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26 de abril de 2017

La Legión Cóndor ensayó en Getafe el bombardeo de Gernika




Este 26 de abril de 2017 se cumplen ochenta años del bombardeo que arrasó la villa  de Gernika-Lumo. Y se ha recordado con noticias y homenajes, como es justo. Aquí, en la Capital del Sur, sin embargo, —como no tenemos memoria histórica— no se hizo ningún recordatorio de los bombardeos que sufrió Getafe, auténtico laboratorio de guerra para llevar a cabo con terrible éxito lo que casi seis meses después horrorizaría al mundo.

Los Junkers alemanes también arrasaron Getafe los días 23, 27 y 30 de octubre de 1936.

Viernes 23 de octubre de 1936. Los bombarderos alemanes sobrevuelan Getafe con su diabólico ronroneo, al principio tenue, luego claramente ronco con el triple zumbido de sus motores BMW girando y, tras pasar, un pronunciado silbido que afortunadamente al cabo de unos segundos se hacía imperceptible. Ese día, la Legión Cóndor dejaba caer su carga mortífera sobre la población civil en uno de los primeros ensayos de una práctica militar que más tarde se haría famosa en Guernika, y habitual en la segunda guerra mundial. El poeta Nikos Kazantzakis, tras observar aquellos aparatos con unos prismáticos, se atrevió a definirlos como «graciosa, atrevida, maravillosa creación de la mente satánica'.

El griego no había comprobado aún el terror que los diabólicos aparatos esparcían sobre los pobres y desamparados mortales que deambulaban a ras de suelo. Demasiada poesía para un acto tan cobarde y miserable. Las bombas se lanzaban de manera indiscriminada sobre los pueblos, sin importar algo o nada si allí abajo había escuelas, hospitales o sencillas viviendas, aplastando a la gente entre los escombros y abriendo agujeros en sus carnes y en los tejados de las casas de sus pocos y horrorizados habitantes. El ejército de Franco buscaba  desmoralizar a la población para que diera la espalda al Gobierno de la República y forzar la rendición de los milicianos que defendían Madrid.

Martes 27 de octubre de 1936. El áspero sonido de los aviones alemanes rajó el brillante sol de la mañana, dejando abajo, donde se cruzan la carretera de Toledo y el Arroyo Culebro, a medio camino entre Parla y Getafe, algunos bancos de niebla que resitían al avance del día. Desde la cuesta de la Cantueña se divisaban con claridad los Cerros de Buenavista y de los Ángeles, el pueblo de Getafe con sus dos torres, la capital de España y, al fondo, como en una postal, los azules oscuros y claros, los verdes, blancos y grises de la sierra de Guadarrama.

Los vigías instalados en las torres de las dos iglesias, en los Escolapios y en la Magdalena, empezaron a redoblar las campanas en señal de alerta. Al instante ulularon las sirenas del Ayuntamiento y del cuartel de artillería.  Se acercaba una escuadrilla de cinco aviones alemanes con su carga de fuego y metralla. Los corazones de los vecinos se encogieron de temor. Hacía cuatro días que  ya habían sembrado el terror con esa especie de lotería macabra que caía del cielo.

Los pocos ciudadanos  que aún quedaban en Getafe, se refugiaban en sus casas, y los que tenían cueva descendían a ellas con el mismo miedo del condenado que baja a los infiernos. Conversaciones nerviosas, espasmódicas; gritos, sollozos,  rostros polvorientos salpicados por el barro de las lágrimas, encogidos como animales temerosos.

Al llegar sobre la posición de Getafe, aquellos cuervos metálicos y desalmados, inventos del demonio, dejaron caer su carga mortífera de bombas incendiarias sobre las primeras trincheras, el aeródromo, ahora prácticamente vacío, y sobre las primeras casas del pueblo. El cielo claro se enturbió, las banderas rojas se agitaron, la tierra retumbó y los estallidos levantaron una cortina de polvo  y sinuosas hilachas rojas y negras provocadas por el fuego y el humo que subían hasta el cielo de Madrid.

Kazanzakis llegó a Getafe el día 5 de noviembre de 1936 tras el avance del ejército rebelde; el día anterior, el General Varela anotó en su diario de operaciones la toma del pueblo.  Los regulares y los legionarios arrasaron las posiciones de los soldados leales a la República a base de granadas de mano y bayonetas caladas. El cretense encuentra un paisaje devastado. Algunos moros entran y salen de las pocas casas que aún  se mantienen en pie saqueando lo poco que hay. Todas las puertas están abiertas.

—¡Cuatro pesetas! —relata Kazantzakis que le gritó un marroquí enseñándole un par de zapatos nuevos de mujer—. ¡Cuatro pesetas!
—No quiero.
—¡Tres pesetas! ¡Dos pesetas, —gritaba el moro corriendo detrás del escritor.

Kazanzakis sigue describiendo Getafe después de la batalla. Los muros estaban llenos de pintadas con hoces y martillos, enseñas  y logotipos de la CNT y de las Juventudes Comunistas, banderas rojas en los balcones, olor a incendio y, de vez en cuando, un cadáver boca arriba, con la cara rígida, los ojos vidriosos mirando inmóviles al cielo con horror.

¿Puede haber gente que sienta alegría al ver una ciudad saqueada, todavía caliente por el abrazo violento? Así yacía Getafe bajo el sol del mediodía, pocas horas después de su conquista. Calles desiertas, aceras llenas de colchones, ropa interior, muebles destrozados, fotografías rotas. Las bodegas abiertas de par en par, con la harina, la gasolina, el aceite derramados. Solo se salva, colgado en lo alto de la pared, el letrero 'Ventas solo al contado'.

En los cafés, los espejos están rotos; las sillas, presas del pánico, han subido hasta el techo. En las casas, todos los armarios están abiertos y completamente vacíos. Alguien revuelve los papeles en la notaría y los arroja por la ventana, quizás en un intento inútil de encontrar acciones o billetes. Los contratos, las herencias, los poderes y las propiedades revolotean por la calle Madrid, dibujando una alegoría sobre la desolación y  la inseguridad jurídica.

En las tabernas han estallado los barriles y todos los rincones huelen, alegres y borrachos, a vino malo derramado. «En una zapatería de la calle principal, L'Elegante, las hormas se mantienen todavía cuidadosamente ordenadas en los estantes, pero los zapatos literalmente se han ido...».

Kazantzakis entra en las casas, trata de  retener en su memoria los detalles de la catástrofe.

Una vieja camina entre la basura. Hace calor pero la viejecita está envuelta en una colcha amarilla y tiembla como una azogada. Es muy vieja. Kazantzakis intuye que detrás de esa estampa poética, hay una historia humana. Al escritor griego no le importan tanto los datos, las bajas o los detalles sobre la batalla,  como las sensaciones y el ambiente. Los héroes o los personajes más siniestros, anónimos todos —rojos y negros—, roban, aman, odian, sufren y mueren sobre la piel de toro.

—¿Tuvo miedo, señora? —le pregunta el escritor griego.

—Dios lo sabe, hijo ¿Qué diablo fue el que descubrió, hijo mío, estas máquinas voladoras? ¡Maldito sea! Los muchachos y las muchachas del pueblo se habían reunido en un sótano para salvarse. En los sótanos, —le aseguraba la vieja getafense— hay seguridad. Pero cayó del cielo una bomba y mató a veintisiete. Entre ellos a Pilar y José. ¡Ay, ay, ay!

—¿Qué Pilar? ¿Qué José?

—Los recién casados. Todo el mundo los conoce. Los que tiene la casa de tantos balcones en la plaza.




El viernes 30 de octubre, los Junkers alemanes  bombardearon el colegio situado al sur del pueblo, quizás en la calle Rojas o Sierra, con el resultado de 60 niños muertos. La imagen es terrible. Existe la polémica sobre la historia, aunque nos inclinamos por concederle verosimilitud. Es muy posible que no fueran hijos de ese pueblo, sino muchachos en tránsito, huérfanos de los muertos de uno y otro bando. Los cuerpos de los niños son trasladados al depósito de Madrid. Allí se les fotografía.   Muchos dudan que se haya producido el suceso en Getafe aunque el jefe de la censura republicana, Arturo Barea, lo tiene claroy así lo describe en su trilogía 'La forja de un rebelde'. Los niños estaban en Getafe. Y las fotografías tomadas en el depósito de Madrid había que utilizarlas como propaganda contra los fascistas... También hay testimonios verbales que acreditan la veracidad del  hecho. El bombardeo de La Legión Cóndor en Getafe de aquel funesto viernes causó, al menos, 60 muertos, la mayoría niños que  permanecían en la escuela.

Y así se hizo. Las fotografías, guardadas por Arturo Barea se convitieron en vallas publicitarias en Valencia; luego se difundieron en Londres y París. A primeros de diciembre de 1936, desde Burgos, los golpistas emitieron una nota de prensa denunciando que se trataba de propaganda. (La Labor. Periódico católico de Soria. 3 de diciembre de 1936).

Cartel editado en Valencia con las fotos de los niños muertos en el bombardeo de Getafe


Algún tiempo después, el poeta inglés Herbert Read escribirá el poema 'Bombing Casualties in Spain' dedicado a los niños muertos, aunque no cita en ningún momento que fuera a causa  del bombardeo de  Getafe. Nosotros lo reproducimos en una traducción casera realizada a base del poco inglés que sabemos y del mediocre poeta que pudiéramos ser. La imagen trágica de la sangre remite, por lo que opina algún experto, a una supuesta y remota influencia goyesca. Artificios intelectuales. Finalmente, en la edición definitiva del libro, aparecerá el original para que el lector lo disfrute en el idioma en que fue escrito. Esperemos una mejor traducción de algún buen poeta que domine la lengua y las metáforas de las tragedias de Shakespeare; lea, de momento el lector, con  disposición a  mostrar indulgencia por mi atrevimiento.

«Las caras de las muñecas son rosadas, pero estas eran de niños
sus ojos no son de cristal sino de cartílago reluciente,
lentes oscuras en cuyas miradas plateadas
la luz del sol temblaba. Estos labios pálidos
estuvieron calientes y brillantes con sangre,
pero sangre
retenida en una burbuja húmeda de carne,
no derramada ni esparcida en el pelo despeinado.

En estas trenzas oscuras
pétalos no siempre rojos
coagulan y ennegrecen desordenados una cicatriz.

Estas son caras muertas:
avisperos de cera
ascuas de madera no tan cenicientas

Están dispuestos en filas
como linternas de papel caídas
tras una noche de algarabía
extinguidas con el aire seco de la mañana».



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Fragmento de 'Si me quieres escribir. 21 días de la guerra civil en Getafe',  de Juan Manuel Alcalá Perálvarez

FOTOGRAFÍA DE LA IGLESIA: Aunque está etiquetada como Getafe, según el estudioso e investigador de temas getafenses José María Real Pingarrón, la imagen se corresponde con el estado de  la Iglesia de San Esteban Protomártir, en Torrejón de Velasco, en esos últimos días de octubre de 1936