Google+

30 de septiembre de 2012

Daniel Vierge, el príncipe de la ilustración. 2



[.../...] El triunfo de uno de Getafe en París. 1

Edmond de Goncourt (1822-1896) escribió sobre la recuperación del artista getafense: «En el naufragio de su cerebro ha quedado una célula intacta: la célula del dibujo. No sabe leer, no sabe escribir, de tal modo, que para firmar una obra tiene que copiar trazo a trazo la firma de su dibujo antiguo, y, sin embargo, ¡Oh prodigio! Con la mano izquierda dibuja con igual facilidad y perfección que antaño...! ¡Qué desgracia, esta muerte de la mitad de él mismo y, ciertamente, de algo de su talento, cuando iba a hacer su tan bello, tan original, tan español Don Quijote...!

Su vida parece el argumento de un drama. Al poco de recuperar su actividad artística falleció su compañera Clara, que tanto le había ayudado en su convalecencia. Pero lejos de la oscuridad y de la tragedia, la obra que surge de la mano izquierda de Vierge adquiere nuevos y poderosos matices, una luminosidad especial, más delicada si cabe, superando los portentosos dibujos de su etapa anterior. Si con la mano derecha había alcanzado el éxito con la ilustración de El gran tacaño, de Quevedo, sería su mano izquierda la encargada de alcanzar la gloria tras ilustrar la obra maestra de Miguel de Cervantes, D. Quijote de la Mancha.


Daniel Vierge y el Quijote

Si hay que destacar un trabajo de Daniel Vierge, ese es –sin duda– la ilustración del Quijote. Desde niño había visto a su padre dando forma con el lápiz y el buril a las calenturientas aventuras del universal hidalgo de la Mancha para distintos libros y revistas. En 1893, tras la muerte de su segundo hijo, Daniel Vierge realizó un viaje a España para realizar una serie de dibujos sobre los paisajes del Quijote que la editorial Charles Scribner’s Sons le había encargado para el libro de Auguste F. Jacacci, On the trail of Don Quijote (Nueva York, 1896). En Francia, la obra vería la luz en 1901 bajo el título Au pays de Don Quichotte. Souvenirs rapportés par… Auguste F. Jaccaci. Este viaje le permitió regresar a Getafe y visitar a su madre.

Tres años después, en el otoño de 1896, Daniel Vierge regresó a Getafe. Durante un mes recorrió los paisajes de la obra cervantina con el pintor manchego Carlos Vázquez Úbeda (1869-1944). Los dos viajeros rebuscaron, de posada en posada, de camino en camino, pasando casi las misma penurias que el Hidalgo por el imaginario de Cervantes: la Mancha estéril, la cueva de Montesinos, Argamasilla de Alba, la mazmorra donde tuvieron preso al autor del Quijote, los batanes ya en desuso, los campos de Montiel, Villanueva de los Infantes, Santa Elena, Valdepeñas y su Venta de Cárdenas, Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Almodóvar del Campo, el divino Toboso y los campanarios, las ventanas enrejadas, las hosterías y las gentas de Sierra Morena con sus cielos tempestuosos, sus rocas cegadas por el sol, sus terrenos agrietados, los barbechos, sus horizontes de azul sombrío... «Por estos caminos y pueblos que recorrimos -escribe Carlos Vázquez-, encontramos tipos que nos recordaban constantemente los personajes del libro, pero de ellos el que más abundaba era el de Sancho Panza».

En los quince días siguientes, antes de regresar a París, Carlos Vázquez se acercó a Toledo con el objetivo de arreglar algunos asuntos particulares. Daniel se encerró en la casa familiar de Getafe dibujando de manera frenética 257 dibujos, esbozos y apuntes, de los 262 que entregaría a la editorial. El testigo más cercano durante esos días, el propio Carlos Vázquez, prologuista de la edición ilustrada del Quijote que publicó Salvat en 1930, lo relata así: «se trasladó hasta Getafe, lugar de nacimiento de Urrabieta, donde se detuvo unos días al lado de su madre». El pintor manchego se encontró a su regreso con una sorpresa inesperada que será mejor conocer con las mismas palabras del asombrado y perplejo artista: «Durante nuestro viaje, no hizo Urrabieta -afirma Carlos Vázquez- ningún dibujo ni tomó apuntes. Cuando volví a Getafe, para regresar juntos a París, me encontré que había llenado tres álbumes, todos ellos con dibujos de los parajes que acabábamos de recorrer. ¡Nadie hubiese dicho que no estaban tomados del natural! ¡Qué carácter tenía todo y qué exactitud de lugar!»

Daniel Vierge no vería la obra impresa. El artista estaba considerado, aún en vida, como el padre de la ilustración moderna. En 1889 fue nombrado Caballero de la Legión de Honor francesa y consiguió la Medalla de Oro en la Exposición de Bellas Artes de París con el dibujo titulado «El Viático en Madrid» . El 5 de diciembre de ese año, un centenar de personas, sobre todo escritores, artistas y pintores, se congregaron en el Auberge des Adrets de París en un banquete de homenaje al artista getafense. Al finalizar la comida, tras un gran esfuerzo, apenas pudo expresar sus sentimientos y balbucear una sola palabra: «Merci».

Daniel Vierge, hemipléjico, había conseguido recuperarse de su parálisis activando su lado izquierdo y del fallecimiento de la que fue su gran compañera y amante, Clara [?]. Tras esta pérdida, Daniel Vierge se casó –por fin– de manera legal, abandonando la «irregularidad» del amor libre. De su matrimonio tuvo dos hijos. No pudo recuperarse, después de tantas tragedias, de la muerte de su madre que se produjo en su casita de París el 2 de abril de 1904. Su corazón se rompió definitivamente. El 12 de mayo de 1904, apenas un mes de la muerte de Juana Vierge, la mitad de su cuerpo que aún se movía dejó de funcionar. Daniel Vierge falleció en el pueblecito de Bologne sur Seine, cercano a París, hoy Bologne-Billancourt, uno de los distritos de la capital francesa. De su último matrimonio, sobrevivió uno de sus dos hijos, «artista también de condiciones personales que le abrían un porvenir seguro».

Dos años después de su muerte, en 1906. La editorial Charles Scribner’s Sons de Nueva York publicó en cuatro volúmenes La historia del valeroso e ingenioso caballero andante, D. Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, con una tirada de 1.150 ejemplares. Los pocos ejemplares de esa edición disponibles alcanzan en las librerías especializadas precios de venta superiores a los 2.500 euros. En España fue editado en 1916 y en 1930 por Salvat, dejando mucho que desear por la escasa calidad de las reproducciones de los grabados, aunque la segunda cuenta con el aliciente del prólogo escrito por su compañero de correrías, Carlos Vázquez.

Su hermano, Samuel Urrabieta Vierge, también fue un destacado dibujante –sobre todo de escenas costumbristas madrileñas– que, al igual que su padre, colaboró en la Ilustración Española y Americana. La hermana de ambos, Dolores, también destacó como pintora aunque no hemos sido capaces de localizar ninguna de sus obras; en 1919 publicó una versión del libro «Lecciones de francés al uso de los españoles».

La obra de Daniel Vierge, prácticamente desconocida y olvidada en España, –y más aún en Getafe, su pueblo natal– está desperdigada por el museo del Louvre, el Museo de Orsay y el Museo Carnavalet en París, el Museo de Bellas Artes de Ginebra, la Nationale Gallery de Melbourne, etc… En el año 2005, coincidiendo con el centenario del Quijote, tuvo lugar una gran exposición con los dibujos de Daniel Vierge, organizada por el Ayuntamiento de Madrid, así como una edición conmemorativa de El Quijote. Habremos de acabar, sin embargo, con algo parecido a lo que escribiera Dionisio Pérez en su opúsculo «Daniel Vierge, el renovador y el príncipe de la ilustración», transformado su deseo de renacionalizar la obra de Vierge en algo más modesto dentro del ámbito local que nos ocupa: ¿Dónde hay hombres que quieran contribuir a difundir la figura y la obra prodigiosa del getafense Daniel Vierge? ¿No merece, siquiera, el pequeño [y barato] homenaje de asignar su nombre a una calle en el barrio de Los Molinos?

29 de septiembre de 2012

El triunfo de uno de Getafe en París. 1


Daniel [Urrabieta] Vierge nació el 5 de marzo de 1851 en Getafe, aunque sus padres, Vicente Urrabieta Ortiz y Juana Vierge de la Vega, le inscribieron y bautizaron en la iglesia de San Sebastián, en Madrid, en la que ambos habían contraído matrimonio el 6 de junio de 1845, cuando tenían 22 y 20 años respectivamente. Habían dicho [y así consta en los archivos del templo], seguramente para incluir al niño en la circunscripción de la parroquia, que había nacido en la cercana calle de Huertas. Una pequeña mentira que no les privaría del cielo, sino que, al contrario, les acercaba uno de los más ilustres parnasos de poetas, músicos y pintores madrileños. En esa iglesia se habían bautizado insignes escritores, músicos o pintores como Ramón de la Cruz, Fernández de Moratín, Barbieri o Luis Madrazo y se habían oficiado los funerales por Lope de Vega el «Fénix de los Ingenios» [cuyos restos reposan allí] y del «Príncipe» de los mismos, D. Miguel de Cervantes y Saavedra. En la calle Huertas hay una placa «recordando» que allí nació el ilustre dibujante Daniel Urrabieta Vierge y aunque conste así, en documentos eclesiásticos, creemos que hay que anotar el dato de la primera fuente en importancia, en este caso, el propio artista. Daniel Vierge nació en Getafe. La ciudad de Madrid sí le ha dedicado una calle.

El padre de Daniel, Vicente Urrabieta Ortiz (1823-1879), fue uno de los ilustradores españoles más importantes del siglo XIX. Buen dibujante y mejor litógrafo, nació en Bilbao en 1823. Trabajó con frecuencia para la Ilustración Española y Americana y para otras revistas gráficas como El Museo pintoresco, de Mesonero Romanos, Museo de las familias, etcétera.

La madre de Daniel, Juana Vierge de la Vega, había nacido en 1825 fruto del matrimonio [1818] de Leonardo Bierge y María de la Vega. El abuelo Leonardo, nacido en Lyon, llegó a España como ordenanza o asistente personal de Joseph Leopold Sigisbert Hugo, general de las tropas napoleónicas que invadieron España y padre del gran Víctor Hugo. Leonardo estuvo encargado, entre otras cosas, del cuidado del niño que en un futuro se convertiría en la más grande, entre las estrellas rutilantes literarias de la Francia de finales del siglo XIX. Leonardo se había españolizado con normalidad, de tal manera que decidió abandonar su carrera militar. Fracasado el «reinado» liberal de José Bonaparte, el rey Plazuelas, mote otorgado por los madrileños por la obsesión que le sobrevino de urbanizar el ruin, estrecho y pestilente Madrid, o Pepe Botella, por su afición al trinque, la turba gabacha tuvo que afrontar el regreso a Francia. Leonardo Bierge se licenció y dejó marchar a sus heroicos camaradas de armas. Se despidió de su general; el amor de una española, María de la Vega, lo retenía en Madrid. El apellido del abuelo, Bierge, se transformó en la siguiente generación en Vierge.

Vicente Urrabieta Ortiz y Juana Vierge de la Vega se trasladaron a vivir al cercano Getafe, donde nacieron sus tres hijos, dos varones y una hembra. Posiblemente, el traslado del matrimonio a Getafe se debió a que la familia de Juana ya disponía de una casa en este lugar próximo a Madrid donde, además, había una pequeña colonia de compatriotas franceses que, tras años de permanencia y convivencia, rehicieron sus vidas quedándose definitivamente en España. En el seno familiar convivían sin dificultad la cultura francesa y la castellana. Es probable que Juana Vierge fuera cantante, o simplemente aficionada a la ópera, pasión que intentó transmitir sin éxito a sus hijos. Los tres vástagos del matrimonio habían aprendido a dibujar antes que a leer y a escribir, aunque con el paso del tiempo utilizarían con soltura la lengua de Víctor Hugo y la de Miguel de Cervantes.

Los rapaces se criaron entre las canciones afrancesadas de la madre, evocadoras de la patria del abuelo, el paisaje rural casi manchego de Getafe y los grabados y cuadros de Goya y Velázquez que Vicente Urrabieta reproducía con el buril. Daniel mostraba una precocidad sorprendente. A los cuatro años, «dibujaba con precisión, imitando al padre, y cantaba con voz deliciosa y acordado tono».

Con doce años, en 1863, inició estudios de canto en el Conservatorio de Música –por deseo de su madre– y de pintura –estimulado por su padre– en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Al poco tiempo, Daniel abandonó definitivamente el solfeo por las bellas artes, asistiendo a las clases de Federico Madrazo y de Carlos de Haes. Su hermano Samuel también se decidió por la vocación del padre: la pintura y la ilustración. La hija del matrimonio, Dolores, aunque estuvo interesada por el dibujo, no alcanzó la fama de sus hermanos, realizando traducciones y adaptaciones de libros franceses. La familia seguía puntualmente las noticias de los éxitos literarios de Víctor Hugo gracias a las revistas literarias y de actualidad que Vicente Urrabieta traía de la villa y corte a su casa de Getafe.


El padre de Daniel [de Samuel y de Lola] era un buen dibujante y mejor litógrafo. En 1876, tres años antes de fallecer, Vicente Urrabieta, realizó algunas obras relacionas con Getafe. Hay que destacar el grabado alegórico de la Virgen de los Ángeles en el que se observa la Verdadera efigie de la milagrosa imagen de la Virgen de los Ángeles, a medio camino entre la ermita del Cerro y la iglesia de la Magdalena rodeada de una cohorte de angelillos que la acompañan y otros que tiran de la carroza. La piedra caliza pulimentada que utilizó en el proceso de dibujo e impresión es hoy uno de los tesoros artísticos que custodia la Real e Ilustre Congregación de la Virgen de los Ángeles. El 30 de agosto de ese año, La Ilustración Española y Americana publicaba un grabado titulado: «Getafe: Sacristía de la parroquial de Santa María Magdalena después de una solemne función religiosa, dibujo al natural por Vicente Urrabieta». Es probable que la función religiosa a la que se refiere fuera la celebrada el día 22 de julio, festividad de la patrona de Getafe, Santa María Magdalena. La Virgen de los Ángeles no fue elevada a la categoría de patrona hasta el año 1955. Fue el 8 de diciembre de ese año cuando el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo Garay, la proclamó Patrona del Partido Judicial de Getafe. Así sigue siendo patrona de pueblos como Leganés, Parla, Pinto, Valdemoro o los Torrejones.


Además de las publicaciones periódicas en las que colaboraba, también ilustró y colaboró en la edición de libros, cosas del destino, como El Quijote de Gaspar y Roig que vio la luz el mismo año [1851] en que nació Daniel. En 1868 volvió a ilustrar otra edición de la obra maestra de Cervantes, la de Urbano Manini. Y lo volvió a hacer al año siguiente, en 1869, para una edición de Ramón Pujal. En 1873 realizó una deliciosa serie de viñetas que verían la luz en El Quijote para niños, publicado por la imprenta de Fermín Martínez García.


El primer reportero gráfico de guerra



A finales de 1869, con una España inmersa en una profunda crisis política y económica, la familia Urrabieta-Vierge se trasladó a Paris en busca de nuevos horizontes. Sin embargo Europa y Francia estaban tan revueltas como España, o más. Si en España eran las eternas guerras carlistas y la revolución del 68 [La Gloriosa] lo que provocaba inestabilidad y pobreza, en Francia era la necesidad de renacer como «imperio». La guerra contra Prusia y la pequeña revuelta de la comuna de París en 1871 son las razones que motivaron el regreso de casi toda la familia a la casa de Getafe. Daniel intuía que su futuro estaba ligado a la patria de su abuelo Leonardo; no abandonaría aquella ciudad, escenario impresionante y plagado de oportunidades para un joven resuelto y ambicioso. Era un hombre nuevo. Desde su llegada a París, había eliminado el apellido paterno de su firma, con la idea clara de evitar la confusión de las dos trayectorias artísticas. Una buena, pero antigua, y la suya, de momento nueva... Será para siempre Daniel Vierge, nombre con el que es conocido universalmente. En la capital francesa, y en la misma época, conviven una cantidad extraordinaria de artistas de fama universal: Víctor Hugo (1802-1885), Emile Zola (1840-1902), Èdouard Manet (1832-1883), Claude Monet (1840-1926), Gustavo Doré (1832-1883), Van Gogh (1853-1890), Gauguin (1848-1903), Cezanne (1839-1906), un jovencísimo Tolouse-Lautrec (1864-1901) y muchos más. Menuda aglomeración de genios. El mundo del arte vivía junto al Sena. París era un hervidero de poetas, novelistas, periodistas, pintores, ilustradores, grabadores y otros artistas. Y había que ser realmente bueno para salir adelante, destacar y pervivir.

Sin embargo, era eso, precisamente eso, la competencia, la diversidad y el abigarramiento cultural de París lo que más estimulaba al joven Daniel Vierge. Los grandes acontecimientos que convulsionaban la nación, la guerra franco-prusiana y la Comuna de París son seguidos atentamente por Daniel, que rápidamente se hizo un hueco en la redacción de la revista Le Monde Illustré. Sus dibujos plasman la realidad de una manera muy personal. Las ilustraciones de la guerra que había empezado Napoleón III contra los prusianos significaron, además del éxito personal del artista getafense, el inicio de una manera nueva de enfocar la información gráfica. El periodismo evolucionaba. El público no se fiaba de la reconstrucción de los sucesos, de la «imaginación» de los artistas; se exigían imágenes veraces, que reprodujeran la actualidad, que no la inventaran ni la soñaran; imágenes como complemento fundamental de los textos que se escribían, no accesorias o decorativas. Los lectores pedían que las noticias se ilustraran con imágenes reales. Hacían falta artistas jóvenes que no tuvieran miedo a las balas. Había nacido una profesión: reportero gráfico de guerra. Daniel empezó a ganar reputación, prestigio y dinero.

Alguna biografía asegura que fue hecho prisionero por los alemanes durante esa campaña militar. Se trata, sin embargo, de una noticia falsa, de un suceso deformado, desgastado, por la retransmisión y repetición por vía oral, el oigo y cuento, –un hecho acaso parecido ligeramente a la verdad–, un simple chascarrillo convertido en mito por el creciente prestigio de su protagonista. La realidad es que Daniel Vierge fue detenido por una patrulla ciudadana en los primeros días de la instauración del autogobierno de la Comuna de París, allá por el mes de marzo de 1871. La anécdota, propia de una comedia de enredo de Molière, trascendió por el relato que el propio Daniel Vierge hizo a sus compañeros de la redacción de Le Monde Illustrè.


Tras la derrota de las tropas imperiales de Napoleón III, la capital francesa estaba conmocionada ante el avance de las tropas prusianas y la insurrección popular que se produjo. Las calles eran escenario de permanentes algaradas. Las barricadas se extendían a todos los barrios. Las peleas y disputas armadas entre los «comunistas» y los «versallistas» eran habituales. Daniel Vierge es testigo de excepción de los sucesos. Oleadas de gentes diversas, de ciudadanos, de mujeres, de viejos y niños, de jóvenes, corren de un lado para otro, posan ante sus ojos armados de viejos mosquetones con las bayonetas caladas, vocean, agitan banderas y entonan cánticos patrióticos y de solidaridad internacional. La Marsellesa y La Internacional se funden en las calles de París.

«C’est la lutte finale: 
 groupons-nous, et demain,
l’Internationale 
sera le genre humain.
Debout! les damnés de la terre!
Debout! les forçats de la faim!
La raison tonne en son cratère:
c’est l’éruption de la fin».

Es la canción de moda entre los revolucionarios que había escrito Eugène Poittier, uno de los más prestigiosos representantes electos de la comuna. Por todos lados asomaban, y se cruzaban, grupitos de anarquistas, socialistas, blanquistas y jacobinos; un cuadro intenso, un remolino de colores, de movimiento, un arrebato de personas. Vierge dibujaba lo más rápido que podía trazar su mano derecha, sediento de detalles, de momentos fugaces, de poses atrevidas, de aglomeraciones que se deshacían con la misma presteza que se producían. Uno de los primeros días de la rebelión, una patrulla de la Comuna le detuvo y le requisó el álbum y los lápices. Los revolucionarios le increparon:

–Espion à le solde de Versailles, eh!
Daniel, en su francés de suave acento español y una confianza ilimitada en la fama adquirida y su prestigio periodístico, respondió:
–J’ai souis Vierge! J’ai vous dis que j’ai souis Vierge.
La palabra que repetía el joven dibujante, su apellido, significa como en español que no había tenido ninguna experiencia sexual. Los ciudadanos insurrectos, entre carcajadas y gestos obscenos, le respondían:
–Ça nous es égal que tu sois vierge; la questión n’est pas là. Tu t’expliqueras à la Prefecture de pólice.

Y a la Prefectura de policía fue a parar. De allí salió gracias a la intercesión de sus compañeros de redacción. Tras el incidente, conocida ya por todos su «virginidad», se entregó con ardor a dibujar y a informar de la revolución, del cerco de París, de la entrada del ejército de Bismarck en la capital francesa, de las negociaciones de Versalles y del fin de la Comuna, que reflejó de manera magistral en «Agonía de la Comuna...» (imagen inmediatamente superior), instantánea publicada por Le Monde Illustré el 27 de mayo de 1871 que resume y realza la violencia del combate entre los bandos contendientes, ilustrando de manera ágil lo que pasaba en la calle sin echar de menos la fotografía; la «última batalla» se libraba sobre el cementerio de un país, un camposanto de París lleno de cadáveres amontonados, caídos entre las lápidas, sobre las tumbas, sobre otros muertos y personajes a punto de morir. Cuando llegó la paz, Vierge era el dibujante con más prestigio de Francia. Ya no eran los lectores de los periódicos los que se interesaban por él: eran los grandes pintores y literatos quienes querían conocer a «este observador visionario, descendiente de Velázquez, metido a periodista», según la frase del su contemporáneo, el periodista [novelista, crítico de arte e historiador], Gustave Geffroy.


Entre el 4 de mayo de 1872 yel 11 de marzo de 1876 cubrió desde la redacción de Le Monde Illustré la tercera guera carlista con la publicación de cincuenta y cuatro ilustraciones (50 xilografías y 4 fotomecánicas) basadas en fotografías y en croquis con «todo el esplendor de las grandes ocasiones y el movimiento de las batallas». En el grabado superior [colección particular], las tropas del General Martínez Campos entran triunfantes en Bilbao.


La mano derecha y la izquierda

Al término de la guerra franco prusiana, regresó a la patria Victor Hugo, coronado con la aureola del profeta que había predicho el porvenir, «dijérase que regresó de la expatriación como si fuera un dios; cuanto tocaba su mano quedaba consagrado». Daniel Vierge visitó la casa del escritor. Hablaron de la relación del general Hugo y de su abuelo. Eran curiosidades y coincidencias familiares. Hablando del presente, del acontecer diario, Víctor Hugo le confesó a Daniel Vierge que se había conmovido muchas veces con sus dibujos.

En una de las publicaciones de la época se decía de él, dando la razón al gran escritor francés, que «es un gran dibujante que amalgama lo patético y lo gracioso con una delicadeza admirable». El día que un editor propuso a Víctor Hugo hacer una edición de lujo de L’Année Terrible [poemas sobre el Año Terrible de Francia, 1871], el poeta incluyó como condición que la ilustrara Daniel Vierge. Las reseñas de los críticos no se hicieron esperar. Daniel Vierge es más humano, más servidor de la verdad, más artista, más sincero [que Gustavo Doré]; es «Durero que ha resucitado», proclamaba un plumilla en el periódico Le Temps. Víctor Hugo le pide nuevos dibujos para otros libros (L’homme qui rit, Les travailleurs de la mer y Quatre vingt-treize).

El 26 de diciembre de 1879 murió su padre Vicente Urrabieta, en París a donde había vuelto otra vez. En el verano de 1881, un grupo de artistas jóvenes propuso hacer un homenaje popular para enaltecer y elevar a los altares de la gloria nacional a Víctor Hugo, el personaje del siglo. Daniel Vierge cubrió para Le Monde Illustré la jornada de consideración al escritor galo que, además, le había consagrado con su elección. Desfiles, manifestaciones populares frente a la casa del poeta, obsequios, agrupaciones con banderas y estandartes, música, fuegos artificiales y cortejos fastuosos. A media noche, al llegar a su estudio, se puso a dibujar. Era su forma de trabajar. Tomar «instantáneas» por el día y fijarlas al papel mediante una consumada técnica de lápiz, plumilla, tinta china y aguadas a base de pincel por las noches. No se sabe si cayó rendido por el sueño y el cansancio o por la ansiedad que provoca la pasión, la intensidad y la emoción de un día histórico. Pero aquel rayo le tumbó. Su compañera descubrió que el ictus cerebral le había paralizado la mitad derecha de su cuerpo, dejando yerta la mano derecha, inerte la pierna, sin habla, sin memoria, «hundida en sombras su inteligencia». Bárbaro y oscuro destino de un artista de la luz. Los médicos se mostraron pesimistas; le concedían un diagnóstico terrible: era la mitad de la funesta apoplejía. El golpe era tan solo era un anticipo de la muerte. El mismo día que Francia rendía pleitesía al gran Víctor Hugo. Una muerte terrible.


El organismo de Daniel Vierge mantuvo, no obstante, una fuerza de voluntad inquebrantable. No se rindió al reconocer la mitad de su cuerpo como un guiñapo. Había olvidado todo menos su arte. Le quedaba su mirada y su obstinación; su mano izquierda y su amor por el arte. Poco a poco recobró la memoria. Y empezó a balbucear como los niños. Paciencia y perseverancia. Con la derecha no podía y con la izquierda no sabía escribir ni dibujar. Sería una tarea muy dura. Sin embargo se empeñó en adiestrar la mano del corazón para volver a trabajar. Son dos, tres años, de una lucha titánica, de una tenacidad sin límites. Un día, cuatro años después, hemipléjico, casi mudo y arrastrando su pierna derecha se presentó de nuevo en la redacción de Le Monde Illustré para enseñar sus trabajos más recientes. La expectación era máxima. El artista había ido acompañado de su inseparable compañera Clara que le ayudó a descubrir las carpetas de donde surgían nuevos y maravillosos dibujos. La sorpresa y la consternación dejaron paso a la fascinación y a la celebración por el regreso de Daniel Vierge al mundo de los [grandes artistas] vivos.

CONTINÚA [.../...]  Daniel Vierge, el príncipe de la ilustración

-----------------------------------------------------------------

Fragmento del libro Getafe Capital del Sur, 2009-2012. Crónica de un viaje al ayer.

28 de septiembre de 2012

El gigante Caraculiambro y Los Molinos


El arquitecto encajó el proyecto en la cuadrícula que había trazado el planificador urbanístico sin problema aparente alguno; al menos, en lo que se refería a las dimensiones del edificio destinado a viviendas protegidas. Las obras de urbanización se eternizaban, llenas de zanjas, pozos y socavones, se difuminaban sin la vestimenta de las aceras y la delimitación de los bordillos, enfangadas a causa del agua que no cesaba de caer sobre el último de los ensanches de Getafe. Los Molinos, un desarrollo urbanístico con reminiscencias manchegas y quijotescas, eran el cuento de nunca acabar. Y como es normal, o frecuente, las fachadas de ese rectángulo, casi perfecto sobre los planos, matemáticamente exacto, se asomaban con una cierta imperfección y aproximación a los cuatro puntos cardinales. Tal vez por primera vez, y sin que fuera premeditado, sino fruto de la casualidad, la mayoría de los habitáculos tendrían la orientación óptima con los estares al sur; las aristas resultantes del rectángulo, justas sobre el papel, ofrecían insinuantes sus bordes reales, sobre la cota cero predefinida, a las calles que inicialmente habían sido enumeradas y catalogadas por ingenieros civiles sobre los enormes planos con nombres tan enigmáticos como A2, P4, C17 o ZV8.

Tan pronto como empezó el contratista a subir la estructura de hormigón, a base de pilares y forjados, a colocar ladrillos y a prever como real, no como hipotético o contractual, un plazo razonable de ejecución de las obras en 22 meses, surgió una de las primeras incógnitas, apenas importante durante los trabajos, pero finalmente necesaria: el nombre definitivo de la calle, y el número de policía, por donde tendría su entrada principal el edificio; dato inexcusable para contratar los servicios y acometidas, para la recepción del correo o, solo sea, para indicar a los familiares y amigos la nueva dirección postal. Y así se solicitó a la sección o departamento municipal correspondiente.

El par de funcionarios encargados de proponer el nombre de las calles a la Comisión Municipal de Denominaciones Viarias, con mayoría absoluta de ediles adscritos al gobierno de coalición de la izquierda local, había hecho un gran derroche de ingenio y había propuesto con la suficiente antelación el nombre definitivo de las calles de la nueva barriada. Para contrarrestar la fuerte impregnación ideológica que habían derramado en los nombres de las vías, avenidas, calles y paseos de Buenavista, se pretendió en Los Molinos, –al norte del casco urbano– dar cuenta de la cultura, el ingenio [nunca mejor dicho] y el humor de los dos grandes denominadores comunes, Morajudo y Jerez, rebuscando en la obra Don Miguel de Cervantes. Y era lógica su elección, por aquello del nombre del paraje rústico: Los Molinos, un enclave situado entre dos grandes carreteras, una vía férrea y un polígono industrial que ofrecía aún el antiguo paisaje de campos sembrados de avena y trigo, huertas y granjas.

Y así, como chatarreros de la palabra, eligieron títulos de algunas obras de las obras del Príncipe de los ingenios, libros de otros autores, objetos, personajes y lugares que aparecen en el Quijote con los que dar cuenta al mundo entero de su erudición y denominar las calles del último gran desarrollo urbanístico de vivienda protegida de la Comunidad de Madrid. Los dos fenómenos del iluminado callejero de Getafe, cambiaron las aes seguidas de su número del ingeniero, por Avenida del Caballero de la Triste Figura, de Sancho Panza o de Rocinante; las calles peatonales y las normales por nombres tan sugerentes como Jarifa, Laberinto del Amor, Placer de mi vida o Bálsamo de Fierabrás. ¡Qué ingenio y qué derroche de conocimiento! Seguro que los ediles de la Comisión Municipal que aprobarían el callejero previamente al Pleno de la Corporación no recordaban [tal vez porque no lo habían leído] esos nombre y palabras entresacadas, con tenazas y fino tenedor cangrejero, de la obra de Cervantes. No es que no tuvieran idea de qué cuernos era eso de La Colodra, qué utilidad principal tenía el Yelmo de Mambrino o en qué lugar de la anatomía femenina se exhibía la Albanega. No; ni siquiera se habían percatado de las sutilezas y del juego a que no sabéis de los denominadores cuando a una misma calle o avenida le asignaron dos nombres que corresponden al mismo personaje; la Avenida de Aldonza Lorenzo continúa en línea recta –como si fuera otra distinta – con la Avenida Dulcinea del Toboso; la del Ingenioso Hidalgo, al cruzarse con la dama del Ingenioso, cambia de nombre y pasa a llamarse del Caballero de la Triste Figura. Otros personajes y lugares que nacían en el callejero de Getafe eran La Maritornes, moza asturiana que sirve comidas, o Pedro de Urdemales [urdemalas o malasartes], personaje del folclore popular que Cervantes popularizó en su libro Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (1615).

A los ediles –sobre todo a los que habían aprobado la ESO– sí les sonaba que algunas de las nuevas calles no tenían relación con Los Molinos, ni con el Quijote. Eran otras novelas, ejemplares o bizantinas, entremeses y comedias de cautivos como La Galatea, El licenciado Vidriera, La Gitanilla, Rinconete y Cortadillo, El Trato de Argel, La Guarda Cuidadosa, Viaje del Parnaso, o [los trabajos de] Persiles y Segismunda, personajes de la última novela de Cervantes a la que los denominadores, o google maps, por su cuenta y riesgo, en concordancia –suponemos– con el creciente paro y la reforma laboral eliminaron sus empleos. También se menciona la más famosa de las novelas de caballería, Amadís de Gaula, y a dos de los libros que Cervantes salvaba de la quema en el escrutinio de la biblioteca del hidalgo: La Austríada de Juan Rufo y La Araucana de Alonso de Ercilla.

La elección de los nombres de las nuevas vías es arbitraria y sujeta al libre albedrío y discernimiento de sus nada comunes denominadores. Igual podían haber elegido otras novelitas, otros personajes u otros objetos curiosos y antiguos que aparecen aunque sea solo de pasada en la obra cervantina. Imagina, estimado lector, que habiendo pagado por este librito, se te ofreciera la posibilidad de nombrar o proponer el nombre de alguna de las calles de ese barrio. Elige, por ejemplo, tres; pero con cuidado; entre los siguientes hay dos que no son galgos corredores sino liebres pequeñas: El coloquio de los perros, Grisóstomo, El curioso impertinente, El celoso extremeño, Alonso Quijano, La fuerza de la sangre, La Numancia, Pedro Pérez, Maese Pedro, Maese Nicolás, La ilustre fregona, El amante liberal, Cide Hamete, La cueva de Montesinos, Rucio, El caballero de los leones, Altisidora, El sabio Frestón, Urganda, Rafaelillo de Criptana, Cardenio y Luscinda, Sansón Carrasco, Vellorí, El caballero de los Espejos, Princesa Micomicona, Malambruno, La Infanta Antonomasia y la Reina Maguncia, Clavijo, Pamplinudo de Mora, Bradabarbarán de Boliche, Miculoso, Pentapolín del arremangado brazo, Espartafilardo del Bosque, Zaque… y así, [salvo esos dos gazapos] cientos y cientos de nombres suficientes para llenar el callejero.


El arquitecto, sin embargo, había dispuesto la entrada principal por una calle que no era tal, –según el criterio del ingeniero urbanístico–, sino una zona verde, ZV25 por ejemplo. ¡Cómo son los ingenieros! A la vista de lo que parecía ineludible, aunque fuera vereda o senda peatonal, la Comisión de Denominaciones propuso para esa vía el nombre de unos de esos personajes a los que Cervantes bautizaba juntando palabras de manera certera para escarnecer y ridiculizar con su nombre. Se llamaría Calle Caraculiambro. En fin, imagina, si fuera tu caso lector, la cara que pusieron los futuros propietarios de las viviendas con esa simpática dirección postal. No se sabe de quién se acordaron los dos monstruos de la denominación viaria cuando atinaron con el nombre de ese gigante surgido de la mente del Príncipe de los Ingenios. Porque podían haberle puesto, siendo el mismo personaje, Señor de la ínsula de Malindrania. ¡Con todas las opciones que había! Las quejas por el nombre «cara de culo» llegaron a los responsables políticos, a los foros y al registro municipal. Finalmente, Caraculiambro pereció en su tímida aparición en el callejero universal. La calle, perpendicular a una de las avenidas principales, tomará finalmente el nombre, cambiando uno por otra, de la Giganta Andandona, [hermana del Gigante Madarque, señor de la ínsula Triste], personaje femenino que, habitando en el mundo literario del Amadís de Gaula, es citado fugazmente en la obra de Cervantes.

La cosa era ponerle un nombre cachondo; como si hubiera pocos. Puede que lo consiguieran o no; opiniones habrá para todos los gustos. Eso sí, habían mostrado, ante los cientos de compradores de pisos, cuánta cultura atesora la élite de los funcionarios municipales y que, de vez en cuando, regalan al pueblo, como un donativo o propina. A pesar de su éxito, nuestros «nada comunes denominadores» de calles –tan eruditos, tan bien plantados, sembrados de ocurrencias y cultos, o mejor, cultivados –, dejaron en el olvido a un insigne personaje, por decirlo de tal manera que sirviera para justificar su descuido o su ignorancia, un personaje – como decíamos–, que debería haber sido incluido de manera inexcusable por nacimiento y méritos propios en el callejero de un lugar relacionado con Cervantes, con su obra maestra El Quijote, con Los Molinos y con… Getafe. Imperdonable olvido, creemos.


Aunque solo se hubiera homenajeado al personaje del que hablaremos con uno de esos callejones verdes, o con un nuevo y pequeño tramo de avenida o calle, insignificante, si pretendían ser realmente esquivos con la historia local, prolongación natural de otra vía de apelativo más enjundioso y rebuscado. Una decisión, la de poner nombre a las calles, que marca para siempre los lugares por los que paseamos, circulamos en coche, compramos o, simplemente, vemos pasar la vida. Una placa con un nombre y el escudo de la ciudad, atornillada sobre un par de esquinas, para que los escolares pregunten a su maestra quién era ese Daniel Urrabieta Vierge, o su padre Vicente Urrabieta que [no] tienen sendas calles junto al Ingenioso Hidalgo. Lamentable olvido, aunque ya se sabe que [casi] nadie es profeta en su tierra. Y aquí tenemos un ejemplo notable.


-------------------------------------

ILUSTRACIONES (de arriba abajo y de izquierda a derecha):

«La aventura de los molinos de viento». D. Quixote of the Mancha. Ilustrado por Daniel Vierge. Charles Scribner’s Sons. New York, 1906.
Caraculiambro. Autor: Moix.

Autorretrato. Daniel Vierge. La Esfera. 12 de enero de 1918.

Grabado con el Retrato de Vicente Urrabieta. Publicado en La ilustración Española y Americana el 15 de enero de 1880.

Ilustración de Vicente Urrabieta publicada en «El Quijote para niños». Imprenta de Fermín Martínez García. Madrid, 1873.

«Dulcinea del Toboso». D. Quixote of the Mancha. Ilustrado por Daniel Vierge. Charles Scribner’s Sons. New York, 1906.

--------------------------------------

Capítulo del libro Getafe Capital del Sur, 2009-2012. Crónica de un viaje al ayer.

— EDICIÓN EN PDF. 384 páginas. 140 fotografías e ilustraciones. 14,5 MB. ISBN: 978-84-940059-2-3. 7,26 euros. De venta en este blog. Ver columna de la derecha.

— EN TU LIBRERIA DE GETAFE. 384 páginas. 140 fotografías e ilustraciones. Encuadernación rústica con solapas. ISBN: 978-84-940059-0-9. 12,48 euros.

— EN EDICION DIGITAL PARA KINDLE. En la tienda de Amazon 2,68 euros.