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22 de septiembre de 2014

El antiguo mercado exhibe su esqueleto


El antiguo mercado municipal de Getafe ha permanecido, dormitando y acrecentando su ruina, frente al despacho mismo de la alcaldía getafense, tan visible que resulta, cuando menos, increíble que lleve cerrado más de 16 años.

La casa que hacía esquina a la plaza del Ayuntamiento  y a la calle Jardines era propiedad del consistorio. Durante la guerra sufrió grandes daños que se suplieron por la necesidad de espacios. Allí estuvo la primera sede de la Falange Española hasta que estuvieron que  huir a causa de los cascotes. Tras un arreglo parcial se ubicó la oficina de Arbitrios y Consumos del municipio.

En el verano de 1945, a la vista del estado tan deplorable que presentaba la casa, se abandonó trasladándose la oficina a un local de la calle Madrid, cercano al Bar España, que hacía esquina con la Plaza de la Constitución. Tras el correspondiente proyecto de derribo, la casa fue demolida dejando como un solar donde se instalaban los puestos del mercado al aire libre.

Dos años más tarde, en 1947, el consistorio encargó al arquitecto José María Pellón y Vierna, el proyecto de un edificio destinado en su planta baja a mercado y, en la superior, como sede de los juzgados que hasta entonces se ubicaban en el mismo ayuntamiento. En 1951 se aprobó el proyecto definitivo del mercado que incluía, además, la oficina de arbitrios.

El arquitecto elegido era uno más de los proyectista del régimen franquista tras la guerra civil. Era hijo de los condes de Casa Puente, José María Pellón y Ezquerra y Emilia de Vierna, familia de procedencia cántabra,  fallecidos ambos antes de la guerra civil. José María Pellón estudió arquitectura en Barcelona y era'Congregante del Santísimo Cristo de la Salud'. Su hermano Fernando heredó el título nobiliario de Casa Puente. Falleció el 15 de enero de 1962. En 1940 ostentaba la plaza de Arquitecto Municipal de Plasencia. Entre sus obras, además del Mercado Municipal de Getafe, hemos localizado el anteproyecto del parque de la Cruz de los Caídos de Plasencia, conocido como el parque de la rana por el anfibio que 'reina' en una de sus fuentes.

La escasez de recursos y falta de presupuesto imposibilitó el inicio de las obras hasta 1955; el proyecto, finalmente, se vio favorecido ese año por las nuevas normas de la dictadura para la reconstrucción del patrimonio nacional. Y para ello, se dispusieron créditos a bajo interés destinados a las administraciones locales, provinciales y estatales para recuperar edificios que fueran a ser utilizados como sede de servicios al público. Juan Vergara Butragueño, que era alcalde desde 1943, y los ediles Pedro Manzanares y Manuel Galeote, familia de constructores, impulsaron las obras de construcción que durarían otros dos años más.

El mercado se inauguró en 1957 con veinte puestos; y tres años más tarde, en 1960, se abrieron los puestos con cámaras frigoríficas. Estuvo abierto al público algo más de cuarenta años, cerrando sus puertas en 1998. Era un edificio obsoleto que no reunía las mínimas condiciones para su funcionamiento como mercado de abastos. Desde ese año, el edificio ha soportado con algunas capas de pintura la decrepitud de su muros de ladrillo, aunque hay quien dice que era 'el mercado de las ratas' por tener en esos terribles roedores a sus más habituales visitantes.

En los últimos tiempos del gobierno de Pedro Castro, en pleno auge de la burbuja urbanística, el mercado quedó englobado en el proyecto de la Plaza Porticada que va desde esa esquina al Hospitalillo de San José y, desde  allí, a la calle Magdalena para volver al edificio del mercado por la calle Jardines. Un proyecto que se mantiene en el limbo de los pelotazos del ayer a la espera de  mejores tiempos.

Sin embargo, la nueva Corporación ha retomado la iniciativa para rehabilitar el edificio. Para llevar a cabo uno de los proyectos emblemáticos de Juan Soler, se tuvo que modificar el Plan General de Ordenación Urbana en julio de 2013 y cambiar la calificación urbanística del suelo, de comercial a  equipamiento cultural. Posteriormente, principios de este año, se acometió la demolición parcial.

Gracias a la piqueta, como si de un trabajo arquelógico se tratara, y a los 61.000 euros invertidos, apareció un hermoso esqueleto de hormigón prefabricado, con su columna vertebral y las costillas que sujetaba la cubierta del antiguo mercado.

Rafael Llamazares y Joaquín Torres
El Ayuntamiento de Getafe adjudicó en el mes de mayo la redacción del proyecto (53.000 euros) para transformar el viejo mercado en un centro de usos múltiples a la empresa A-Cero Tecnología e Industrialización. Las obras cuentan con un presupuesto de un millón doscientos mil euros.  A-cero es una empresa de los del afamado arquitecto Joaquín Torres y su socio Rafael Llamazarez constituida para promover y lanzar al mercado un producto de arquitectura modular, basado en los principios de la construcción industrializada que engloba distintas tipologías, y que se caracteriza por la ruptura total con la construcción tradicional.

El nuevo edificio se levantará sobre un solar de 950 metros cuadrados y contará con una planta baja en la que se ha previsto un vestíbulo, una sala polivalente para exposiciones o presentaciones y un almacén. En la primera planta habrá dos salas de conferencias y en el sótano otro almacén e instalaciones.

Imagen del anteproyecto presentado por Xaloc Arquitectos que no resultó elegido. 

15 de agosto de 2014

Indignado con coche de lujo


La fotografía, por sí sola, explica la realidad del país; y  la estulticia o la ignorancia de algunos. Además de manifestarse contra el sistema, exhibe sin pudor el soporte publicitario de lujo que usa y que, seguramente, ganó durante los felices años de la burbuja. Alguna actividad lucrativa empresarial o comercial le catapultó al éxito; ahora, en época  de vacas flacas, renqueando tras interminables años de crisis, el indignado propietario de este 'Lexus' se ha sumado al movimiento que preconiza el final del bipartidismo con un contundente eslogan: «deja ya de jugar al pin-pon», refiriéndose —en concreto— al PP y al PSOE.

Es curioso, cuando menos, el medio de comunicación elegido. La  mayoría de los 'indignados', que ahora 'pueden o podrán', utilizan el altavoz que les han prestado algunos medios de comunicación,  las redes sociales, la política 3.0 y algunas estúpidas tertulias televisivas. Este, sin embargo, sin otra posibilidad —no 'podrá' tal vez—  ha emprendido la guerra por su cuenta y utiliza como pancarta o  valla publicitaria la chapa de su automóvil de lujo. Podía haber utilizado un cacharro viejo y destartalado, un  modesto 'Seat Ibiza',  un 'Hiunday i-20' o incluso un 'Toyota Yaris'; pero no. Muestra su escaso ideario político y hace proselitismo con un mensaje en su vehículo de 'alta gama'.  ¡Cómo son algunos de estos indignados, empresarios o comerciantes venidos a menos, en otro tiempo ricos y exitosos ciudadanos!

Se sabe que las revoluciones las prevén los filósofos, los visionarios y los adelantados sociales, las cosechan, sobre el terreno abonado previamente,  los 'listillos'  y algunos miembros de la clase universitaria más releída y 'progre', siempre en nombre y representación de los pobres, obreros, campesinos, clase media, 'perroflautas' o, incluso, de burgueses 'indignados'. A esas revoluciones, nacidas de la imperiosa necesidad de un nuevo tiempo, las esquilma la renovada clase dirigente, la 'vanguardia' del pueblo ignorante. Nadie duda, por lo que la historia muestra, que estos iluminados del colectivismo acabarán aprovechándose de los flamantes ciudadanos y  lucrándose con los mismos delitos de siempre pero en un nuevo sistema.   Consustancial a la condición humana.

La interminable crisis ha conseguido expandir el desánimo hasta las últimas y más recónditas celdillas de la sociedad,  provocando de manera inexorable la irrupción de podemistas, indignados, movimientos asamblearios y otras  'mareas' de colorines.  El éxito de 'Podemos' y su 'revolcón', no revolución, contra la 'casta' ha estigmatizado a los 'esos' partidos  [PP, PSOE, UPyD, IU y otros], bajo la sospecha de corrupción generalizada. Se lanza, a la vez,  el mensaje de la increíble honestidad de los círculos de indignados; ahora,  nadie tiene un padre, una hermana, un primo, un familiar lejano, ni siquiera un amigo, que sea parte de la ignominiosa 'casta'.  Y, al contrario, siguiendo la falsa lógica de las consignas del nuevo movimiento, todos los 'podemistas' son, —y serán, se supone— gente honrada, abnegados ciudadanos que cobrarán lo justo por su dedicación a lo público, que respetarán los derechos de los disidentes, garantes de la libertad de prensa y de asociación, incapaces de recibir sobornos, inmunes a la codicia, vacunados contra la tentación del dinero fácil, impermeables a lo que el resto de mortales considera la buena vida; y que nunca recibirán regalos ni  comisiones por sus decisiones, ni para ellos ni para  financiar irregularmente al partido, ciudadanos que repudiarán el nepotismo, tan claros y transparentes que no se beneficiarán con información privilegiada, negados por convicción a las corruptelas urbanísticas, a la arbitrariedad, la prevaricación, el expolio y saqueo de lo público o al latrocinio sin contemplaciones... Nadie. Ninguno de ellos cometerá pecado alguno contra el pueblo. Y menos contra ellos mismos; ningún 'podemista' traicionará a su compañero, envidiará el cargo del vecino, traicionará a sus camaradas y menos a su líder; ninguno de los chorrocientos mil afiliados de 'podemos, ganemos y, por tanto queremos' (un cargo) disentirá de las únicas propuestas que señalan los jefes y 'gurús', nadie hablará mal del partido y, por el contrario, celebrará sinceramente los logros del gran timonel. Pero no porque lo prohíban los estatutos del partido; no, por pura convicción ideológica.

¿Serán, tal vez, extraterrestres que nos han invadido para inculcarnos moral, rectitud intelectual y valores? ¿Serán políticos modificados genéticamente como melocotones grandes, anaranjados y sin mácula? ¿Diputados transgénicos? ¿Alcalde y ediles fecundados 'in vitro', cultivados en serie, con dosis extraordinarias de recato, virtud y compostura añadida? ¿Sería posible que el movimiento de los indignados no padezca los mismo errores, delitos y corruptelas que los gobernantes de los otros partidos? ¿Hay alguna diferencia genética, provienen de un entorno diferente, han recibido una educación distinta? Difícil.

Ninguna generalización es cierta. Es evidente que no 'podemos' catalogar bajo la misma etiqueta de 'casta' a todos los ciudadanos que optaron, y lo siguen haciendo aún, por los partidos 'más tradicionales'; ni los que ahora irrumpen en la cosa pública para 'poder' o querer coger el poder, para gestionar lo público, son ciudadanos sin mácula ni sospecha. La democracia asamblearia, horizontal y verdaderamente popular, no existe. Es  uno de los mitos que alimenta la utopía de pequeños grupúsculos anarquistas; una mentira, un trampatojo, de la ficción política.

El lector habrá observado que el indignado de la fotografía superior ha dejado su coche 'aparcado' en una zona de carga y descarga. Creerá, al margen de la publicidad política, que  esas ridículas y pequeñas normas de tráfico  están  para incumplirlas. Y no ha sido un día; parece una práctica habitual del conductor de este llamativo vehículo, quizá porque tiene su domicilio o su negocia cerca de la zona del Ayuntamiento y, claro está, no tiene aparcamiento ni quiere pagar la zona azul. Curioso. A lo mejor para él, cuando gobiernen sus idealizados 'indignados', podrá estacionar su coche de lujo, cual 'Granma' mítico, donde le salga de las narices. Se lo habrá ganado.  Habrán triunfado las personas... en su lucha contra el sistema.


Tu tienes tu lenguaje





Tu tienes tu lenguaje, tu música, tus ruidos,
Que expresan misteriosos tu insólito anhelar;
Si ruges, en los montes retumban tus bramidos,
Si lloras, en las playas rubricas tu pesar...
(Al mar. Ignacio Negrín)


11 de agosto de 2014

Luna resplandeciente y escaladora

Desde hace milenios, noche a noche, escuchan el canto del mar y esperan que la claridad de Hécate, la luna, acaricie sus huesos desnudos. Fueron jóvenes truncados antes de tiempo por la Moira, vírgenes intactas, madres separadas de sus hijos, hombres en la plenitud de su virilidad, jóvenes en cuyas mejillas empezaba a asomar el vello. Recorrieron los mares en ágiles barcos, y la tierra en fogosos caballos, en carruajes espléndidos de fervorosas ruedas... Duermen en la arena limpia, entre las rocas tersas, bajo esta bóbeda solemne, en este ambiente no contaminado. Aquí, su descanso es sagrado e inaccesible... (El oráculo. Valerio Massimo Manfredi).






27 de julio de 2014

Zapatero, el general 'cuatro tiros'. 4

Grabado que representa la toma de Hernani en 1837

[ANTERIOR]

Marqués de Santa Marina

Tras su paso por Cataluña ejerció el mando como  capitán general de Andalucía (1858-1859), Galicia (1862-1865) y Aragón (1865-1866). Fue Senador vitalicio (1863-1864), Consejero de Estado (1866-67). El 20 de enero de 1867 fue nombrado Inspector General del Real Cuerpo de Carabineros y Consejero de Estado. Al año siguiente vio la luz un librito 'pedagógico' titulado 'Manual del Carabinero del Reino', firmado por el general Zapatero y publicado por la Imprenta del mismo Cuerpo de Carabineros que mandaba.

La revolución del 68, 'la gloriosa',  destronó a la reina de los 'tristes destinos' y la mandó al exilio parisino. Zapatero quedó en dique seco. Aunque era monárquico, no comulgó con la idea de que las Cortes pudieran elegir a un nuevo rey. Entre 1868 y 1974 estuvo retirado de la vida pública aunque no cesó en su fervor por la reina.  El 19 de septiembre de 1871 envió otra carta a Isabel II sugiriéndole acciones 'políticas' en favor de su hijo Alfonso XII,  además de mostrar por escrito y por enésima vez su fidelidad a la reina destronada. La elección de un nuevo rey a la manera 'democrática' iba a ser un fracaso, un intento fallido de regenerar la monarquía  que terminaría con Amadeo de Saboya desquiciado y huyendo de 'la jaula de locos' que era España. Comenzaba la primera república, demostración única del disparate colectivo que se gestaba en las entrañas del país.

En diciembre de 1874, el general Martínez-Campos realizó el pronunciamiento de Sagunto a favor de la monarquía provocando la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII. El nuevo monarca, como es lógico, repartió privilegios y títulos entre los militares más files a la dinastía que representaba. Un Real Decreto de 4 de octubre de 1875 [despachado el 10 de diciembre de ese año] le otorgó a Juan Zapatero y Navas el título de Marqués de Santa Marina.

El decreto en virtud del cual S.M. el rey ha hecho merced del marquesado de Santa Marina al 'digno general' Zapatero está concebido en los siguientes términos:
«Queriendo dar una prueba señalada de mi real aprecio al teniente general Juan Zapatero y Navas por los relevantes servicios que ha prestado al trono y a la patria en su larga carrera militar, de acuerdo con el parecer de mi consejo de Ministros, vengo en hacerle merced de título del reino con la denominación de marqué de Santa Marina para sí, sus hijos y sucesores legítimos, lilbre esta concesión de todo gasto y a reserva por ello de car cuenta a las Cortes».

El nombre del título nobiliario  recuerda uno de los hechos de armas  más brillantes de la larga carrera militar del general Zapatero. Las batallas o combates  ocurrieron el 24 de marzo de 1837 en las alturas de Santa Marina, lugar que se encuentra cerca  de Galdácano y Bilbao, siendo capitán del tercer regimiento de la Guardia real de infantería y mandando como más antiguo el segundo batallón del mismo.

«Espartero salió de Bilbao el día 10 de marzo con veinte batallones  en dirección a Durango, confiando más en el valor de sus tropas, que en la bondad del plan que iba obediente a secundar, mas como al llegar a la vista de los altos de Santa Marina, allí a las inmediaciones del Galdácano, encontrasen un grueso de carlistas parapetados en diferentes lineas de atrincheramientos, fue preciso empezar un combate para abrirse paso por en medio de aquellas posiciones. Púsose el general en jefe isabelino al frente de la vanguardia y con ella embistió al enemigo que obstinadamente defendía sus puestos. Fue entonces Espartero herido en el brazo izquierdo por una bala de fusil.Concluyó al fin por lograr la victoria [...]». La actuación de Zapatero en los rudos combates mereció, sobre el mismo campo de batalla, el ascenso coronel, grado que le concedió el mismo general Espartero.

Zapatero fue, además, gentilhombre de cámara de S.M.; Teniente General del Estado Mayor; Ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina; Director general de los cuerpos de estado mayor(1875) y Director general del Cuerpo y Cuartel de Inválidos (1877-81). La biblioteca de la Academia de Intendencia de Ávila fue una iniciativa del general Zapatero que culminó en 1876. Ese mismo año, fue elegido Senador por la provincia de Zamora (1876-1877) permaneciendo en el cargo hasta el año siguiente. En 1877 publicó un librito de  unas 30 páginas titulado 'Breve reseña de los hechos heróicos de D. Antonio Chover en la batalla de Talavera de la Reina, el año 1809'. Según los archivos consultados el texto del librito fue escrito por un tal Mariano James del que no hemos encontrado nada más y que no aparece en ninguna página de la edición consultada; la impresión corrió a cargo de la Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra y contiene una dedicatoria a S.M. Alfonso XII firmada por Juan Zapatero y Navas y un epílogo edulcorado en los se retrata de nuevo como uno de los más grandes y sinceros 'isabelistas' del siglo XIX. La publicación viene a glosar los hechos heroicos y la memoria de los inválidos de guerra, centrados en la figura de Antonio Chover.

El Teniente General Juan Zapatero y Navas se había casado con Rafaela Domínguez Navas. Tal era su devoción hacia la reina Isabel II que, cuando nació su única hija en 1846, no tuvo ninguna duda en el nombre que recibiría.

El 9 de mayo de 1881, el periódico La Vanguardia publicaba un telegrama de última hora en el que adelantaba en primicia que «el veterano director general del Cuartel de Inválidos, Juan Zapatero y Navas, agonizaba en Madrid». Zapatero falleció esa misma noche cuando la manillas del reloj adelantaban las doce para dejar atrás un día, y una vida,  víctima de una larga y penosa enfermedad. Su hija, Isabel Zapatero Domínguez, heredó el marquesado de Santa Marina. «Nunca se mezcló en las contiendas civiles, pero se manifestaba partidario de las soluciones y del régimen conservador, —terminaba la necrológica de La correspondencia de España— ¡Descanse en paz!». Nada más apropiado para despedir a un personaje tan aguerrido y batallador.

El cuerpo sin vida del general Juan Zapatero y Navas fue enterrado el día 12 de mayo de 1881. Al final,  desafortunadamente para el final de este artículo, no  he logrado confirmar el lugar donde recibió sepultura. Ignoramos si fue en Getafe donde su familia tenía tierras y propiedades, o en Madrid. La familia Zapatero fue una de las más importantes de Getafe durante los siglos XVIII y XIX.

Años después de la muerte del general, la familia Zapatero de Getafe construyó un magnífico e imponente panteón que destacaba entre los las capillas enterramientos del antiguo cementerio de la Concepción, que funcionó en Getafe hasta mediados los años 80 del siglo XX y que estaba localizado en plena  trama urbana, entre el barrio de la Alhóndiga y la estación de tren. El cementerio, planeado en torno a la ermita de Nuestra Señora de la Concepción,  databa de los últimos años del siglo XVIII y fue ampliado en 1887 con un proyecto que contemplaba la venta de parcelas para la edificación de panteones; entre todos los que se elevaron, para sobresalir con un símbolo terrenal dedicado a la memoria de los muertos getafenses, destacaban los del registrador de la propiedad, Antonio de la Fuente, y, sobre todos, el de la familia Zapatero, construidos ambos entre los años 1901 y 1903.

El panteón de los Zapatero, «situado en el sector noroccidental, era una curiosa pieza de arquitectura en ladrillo visto de principios del siglo XX. De planta cuadrada, se componía de tres cuerpos; el central, un pasillo sobreelevado por la cubierta para iluminarlo, contiene un pequeño altar al fondo y distribuye los enterramientos en los dos cuerpos laterales». El cuerpo central se proyecto como una especie de lucernario corrido, calado por vanos en toda su longitud y rematado en sus extremos por un frontoncillo que le otorgaba un aire entre clásico y religioso. Las fachadas laterales se decoraron con tiras y arcos ejecutados con el mismo ladrillo cerámico en una especie de bajo relieve, sobresaliendo del fondo y creando un efecto tridimensional. Al panteón se le antepuso un tejadillo con dos columnas que hacían de pórtico de entrada, emparejadas con dos impresionantes cipreses.

Panteón de la familia Zapatero en el antiguo cementerio de la Concepción de Getafe


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BIBLIOGRAFÍA

— Guía de Madrid y su provinciaAndrés Marín Pérez. Madrid. 1888
— Historia de Madrid y de los pueblos de su provincia.  Juan Ortega Rubio. Ayuntamiento de Madrid. 1921.
— Senado de España. Expediente personal de Juan Zapatero y Navas, Marqués de Santa Marina. Signatura: HIS-0430-02.
— Portal de Archivos Españoles
— Manual del Carabinero del Reino. Juan Zapatero y Navas. Imprenta del Cuerpo, 1868.
— Breve reseña de los hechos heróicos de D. Antonio Chover en la batalla de Talavera de la Reina, el año 1809. Mariano James. Prólogo de Juan Zapatero Navas. Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1877. 30 páginas. Biblioteca Central Militar (Madrid). Signatura: III-52-4-46
Estado Mayor del Ejército. Historia individual de su cuadro en los años de 1851 a 1856. Tenientes GeneralesChamorro y Baquerizo. Madrid, Imprenta Ramón Santacana. [Ejemplar en el Museo Romántico].
La Ilustración Militar. Revista literaria, científica y artística. 1881
Gran Enciclopedia Catalana. www.enciclopedia.cat.
La Corona de Aragón. Periódico Liberal. Núm. 185. 4 de julio de 1855.
Bando del General Zapatero. La Época. 9 de julio de 1855.
Diario Mercantil de Avisos y Noticias. 24 de julio de 1855.
La Correspondencia de España. Número 1.511, de fecha 15 de agosto de 1862; Núm. 6.571, de fecha 12 de octubre de 1875.
La España. Núm. 2.410, de fecha 25 de febrero de 1857.
Pascual Madoz y el derribo de las murallas en el albor del Ensanche de Barcelona. Javier García-Bellido García de Diego y Sara Mangiagalli.
L'escultura del segle XIX a Cataluña. Judith Subirachs I Burgaya.
Ermita de Nuestra Señora de la Concepción. Marcial Donado. Joven Cámara Económica de Getafe. 1982.
Blog Almanaque. Pliegos de cordel, tradición oral y romancero. 'Relación del robo y horroroso crimen',  Impr. J. Tauló, 1857
La Justicia, Revista peninsular y ultramarina. 1867

Zapatero, el general 'cuatro tiros. 3

Escudo de armas y rúbrica del General Juan Zapatero y Navas


El tigre 'isabelino' ataca de nuevo

Un año después, en junio de 1856, se volvió a suscitar la cuestión entre los fabricantes y los hiladores de algodón. El Capitán general volvió a adoptar nuevas medidas para asegurar el orden. Además de las cuestiones sindicales, la revuelta con los que defendían el gobierno 'progresista' de Madrid.  

Cuando llegaron a Barcelona las noticias de los acontecimientos que tuvieron lugar en Madrid los días 14, 15 y 16 de julio, el general Zapatero manifestó en una orden de fecha 17 su «decisión de mantener el trono de Doña Isabel II, la libertad y el orden social, inflexible en el cumplimiento de su deber». El general 'progresista' Baldomero Espartero había dimitido; o, más bien, cesado. La reina promíscua metió a O'Donell en su cama y lo eligió para el gobierno de la nación. Los disturbios no se hicieron esperar. Además de unos pocos diputados, que consideraron el cambio de gobierno como una 'contrarevolución', el pueblo llano estaba con Espartero. Los obreros en Cataluña aprovecharon el río revuelto para sacar ganancias. «Esta vez, —dice la crónica más liberal y centralista— no fue posible impedir la colisión sangrienta entre el pueblo y el ejército».

El general Zapatero apostó a sus tropas en la capital con un riguroso plan; ocupó algunas plazas estratégicas y edificios, manteniendo la comunicación de la ciudadela amurallada con el mar y el puerto. El pueblo estaba agitado como el mar en un día de tormenta. Así, el día 18 de julio de 1856, empezó una batalla urbana que duró dos días. Las barricadas de los obreros se transformaron en atrincheramientos sólidos y bastante bien construidos. A la masa se sumaron las defecciones de la mayor parte de los batallones de la milicia popular que, primero  disfrazados y desembozados después, prestaban sus armas y sus brazos a la insurrección... Y así, con ligeros hechos de armas transcurrió hasta el día 21 en la que el general Zapatero dispuso un ataque general sobre toda la linea del enemigo. La infantería, apoyada por manteletes y otros artefactos artilleros, arrebató las barricadas a los catalanes y, entonces, la caballería cargó contra las milicias populares en su huida. Reforzadas las fuerzas de caballería y artillería con nuevos efectivos fue completa la destrucción de los rebeldes. 

«Aunque en el día de ayer las tropa del ejército se habían apoderado de todas las barricadas y puntos defendidos con encarnizamiento por los sublevados, sin embargo algunos de estos, o desconociendo la derrota de sus compañeros o resultos a perder la vida en el combate, continuaron haciendo algún fuego de fusilería. Esta mañana, merced al segundo ataque dado con las mayor bizarría por los soldados de la guarnición, han cesado por fin esas escenas de sangre y exterminio de que por desgracia hya estado siendo teatro Barcelona por espacio de cinco días, cogiéndose multitud de prisioneros que se hallan en las Atarazanas y en la Ciudadela. Ha llamado principalmente la atención el número de prisioneros hechos en la calle conocida con el nombre de Amalia (de la Pelita), pero en dicho punto es donde más han sufrido los soldados a causa de las piedras, tiestos y demás objetos que se les arrojaban desde las casas. A los trece presos que hay de esa clase se les está formando causa con toda celeridad. Se ha dicho que ya hay falladas otras causas con sentencia de muerte».  [Bando con fecha 22 de julio de 1856]. 

Ese mismo día, «siendo indispensable», disolvió el Ayuntamiento de Barcelona y nombró una nueva municipalidad que reuniera «las condiciones necesarias para hacer frente a las muchas y perentorias atenciones» que precisaba la ciudad. El balance total de víctimas indica la gravedad de la revuelta y de la dureza empleada en sofocarla. En el bando sublevado, la mayoría de la clase popular, hubo 403 muertos, 1.000 heridos y 600 prisioneros; el ejército tuvo 13 jefes y oficiales y 50 individuos de tropa muertos, 209 heridos y 89 contusos. Además de las víctimas personales, hay que destacar las pérdidas económica con numerosas calles, casas y edificios afectados por el fuego de la artillería realizado desde el castillo de Monjuich y de la Ciudadela. «El ejército se ha portado con una bizarría digna de ser consignada en la historia y superior a todo elogio al llevar a cabo los planes del Excmo. señor Capitán General don Juan Zapatero». [Bando de fecha 21 de julio de 1856].

 Y aún «se vio precisado en derramar alguna sangre más para satisfacer la venganza pública agraviada, no por política sino  por crímenes cometidos por hombres de esos que manchan con sus excesos todos los partidos; aludía el general al asesinato del comandante militar Magin Ravel, muy impopular por hacer de testigo en el juicio contra Barceló,  y seis oficiales más tras rendirse, habiendo paseado la cabeza del primero por la villa de Gracia. 

El día 30 de julio se celebraron en Santa María del Mar las exequias por los individuos del ejército que fallecieron durante esos últimos sucesos. Concluida la función religiosa el general Zapatero, montó a caballo y acompañado de sus ayudantes y una escolta de caballería hasta el paseo de San Juan donde hizo una alocución a las tropas:

«Soldados: acabamos de tributar el último homenaje a la memoria de nuestros bravos compañeros de armas, muertos en defensa del trono constitucional de nuestra augusta reina y de sus regias prerrogativas en los días 18 al 22 del que fina. La patria agradecida escribe sus nombre en páginas imperecederas: nuestra sacrosanta religión eleva sus preces al Altísimo por el reposo de sus almas, y el cañón con su lenguje de bronce les envía el saludo de los héroes.

Soldados: los valientes no mueren en el campo de batalla, no mueren,  no: nacen a la vida de la gloria: su recuerdo vivirá en la historia y nosotros les alzaremos un templo en nuestros corazones: soldados, ¡Viva la Reina constitucional!».

Ahora sí que los 'distinguidos' servicios de Zapatero no quedaron sin recompensa. Su Majestad le promovió al inmediato empleo de Teniente General por Real Decreto el 5 de Agosto de ese año de 1856. El escultor catalán Andreu Aleu acabó en 1857 un busto del general Zapatero, de gran uniforme con la capa plegada sobre los hombros, 'de gran parecido y finura en los detalles' según el crítico Manuel Ossorio y Bernard.

En febrero de 1857, tras ser nombrado gobernador civil interino de Barcelona, tuvo que tomar medidas en el desfalco de la caja de depósitos de la provincia. La historia no cambia; es igual que el corrupto se llame Puyol o Bárcenas. El depositario, un tal Bartolomé Bosch, solo pudo decirle al general que «no existían los fondos que debieran obrar en caja por el triste resultado de un secreto que no podía desvelar y que moriría con su persona». ¡Menuda cara dura que tenía el muy mangante! El general Zapatero puso en 'segura custodia' al funcionario, liberando así de las sospechas que pesaban sobre la persona del anterior gobernador civil.

Como en el caso de José Barceló, el general Zapatero fue testigo de una gran conflictividad social provocada por el desempleo , no solo de sublevaciones políticas y sindicales,  . Eran tiempos en los que el paro provocó un aumento de la delincuencia que se traducía la mayor parte de las veces en atracos y robos en las  masías y casas aisladas llamadas 'mansos'. A los responsables capturados se les sometía rápidamente a un consejo de guerra que fallaba severas penas, generalmente la de muerte en el garrote vil. Todos estos crímenes y sus castigos tenían sus coplillas y romances que generalmente eran publicados por algunas imprentas como medio de entretenimiento y moralizador, además de advertencia a delincuentes y asesinos.

El general Zapatero fue testigo del movimiento especulativo y urbanístico que desató Pascual Madoz en Barcelona cuando 'solucionó' el problema político y económico para derribar las viejas murallas que constreñían a Barcelona otorgando cédulas hipotecarias a los inversores privados. Durante el mandato del general Zapatero se proyectaron y ejecutaron alguna obras importantes como la del castillo del Campo de la Bota (en catalán, Castell del Camp de la Bota), también llamado castillo de las Cuatro Torres. Se trata de un edificio militar construido en el año 1858 en el límite del municipio de San Adrián de Besós con el distrito barcelonés de San Martín de Provensals. Tras su finalización, el castillo se convirtió en la sede de la Escuela Práctica de Artillería hasta el inicio de la Segunda República. El terreno  había sido utilizado anteriormente por tropas napoleónicas a principios del siglo XIX como campo de prácticas de tiro. Su nombre por lo tanto parece provenir del francés 'butte' (en castellano: campo de tiro).

La fidelidad que mostró durante toda la vida del general Juan Zapatero con la reina Isabel II y con su hijo, Alfonso XII, se manifiesta a través de la correspondencia que mantuvo con la soberana; algunas de las cartas que hemos intentado descifrar están depositadas en los archivos de la Academia de la Historia. El 2 de abril de 1857 envió una carta a la reina Isabel II mostrando su 'profundo respeto y la alta veneración' que le tenía. Siempre mantuvo una postura resuelta y pública a favor de la dinastía 'isabelina'.

Carta de Juan Zapatero y Navas a la reina Isabel II (tercera y última página)


19 de julio de 2014

Zapatero, el 'general cuatro tiros'. 2

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El verdugo de los catalanes

Es miércoles, 19 de julio de 1854. Hace 160 años. El Mariscal de Campo Juan Zapatero y Navas cumple 44 años. Unos días antes, tras el 'alzamiento' del General Leopoldo O'Donell y la batalla de Vicálvaro, había dimitido como segundo cabo de la capitanía general de Galicia y como Gobernador militar de La Coruña.  Tras regresar urgentemente a Madrid, se sumó a los que comulgaban con el manifiesto del general Serrano en Manzanares, documento que se hizo público el día 7 de julio y que había sido redactado por un precoz Cánovas del Castillo.  En los cuarteles hervía la sangre como siempre en los momentos de acción. Aún permanecía en el ambiente el olor de la pólvora gastada contra las fuerzas gubernamentales, el bronco rugir de los cañones y el ritmo frenético de los cascos de las bestias en las cargas a sable alzado de la caballería.  La nación necesitaba un inmediato y rotundo cambio de rumbo. El manifiesto pretendía una regeneración liberal, el mantenimiento del trono pero sin las camarillas corruptas, nuevas leyes —electoral y de imprenta—,  descentralización administrativa, y el restablecimiento de la Milicia nacional, entre otras propuestas.

La mayoría de los militares, curtidos en las mil batallas habidas desde la guerra contra los gabachos, la guerra civil de los siete años, los pronunciamientos, levantamientos, asonadas, y golpes de cuartel, asentían con el discurso que pretendía el final de la década transcurrida,  desde que el Duque de la Victoria, el general Baldomero Espartero, se vio obligado en 1943 a abandonar una regencia dictatorial y, por ello, quizá demasiado breve, a pesar del espíritu liberal de la revolución que le llevó hasta el poder. Desde aquel año,  las Cortes desestimaron una nueva regencia y declararan la mayoría de edad de la reina aunque tan solo tenía trece años.  Isabel II gobernaba sin dotes para ello; era solo una jovencita que se dejaba influenciar por cualquiera que se metiera en su cama con buenas armas; incluso sin ese requisito. El imperio español, prácticamente desmembrado y desangrado, perdía la poca influencia que aún mantenía con respecto a otras potencias europeas. España no era una nación, era un gazpacho; un revuelto de berzas, entre ácido y salado, una nación despedazada entre los tirones de carlistas absolutistas, moderados conservadores y liberales progresistas. Algunas voces, como la del propio Espartero,  requerían la reforma del sistema política y, qué osadía, una fiscalización de la regencia de María Cristina para que diese cuenta de las acusaciones de corrupción que pesaban sobre ella y sobre su amante, sargento de la guardia, y luego marido, el Duque de Riánsares.

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Quizá vaya a resultar un artículo, como dicen nuestros amigos, 'demasiado largo'. Pero, incluso a su pesar, disgusto o contrariedad, nos resulta indispensable situar al personaje en el contexto histórico que vive. Y más, cuando está predispuesto para afrontar grandes, dramáticos y confusos acontecimientos militares, políticos y sociales. No nos inquieta la longitud, sino la claridad. Pobre España. El siglo XIX es el origen y la clave de la mayoría de los problemas que nos han perseguido y atormentado, y que aún lo hacen. La historia se repite, sin que hayamos aprendido la lección, con demasiada frecuencia.

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Si en épocas normales, considerando lo escaso y difícil que es encontrar periodos de tranquilidad durante el siglo XIX español, el gobierno prestaba especial atención al gobierno del distrito militar de Cataluña, cuanto más tras el 'Alzamiento' de 1854. Ninguno de los gobernadores que estuvieron al frente del 'Principado', como  el  Manuel de la Concha,  Ramón de la Rocha o Domingo Dulce acometieron de frente las cuestiones palpitantes que traían perturbados los ánimos de los catalanes, quedando siempre sin resolver las eternas discusiones entre fabricantes y obreros, agravadas por las concesiones hechas a los trabajadores por Pascual Madoz durante el breve periodo en que desempeñó el gobierno civil de Barcelona.

La revolución había triunfado finalmente gracias a la insurrección civil de Barcelona, el día 14 de julio, con la masiva participación de los obreros de la industria textil y que luego se trasladaría a Madrid el día 17 con el asalto de las clases más desfavorecidas a las casas y palacios de los grandes aristócratas, incluso al de María Cristina. Los obreros catalanes, muchos de ellos en paro, protestaban contra las consecuencia de la rápida automatización de los procesos de hilado y otras manufacturas textiles.

El 'problema catalán' parecía no difícil, irresoluble, imposible de arreglar. Un escenario que se había agravado durante la segunda guerra civil contra las tropas del 'pretendiente' Luis Carlos de Borbón, desarrollada casi enteramente en Cataluña. El gobierno no encontraba a la persona idonea. Y aún, llegó a decirse, en aquellos revueltos días, que ningún general quería encargarse de aquel destino. Se requería un militar con un perfil muy concreto: «singular temple de alma y resuelta energía». Zapatero está llamado a dejar huella. El gobierno, visto el caso, recurrió al resuelto general Zapatero, un militar 'isabelista' que, desde su llegada a Barcelona, empezó a ser el punto de mira de todos. Nadie como él para contener y rechazar  a cuantos, por diversos medios y opuestas tendencias, intentaban subvertir el orden. El general Zapatero tenía fama de hombre duro y en los ambientes militares. Se había ganado a pulso el mote con el que se le conocía entre la soldadesca y los mandos subordinados. Ante cualquier altercado, motín o indisciplina, por grave que fuera el suceso, siempre tenía en boca la solución más apropiada: cuatro tiros, y listo. «Yo sé cómo se arregla; a ese, 'cuatro tiros'; a ese otro, igual. Cuatro tiros y punto; se acabó el problema».

El 17 de marzo de 1855 fue nombrado Capitán General interino de Cataluña. Tres meses después, exactamente el 26 de junio, accedió al cargo 'en propiedad. El que era hasta ese día titular del mando en el principado, el Capitán General Domingo Dulce, marqués de Castell-Florite, uno de los teóricos del intervencionismo de los militares en la política pareció demasiado blando para el encargo. El General Zapatero acometió, desde el principio, la reforma de 'lo mucho que había de variarse'.

Desde 1839, en virtud de una real orden, se había concedido la facultad de congregarse a todas las clases para objetos benéficos y de recíproco auxilio, formando asociaciones conocidas como 'socorros mútuos'. La mayor parte de esas asociaciones que se crearon en la península ibérica 'no llamaron la atención' del gobierno; sin embargo, las de Cataluña, —a juicio de los gobernantes— 'se fueron desviando de su objeto principal, sirviendo únicamente para 'perturbar el orden público y encaminar la marcha de las cosas en sentido socialista' con planes que fraguaban en los 'clubs de sus sociedades secretas'.

El general Zapatero tuvo que hacer frente a esta marejada sindicalista y nacionalistas con su 'firmeza de carácter', no faltando quien le puso obstáculos en las Cortes y en la prensa, siendo objeto de frecuentes críticas e interpelaciones y saliendo airoso gracias a la enérgica decisión que manifestó a su favor el ministro de la Guerra, Leopoldo O'Donnell.

La prensa más centralista y proclive a las posiciones del gobierno saludaron su empeño en poner orden. El general Zapatero publicó algunos bandos, enérgicos y autoritarios. Adivinó que su 'talón de aquiles' estaba en la propia debilidad e inacción. Así decidió utilizar al mismo miedo a favor de su mando. Necesitaba una acción que  provocase una 'fuerte impresión y un saludable escarmiento'. Esa ocasión llegó con la causa del capitán de 'nacionales' D. José Barceló. Los hechos tuvieron lugar en una masía barcelonesa. Unos bandidos, disfrazados de milicianos, asesinaron al hijo de los payeses en el transcurso del robo; los hechos y los testimonios, falsos o verdaderos, fueron suficiente para condenar al militar y líder nacionalista José Barceló a morir en el garrote vil, sentencia que se cumplió el día 6 de junio de 1855.

«El ejemplo acreditó a los que intentaban infringir la ley lo que debían temer del capital general Zapatero». Desde aquel momento las clases populares catalanas le 'rebautizaron', además del conocido mote del 'general cuatro tiros', con otros apelativos como el 'tigre de Cataluña', el 'verdugo de los catalanes' o el 'bajá de Cataluña'. Pero, «estando ya empeñados los perturbadores en seguir a la pelea, formaron el más original consorcio  de absolutismo y democracia socialista, saliendo a la calle los obreros pidiendo libertad mientras los partidarios de Carlos VI enarbolaban su bandera en los montes de Cataluña». Pura secesión; intolerable.

Una comisión de trabajadores fue a Madrid para reunirse con el general Espartero, con el objetivo de que se reconociera el derecho de asociación. Baldomero Espartero no recibió a los obreros aunque respondió con buenas palabras y vagas promesas por un lado y, por otro, dando órdenes para responder a los huelguistas con severidad.

Ilustración de la época coloreada sobre  la ejecución de José Barceló


Tras la muerte de Barceló, los obreros convocaron la que  primera huelga general de España. El paro duró 10 días, del 2 al 11 de julio de 1855 y tuvo un seguimiento masivo. El lema de  la huelga era «asociación o muerte», exigiendo  la libertad de asociación; además se pedía la reducción de la jornada laboral y un aumento salarial.

El periódico La Corona de Aragón, en su edición del 4 de julio de 1855, publicó el siguiente artículo:

«La zozobra, la inquietud, el malestar, la discordia y la desconfianza se han hospedado por fin en Barcelona, en la bella Barcelona. En un día y a una hora dada han cesado los trabajos en todas las fábricas de Cataluña, y cien mil hombres se han lanzado a la calle pidiendo 'pan y trabajo' y gritando 'asociación o muerte'. Al estado a que han llegado ya las cosas, antes de que una colisión venga a sembrar el luto y el dolor en las familias, ya no hay que volver la vista atrás, sino tomar la cuestión en el punto en que se halla, y con la leal protesta de los mejores y más sinceros deseos, decir lo que creemos oportuno para poner en práctica y para terminar esa situación triste y angustiosa, tanto más angustiosa y triste cuando los carlistas enarbolan decididamente su negra bandera y escogen por campo de batalla las llanuras y montañas del antiguo Principado.¿Qué es lo que piden esas inmensas masas de trabajadores que pueblan nuestras calles, sin manifestarse hostiles sin embargo, sin insultar a nadie, debemos decirlo en su favor, sin propasarse a nada? El derecho de asociación. Piden también que se fijen de un modo estable las horas de trabajo y que se constituya un gran jurado de amos y obreros que arreglen buenamente las discordias que entre ellos se susciten. Pues bien, que se forme ese jurado, nosotros también lo pedimos, también lo demandamos en nombre de la libertad, en nombre del orden, en nombre de las familias, en nombre de la pública tranquilidad, en nombre de Barcelona toda».

El día 5 de julio de 1855, el General Zapatero dictó un bando en el que resumía su visión de Barcelona y avisaba de las consecuencias de la desobediencia:

«El afrentoso estado en que durante cuatro días se halla la capital de Cataluña: amenazada ya la propiedad y seguridad de las personas por la multitud de criminales que la han invadido, y por los carlistas que a la sombra de las disenciones levantan su ominosa enseña, coincidiendo la aparición en el Principado de varios cabecillas y facciones, accediendo a la reclamación unánime de todas las autoridades y vecinos honrados a quienes creí conveniente oír, para que concluya la situación que mantiene en viva alarma a este industrioso pueblo; y en uso de las facultades a que debo recurrir en un caso tan extremo, he tenido a bien mandar:

Artículo 1º Todo forastero que sin cédula de vecindad ni modo de vivir conocido se halle en esta ciudad dos horas después de la publicación de este bando, será aprehendido por la Milicia nacional, Alcaldes de barrio y dependientes de la autoridad civil, para entregarlo a la autoridad militar.

Artículo 2º Será igualmente aprehendido todo el que impidiere el libre ejercicio de la industria, ó ejerciere coacción para que se abandonen los talleres.

Artículo 3º Los comprendidos en los artículos anteriores serán gubernativamente destinados al ejército de Ultramar por seis años; o sufrirán un equivalente los que no valgan para el servicio de las armas por su nulidad personal».

El general Zapatero no dudó en aplicar las medidas anunciadas; prisión, torturas, amenazas y deportaciones. Tres días después, 8 de julio,  la fragata 'Julia' zarpó  rumbo  a La Habana con 70 militantes obreros deportados. El 9 de julio de 1855, Barcelona fue tomada militarmente. La huelga general finalizó el 11 de julio.

Despues de algunas operaciones militares y encuentros con las facciones de la guerrilla carlista a las que se refería el capitán general en su bando, pudo terminar la altanería de los 'absolutistas' con la muerte de los cabecillas Marsal, Juvany, Toful, Pastoret y otros.

Las crónicas de los periódicos y revistas ilustradas más conservadores de la época aseguraron que el general Zapatero, «asímismo, venció a los socialistas en la capital y en otras poblaciones importantes... Terminó la 'guerra civil' sin mediar transacción ni concesión alguna». Su majestad premió estos merecimientos con la gran Cruz de San Fernando y se pensó, en los ambientes militares y en la corte, que sería recompensado con el inmediato ascenso. Pero no fue así.

3 de julio de 2014

Zapatero, el general 'cuatro tiros'. 1


El catedrático jubilado de la Universidad Central Juan Ortega Rubio aseguraba en el tomo II de su obra 'Historia de Madrid y de los pueblos de su provincia', editado por el Ayuntamiento de Madrid en 1921, que  entre los 'hijos' notables de Getafe se encuentra el general Zapatero, «excelente director general de Administración Militar». 

¿Pero quién fue este general getafense al que nadie conoce? ¿Es posible que, como el general Pingarrón, hubiera nacido en este pueblo al contrario que otros ilustres militares, piense el lector en  el General Romualdo Palacio o en el general Ignacio Negrín que se hicieron vecinos gracias a los famosos aires sanos de Getafe, frontera cercana a la capital del reino entre la naturaleza y la urbe. Desde que los primeros pobladores se trasladaron de la ribera del Manzanares a la actual ubicación, el pueblo acuñaba fama de lugar saludable. «Tiene dilatado y risueño horizonte, alegre cielo y benigno clima; todo lo que tiene de risueño y alegre su horizonte en primavera, tiene de triste y solitario en invierno tanto por sus frecuentes nevadas como por el recogimiento de sus habitantes».

Juan Ortega Rubio se refería de manera inequívoca a Juan Zapatero y Navas, director general  de Administración Militar. Una primera búsqueda nos ha servido para constatar que nuestro personaje nació lejos de Getafe, exactamente en 'la fidelísma ciudad de Ceuta' en 1810.  ¿Porqué Ortega Rubio se refiere a él como uno de los 'hijos notables' de Getafe? Es posible que exista alguna estrecga relación con Getafe, que fuera solo un vecino ilustre, o que, por el contrario, fuera un error del historiador, un bulo de esos que circulan por los pueblos.

La partida de bautismo de Juan Zapatero Navas, fechada el 21 de julio 1810, no deja lugar a dudas; el egregio militar nació dos días antes. El cura y canónigo de la Catedral de aquella ciudad [Bartolomé Venegas] bautizó 'solemnemente y le impuso los santos óleos a un niño' que recibió los nombres de Juan José Vicente Zapatero y Navas. Era hijo 'legítimo' del Coronel de Ingenieros Juan Antonio Zapatero Ducer [nacido en Sevilla], que a la sazón se encontraba 'sirviendo en tan importante destino' y de María Josefa Navas Padilla [Cartagena]. Fueron sus padrinos, Manuel Zapatero, capitán del Real Cuerpo de Artillería y María Dolores Navas, tíos del niño.

Por la linea paterna, el recién nacido procedía de distinguidos militares, contando entre sus ascendiente a su abuelo Juan Zapatero y Zalazar, que fue coronel de Artillería en Chile; a su bisabuelo Juan Zapatero y Vergara, coronel también de artillería, arma a la que perteneció también otro de sus antecesores, Juan Zapatero Seseñas.

Y aunque, al principio, nos asaltó la duda sobre la relación del personaje con Getafe,  basada en la única información que aportaba el historiador madrileño al nombrar como 'hijo notable' al general Zapatero, hemos constatado finalmente con una fuente histórica muy anterior que, ciertamente, el personaje que 'resucitamos' en esta 'Capital del Sur' está unido a nuestra ciudad, aunque evidentemente no nació aquí. El 'Estado Mayor del Ejército 1851-1856', publicación de la que existe un ejemplar en el Museo Romántico, asegura textualmente que el origen de Juan Zapatero y Navas «proviene, por la linea paterna, de una ilustre casa con propiedades en Getafe, y de esclarecida nobleza».

El apellido Zapatero tuvo su origen en Francia donde se denominaba Sapatero, con tal antigüedad que ya en el año 822, reinando Carlos II 'el Calvo', brilló el distinguido caballero Pierre Sapatero que luchó contra los normandos. Otros 'Sapateros' que 'constan en los papeles antiguos' son Orlan Sapatero o Carlos Sapatero que participaron en las Cruzadas. Por fin, encontramos en Cataluña a Luis Zapatero, padre de Jaime Zapatero. La descendencia de este último se extendió por Valencia, Aragón y Castilla, pronunciándose desde entonces con la zeta. Aseguran los expertos y en genealogía y heráldica que el escudo de armas de este apellido contenía, como no podía ser de otra manera, un zapato y una flor de lis. Otros miembros de este marcial linaje que aparecen en los registros históricos de la edad media son Jorge Zapatero que luchó con Alfonso IV contra los moros de Granada; Martín Zapatero que estuvo en la batalla de Clavijo; Fausto Zapatero, partícipe en la disputa por Cerdeña contra los genoveses; Gaspar Zapatero que acompañó a Juan de Cardona en la rendición de Marsella;  Rui Zapatero y Rodrigo Zapatero, consejero del rey Juan I; Juan Zapatero, llamado el 'Arrestao' porque luchaba sin temor de los enemigos; y así, una retahíla de guerreros y peleones Zapateros esparcidos por el mundo.

El apellido Zapatero aparece ligado a Getafe, igualmente, desde tiempos remotos. Es habitual encontrar referencias de la familia en numerosos documentos del archivo municipal. A principios del siglo XVIII, el 5 de noviembre de 1703, Manuel Zapatero, vecino de Getafe, fue nombrado con el explosivo título de 'Visitador general de pólvora  y salitres', según Cédula de Su Majestad, de la que tuvo conocimiento la justicia y el ayuntamiento de la localidad. En ese documento se detallaban las honras, exenciones y libertades que le correspondían a dicho cargo. Poco tiempo le duró tal dignidad a 'polvorín', y con el puesto volaron los privilegios que lo acompañaban. El 18 de julio de 1707, la justicia de Getafe dictó un auto en el que disponía que «habiendo cesado dicho Manuel Zapatero en el asiento, queda sin cumplir lo anterior, y el interesado debe pagar y restituir al lugar las cantidades que desde que cesó y hasta aquella fecha hubiese dejado de pagar».

El 3 de noviembre de 1794, Julián  Gutiérrez y Muñoz, vecino de  Getafe, realizó una petición para que 'se recibiera información de hidalguía' ya que, según indicó, él era «hijo de Diego Gutiérrez y Eugenia Muñoz, y sus abuelos por linea paterna eran Manuel Gutiérrez y Josefa Pingarrón, Bernardo Muñoz y Teresa de Francisco Alderete, todos naturales y vecinos que fueron, 'y es dicha mi madre' de este lugar y todos los demás ascendientes  y descendientes han sido y son cristianos viejos limpios de toda mancha, sin haber existido  oficios bajos antes si tenidos y comúnmente reputados de las distinguidas familias de este Lugar, y, por tnato, han obtenido en él los empleos de Alcalde, Regidores y demás honoríficios de su República; que la dicha Eugenia Muñoz es sobrina de Ignacio de Francisco Alderete, Teniente Coronel que fue del Regimiento de Dragones de Tarragona, ya difunto; y prima hermana de Manuel Zapatero, Coronel retirado del Regimiento de Infantería...».  Este último Manuel Zapatero podría ser, sin tener la certeza de ello, familiar directo de Juan Antonio y de Manuel Zapatero, padre y tío (además de padrino) del futuro general Juan Zapatero y Navas.

Manuel Zapatero, descendiente también del 'Visitador de pólvora y salitre', de profesión labrador y vecino de Getafe, según certificado del cura del lugar, «contrajo matrimonio y fue velado y desposado 'in facie eclesia', según el Ritual Romano, con Francisca Antonia Pingarrón el 9 de mayo de 1789». En el oficio, Zapatero, reclamaba el derecho a disfrutar cada 9 de mayo de los privilegios que la corona concedía a los casados para que el aniversario de boda lo dedicaran a 'multiplicarse', sin cargas ni obligaciones de ningún tipo.

El protagonista de nuestra historia, Juan José Vicente Zapatero y Navas quedó huerfano de padre antes de cumplir los dos años. Su progenitor, el coronel de ingenieros Juan Antonio Zapatero Ducer falleció el 12 de abril de 1812 en el campo [depósito] de prisioneros de Beaune, en Francia, a donde había sido conducido tras la victoria del Mariscal Suchet en Valencia [enero de 1812] y la rendición de la plaza en los estertores de la guerra de la independencia contra las tropas napoleónicas.

Así pues, inevitablemente, el aún niño entró de bruces en la carrera militar. El día de San Juan de 1815, con  cinco añitos, Juan Zapatero Navas recibió 'la gracia' de ser nombrado subteniente menor de edad y empezando sus estudios militares en el regimiento de infantería de Málaga hasta que el 1823 fue nombrado subteniente efectivo, tras lo cual ingresó en el Regimiento inmemorial del Rey.

Desde ese momento en el que empezó el cómputo de su antigüedad como soldado, prestó servicio en Madrid, Valladolid, en el Palacio y Sitios Reales. Durante esos primeros años, hasta cumplir los veinte aprendió a mandar además de ocuparse de la instrucción de los 'quintos' «siempre a satisfacción de sus jefes superiores».

En 1833, habiendo obtenido el grado de capitán de infantería, salió de Barcelona con su batallón y entró en operaciones contra los carlistas del bajo Aragón y Valencia [acción de Ademuz]; durante los años siguientes persiguió por Extremadura y Andalucía al general carlista Gómez en su increíble intento por extender la guerra por todo la península. En 1837 se incorporó al ejército del norte bajo el mando del General Espartero. En la batalla de Durango, el 21 de marzo, contrajo méritos de tal manera que 'fue agraciado' con el grado de coronel de infantería. Tenía 27 años. Hasta el final de la llamada primera guerra carlista, en el año 1840, participó en las casi todas las batallitas que tuvieron lugar en Hernani, Urnieta, San Sebatián, Pamplona, Aranzueque, Retuerta, Gete, Araoz y la Huerta del Rey. Por las acciones de Peñaranda [del 19 al 22 de junio de 1839] recibió la cruz de San Fernando de 1ª clase.

Su trayectoria militar continuó durante los siguientes años  por diversos destinos de la geografía nacional siendo reconocido por haber logrado infundir en su regimiento la más rígida subordinación y disciplina [...] «Sin embargo, en las calamitosas épocas que ha pasado la España y en que tan frecuentes han sido las sediciones y pronunciamientos, es imposible precaver las maquinaciones con que los conspiradores tratan de atraer a los incautos, y un jefe militar cuyos subordinados se desvían de la senda del honor, satisface sus deberes con reprimir a los amotinados y obligarles a volver a la debida sumisión, y verificándolo en energía y prontitud, acreditará sus buenas cualidades de mando». 

Esto es lo que le sucedió al ya brigadier coronel Zapatero estando destinado en Valencia con algunos de sus subordinados del Regimiento Gerona. El 3 de noviembre de 1845, el sargento primero José Suárez a la cabeza de unos treinta 'cazadores' atacó la guardia de prevención al grito de ¡Viva la Junta Central!, hiriendo gravemente a su comandante Joaquín García Navas, a quien hubo que amputar el brazo. Llegó a temerse un fin desastroso, porque eran muchos los conjurados que habían inducido a la tropa a semejante movimiento; pero Zapatero, con solo un piquete de su regimiento, obligó a los amotinados a rendir las armas, restableciendo por sí solo la más severa disciplina entre sus subordinados, y obteniendo con ello la cruz de San Fernando de 3ª clase.

Durante la segunda guerra carlista (1846-1849) volvió a las provincias Vascongadas a combatir contra las facciones 'montemolistas', seguidores del Conde de Montemolín [Carlos Luis de Borbón y Bragança, hijo de Carlos María Isidro de Borbón y sobrino de Fernando VII] que reclamaba la corona de España para sí en contra de la reina Isabel II y de su madre, la regente María Cristina.

En enero de 1852, destinado en Madrid, tuvo que reducir  otro motín en su regimiento con 'valentía extraordinaria'. A finales de mes le llegó el premio; fue promovido al empleo de Mariscal de Campo, continuando al mando del regimiento Gerona. Apenas unos días después, el 7 de febrero de 1852, como coronel más antiguo mandó el cuadro que formaron las tropas de la guarnición para la ejecución del célebre cura Martín Merino que acuchilló a Isabel II tras colarse en el palacio real, con la aquiescencia de la propia reina. La puñalada no fue grave, gracias al recamado de oro del traje y las ballenas del corsé de la jovencita y promiscua reina, la cual no tardó en reponerse. Igual le daba en la cama el coronel de la guardia, un general bigotudo, el obispo de la diócesis que el cura de de la parroquia. Merino fue capturado inmediatamente. Tenía los días contados para presentarse ante Dios.

El cura Martín Merino, que se negó a estar presente en el juicio, fue condenado a muerte. Tras la ejecución en el garrote vil,  el cuerpo fue incinerado y sus cenizas esparcidas en una fosa común. La justicia no halló ningún indicio que vinculara a Merino con ninguna conspiración. Al parecer tenía una personalidad y una forma de pensar muy pintoresca y actuó en solitario. Es decir, que estaba como una cabra.

Sin pasar muchos días, Zapatero fue nombrado segundo cabo  de la capitanía general de Aragón y gobernador militar de Zaragoza. A finales de año era gobernador militar de Barcelona; a principios de 1854, fue designado segundo cabo de la capitanía general de Galicia y gobernador militar de la Coruña, destino del que dimitió. A principios del verano de ese año se produjo el levantamiento militar del General Leopoldo O'Donell en Vicálvaro y el manifiesto de Serrano, redactado por un jovencísimo Cánovas del Castillo,  en Manzanares. Estaba a punto de iniciarse el llamado 'bienio progresista'. 




[CONTINÚA...]


27 de junio de 2014

Los 'hijos adoptivos' nombrados durante la dictadura de Primo de Rivera


El Ayuntamiento de Getafe otorgó, durante la dictadura de Primo de Rivera, dos veces el honor de 'hijo adoptivo'. Y parece que en ambas ocasiones se aprobó por indicación expresa de la 'superioridad'. A pesar de ello, a día de hoy, aunque no tengan ninguna relación con el municipio, mantienen los honores concedidos por obediencia debida o pura lisonja.

El 9 de octubre de 1925, el pleno del Ayuntamiento de Getafe acordó nombrar Hijo adoptivo de Getafe al mismísimo dictador, el general Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. El secretario de la corporación recogió en el acta de manera magistral el protocolo de adulación al dictador: «La Corporación, identificada por completo con el sentir de la alcaldía, Enrique Gutiérrez Carnero, y haciéndose a su vez eco de los sentimiento de este vecindario, en atención a las circunstancias excepcionales que concurrren en el Alto Comisario de Marruecos, presidente del Directorio Militar, excelentísimo señor teniente general don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, marqués de Estella, proporcionando días de perpetua recordación a nuestra querida patria, con su acertada dirección en la actuación militar de África, acuerda por aclamación y con el mayor entusiasmo nombrarle Hijo adoptivo de esta villa de Getafe, y que por la Alcaldía Presidencia se entrege al presidente del directorio militar certificación íntegra del acta de esta sesión».

El alcalde, Enrique Gutiérrez Carnero, observado desde la distancia en el tiempo, nos parecía un tipo realmente adulador y pelota. Ejerció el cargo en una primera etapa entre 1925 y 1927.

A finales de junio de 1926, el Presidente de la Diputación de Madrid emitió un oficio a todos los ayuntamientos de la provincia con  indicaciones concretas para conceder honores a Manuel Semprum y Pombo, Gobernador Civil de Madrid.

El día 3 de julio de 1926, reunido el ayuntamiento de Getafe en sesión plenario,  acordó nombrar a Manuel Semprum y Pombo Hijo Adoptivo de la Villa de Getafe. Seguramente, fue 'adoptado' por casi todos los municipios madrileños, sino no lo fue por la totalidad.  En el caso de Getafe, el hecho se reflejó en el acta sin ocultar siquiera el motivo de la concesión:

«Vista la carta del Presidente de la Diputación Provincial de Madrid relacionada con el nombramiento de Hijo Adoptivo de cada uno de lo pueblos de esta provincia a favor del excelentísimo Gobernador Civl de la misma, Don Manuel Semprún, este ayuntamiento, con sigular placer, acuerda nombrar y nombra Hijo Adoptivo de esta Villa al excelentísimo señor Don  Manuel Semprún, Gobernador Civil de esta provincia, merecedor por todos conceptos de esta distinción, y se acepta con el mayor gusto la intervención de la presidencia de la Excma. Diputación Provincial como lazo de unión entre todos los pueblos a fin de que el mencionado nombramiento pueda hacerse al azar y de modo unánime, y que por esta alcaldía se consteste en este sentido a la Presidnecia de la Diputación Provincial». 

Manuel Semprum y Pombo había nacido en Madrid el 11 de septiembre de 1868. Era hijo de José María Semprún y Álvarez, senador electo y vitalicio y vicecónsul de Portugal, y de Carmen Pombo Fernández de Bustamante. Estudio derecho y ejerció la abogacía en Valladolid, ciudad en la que empezó su carrera política al ingresar como concejal progresista. Al poco tiempo, viendo escaso futuro en su afiliación progresista empezó a militar en el Partido Libera. Entre 1906 y 1907 fue alcalde Valladolid; luego fue diputado a Cortes en varias legislaturas; entre 1916 y 1923, fue senador electo por las provincias de Salamanca y Cádiz, así como Gobernador civil de Zaragoza, Cádiz y, finalmente, Madrid.

El 23 de abril de 1927, el ministro de gobernación Martínez Anido, cesó a Manuel Semprún como Gobernador Civil de Madrid, pasando a ser designado Alcalde de Madrid  durante unos meses. Por esas misma fechas se regulaba mediante 'reales órdenes ministeriales' la renovación de los concejales y alcaldes de los ayuntamientos.

Tres meses después, exactamente 18 de junio de 1927, el ayuntamiento de Getafe recibió un telegrama del nuevo Gobernador Civil de la Provincia por el cual se destituía de su cargo al alcalde Enrique Gutiérrez Carnero, manifestando la presidencia que procedía el nombramiento de persona para el desempeño del mencionado cargo de Alcalde. Después de la intervención de varios concejales, y puesto el asunto a votación, se acordó, por siete votos contra cinco, aplazar el nombramiento.

En la siguiente sesión plenaria, con fecha 11 de julio de 1927, con arreglo a lo prevenido en el Estatuto Municipal resultó elegido como alcalde Ricardo Corredor y Arana. El resultado no era aplastantes pero dejaba un pequeña duda: diez votos a favor y una papeleta en blanco. Seguidamente tomó posesión de su cargo que prometió desempeñar bien y fielmente. Igualmente se procedió a designar por elección los cargos de Primer Teniente de Alcalde a Jacinto Cervera Gómez; y de segundo Teniente de Alcalde a Juan José Barrilero y Deleyto. Igualmente se designo a los suplentes de dichos cargos.

Terminada la elección del nuevo alcalde, un vecino, en concepto de 'espontáneo', solicitó la palabra.  El protagonista de tan singular petición era el polifacético artista y exconcejal Filiberto Montagud; un barcelones afincado en Getafe desde el año 1912.

Filiberto Montagud se acogió al 'derecho de queja' que otorgaba el estatuto municipal. Desde que se instauró la dictadura, en septiembre 1923, se permitía la participación ciudadana en los plenos de los ayuntamientos. Además, a esa altura de los años veinte, la dictadura empezaba a reblandecerse. Y así, estando regulado, los ediles no tuvieron más remedio que  concederle la palabra.

La intervención de Filiberto Montagud se centró sobre dos temas sin relación alguna. En primer término manifestó su protesta por la celebración de la capea en las últimas fiestas en honor de la Virgen de los Ángeles, de la cual no era partidario. Montagud había dimitido como edil getafense y había cerrado el periódico La Región que dirigía por culpa de los tumultos y sucesos violentos provocados por la anulación de los festejos taurinos en las Fiestas del 1918. El exedil manifestó, y así lo recoge el acta de la sesión plenaria, que siendo él miembro de la Corporación, esos festejos no se celebraron durante dos años.

Seguidamente expresó su opinión en el sentido de la determinación que debieron adoptar los señores Concejales relacionada con la destitución del señor Alcalde. El pleno del Ayuntamiento, después de oír las manifestaciones de los concejales Barrilero y Herranz, y entendiendo de conformidad con estos señores que lo expuesto por el señor Montagud se refería a hechos pasados en cuanto a la capea y que no tenía el carácter de queja municipal que regula el Real Decreto de 29 de octubre de 1923; las aseveración realizadas por Filiberto Montagud en la segunda parte de su intervención y «puesto que afecta solamente a la actuación particular de los señores concejales se acuerda por unanimidad tener por no hecha la queja formulada», de lo que quedó enterado el interesado y así se anotó en el acta sin que sepamos en qué sentido intervino el crítico y sagaz Filiberto Montagud.

El 15 de febrero de 1928 la Asamblea quedó enterada de una Real orden de la Presidencia del Consejo de Ministros de 13 de febrero disponiendo que deje de formar parte de la Asamblea el señor don Manuel Semprún y Pombo que figuraba en ella como Alcalde Presidente del Ayuntamiento de Madrid.

Manuel Semprum y Pombo fue condecorado en vida como caballero de la Gran Cruz de Isabel la Católica y gran oficial de la Legión de Honor de Francia. Falleció en Madrid el 30 de noviembre de 1929.

Al final de la década de los veinte, la descomposición política de la dictablanda provocó la inestabilidad de los ayuntamientos. En dos años hubo cuatro alcaldes en Getafe; tres designado y uno elegido. En 1930 ejercieron el cargo de primer edil Gonzalo Valdez López y Mariano Ron González. En 1931,  Enrique Gutiérrez Carnero volvió a ser nombrado alcalde de Getafe. Ahora sí, a la dictablanda se le diagnosticó una fuerte diarrea. Algunos personajes, como Gutiérrez Carnero o Luis Martín aceptaron cargos en los que duraron apenas dos o tres  meses.  El gobierno convocó comicios municipales el 12 de abril de 1931; Enrique Gutiérrez Carnero se presentó a las elecciones con escaso éxito al conseguir solo 117 votos entre los cuatro distritos electorales. Otros candidatos como  Luis Martín Pérez, Mariano Benavente GonzálezLaureano Cervera Butragueño, Marcelo Cervera Herreros o Emilio Butragueño Moreno le duplicaron o, incluso, triplicaron el número de votos recogidos. El vencedor de las elecciones fue Luis Martín Pérez. Además de los citados, resultaron elegidos Valentín Benavente, Anastasio Deleyto, Miguel de Francisco, Lisardo Martín, Felipe Sacristán, Gregorio Pérez y Eusebio Antón.

Una de las primeras decisiones de la nueva Corporación fue el cambio de calles. Por unanimidad, y  como ejemplo, al caso que nos ocupa, la calle Jardines —que durante la dictadura se denominó oficialmente del General Primo de Rivera— pasó a llamarse de García Hernández. El paseo de la Estación, —de Alfonso XIII durante el mismo periodo—, se cambió por el de Pablo Iglesias; el paseo de la estación larga que hasta aquel día se llamó Avenida del Príncipe de Asturias, se transformó en Avenida de la República. La segunda república española  iniciaba su andadura; un camino plagado de ilusión pero también de sombras e incertidumbres.

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IMAGEN.— Ilustración realizada a partir de una fotografía con escasa resolución de Manuel Semprum y Pombo

22 de junio de 2014

Juan Carlos I y Felipe VI o la continuidad de la Monarquía del Movimiento


«[...] Pero la obra del Caudillo no termina ese 20 de noviembre; la obra del Caudillo sigue, porque una de sus mayores preocupaciones para el futuro del pueblo español fue siempre buscarle continuidad al desarrollo emprendido aquel 18 de julio.

No podemos olvidar que el 23 de julio su Alteza Real el Príncipe de España, Don Juan Carlos de Borbón, juraba ante las Cortes Españolas lealtad al Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y a las demás leyes fundamentales del Reino.

La fecha fue histórica, trascendente para nuestro futuro comunitario, porque en ella se encierra el sentido de la continuidad del régimen y la seguridad de que la obra de transformación a que aludía unos renglones antes se proyecta hacia el futuro con idéntica plenitud y con idéntica capacidad para elevar a nuestro pueblo hacia niveles de justicia, de dignidad y de libertad.

Al decir Monarquía del Movimiento Nacional me refiero a un término políticamente muy preciso. Quiero significar con él tres cosas fundamentales: en primer lugar, que la instauración monárquica llevada a cabo por Franco recibe su legitimidad histórica, su razón de ser del 18 de julio de 1936. Ya lo dijo el Caudillo: en modo alguno se trata de una restauración de sistemas, sino de una instauración, de forma política de nueva planta, caracterizada por sus mecanismos de estabilidad interna y, por tanto, la más capaz de prolongar en el tiempo y el los frutos el ciclo de paz creadora que España vive y al que debe sustancialmente su proceso de recuperación y presencia histórica.

En segundo lugar, la Monarquía del Movimiento Nacional se caracteriza por la participación que en ella tiene la sociedad española, y en tercer lugar porque cuando hablamos de Monarquía del Movimiento aludimos a una realidad íntimamente ligada con los planteamientos esenciales de nuestro sistema. Por tanto, de una realidad política querida, buscada desde los orígenes del nuevo Estado y asistida en dos referéndums por el favor expreso del pueblo, en actos de corroboración a las lineas maestras de la política de Franco.

[...] Lo que es evidente es que nosotros, los herederos de esa magistral función de gobierno tenemos en nuestras manos la posibilidad de continuar todo el proceso de desarrollo, de paz y de bienestar si entendemos que en la unidad entre las tierras y los hombres de España está la llave de la puerta que nos dejó abierta nuestro Generalísimo y Caudillo de españoles».

[Ángel Arroyo Soberón. Alcalde de Getafe (1974-1979). Getafe, Boletín de Información Municipal. Núm. 11. Noviembre de 1975.]

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NOTA.- El texto  no necesita demasiadas aclaraciones. El alcalde de Getafe habla de la 'magistral función de gobierno'  en la que 'Generalísimo' impuso una instauración y  vendió la burra a los españoles, antes y después de muerto.  El 'Caudillo' eligió al príncipe de España que le salió de las criadillas. El flamante 'Príncipe de España' era hijo de Don Juan de Borbón, tercero en la linea de sucesión del 'depuesto' Alfonso XIII.  El  'Principe de Asturias', hemofílico como muchos de los Borbones en esa época, renunció a sus derechos por casarse con una plebeya. ¡Menudos tiempos!. El segundo en la linea sucesoria, Jaime, era sordo mudo y le obligaron a renunciar estando ya en el destierro. En resumen, que Franco hizo lo que quiso, y al pueblo solo le queda aceptar al pulpo como animal de compañía que empieza por p.  La monarquía del Movimiento Nacional se consolida. No piense el lector que se trata de una proclama republicana, pero ¿no debería, Felipe VI, ratificar con un nuevo referéndum la voluntad de los españoles? No digamos que se presenten a la elección y compitan  todos los Borbones con pretensiones dinásticas, incluso las hijas o  los [presuntos] hijos bastardos de Juan Carlos I. Tengamos —si queremos— un rey, un nuevo monarca no elegido, pero sí ratificado. Al fin y al cabo,  el suyo es un privilegio de sangre, una herencia que nos viene impuesta a todos los españoles que no votamos en aquellos refrendos.

20 de junio de 2014

Cuando el rey Felipe admitió que dos hembras valían por un varón


Francisco de Moya, vecino de Getafe en el primer tercio del siglo XVIII,  tenía nueve hijos vivos, cinco varones y cuatro hembras. El bueno de Paco, al que apenas le daban las tierras para alimentar tanta boca, supo de alguna manera que además de los hidalgos de sangre que mantenían magros privilegios, estaban los hidalgos de bragueta. Y él, si se atendía solo a eso, tenía un noble entre las piernas, un auténtico y duro hidalgo, él era un semental getafense. Sin embargo, para acceder a los privilegios no era suficiente con haber hecho parir a la mujer nueve hijos vivos, además de los cuatro o cinco que murieron a causa de las muchas penalidades y enfermedades. Era necesario que fueran siete los hijos varones, consecutivos y de un solo matrimonio. Las hembras no valían; aunque sus hijas cocinaran, limpiaran, segaran y, llegado el caso, condujeran la carreta con la yunta de bueyes o de acémilas mientras sus hermanos roturaban los yermos parajes de Santa Quiteria o en la 'tierra grande de San Marcos'..

¿Pero porqué? ¿Qué norma era aquella que dejaba a las mujeres sin valor?

La condición de hidalguía era muy apetecible pues libraba a los afortunados de las condenas que pesaban sobre el pueblo llano, las 'pechas' y trabajos concejiles [plantación de árboles, limpieza de arroyos, y otros que dictaban los numerosos inspectores y 'visitadores' reales]. Además, durante la reciente guerra de sucesión, fue constante el trajín, las  idas y venidas, de los dos ejércitos contendientes; uno a favor de Felipe V y otro en contra. Unos para arriba y otros para abajo. Y los pobres, pagando las consecuencias. Doce años de contienda era muchos. Durante los desplazamientos, sea en Getafe, o en cualquier otro pueblo, los mandos, los oficiales y los soldados debían recibir aposento en los edificios públicos y en las casas de los vecinos. Salvo que  la sangre o la hidalguía adquirida lo evitaran. Imagina, lector, dos sargentos de las tropas francesas, o de las austracistas, cohabitando un tiempo indeterminado con sus cuatro mozuelas...

En 1734, Francisco de Moya se armó de valor y requirió el testimonio del escribano municipal para acreditar la abultada descendencia;  y con ese 'certificado' mandó un escrito a la corte solicitando al rey Felipe V la exención de contribuciones y cargas concejiles en base a la presunta hidalguía conseguida en la cama; Paco no se atrevió a subrayar, además, que casi todo el mérito era de su mujer, aunque desgraciadamente no tenemos el dato para concederle, al menos, un momento de fugaz fama digital.

La respuesta del rey no tardó en llegar. El 14 de diciembre de 1734, se expidió la real carta que literalmente decía: «Por lo cual queremos  y mandamos que mediante ha constatado que el dicho Francisco Moya de Marcha tiene los dichos nueve hijos vivos, los cinco varones y las cuatro hembras, sea libre y exento por todos los días de su vida de cargas y oficios concejiles, cobranzas, huéspedes, soldados y oros, y aunque después le falte alguno de sus hijos o hijas es nuestra voluntad se le continúen las exenciones referidas y por los día de su vida. Y lo cumpliréis pena de nuestra merced [multa real] de 30.000 maravedies para nuestra Cámara».

Los alcaldes y la justicia de Getafe acataron lo dispuesto por Su Majestad y otorgaron a su prolífico convecino las exenciones que había recibido de la real mano. No era grato pues las poblaciones pechaban en proporción al número de vecinos y las exenciones de los  hidalgos debía ser asumida por el resto. Pero a Paco, eso, no le importaba. Otros vecinos pedía privilegios como la «exenciones del recién casado» por el que en los cuatro años siguientes, se eximía al protagonista de todos las cargas y oficios concejiles en el aniversario de boda para «favorecer la multiplicación». Se incentivaba la familia numerosa; ¡y de qué forma!

¿Pero fue realmente el rey el que corrigió la norma? ¿Felipe V 'aceptó' que cuatro hembras valían lo mismo que dos varones? El el año 1734, el primer rey de la casa Borbón, cumplía con su segundo reinado. Es el único monarca que ha reinado dos veces. A principios de 1724, igual que ahora Juan Carlos I, Felipe V abdicó la corona en favor de su hijo Luis I; un rey bastante desconocido que falleció prematuramente el 5 de septiembre de ese mismo año, dando lugar al reinado más efímero de la historia de España.

Así que Felipe V reinó dos veces. La primera como el original Felipe V, llamado 'el animoso' aunque el sobrenombre es algo 'optimista'. Dice el refrán que segundas partes nunca fueron buenas. Y más, como en este caso, si el protagonista pierde a su hijo y heredero. Ya no volverá a ser el mismo. Algunos historiadores han visto la abdicación de Felipe V no solo guiada por motivos  religiosos sino por la depresión y la locura que le aquejó hasta el fin de sus día. El 'Felipe V bis' es, en su triste estado, un rey consorte. La reina, Isabel de Farnesio, hizo famosa a fuerza de usar la frase «el rey y yo» como eslogan de una monarquía dual.

Ahora, sí; todo [nos] cuadra. Somos «la reina y yo» los que consideramos que dos mujeres suman lo mismo que un varón; o dicho de otra manera y simplificando la fórmula, que una mujer vale lo que medio hombre. Y ya era, habrá que resignarse, un avance para su tiempo y para la mentalidad de una clase acostumbrada a la moda italiana, a los oropeles y al lujo. En el cuadro de la familia real que reproducimos, arriba en el balconcillo, se asoman los músicos, tocando quizás alguna pieza instrumental de Farinelli 'il castratto' o, tal vez,  una romanza con la letra escrita por Metastasio, músico y poeta utilizados por la reina para 'curar' el alma del rey.

Si aún aplicáramos la misma regla, aplicada a la sucesión dinástica,  y  que en parte se mantiene, el rey  Juan Carlos I, `el cazador'  tuvo, primero, dos hijas, y luego un hijo. El mismo valor a la ecuación. Dos igual a uno. Y si todo fuera como debiera, la nueva reina sería Elena... ¿No? ¿Porqué no se ha corregido aún la ley sálica? El nuevo monarca, Felipe VI, tiene dos hijas hembras; Leonor, la Princesa de Asturias, y su hermana la infanta Sofía. ¿Sumarán uno también o serán, por fin, dos?


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IMÁGENES:

La familia de Felipe V. 1743. De Louis-Michel Van Loo. Museo del Prado. En el cuadro, pintado casi 20 años después de la muerte de Luis I,  aparece el rey Felipe V sentado junto a su segunda esposa Isabel de Farnesio; de pie está el príncipe de Asturias, Fernando VI, hijo del rey y de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya; detrás su esposa, Barbara de Braganza y su hermana Maria Ana de Victoria, princesa de Brasil. La reina está rodeada de sus hijos el infante cardenal Luis de Borbón y Felipe, duque de Parma junto a su esposa Luisa Isabel de Borbón (hija de Luis XV). Al lado están las infantas María Teresa, casada con el 'delfín' de Francia, y María Antonia Fernanda,  más tarde reina de Cerdeña. Cierran el grupo, a la derecha, el futuro Carlos III,  y su esposa María Amalia de Sajonia.
En primer término, juegan con un perro, las infantitas Isabel, hija de los duques de Parma, y María Isabel, hija de Carlos III. El parecido de una de ellas con el perro es extraordinario. Siempre se ha dicho, aunque el can sea un can real, y la niña infanta de España.


BIBLIOGRAFÍA:

El Getafe del siglo XVIII. José Fariña Jamardo.
Museo del Prado. 
De los elogios a Felipe V. Ricardo García Cárcel.
Wikipedia.