amurallada de Siena, la misma que aparece en el fresco "Consecuencias de el buen gobierno en la ciudad" que Ambrogio Lorenzetti pintó en las paredes del Palacio Comunal. Arquetipos, todos ellos, de la ciudad amurallada adaptada, "domesticada", a las nuevas necesidades. La historia como inspiración.

Con La Muralla Roja, que este año cumple cuarenta años, Ricardo Bofill se olvida del diálogo entre la edificación y el paisaje que marcó los primeros pasos del diseño de la urbanización de La Manzanera, asi como de la arquitectura y materiales vernáculos; sin embargo, a pesar del cambio de rumbo, como explican en la página web, con este proyecto continúan profundizando en las primeras reflexiones del Taller de Arquitectura  sobre los espacios públicos y los privados. La idea de conjugar la tradición histórica y la utopía le conduce en Calpe a un proyecto surrealista, rico en efectos sorprendentes, una complejidad de quiebros y escaleras imposibles hacia el azul del cielo que solo pretenden la emoción del espectador.

En la cubierta común transitable del edificio se ejecutaron solarios, una piscina y una sauna para uso exclusivo de los residentes. Es es un auténtico adarve de azoteas  en las que "las drácenas y el rododendro quisieron ganar el espacio privilegiado de las antenas" y que hoy, perdida la batalla en todo lugar, y sin enemigo al que vigilar desde las alturas, es el lugar idóneo para tomar el sol, respirar el aire húmedo y salobre, otear el abrupto paisaje o disfrutar, día y noche, de  espectáculos celestes y marinos infinitos.

Fuente: página web de Ricardo Bofill 





La Muralla Roja y Xanadú al borde del acantilado de la Manzanera


--------------------------------------------------------

 BIBLIOGRAFIA: 

Arquitectura per al turisme: la utopía urbana de Bofill i el taller d'arquitectura a la Manzanera (1962-1985). Antoni Banyuls i Pérez. Institut Ramon Muntaner. En internet en Biblioteca de Recursos Universia.
Taller de Arquitectura. José Agustín Goytisolo. (1977).  Editorial Lumen, 1995.

IMAGENES:
Salvo las indicadas, el resto de fotografías son obra del autor del blog.