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31 de diciembre de 2012

Silvestre o el último día del año

Conocí una historia parecida e igual de triste a la que hoy les traigo por mi propensión a leer todo tipo de papeles, incluidos esos viejos y amarillentos que guardan las hemerotecas. El último día del año 1899, a punto de acabar el siglo XIX y empezar el XX, el director de un periódico nacional, escudado en el pseudónimo, publicó un pequeño relato, una crónica funesta, que, —a su vez—, había leído en un diario extranjero. Los hombres están sometidos al vapuleo del tiempo y los avatares de la fortuna. ¡Las vueltas que da el destino! Hace relativamente poco se repetían las mismas o similares circunstancia y vicisitudes en la persona de otro miserable.


Silvestre había nacido un día 31 de diciembre. Su madre murió a las pocas horas, antes de que acabase el último día del año, ese que precede a la fiesta pagana de las Strenas. Pasadas unas semanas del entierro de su madre, su afligido padre le bautizó con los nombres de Silvestre y Manuel; última y primera asignaciones del santoral católico para el postrer día de un año que se iba y para la inicial y flamante jornada del que llegaba tenebroso y aciago. Siempre, desde que tuvo uso de razón, se nombraba con el primero de los dos nombres. Silvestre; el otro era, ignoto y anónimo, sencillamente M.

Cincuenta y nueve años después, hace hoy justamente un año, la policía municipal recogió el cadáver de Silvestre colgado de un árbol en una pequeña plazuela del centro de Getafe. Era uno de enero del año que ahora se acaba: el infeliz se había suicidado durante la noche del mismo día 31 de diciembre cuando la mayoría de los vecinos andaban brindando con sidra de Asturias y cava extremeño por un incierto y lóbrego 2012, esperando que —contrariamente a los augurios— se convirtiera en próspero y venturoso año nuevo. En el bolsillo de su chambergo, encontraron una breve carta en la que aquel infeliz relataba brevemente su penosa vida.

La carta, que obraba en poder del juez, llegó a nuestras manos hace unos meses gracias a un funcionario molesto con las dificultades económicas y con los famosos recortes del gobierno. Y decía así:

***

“A quien le interese.

Nací hace más de medio siglo. Qué más da el año. Por mi culpa, al llegar a este mundo un desventurado día de nochevieja, murió mi madre. Al cumplir cinco años, mi padre me dejó interno en el Colegio de los PP. Escolapios que se apiadaron del huérfano que era. Mi padre emigró a Suiza para encontrar trabajo; y quizá para no verme y de esa manera olvidar la causa de la muerte de mi madre. Allí encontró empleo en una pequeña fábrica de neumáticos de automóviles.

Nada más cumplir diez años, en los primeros días de un frío mes de enero, el reverendo padre de cuyo nombre no me quiero ni acordar, me leyó una carta de un juzgado de Berna en la que se certificaba que mi padre había muerto hacía solo unos días. Algún tiempo después supe que acabó ahogando su vida y sus penas a partes iguales con alcohol y agua. Lo encontraron en el lago que baña la capital de aquella nación la misma noche del día 31 de diciembre de 1963. Los curas me mantuvieron en el colegio hasta el final de aquel curso en que aprendí los Evangelios, Historia, Geometría y algo de Latín.

Año tras año, durante mi juventud, no era extraño que, cada vez que se acercaba el final del año, sucediera alguna pequeña desgracia a mi o a los que me rodeaban. Lo temía. Tal era mi pavor que nunca entendí porqué las gentes lo celebraban con fiestas y jolgorios como si se fuera a acabar el mundo. En realidad era un día como otro cualquiera para la mayoría. Para mí,  sin embargo, era una cita terrible e ineludible con el infortunio.

Con los años pensé que podría evitar esa conjura, esa terrible influencia o conjunción de los astros. Todo era cuestión de imponer la voluntad al temor; la fuerza y el optimismo a la curelda del destino. Cuando tenía casi treinta años conocí a una mujer de la que me enamoré locamente. Pensé que alteraría ese destino funesto eligiendo para ese día un hecho feliz. Así, dos años después, decidimos casarnos el día de Nochevieja de 1984.

¡Qué días más felices! En verano ella quedó encinta y esperábamos nuestro hijo para mayo, allá por las fiestas patronales. Si era niña la llamaríamos María Ángeles; si era niño, se llamaría Feliciano. Era afortunado y pensaba que por fin había evitado al destino; pero una noche, poco antes de Navidad, al llegar a casa encontré a mi mujer agonizando, rota como un trapo, deshecha por una fatal apoplejía. Ese día no murió. En el hospital de la Cruz Roja, en Reina Victoria, permaneció unos días ciega y muda, al borde del precipicio, insensible, babeando como un vegetal herido. Habíamos perdido el hijo. Ella murió el día 28 de diciembre, como una broma del hado. La enterré el día 31 de diciembre de ese mismo año. La felicidad solo me había durado un año. Un escaso y mísero año roto por el día de Nochevieja.

Por aquel entonces poseía un comercio en el barrio de Juan de la Cierva que marchaba bastante bien. El dolor que me produjo la pérdida de mi esposa, hizo que perdiera cualquier interés por el negocio. Cada día iba peor. O abría tarde o, muchos días, ni siquiera abría: consumía las horas lamentándome de mi mala suerte. Tuve que contratar a un empleado que al menos abriera la puerta.

Un par de años después, descubrí que el dependiente había arruinado totalmente el negocio. Un día sí y otro también sisaba un porcentaje de la caja, tan alto, que finalmente mermó la capacidad financiera de la tienda para adquirir nuevas mercancías; y así convirtió el negocio en un pozo sin fondo, sin viabilidad, sin la posibilidad de pagar siquiera la única nómina: la de mi empleado. Y así, por culpa de la infamia de aquel ladrón, un día 31 de diciembre tuve que bajar el cierre, con la caja registradora llena de telarañas y de facturas sin pagar. El empleado, como tenía la cara más grande que la espalda, me denunció. Y ganó todos los juicios con abogados laboralistas. Apenas tenía dinero para subsistir así que no pude contratar buenos, ni malos, abogados. Perdí el negocio, el local, los ahorros del banco y las pocas ganas de vivir que aún me quedaban.

Sin embargo, gracias a un antiguo conocido con el que había hecho la mili en El Pardo, encontré un trabajo en una nave del polígono industrial de San Marcos, propiedad de una de las nuevas y boyantes empresas que se instalaban en el municipio. Nos acercábamos al final del siglo XX. Durante unos años, seis o siete, trabajé sin interés ni motivación en aquella pequeña factoría dedicada a la fabricación de puertas y ventanas de aluminio para los edificios que proliferaban por cualquier lugar de la geografía nacional. Durante esos últimos años intenté, con éxito, no tentar a la suerte cuando se acercaban las fiestas de Navidad y fin de año. No lo celebraba; ni salía de casa, intentando evitar cualquier caída, tropiezo físico o encontronazo con otros seres humanos o, incluso, temer siquiera un pequeño resfriado. ¿Era posible que la diosa fortuna, tan esquiva y casquivana, se olvidara de este desgraciado?

Pero no fue así. La crisis económica, a la que los telediarios llamaban “burbuja inmobiliaria”, redujo las ventas de la empresa y nos dejó a los diecisiete operarios sin apenas trabajo, como autómatas sin cometido alguno, caminando de un lado para otro de la nave como sonámbulos. Hace tres años, el mismo 31 de diciembre, el encargado nos comunicó la terrible noticia. La empresa se cerraba y todo los operarios éramos arrojados al temible desempleo. El paro se había convertido un enemigo feroz, un terrible calendario que daba cuenta de los meses sin esperanza. Tarde o temprano se acabaría. Yo, sin demasiada energía, esperaba que la crisis se acabara antes que la prestación económica. El miedo al futuro se cebaba sobre nuestras cabezas como los buitres sobre la carroña.

Empecé a deambular por fábricas y talleres. No era optimista; casi me daba igual. Con mi edad no había demasiadas oportunidades. Ni esperanzas. La crisis era de las grandes. Cuando se acabó el dinero del paro empecé a consumir los últimos ahorros que tenía; en tres o cuatro meses se esfumaron como se extingue un cigarrillo. Solo humo. Sin ingresos, dejé de pagar la hipoteca al banco; y las facturas de electricidad, de gas, de teléfono. Era un préstamo a treinta años que nos concedieron a mí y a mi mujer hacía veintisiete años para comprar un un pisito de tres dormitorios en la Avenida España. De esa forma injusta, tras pagar todos esos años, y a falta solo de 36 recibos por abonar, que sumaban la pequeña cantidad de 9.869 euros de capital, más de cinco mil euros de intereses de demora y  otros veinticinco mil más de costas y gastos, el banco procedió a la ejecución.

De manera inevitable perdí la propiedad de la vivienda. El piso se lo quedó un subastero, un tipo calvo con cara de alimaña pero, según alardeaba por los pasillos del juzgado, con unos hijos a los que tenía que alimentar; un tipo que tenía pactadas las ejecuciones con algunos directivos del  banco; a los que seguramente untaba. Pero eso no lo puedo demostrar. Había ofertado solo 26.000 euros. Hace ocho meses perdí la posesión: dos funcionarias del juzgado me desalojaron de la vivienda y me dejaron en la calle con lo puesto; he sorteado las últimas semanas en este mundo como un paria, un miserable, subsistiendo gracias a la asistencia social, a Cáritas y a la Cruz Roja; he deambulado por hospitales y comedores sociales, por las parroquias y por los bancos de alimentos. No hay futuro para mí.

No puedo aguantar más padecimientos ni angustias. Tengo hambre y frío. Quisiera tener el valor de mendigar o de robar; no lo tengo, ni soy capaz de engañar a nadie. Es el momento de liberarme de la maldición que me persigue. Y no he podido, la verdad, elegir mejor fecha, ya que se acerca el 31 de diciembre. Pienso solo que nunca más me atormentará esta maldita fecha. Tras buscar un edificio alto para arrojarme que no encontré, contemplar incluso la posibilidad de arrojarme al lago del sector 3 para que me devoren las carpas y los patos o envenenarme con matarratas, he optado por despedirme atado a un cordel de plástico de ese que se utiliza para tender la ropa, un atadero que guardo en el bolsillo desde hace unas semanas. Solo tengo que trepar hasta la primera rama de una de esas magníficas acacias de la plaza de Pinto, atar la cuerda al árbol y al cuello y, adiós… No tengo más que decir”.

***

Las últimas grupitos de jóvenes bulliciosos  volvían zigzagueantes, en parranda, en dirección a la churrería o, por fin, hacia sus casas tras una noche estruendosa y feliz. Las borracheras elevaban al cielo voces inexpresivas, risas altisonantes y cánticos obscenos. Los primeros resplandores de la mañana, apenas dejaban ver el triste espectáculo difuminado, casi oculto, por la neblina que envolvía al primer día del año nuevo, el día que celebran su santo los que se llaman Manuel.

Tras el levantamiento, aunque mejor habría que referirse al hecho como descenso del cadáver, el juez de guardia, aún bajo los efectos de la mezcla de un buen ribera del duero, unas copas de cava y un sin fin de gin-tónics, envió el cuerpo al Instituto Anatómico Forense que a finales del mes de enero dictaminó que el desdichado sujeto había muerto por la asfixia causada por una cuerda trenzada de plástico verde que aún colgaba del cuello del finado, aunque el informe aventuraba que de no haber sido esa la causa de la muerte lo habría sido probablemente de frío e inanición. Los forenses no hallaron resto alguno en su estómago ni en su aparato digestivo, por lo que dedujeron que no había ingerido alimentos sólidos, al menos, desde cuarenta y ocho o, incluso, setenta y dos horas antes del óbito.

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El lector, amigo o transeúnte, tendrá que disculparme por la tristeza del relato. Está basado en un pequeño artículo periodístico publicado en La Vanguardia el día 31 de diciembre de 1899. El texto vio la luz en la portada de dicho ejemplar en sección “Busca buscando”  que su autor,  el director del diario firmaba bajo el pseudónimo de Juan Buscón.

Si nos no nos vemos: ¡Feliz Año 2013!

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30 de diciembre de 2012

Los miserables de Daniel Urrabieta Vierge



El reciente estreno de la película Los Miserables”, basada en la obra de Víctor Hugo [1862], nos ha hecho volver sobre la figura de Daniel Vierge. Ya indicamos en el capitulo del libro "Crónica de un viaje al ayer"  dedicado al ilustrador getafense que había colaborado en numerosas obras del universal novelista francés, una de ellas —precisamente—, la edición de Los Miserables que se publicó en el año 1879. Gracias a los fondos digitalizados de la Biblioteca Nacional de Francia hemos localizado la portada de ese libro; desafortunadamente, no hemos podido acceder a ninguna edición completa y a las 500 ilustraciones que anuncia en su portada, entre ellas las del propio Víctor Hugo y las de Daniel Vierge.

Nuestra búsqueda nos ha llevado, afortunadamente, a otro libro ilustrado, entre otros grandes dibujantes y pintores como Renoir, por Daniel Vierge. Se trata del séptimo volumen de las veinte novelas agrupadas por Émile Zola en la serie Les Rougon-Macquart a la que subtituló como “Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio”. En “L’Assommoir” [La taberna] publicada en 1887, Zola recrea el lenguaje y las maneras de los trabajadores, describiendo la devastación causada por la pobreza y el alcoholismo.

A través de una edición inglesa de ese libro digitalizado por la University of Illinois a Urbana-Champaign hemos podido acceder a las ilustraciones de Renoir y de Vierge entre otros.  La que reproducimos a continuación se titula "Mujeres esperando la paga a la puerta del taller".



21 de diciembre de 2012

¿Quién fotocopia la agenda del jefe de la oposición?



Otoño de 2001. Posiblemente. Se ha sobrepasado el ecuador de la legislatura. Quedan menos de dos años para los siguientes comicios municipales. Los concejales del Partido Popular están convocados en el despacho del grupo en el Ayuntamiento de Getafe. El PP de Getafe tiene un problema interno. Todo el mundo —por generalizar de alguna manera— conoce la agenda del portavoz de los populares, con quién se reúne y con quién come y las anotaciones, que en ella hace sobre asuntos y personajes del municipio;  y aún peor, las fotocopias de su diario privado revolotean por las redacciones difundiendo, incluso, intimidades personales. El asunto es grave. José Luis Moreno pretende acabar de una vez con las filtraciones de los papeles y, de paso, con el espía. Ha llamado al Comisario de Policía para pedirle el favor de que un par de agentes tomen las huellas de todos los ediles. No quiere que la sangre llegue a los juzgados, de momento; ni a los  medios de comunicación. Solo arrinconar al confidente y señalar a sus amigos, patrocinadores o compadres.

La escena que rescatamos para la actualidad comparte con otras de hoy, en su esencia, la paranoia de los que se sienten vigilados o espiados; y azotados por las filtraciones. ¡Cómo será posible que esos documentos, precisamente, a los que casi nadie tenía acceso..! 

Entre los personajes de este absurdo sainete político de finales del siglo XX están, además del que hasta hace poco era Director General de Empleo de la Comunidad de Madrid, José Luis Moreno, el perenne y escurridizo José Luis Vicente Palencia, el diputado regional Carlos González Pereira, los actuales ediles José Luis Casarrubios y Carmen Plata y algunos exconcejales como la "desaparecida" María Jesús Fraile, "Susi", y Tomás Martín Morales, "el del Brass" o el "Roca de Boadilla", exconsejero delegado de la empresa Municipal del Suelo y la Vivienda de Boadilla del Monte e imputado por el caso Gürtel. Todo un elenco de personajes empujando al soplón hacia la "puerta de salida". Los hechos fueron noticia en su día, hace más de 24 años,  aunque la antigualla [cinta] magnetofónica está inédita aún en su totalidad. Entran los policías al despacho municipal. El sospechoso mismo, Óscar, sabiendo de su situación desesperada, se "señala" sin pudor. Toma la iniciativa y empieza la tragicómica escena. Música inicial de suspense para pasar luego, en brusca transición a alboroto de patio de vecinos. Casi como una zarzuela; con chulería:

ÓSCAR: Me gustaría saber vuestros nombres. ¿Los puedo saber?
POLICÍA NACIONAL: ¿Los nombres?
ÓSCAR: Sí
POLICÍA NACIONAL: ¿Y el carné profesional?
ÓSCAR: Sí
POLICÍA NACIONAL: Bueno, te doy el mío; mi compañero está en prácticas.
ÓSCAR: Ah, bueno… pues el suyo.
POLICIA NACIONAL: José Mxxxxo, carné profesional número tal y tal y tal (se oculta, aunque en la grabación suena nítido).
ÓSCAR: ¿Me puede enseñar la orden judicial?
POLICÍA NACIONAL: ¿La orden judicial de quéee?
ÓSCAR: Jose –dirigiéndose a José Luis Moreno-, tenemos una orden judicial para esto ¿no? Yo esto no lo sabía. Yo las pongo, vamos, no tengo ningún problema, pero ¿Hay orden para esto?
POLICÍA NACIONAL: Si...
JOSE LUIS MORENO: Yo dije que era voluntario…
POLICÍA NACIONAL: Sí,  sí; si no quieres ponerlas, no las pongas. Nosotros nos vamos y…
ÓSCAR: Yo, simplemente, esto… Yo mañana ante un juez las pongo, o sea que no tengo ningún problema. Lo único, es que pensaba… Es que para esto es necesario un procedimiento judicial como es procedente…
POLICÍA NACIONAL: Un  momento, esto es estrictamente voluntario; aquí no tenemos…, digamos que es que tenéis un problema interno y… 
ÓSCAR: Palencia (José Luis Vicente Palencia) me dijo que eran papeles lo que íbamos a ver hoy. 
JOSÉ LUIS MORENO: ¿Qué papeles?
ÓSCAR: Si, pero luego yo hablé con Palencia y me dijo que eran papeles. Yo esto delante de un juez yo las pongo; y lo digo delante de dos testigos, no tengo ningún problema.
JOSÉ LUIS MORENO: ¿Qué problema? Si esto es voluntario, sin problemas seguro. 
POLICÍA NACIONAL: ¿Entendemos que no hay problema?
JOSÉ LUIS MORENO: No, no…
ÓSCAR: Muy bien, perfecto.
POLICÍA NACIONAL: Lógicamente, ¿no?
ÓSCAR: Sí, sí. Como a mí, realmente, no me han explicado nada y no sé el contenido de la denuncia, pues claro, yo…
POLICÍA NACIONAL: Lógicamente, claro, entiende que nosotros hemos venido a requerimiento vuestro…
SEGUNDO POLICIA NACIONAL: Si hablando nos entendemos perfectamente, no hay ningún problema.
JOSÉ LUIS MORENO: Ninguno.
POLICÍA NACIONAL: Venga, pues nada. 
JOSÉ LUIS MORENO: ¿Te vas a quedar con esto? –mostrando la hoja con los datos de los policías.
ÓSCAR: No; se lo quedan ellos. ¿Tienes algo que comentarme?
JOSÉ LUIS MORENO: No, yo os dije que era voluntario y voluntariamente te has negado.
ÓSCAR: No, yo pensaba que había una orden judicial contra nosotros.
JOSÉ LUIS MORENO: Una orden judicial contra ti.
POLICÍAS NACIONALES: Adiós, señores (Se despiden viendo que el asunto va a peor).
ÓSCAR: Claro, es lo que yo había entendido. Y entonces, es me parecía…
TOMÁS MARTÍN: (gritando) Te estás delatando tú solo.
ÓSCAR: Tomás, no me estoy delatando. He dicho voluntariamente que mañana voy al juzgado y las pongo, eh..
TOMÁS MARTÍN: (gritando otra vez) ¡Te estaaás delatando tú solooo!
ÓSCAR: Yo voy mañana al juzgado y las pongo delante del juez.
JOSE LUIS VICENTE PALENCIA: (gritando también) Tú tenías que haber hecho lo mismo que nosotros.
ÓSCAR: Oye, oye, Tomás…
JOSÉ LUIS  MORENO: Oye, no pasa nada, yo dije que voluntariamente lo hicierais  y ya está.
ÓSCAR: Yo habré entendido mal las cosas porque Palencia me dijo a mí que la policía iba a poner huellas de los papeles que había encontrado.
JOSÉ LUIS VICENTE PALENCIA: No me cuentes rollos; a ti, Susi (María Jesús Fraile) te dijo lo mismo que nos ha dicho a todos.
JOSÉ LUIS MORENO: Perdona, en una reunión de grupo se os dijo a todos.
CARLOS GONZÁLEZ: Cada uno hace lo que quiere; esto es voluntario.
ÓSCAR: Oye Carlos, yo he dicho que voluntariamente voy al juez y las pongo.
TOMÁS MARTÍN: Te piensas que somos tontos…
ÓSCAR: Que somos tontos, de ¿qué? Yo estoy diciendo que delante del juez las pongo, no tengo ningún problema. Yo tuve un problema con la policía y no sé lo que van a hacer con esas huellas, ¿sabes? Directamente y ya está. Como tuve un problema…
TOMÁS MARTÍN: Ni tú te lo crees.
MARI CARMEN PLATA: Óscar, estos son profesionales.
ÓSCAR: Que sí, Mari Carmen, yo tuve un problema también con un profesional. Bueno, tío.
JOSÉ LUIS VICENTE PALENCIA: Es que n o me parece lógico. Somos nueve…
MARI CARMEN PLATA: ¿Qué ha pasado?
ÓSCAR: Yo he pedido la orden judicial y  me han dicho que no. Y me he ofrecido voluntariamente a ponerlas delante del Juez.
TOMÁS MARTÍN: Delante del juez,… (despectivo)
CARLOS GONZÁLEZ: (también despectivo) Delante del juez…
TOMÁS MARTÍN: (amenazante) Mira, cállate, es mejor que te calles.
ÓSCAR: Estoy diciendo que yo tuve un problema con un policía. ¿Sabes?
TOMÁS MARTÍN: (le interrumpe) Que no me cuentes rollos.
ÓSCAR: (sigue con su película) y como tuve un problema…
TOMÁS MARTÍN: (gritando y de forma despectiva) Que vale.
ÓSCAR: Que vale ¿no?, claro.
JOSÉ LUIS VICENTE PALENCIA: Te tenías que ir del grupo. 
ÓSCAR: Que ¿me tengo que ir del grupo?
JOSÉ LUIS CASARRUBIOS: No es el momento ni de analizarlo ni de decirlo.
MARI CARMEN PLATA: (Sigue defendiendo a la policía) Óscar, esos hombres no tienen nada que ver…
ÓSCAR: Carmen, a lo mejor estos hombres no tienen nada que ver
MARIA JESÚS FRAILE: Si esto era simplemente para continuar con una investigación.
ÓSCAR: Susi, -se dirige a María Jesús Fraile- si hay una investigación no hay ningún tipo de problema.
MARIA JESÚS FRAILE: Claro.
ÓSCAR: Pues entonces, pero a mí esto policías me dicen que no tienen nada que ver, que si es así han sido ellos los primeros que han dicho que no las ponga.
TOMÁS MARTÍN: Claro…
ÓSCAR: Así de claro, yo no he inculpado a nadie. Yo tuve un problema con un policía y a mí la policía me ha dicho que tal… pues ya está.
TOMÁS MARTÍN: Mira Óscar, que ya está bien.
ÓSCAR: Es que no me corto, que estoy diciendo que las pongo delante de un juez ¿De qué me estás hablando?
CARLOS GONZÁLEZ PEREIRA: ¿Qué juez?
ÓSCAR: Mira Tomás, no voy a entrar en provocaciones porque al final vamos a salir mal.
MARI CARMEN PLATA: Cállate, -dice dirigiéndose a Tomás Martín-. Mira, -a Óscar- esto es tan sencillo como que si hay una investigación seamos los primeros en…
ÓSCAR: No hay explicaciones, José Luis (le interpela a Vicente Palencia), no las hay. Si te estoy diciendo que delante de Moreno y de Ana (Ana Pareja) me he ofrecido voluntariamente; delante de un juez voy y las pongo. Y ya está…
CARLOS GONZÁLEZ PEREIRA: (interrumpiendo) Voluntaria estabas ahí…
ÓSCAR: (Sigue a pesar de la interrupción) ¿sabes?, y ya está. Yo tuve un problema y punto. Si yo os entiendo…
MARI CARMEN PLATA: (No se entiende lo que dice en la grabación) …
ÓSCAR: Pero los papeles, que yo sepa, nos han dicho que no los hemos tenido ninguno.
MARI CARMEN PLATA: Tienen que hacer pruebas, buscar huellas..
ÓSCAR: Entonces, ¿Somos sospechosos?
MARI CARMEN PLATA: No, todo lo contrario.
ÓSCAR: Pues entonces, eso es lo que quiero saber.
TOMÁS MARTÍN: Ahora, a mi criterio eres sospechoso.
ÓSCAR: Ah, a tu criterio.
TOMÁS MARTÍN: Desde la libertad que tengo y lo digo delante de mis compañeros, tú si lo eres. Tú lo eres, -señala con el dedo a Óscar.
ÓSCAR: ¿Quieres que entremos a discutir?
TOMÁS MARTÍN: No tengo nada que discutir contigo. Desde este día lo eres. 
ÓSCAR: Vale, pues ya está; yo me he ofrecido voluntario a ponerlas delante de un juez y ya está. Si lo quieres entender lo entiendes. Yo tuve un problema con un policía y ya está.
TOMÁS MARTÍN: Eso es una mentira y no te la crees ni tú.
ÓSCAR: Vale, Tomás, ya está.
JOSÉ LUIS VICENTE PALENCIA: Todos lo hacemos por colaborar ¿Tú te crees que a Tomás le gusta poner ahí sus huellas?
ÓSCAR: Pues entonces, colaborar, no…, no…
TOMÁS MARTÍN: Esto es la evidencia.
CARLOS GONZÁLEZ PEREIRA: Has pedido los datos a los policías.
ÓSCAR: Sí, solamente quería saber cómo se llamaban.
JOSÉ LUIS MORENO: Me parece una falta de educación que un concejal del PP… pedirle a un agente de policía, a un inspector los datos, tomar los nombres.
MARÍA JESÚS FRAILE: Y que están mandados por José Luis (se vuelve hacia José Luis Moreno).
ÓSCAR: Oye, que la hoja se ha quedado ahí.
JOSÉ LUIS MORENO: Se ha quedado porque no has puesto las huellas. El te los ha dado. Y se ha quedado alucinado, el hombre…
ÓSCAR: Yo también le he dado mi carné.
CARLOS GONZÁLEZ: Hombre estaría bueno, a un policía…
JOSÉ LUIS MORENO: Están colaborando con nosotros.
ÓSCAR: Colaborando o no, Jose, a mí no se me ha explicado nada. ¿eh? Se lo habrás explicado a otros, a mí no.
CARLOS GONZÁLEZ: Has estado en una reunión, en muchas reuniones y en una te hemos dicho nosotros lo que tenías que hacer.
TOMÁS MARTÍN: En la última estuvimos hasta las once de la noche.
ÓSCAR: Hablando de cinco temas
TOMÁS MARTÍN: No me cuentes rollos,  no me cuentes rollos…
CARLOS GONZÁLEZ: Hay un acta.
TOMÁS MARTÍN: No hay dios que te crea.
ÓSCAR: Te estoy diciendo que voy al juzgado, voy al juzgado y las pongo ¿sabes?
JOSÉ LUIS VICENTE PALENCIA: Lo que tienes que hacer es largarte del grupo; es lo que tienes que hacer y dejarnos tranquilos.
TOMÁS MARTÍN: Esto es vergonzoso. Estamos nueve concejales en piña y ahora, de repente, uno dice que no. ¡Lárgate, dimite ahora mismo!
ÓSCAR: ¡Voy a dimitir porque tú lo digas! Es que tú no entras en razones. Te estoy diciendo que yo delante del juez los pongo.
JOSÉ LUIS VICENTE PALENCIA: ¿Qué quieres, que te denunciemos y que te las pida un juez?
TOMÁS MARTÍN: Venga, por favor…
JOSÉ LUIS VICENTE PALENCIA: Que se vaya ahora y no  tenemos problemas dos años más.

[.../...]


17 de diciembre de 2012

El caso aparcamientos y el futuro [sobre todo] del PSOE


En los últimos días se ha desvelado que la jueza que lleva el caso de la concesión de los aparcamientos de Getafe ha imputado a Santos Vázquez Rabaz, exconcejal de Deportes y de Urbanismo del Ayuntamiento de Getafe. Cualquiera que siga la actualidad local, y sobre todo si ha profundizado sobre los hechos y el procedimiento, llega sin esfuerzo apenas a una sencilla conclusión. La lectura del Informe Aníbal posibilita afirmar que el proceso político y administrativo fue una gran chapuza que debería tener para la mayoría de los implicados la sanción que corresponda, aunque finalmente —mucho nos tememos— solo quede en la censura moral, el apercibimiento y la reprobación social.


A la vista de la documentación accesible nos surgía precisamente esa duda: ¿Por qué no estaban imputados todos los que eran [responsables]? La citación a Santos Vázquez responde en parte a nuestra pregunta; queda, a pesar de ello, la inquietud de que aún no está completo el reparto de los principales protagonistas. Y resta elucidar porqué el PP no implicó a toda la Junta de Gobierno que integraban PSOE e IU. Habrá que ayudarse con la imaginación o con suposiciones basadas en el tablero de la política local en el momento que se originaron los hechos.

Y conste, antes de seguir, para que nadie sospeche que nos guía la tendencia o la animadversión, que la imputación supone en realidad —jurídicamente hablando— un derecho: el derecho a defenderse de una acusación. Entre los que aún faltan por aparecer en los créditos, y que fueron figuras y actores destacados de la película que nos entretiene, están la presidenta en funciones de la Junta de Gobierno Local, Sara Hernández que, en ausencia de Pedro Castro, adjudicó las concesiones de obra, la concejala socialista Carmen Duque o el edil de Izquierda Unida, Alfonso Carmona.

También faltaba, aunque ya se ha subsanado ese olvido, el que en ese momento, —aún cuando no estuvo presente en el órgano de gobierno—, era el máximo responsable del urbanismo local: Santos Vázquez; y otros ediles que tampoco asistieron como Mónica Medina. Olvidémonos en relación con los hechos que se estiman del malogrado Sánchez-Coy. No meteremos al muerto en el entuerto, salvo que los vivos quieran echarle la culpa como pasa en los sainetes u operetas donde ha desaparecido el dinero y nadie dice ni pío.

Santos Vázquez era el concejal delegado, el responsable en aquellos días de vino y rosas del urbanismo getafense, fallido edil con ínfulas de sucesor a la cátedra de [sin san] Pedro antes de proclamarse, al sillón que controlaba y determinaba el interminable y suculento expolio de las arcas municipales a costa del desarrollo urbano de Getafe o en todo caso, si fuera posible y cupiera, una plaza en la mesa camilla donde se reunían los conseguidores socialistas y máximos beneficiarios del negocio urbanístico de Getafe.

Es posible que a la juez se le haya escapado la composición de la Junta de Gobierno, pero —pensamos nosotros siempre mal— que fueron los impulsores de la denuncia, Palencia y González, la dirección bicéfala del PP local en aquellos días, los que sustrajeron de los papeles, olvidando a propósito por alguna razón mezquina, el nombre de un par de importantes y comprobados responsables del desaguisado de los aparcamientos. Sara Hernández, preside la Junta de Gobierno Local y el otro, Santos Vázquez, aún ausentándose, figura y así se especifica en el acta, como miembro de ese órgano ejecutivo de la política municipal.

No habrá que rebuscar demasiado las razones de la actitud sesgada del PP local percibiendo enseguida que el olvido preconcebido se pergeñó en la imaginada conveniencia de José Luis Vicente y Carlos González, sobre todo del primero que tiene más chispa y agudeza política, para librar de la quema a los "enemigos internos" del clan de los Castro. Incluso se rumoreó en aquellas fechas iniciales del fregado, aunque no se pueda probar, —ni lo pretendemos—, que hubo más de una reunión entre el responsable de urbanismo del PP, Vicente Palencia, el del PSOE, Santos Vázquez, y la indómita Sara Hernández. Qué afición la de Santos a los almuerzos y las cenas conspirativas. Sara se mostraba, a espaldas de Pedro y apenas superada la adolescencia política, como albacea y heredera al frente de los destinos del PSOE getafense; los incondicionales del exalcalde aún tildan la deslealtad de la “niña” [Sara Hernández] de ingratitud política con su primer mentor y, sin tapujos, de traición. Y el viejo no estaba muerto ni mucho menos; ni siquiera mal enterrado.

Al PP local, incapaz de hacer mella en la muralla socialista, el asunto le venía como traje a medida para sus objetivos y estrategias. Aparecían rendijas, o grietas, que habrían de provocar finalmente el desmoronamiento del “chiringuito” de Castro: una hija indócil y levantisca que no iba a retirarse de la pelea sucesoria como sucediera antes con otros ahijados [políticos] de Pedro Castro como Paco Hita o David Lucas, y un abandonado y “envilecido” concejal de urbanismo por unos y por otros, por propios y por extraños.

Santos Vázquez resultó achicharrado con el explosivo embrollo que él mismo, copando el protagonismo, se encargó de magnificar y caldear: la expropiación de los terrenos de las cooperativas de PSG, la eterna justificación de las “10.000 viviendas protegidas” para que sus amigos siguieran con el negocio de las libres en El Rosón y, como detonante, las adjudicaciones de las parcelas de los Molinos Buenavista. A finales de 2008 dejó el Ayuntamiento de Getafe con el rabo entre las piernas, como un animal herido, indefenso, sin la salvaguarda de ninguno de sus compañeros; y más cabreado que un mono con el “mayoral” del cortijo, otrora benefactor, Pedro Castro. Santos “desfiló” por la puerta chica del coso getafense engañado por uno más listo que él; tiene guasa el hecho porque nos referimos a Super Damopín [David Moreno], el aciago alarife, inexperto y atrevido, más albañil que arquitecto, de las multitudinarias y desventuradas cooperativas Getafe Capital del Sur y Getafe Cuna de la Aviación Española y de su empresa, la gestora PSG [Propietarios de Suelo de Getafe]. Aún permanecen colgados en “la red” los vídeos con las grabaciones. Valore en lector por su cuenta la mermada capacidad política del exedil de urbanismo y su estúpida y compulsiva obsesión por expresar su verborrea y sus tonterías en el momento más inoportuno. ¡Mal pooo-lí-tico! Solo por eso, reconocer el chanchullo y el reparto en el concurso de las parcelas, aunque fuera “en privado”, que no es poca hazaña para un cargo público, tuvo que dejar su puesto al frente de urbanismo y emigrar a la agencia antidopaje, bajo las órdenes y el paraguas de su "amigo" Jaime Lissavetzky. Llevaba el rabo entre las piernas, sí, pero con un lucrativo destino y una plaza —de las buenas— de funcionario laboral entre las manos [Director Técnico de Deportes del Ayuntamiento de Getafe]; un cargo que ganó, todo hay que decirlo, gracias a su experiencia, meritoria o no, [en el ámbito de la gestión deportiva], y —suponemos también— con la aquiescencia de sus compañeros, el beneplácito de Pedro Castro y el empujoncito o ayuda conseguida en cualquier oposición “apañada” solo por ser un pez más o menos gordo afiliado al partido que gobierna —así se puede hacer gobierno y oposición. ¡Qué más da!

Sin embargo, la traición marca siempre su huella indeleble en el alma y en el futuro de los felones con la amenaza permanente de sufrir, ellos mismos en sus carnes, igual o parecido castigo. El que a hierro mata a hierro muere. Santos Vázquez ya está imputado: ha sido citado en el juzgado a finales del mes de enero de 2013. Sus compañeros, los que han declarado antes que él, Pedro Castro y José Manuel Vázquez (leñe, otra vez los VázquezSantos, Pedro y Zole—, tirándose de las greñas) han aclarado a la juez que el edil delegado de urbanismo cuando se adjudicaron las concesiones era el sin par Santos Vázquez; eso sí, sus compañeros han declarado con toda deportividad, sin acritud. Luego, tras desaparecer del espectro político de Getafe, fue Vázquez Sacristán [Zole] quien asumió la responsabilidad del urbanismo. Eso sí es puntería, para que digan.

El resto de los implicados han desaparecido prácticamente del escenario, ya sea política o, incluso, físicamente, ya cumpliesen como actores de reparto o como simples figurantes; es el caso, además del fallecido Ignacio Sánchez-Coy, de otros “muertos” [políticos, que conste] o “mal enterrados” como Carmen Duque, Mónica Medina y Alfonso Carmona.

No es el caso de Sara y de Santos. Hernández es la Secretaria General del PSOE local, una joven “mandamás” a la que le falta, no un hervor, un par de ellos, diríamos: capacidad política y liderazgo social. ¿Y qué tiene entonces? Sara se ha convertido en poco tiempo en una apuesta errada de Tomás Gómez [quizá sea eso lo que le interesa al errático líder del PSM] y en la renovada esperanza de Juan Soler para repetir una victoria que podría dejarle en los siguientes comicios como nuevo y absoluto dueño del cortijo [fuera de aquí no habrá demasiados puestos para escoger si Rajoy y el PP nacional siguen por la misma linde del desastre nacional]. Hay que recordar que Sara y Cristina eran, o siguen siendo, del mismo bando, facción, corriente o clan de la dirección del PSG [Partido Socialista de Getafe]. De hecho, Cristina sigue siendo Secretaria de Política Municipal de la Ejecutiva Local de los socialistas; y edil. Y, por lo que parece, no piensa dimitir de ninguno de los cargos. Un poquito de vergüenza, por favor.

Tras las últimas elecciones generales, el gobierno socialista, el zapaterismo y el rollo ese de la doble A [Agencia Antidopaje] se fueron a la porra. Santos Vázquez, denostado por las miles de familias afectadas por la PSG como edil mentiroso y corrupto, claramente fuera de la política representativa, ha tenido que regresar de nuevo a la Capital del Sur recuperando la plaza que tuvo la precaución de adjudicarse. De la misma manera que casi lo consigue igualmente “su amigo” Iván Blanco, asesor de deportes del gobierno local de Soler-Espiauba que lo intentó, aunque no le salió la jugada; y por partida doble: él y su mujer. Es que tienen un morro todos ellos...

Ahora y allí, en deportes, ha coincidido, además de con el tal Iván, con Carmen Plata, exconcejal de Vivienda y nueva responsable de la concejalía de Deportes del Ayuntamiento de Getafe. Carmen Plata y Santos Vázquez son viejos conocidos de la corporación local donde coincidieron como ediles entre los años 1995 y1999. Uno al frente de Deportes y la otra en la oposición: en trincheras otrora enardecidas. Hoy, armonizados, en una misma línea política y un bien común; una ejecutando la política popular en deportes; y el otro ayudando y ayudándose. Tanto monta, monta tanto, la Plata como Santos. En idílica armonía. ¡Qué susto…!

Pero eso será tema para el siguiente articulito o para el siguiente y para el siguiente. Volviendo al caso de los aparcamientos, y como curiosidad, damos una pequeña estadística de los "actores principales” [los que partían el bacalao] en el caso aparcamientos. Los únicos que asistieron a las tres juntas de Gobierno Local en las que se votaron cuestiones del caso aparcamientos (julio de 2007, abril de 2009 y mayo de 2009) fueron Sara Hernández, David Castro y José Manuel Vázquez. Santos Vázquez no asistió a ninguna de las tres reuniones. Ausente en la primera, abandonó el cargo—sin honores— en 2008, pero era el delegado del área de urbanismo desde el mismo momento que se pergeñó el negocio. ¡Menuda pelota! Todavía le siguen cayendo piedras por su malograda y peculiar gestión al frente del urbanismo local. Pedro Castro solo estuvo en una de las tres juntas, la última; y no coincidió en ninguna de ellas con Cristina. ¡Cuánto sabe el viejo!

Todos son responsables solidarios de las decisiones de la Junta de Gobierno Local. Pero unos más que otros. Pensamos nosotros. ¿Qué le espera al Partido Socialista de Getafe a la vista de este proceso? Si se acusa formalmente a los imputados y se celebra un juicio, el PSOE local estaría al borde del desastre y, en todo caso, pase lo que pase, necesitado de una total regeneración. No valen Saras; ni medias tintas. En Getafe no hay oposición, a pesar de los esfuerzos de la fallida y rota UPyD.