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27 de julio de 2014

Zapatero, el general 'cuatro tiros'. 4

Grabado que representa la toma de Hernani en 1837

[ANTERIOR]

Marqués de Santa Marina

Tras su paso por Cataluña ejerció el mando como  capitán general de Andalucía (1858-1859), Galicia (1862-1865) y Aragón (1865-1866). Fue Senador vitalicio (1863-1864), Consejero de Estado (1866-67). El 20 de enero de 1867 fue nombrado Inspector General del Real Cuerpo de Carabineros y Consejero de Estado. Al año siguiente vio la luz un librito 'pedagógico' titulado 'Manual del Carabinero del Reino', firmado por el general Zapatero y publicado por la Imprenta del mismo Cuerpo de Carabineros que mandaba.

La revolución del 68, 'la gloriosa',  destronó a la reina de los 'tristes destinos' y la mandó al exilio parisino. Zapatero quedó en dique seco. Aunque era monárquico, no comulgó con la idea de que las Cortes pudieran elegir a un nuevo rey. Entre 1868 y 1974 estuvo retirado de la vida pública aunque no cesó en su fervor por la reina.  El 19 de septiembre de 1871 envió otra carta a Isabel II sugiriéndole acciones 'políticas' en favor de su hijo Alfonso XII,  además de mostrar por escrito y por enésima vez su fidelidad a la reina destronada. La elección de un nuevo rey a la manera 'democrática' iba a ser un fracaso, un intento fallido de regenerar la monarquía  que terminaría con Amadeo de Saboya desquiciado y huyendo de 'la jaula de locos' que era España. Comenzaba la primera república, demostración única del disparate colectivo que se gestaba en las entrañas del país.

En diciembre de 1874, el general Martínez-Campos realizó el pronunciamiento de Sagunto a favor de la monarquía provocando la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII. El nuevo monarca, como es lógico, repartió privilegios y títulos entre los militares más files a la dinastía que representaba. Un Real Decreto de 4 de octubre de 1875 [despachado el 10 de diciembre de ese año] le otorgó a Juan Zapatero y Navas el título de Marqués de Santa Marina.

El decreto en virtud del cual S.M. el rey ha hecho merced del marquesado de Santa Marina al 'digno general' Zapatero está concebido en los siguientes términos:
«Queriendo dar una prueba señalada de mi real aprecio al teniente general Juan Zapatero y Navas por los relevantes servicios que ha prestado al trono y a la patria en su larga carrera militar, de acuerdo con el parecer de mi consejo de Ministros, vengo en hacerle merced de título del reino con la denominación de marqué de Santa Marina para sí, sus hijos y sucesores legítimos, lilbre esta concesión de todo gasto y a reserva por ello de car cuenta a las Cortes».

El nombre del título nobiliario  recuerda uno de los hechos de armas  más brillantes de la larga carrera militar del general Zapatero. Las batallas o combates  ocurrieron el 24 de marzo de 1837 en las alturas de Santa Marina, lugar que se encuentra cerca  de Galdácano y Bilbao, siendo capitán del tercer regimiento de la Guardia real de infantería y mandando como más antiguo el segundo batallón del mismo.

«Espartero salió de Bilbao el día 10 de marzo con veinte batallones  en dirección a Durango, confiando más en el valor de sus tropas, que en la bondad del plan que iba obediente a secundar, mas como al llegar a la vista de los altos de Santa Marina, allí a las inmediaciones del Galdácano, encontrasen un grueso de carlistas parapetados en diferentes lineas de atrincheramientos, fue preciso empezar un combate para abrirse paso por en medio de aquellas posiciones. Púsose el general en jefe isabelino al frente de la vanguardia y con ella embistió al enemigo que obstinadamente defendía sus puestos. Fue entonces Espartero herido en el brazo izquierdo por una bala de fusil.Concluyó al fin por lograr la victoria [...]». La actuación de Zapatero en los rudos combates mereció, sobre el mismo campo de batalla, el ascenso coronel, grado que le concedió el mismo general Espartero.

Zapatero fue, además, gentilhombre de cámara de S.M.; Teniente General del Estado Mayor; Ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina; Director general de los cuerpos de estado mayor(1875) y Director general del Cuerpo y Cuartel de Inválidos (1877-81). La biblioteca de la Academia de Intendencia de Ávila fue una iniciativa del general Zapatero que culminó en 1876. Ese mismo año, fue elegido Senador por la provincia de Zamora (1876-1877) permaneciendo en el cargo hasta el año siguiente. En 1877 publicó un librito de  unas 30 páginas titulado 'Breve reseña de los hechos heróicos de D. Antonio Chover en la batalla de Talavera de la Reina, el año 1809'. Según los archivos consultados el texto del librito fue escrito por un tal Mariano James del que no hemos encontrado nada más y que no aparece en ninguna página de la edición consultada; la impresión corrió a cargo de la Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra y contiene una dedicatoria a S.M. Alfonso XII firmada por Juan Zapatero y Navas y un epílogo edulcorado en los se retrata de nuevo como uno de los más grandes y sinceros 'isabelistas' del siglo XIX. La publicación viene a glosar los hechos heroicos y la memoria de los inválidos de guerra, centrados en la figura de Antonio Chover.

El Teniente General Juan Zapatero y Navas se había casado con Rafaela Domínguez Navas. Tal era su devoción hacia la reina Isabel II que, cuando nació su única hija en 1846, no tuvo ninguna duda en el nombre que recibiría.

El 9 de mayo de 1881, el periódico La Vanguardia publicaba un telegrama de última hora en el que adelantaba en primicia que «el veterano director general del Cuartel de Inválidos, Juan Zapatero y Navas, agonizaba en Madrid». Zapatero falleció esa misma noche cuando la manillas del reloj adelantaban las doce para dejar atrás un día, y una vida,  víctima de una larga y penosa enfermedad. Su hija, Isabel Zapatero Domínguez, heredó el marquesado de Santa Marina. «Nunca se mezcló en las contiendas civiles, pero se manifestaba partidario de las soluciones y del régimen conservador, —terminaba la necrológica de La correspondencia de España— ¡Descanse en paz!». Nada más apropiado para despedir a un personaje tan aguerrido y batallador.

El cuerpo sin vida del general Juan Zapatero y Navas fue enterrado el día 12 de mayo de 1881. Al final,  desafortunadamente para el final de este artículo, no  he logrado confirmar el lugar donde recibió sepultura. Ignoramos si fue en Getafe donde su familia tenía tierras y propiedades, o en Madrid. La familia Zapatero fue una de las más importantes de Getafe durante los siglos XVIII y XIX.

Años después de la muerte del general, la familia Zapatero de Getafe construyó un magnífico e imponente panteón que destacaba entre los las capillas enterramientos del antiguo cementerio de la Concepción, que funcionó en Getafe hasta mediados los años 80 del siglo XX y que estaba localizado en plena  trama urbana, entre el barrio de la Alhóndiga y la estación de tren. El cementerio, planeado en torno a la ermita de Nuestra Señora de la Concepción,  databa de los últimos años del siglo XVIII y fue ampliado en 1887 con un proyecto que contemplaba la venta de parcelas para la edificación de panteones; entre todos los que se elevaron, para sobresalir con un símbolo terrenal dedicado a la memoria de los muertos getafenses, destacaban los del registrador de la propiedad, Antonio de la Fuente, y, sobre todos, el de la familia Zapatero, construidos ambos entre los años 1901 y 1903.

El panteón de los Zapatero, «situado en el sector noroccidental, era una curiosa pieza de arquitectura en ladrillo visto de principios del siglo XX. De planta cuadrada, se componía de tres cuerpos; el central, un pasillo sobreelevado por la cubierta para iluminarlo, contiene un pequeño altar al fondo y distribuye los enterramientos en los dos cuerpos laterales». El cuerpo central se proyecto como una especie de lucernario corrido, calado por vanos en toda su longitud y rematado en sus extremos por un frontoncillo que le otorgaba un aire entre clásico y religioso. Las fachadas laterales se decoraron con tiras y arcos ejecutados con el mismo ladrillo cerámico en una especie de bajo relieve, sobresaliendo del fondo y creando un efecto tridimensional. Al panteón se le antepuso un tejadillo con dos columnas que hacían de pórtico de entrada, emparejadas con dos impresionantes cipreses.

Panteón de la familia Zapatero en el antiguo cementerio de la Concepción de Getafe


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BIBLIOGRAFÍA

— Guía de Madrid y su provinciaAndrés Marín Pérez. Madrid. 1888
— Historia de Madrid y de los pueblos de su provincia.  Juan Ortega Rubio. Ayuntamiento de Madrid. 1921.
— Senado de España. Expediente personal de Juan Zapatero y Navas, Marqués de Santa Marina. Signatura: HIS-0430-02.
— Portal de Archivos Españoles
— Manual del Carabinero del Reino. Juan Zapatero y Navas. Imprenta del Cuerpo, 1868.
— Breve reseña de los hechos heróicos de D. Antonio Chover en la batalla de Talavera de la Reina, el año 1809. Mariano James. Prólogo de Juan Zapatero Navas. Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1877. 30 páginas. Biblioteca Central Militar (Madrid). Signatura: III-52-4-46
Estado Mayor del Ejército. Historia individual de su cuadro en los años de 1851 a 1856. Tenientes GeneralesChamorro y Baquerizo. Madrid, Imprenta Ramón Santacana. [Ejemplar en el Museo Romántico].
La Ilustración Militar. Revista literaria, científica y artística. 1881
Gran Enciclopedia Catalana. www.enciclopedia.cat.
La Corona de Aragón. Periódico Liberal. Núm. 185. 4 de julio de 1855.
Bando del General Zapatero. La Época. 9 de julio de 1855.
Diario Mercantil de Avisos y Noticias. 24 de julio de 1855.
La Correspondencia de España. Número 1.511, de fecha 15 de agosto de 1862; Núm. 6.571, de fecha 12 de octubre de 1875.
La España. Núm. 2.410, de fecha 25 de febrero de 1857.
Pascual Madoz y el derribo de las murallas en el albor del Ensanche de Barcelona. Javier García-Bellido García de Diego y Sara Mangiagalli.
L'escultura del segle XIX a Cataluña. Judith Subirachs I Burgaya.
Ermita de Nuestra Señora de la Concepción. Marcial Donado. Joven Cámara Económica de Getafe. 1982.
Blog Almanaque. Pliegos de cordel, tradición oral y romancero. 'Relación del robo y horroroso crimen',  Impr. J. Tauló, 1857
La Justicia, Revista peninsular y ultramarina. 1867

Zapatero, el general 'cuatro tiros. 3

Escudo de armas y rúbrica del General Juan Zapatero y Navas


El tigre 'isabelino' ataca de nuevo

Un año después, en junio de 1856, se volvió a suscitar la cuestión entre los fabricantes y los hiladores de algodón. El Capitán general volvió a adoptar nuevas medidas para asegurar el orden. Además de las cuestiones sindicales, la revuelta con los que defendían el gobierno 'progresista' de Madrid.  

Cuando llegaron a Barcelona las noticias de los acontecimientos que tuvieron lugar en Madrid los días 14, 15 y 16 de julio, el general Zapatero manifestó en una orden de fecha 17 su «decisión de mantener el trono de Doña Isabel II, la libertad y el orden social, inflexible en el cumplimiento de su deber». El general 'progresista' Baldomero Espartero había dimitido; o, más bien, cesado. La reina promíscua metió a O'Donell en su cama y lo eligió para el gobierno de la nación. Los disturbios no se hicieron esperar. Además de unos pocos diputados, que consideraron el cambio de gobierno como una 'contrarevolución', el pueblo llano estaba con Espartero. Los obreros en Cataluña aprovecharon el río revuelto para sacar ganancias. «Esta vez, —dice la crónica más liberal y centralista— no fue posible impedir la colisión sangrienta entre el pueblo y el ejército».

El general Zapatero apostó a sus tropas en la capital con un riguroso plan; ocupó algunas plazas estratégicas y edificios, manteniendo la comunicación de la ciudadela amurallada con el mar y el puerto. El pueblo estaba agitado como el mar en un día de tormenta. Así, el día 18 de julio de 1856, empezó una batalla urbana que duró dos días. Las barricadas de los obreros se transformaron en atrincheramientos sólidos y bastante bien construidos. A la masa se sumaron las defecciones de la mayor parte de los batallones de la milicia popular que, primero  disfrazados y desembozados después, prestaban sus armas y sus brazos a la insurrección... Y así, con ligeros hechos de armas transcurrió hasta el día 21 en la que el general Zapatero dispuso un ataque general sobre toda la linea del enemigo. La infantería, apoyada por manteletes y otros artefactos artilleros, arrebató las barricadas a los catalanes y, entonces, la caballería cargó contra las milicias populares en su huida. Reforzadas las fuerzas de caballería y artillería con nuevos efectivos fue completa la destrucción de los rebeldes. 

«Aunque en el día de ayer las tropa del ejército se habían apoderado de todas las barricadas y puntos defendidos con encarnizamiento por los sublevados, sin embargo algunos de estos, o desconociendo la derrota de sus compañeros o resultos a perder la vida en el combate, continuaron haciendo algún fuego de fusilería. Esta mañana, merced al segundo ataque dado con las mayor bizarría por los soldados de la guarnición, han cesado por fin esas escenas de sangre y exterminio de que por desgracia hya estado siendo teatro Barcelona por espacio de cinco días, cogiéndose multitud de prisioneros que se hallan en las Atarazanas y en la Ciudadela. Ha llamado principalmente la atención el número de prisioneros hechos en la calle conocida con el nombre de Amalia (de la Pelita), pero en dicho punto es donde más han sufrido los soldados a causa de las piedras, tiestos y demás objetos que se les arrojaban desde las casas. A los trece presos que hay de esa clase se les está formando causa con toda celeridad. Se ha dicho que ya hay falladas otras causas con sentencia de muerte».  [Bando con fecha 22 de julio de 1856]. 

Ese mismo día, «siendo indispensable», disolvió el Ayuntamiento de Barcelona y nombró una nueva municipalidad que reuniera «las condiciones necesarias para hacer frente a las muchas y perentorias atenciones» que precisaba la ciudad. El balance total de víctimas indica la gravedad de la revuelta y de la dureza empleada en sofocarla. En el bando sublevado, la mayoría de la clase popular, hubo 403 muertos, 1.000 heridos y 600 prisioneros; el ejército tuvo 13 jefes y oficiales y 50 individuos de tropa muertos, 209 heridos y 89 contusos. Además de las víctimas personales, hay que destacar las pérdidas económica con numerosas calles, casas y edificios afectados por el fuego de la artillería realizado desde el castillo de Monjuich y de la Ciudadela. «El ejército se ha portado con una bizarría digna de ser consignada en la historia y superior a todo elogio al llevar a cabo los planes del Excmo. señor Capitán General don Juan Zapatero». [Bando de fecha 21 de julio de 1856].

 Y aún «se vio precisado en derramar alguna sangre más para satisfacer la venganza pública agraviada, no por política sino  por crímenes cometidos por hombres de esos que manchan con sus excesos todos los partidos; aludía el general al asesinato del comandante militar Magin Ravel, muy impopular por hacer de testigo en el juicio contra Barceló,  y seis oficiales más tras rendirse, habiendo paseado la cabeza del primero por la villa de Gracia. 

El día 30 de julio se celebraron en Santa María del Mar las exequias por los individuos del ejército que fallecieron durante esos últimos sucesos. Concluida la función religiosa el general Zapatero, montó a caballo y acompañado de sus ayudantes y una escolta de caballería hasta el paseo de San Juan donde hizo una alocución a las tropas:

«Soldados: acabamos de tributar el último homenaje a la memoria de nuestros bravos compañeros de armas, muertos en defensa del trono constitucional de nuestra augusta reina y de sus regias prerrogativas en los días 18 al 22 del que fina. La patria agradecida escribe sus nombre en páginas imperecederas: nuestra sacrosanta religión eleva sus preces al Altísimo por el reposo de sus almas, y el cañón con su lenguje de bronce les envía el saludo de los héroes.

Soldados: los valientes no mueren en el campo de batalla, no mueren,  no: nacen a la vida de la gloria: su recuerdo vivirá en la historia y nosotros les alzaremos un templo en nuestros corazones: soldados, ¡Viva la Reina constitucional!».

Ahora sí que los 'distinguidos' servicios de Zapatero no quedaron sin recompensa. Su Majestad le promovió al inmediato empleo de Teniente General por Real Decreto el 5 de Agosto de ese año de 1856. El escultor catalán Andreu Aleu acabó en 1857 un busto del general Zapatero, de gran uniforme con la capa plegada sobre los hombros, 'de gran parecido y finura en los detalles' según el crítico Manuel Ossorio y Bernard.

En febrero de 1857, tras ser nombrado gobernador civil interino de Barcelona, tuvo que tomar medidas en el desfalco de la caja de depósitos de la provincia. La historia no cambia; es igual que el corrupto se llame Puyol o Bárcenas. El depositario, un tal Bartolomé Bosch, solo pudo decirle al general que «no existían los fondos que debieran obrar en caja por el triste resultado de un secreto que no podía desvelar y que moriría con su persona». ¡Menuda cara dura que tenía el muy mangante! El general Zapatero puso en 'segura custodia' al funcionario, liberando así de las sospechas que pesaban sobre la persona del anterior gobernador civil.

Como en el caso de José Barceló, el general Zapatero fue testigo de una gran conflictividad social provocada por el desempleo , no solo de sublevaciones políticas y sindicales,  . Eran tiempos en los que el paro provocó un aumento de la delincuencia que se traducía la mayor parte de las veces en atracos y robos en las  masías y casas aisladas llamadas 'mansos'. A los responsables capturados se les sometía rápidamente a un consejo de guerra que fallaba severas penas, generalmente la de muerte en el garrote vil. Todos estos crímenes y sus castigos tenían sus coplillas y romances que generalmente eran publicados por algunas imprentas como medio de entretenimiento y moralizador, además de advertencia a delincuentes y asesinos.

El general Zapatero fue testigo del movimiento especulativo y urbanístico que desató Pascual Madoz en Barcelona cuando 'solucionó' el problema político y económico para derribar las viejas murallas que constreñían a Barcelona otorgando cédulas hipotecarias a los inversores privados. Durante el mandato del general Zapatero se proyectaron y ejecutaron alguna obras importantes como la del castillo del Campo de la Bota (en catalán, Castell del Camp de la Bota), también llamado castillo de las Cuatro Torres. Se trata de un edificio militar construido en el año 1858 en el límite del municipio de San Adrián de Besós con el distrito barcelonés de San Martín de Provensals. Tras su finalización, el castillo se convirtió en la sede de la Escuela Práctica de Artillería hasta el inicio de la Segunda República. El terreno  había sido utilizado anteriormente por tropas napoleónicas a principios del siglo XIX como campo de prácticas de tiro. Su nombre por lo tanto parece provenir del francés 'butte' (en castellano: campo de tiro).

La fidelidad que mostró durante toda la vida del general Juan Zapatero con la reina Isabel II y con su hijo, Alfonso XII, se manifiesta a través de la correspondencia que mantuvo con la soberana; algunas de las cartas que hemos intentado descifrar están depositadas en los archivos de la Academia de la Historia. El 2 de abril de 1857 envió una carta a la reina Isabel II mostrando su 'profundo respeto y la alta veneración' que le tenía. Siempre mantuvo una postura resuelta y pública a favor de la dinastía 'isabelina'.

Carta de Juan Zapatero y Navas a la reina Isabel II (tercera y última página)


19 de julio de 2014

Zapatero, el 'general cuatro tiros'. 2

[ANTERIOR]

El verdugo de los catalanes

Es miércoles, 19 de julio de 1854. Hace 160 años. El Mariscal de Campo Juan Zapatero y Navas cumple 44 años. Unos días antes, tras el 'alzamiento' del General Leopoldo O'Donell y la batalla de Vicálvaro, había dimitido como segundo cabo de la capitanía general de Galicia y como Gobernador militar de La Coruña.  Tras regresar urgentemente a Madrid, se sumó a los que comulgaban con el manifiesto del general Serrano en Manzanares, documento que se hizo público el día 7 de julio y que había sido redactado por un precoz Cánovas del Castillo.  En los cuarteles hervía la sangre como siempre en los momentos de acción. Aún permanecía en el ambiente el olor de la pólvora gastada contra las fuerzas gubernamentales, el bronco rugir de los cañones y el ritmo frenético de los cascos de las bestias en las cargas a sable alzado de la caballería.  La nación necesitaba un inmediato y rotundo cambio de rumbo. El manifiesto pretendía una regeneración liberal, el mantenimiento del trono pero sin las camarillas corruptas, nuevas leyes —electoral y de imprenta—,  descentralización administrativa, y el restablecimiento de la Milicia nacional, entre otras propuestas.

La mayoría de los militares, curtidos en las mil batallas habidas desde la guerra contra los gabachos, la guerra civil de los siete años, los pronunciamientos, levantamientos, asonadas, y golpes de cuartel, asentían con el discurso que pretendía el final de la década transcurrida,  desde que el Duque de la Victoria, el general Baldomero Espartero, se vio obligado en 1943 a abandonar una regencia dictatorial y, por ello, quizá demasiado breve, a pesar del espíritu liberal de la revolución que le llevó hasta el poder. Desde aquel año,  las Cortes desestimaron una nueva regencia y declararan la mayoría de edad de la reina aunque tan solo tenía trece años.  Isabel II gobernaba sin dotes para ello; era solo una jovencita que se dejaba influenciar por cualquiera que se metiera en su cama con buenas armas; incluso sin ese requisito. El imperio español, prácticamente desmembrado y desangrado, perdía la poca influencia que aún mantenía con respecto a otras potencias europeas. España no era una nación, era un gazpacho; un revuelto de berzas, entre ácido y salado, una nación despedazada entre los tirones de carlistas absolutistas, moderados conservadores y liberales progresistas. Algunas voces, como la del propio Espartero,  requerían la reforma del sistema política y, qué osadía, una fiscalización de la regencia de María Cristina para que diese cuenta de las acusaciones de corrupción que pesaban sobre ella y sobre su amante, sargento de la guardia, y luego marido, el Duque de Riánsares.

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Quizá vaya a resultar un artículo, como dicen nuestros amigos, 'demasiado largo'. Pero, incluso a su pesar, disgusto o contrariedad, nos resulta indispensable situar al personaje en el contexto histórico que vive. Y más, cuando está predispuesto para afrontar grandes, dramáticos y confusos acontecimientos militares, políticos y sociales. No nos inquieta la longitud, sino la claridad. Pobre España. El siglo XIX es el origen y la clave de la mayoría de los problemas que nos han perseguido y atormentado, y que aún lo hacen. La historia se repite, sin que hayamos aprendido la lección, con demasiada frecuencia.

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Si en épocas normales, considerando lo escaso y difícil que es encontrar periodos de tranquilidad durante el siglo XIX español, el gobierno prestaba especial atención al gobierno del distrito militar de Cataluña, cuanto más tras el 'Alzamiento' de 1854. Ninguno de los gobernadores que estuvieron al frente del 'Principado', como  el  Manuel de la Concha,  Ramón de la Rocha o Domingo Dulce acometieron de frente las cuestiones palpitantes que traían perturbados los ánimos de los catalanes, quedando siempre sin resolver las eternas discusiones entre fabricantes y obreros, agravadas por las concesiones hechas a los trabajadores por Pascual Madoz durante el breve periodo en que desempeñó el gobierno civil de Barcelona.

La revolución había triunfado finalmente gracias a la insurrección civil de Barcelona, el día 14 de julio, con la masiva participación de los obreros de la industria textil y que luego se trasladaría a Madrid el día 17 con el asalto de las clases más desfavorecidas a las casas y palacios de los grandes aristócratas, incluso al de María Cristina. Los obreros catalanes, muchos de ellos en paro, protestaban contra las consecuencia de la rápida automatización de los procesos de hilado y otras manufacturas textiles.

El 'problema catalán' parecía no difícil, irresoluble, imposible de arreglar. Un escenario que se había agravado durante la segunda guerra civil contra las tropas del 'pretendiente' Luis Carlos de Borbón, desarrollada casi enteramente en Cataluña. El gobierno no encontraba a la persona idonea. Y aún, llegó a decirse, en aquellos revueltos días, que ningún general quería encargarse de aquel destino. Se requería un militar con un perfil muy concreto: «singular temple de alma y resuelta energía». Zapatero está llamado a dejar huella. El gobierno, visto el caso, recurrió al resuelto general Zapatero, un militar 'isabelista' que, desde su llegada a Barcelona, empezó a ser el punto de mira de todos. Nadie como él para contener y rechazar  a cuantos, por diversos medios y opuestas tendencias, intentaban subvertir el orden. El general Zapatero tenía fama de hombre duro y en los ambientes militares. Se había ganado a pulso el mote con el que se le conocía entre la soldadesca y los mandos subordinados. Ante cualquier altercado, motín o indisciplina, por grave que fuera el suceso, siempre tenía en boca la solución más apropiada: cuatro tiros, y listo. «Yo sé cómo se arregla; a ese, 'cuatro tiros'; a ese otro, igual. Cuatro tiros y punto; se acabó el problema».

El 17 de marzo de 1855 fue nombrado Capitán General interino de Cataluña. Tres meses después, exactamente el 26 de junio, accedió al cargo 'en propiedad. El que era hasta ese día titular del mando en el principado, el Capitán General Domingo Dulce, marqués de Castell-Florite, uno de los teóricos del intervencionismo de los militares en la política pareció demasiado blando para el encargo. El General Zapatero acometió, desde el principio, la reforma de 'lo mucho que había de variarse'.

Desde 1839, en virtud de una real orden, se había concedido la facultad de congregarse a todas las clases para objetos benéficos y de recíproco auxilio, formando asociaciones conocidas como 'socorros mútuos'. La mayor parte de esas asociaciones que se crearon en la península ibérica 'no llamaron la atención' del gobierno; sin embargo, las de Cataluña, —a juicio de los gobernantes— 'se fueron desviando de su objeto principal, sirviendo únicamente para 'perturbar el orden público y encaminar la marcha de las cosas en sentido socialista' con planes que fraguaban en los 'clubs de sus sociedades secretas'.

El general Zapatero tuvo que hacer frente a esta marejada sindicalista y nacionalistas con su 'firmeza de carácter', no faltando quien le puso obstáculos en las Cortes y en la prensa, siendo objeto de frecuentes críticas e interpelaciones y saliendo airoso gracias a la enérgica decisión que manifestó a su favor el ministro de la Guerra, Leopoldo O'Donnell.

La prensa más centralista y proclive a las posiciones del gobierno saludaron su empeño en poner orden. El general Zapatero publicó algunos bandos, enérgicos y autoritarios. Adivinó que su 'talón de aquiles' estaba en la propia debilidad e inacción. Así decidió utilizar al mismo miedo a favor de su mando. Necesitaba una acción que  provocase una 'fuerte impresión y un saludable escarmiento'. Esa ocasión llegó con la causa del capitán de 'nacionales' D. José Barceló. Los hechos tuvieron lugar en una masía barcelonesa. Unos bandidos, disfrazados de milicianos, asesinaron al hijo de los payeses en el transcurso del robo; los hechos y los testimonios, falsos o verdaderos, fueron suficiente para condenar al militar y líder nacionalista José Barceló a morir en el garrote vil, sentencia que se cumplió el día 6 de junio de 1855.

«El ejemplo acreditó a los que intentaban infringir la ley lo que debían temer del capital general Zapatero». Desde aquel momento las clases populares catalanas le 'rebautizaron', además del conocido mote del 'general cuatro tiros', con otros apelativos como el 'tigre de Cataluña', el 'verdugo de los catalanes' o el 'bajá de Cataluña'. Pero, «estando ya empeñados los perturbadores en seguir a la pelea, formaron el más original consorcio  de absolutismo y democracia socialista, saliendo a la calle los obreros pidiendo libertad mientras los partidarios de Carlos VI enarbolaban su bandera en los montes de Cataluña». Pura secesión; intolerable.

Una comisión de trabajadores fue a Madrid para reunirse con el general Espartero, con el objetivo de que se reconociera el derecho de asociación. Baldomero Espartero no recibió a los obreros aunque respondió con buenas palabras y vagas promesas por un lado y, por otro, dando órdenes para responder a los huelguistas con severidad.

Ilustración de la época coloreada sobre  la ejecución de José Barceló


Tras la muerte de Barceló, los obreros convocaron la que  primera huelga general de España. El paro duró 10 días, del 2 al 11 de julio de 1855 y tuvo un seguimiento masivo. El lema de  la huelga era «asociación o muerte», exigiendo  la libertad de asociación; además se pedía la reducción de la jornada laboral y un aumento salarial.

El periódico La Corona de Aragón, en su edición del 4 de julio de 1855, publicó el siguiente artículo:

«La zozobra, la inquietud, el malestar, la discordia y la desconfianza se han hospedado por fin en Barcelona, en la bella Barcelona. En un día y a una hora dada han cesado los trabajos en todas las fábricas de Cataluña, y cien mil hombres se han lanzado a la calle pidiendo 'pan y trabajo' y gritando 'asociación o muerte'. Al estado a que han llegado ya las cosas, antes de que una colisión venga a sembrar el luto y el dolor en las familias, ya no hay que volver la vista atrás, sino tomar la cuestión en el punto en que se halla, y con la leal protesta de los mejores y más sinceros deseos, decir lo que creemos oportuno para poner en práctica y para terminar esa situación triste y angustiosa, tanto más angustiosa y triste cuando los carlistas enarbolan decididamente su negra bandera y escogen por campo de batalla las llanuras y montañas del antiguo Principado.¿Qué es lo que piden esas inmensas masas de trabajadores que pueblan nuestras calles, sin manifestarse hostiles sin embargo, sin insultar a nadie, debemos decirlo en su favor, sin propasarse a nada? El derecho de asociación. Piden también que se fijen de un modo estable las horas de trabajo y que se constituya un gran jurado de amos y obreros que arreglen buenamente las discordias que entre ellos se susciten. Pues bien, que se forme ese jurado, nosotros también lo pedimos, también lo demandamos en nombre de la libertad, en nombre del orden, en nombre de las familias, en nombre de la pública tranquilidad, en nombre de Barcelona toda».

El día 5 de julio de 1855, el General Zapatero dictó un bando en el que resumía su visión de Barcelona y avisaba de las consecuencias de la desobediencia:

«El afrentoso estado en que durante cuatro días se halla la capital de Cataluña: amenazada ya la propiedad y seguridad de las personas por la multitud de criminales que la han invadido, y por los carlistas que a la sombra de las disenciones levantan su ominosa enseña, coincidiendo la aparición en el Principado de varios cabecillas y facciones, accediendo a la reclamación unánime de todas las autoridades y vecinos honrados a quienes creí conveniente oír, para que concluya la situación que mantiene en viva alarma a este industrioso pueblo; y en uso de las facultades a que debo recurrir en un caso tan extremo, he tenido a bien mandar:

Artículo 1º Todo forastero que sin cédula de vecindad ni modo de vivir conocido se halle en esta ciudad dos horas después de la publicación de este bando, será aprehendido por la Milicia nacional, Alcaldes de barrio y dependientes de la autoridad civil, para entregarlo a la autoridad militar.

Artículo 2º Será igualmente aprehendido todo el que impidiere el libre ejercicio de la industria, ó ejerciere coacción para que se abandonen los talleres.

Artículo 3º Los comprendidos en los artículos anteriores serán gubernativamente destinados al ejército de Ultramar por seis años; o sufrirán un equivalente los que no valgan para el servicio de las armas por su nulidad personal».

El general Zapatero no dudó en aplicar las medidas anunciadas; prisión, torturas, amenazas y deportaciones. Tres días después, 8 de julio,  la fragata 'Julia' zarpó  rumbo  a La Habana con 70 militantes obreros deportados. El 9 de julio de 1855, Barcelona fue tomada militarmente. La huelga general finalizó el 11 de julio.

Despues de algunas operaciones militares y encuentros con las facciones de la guerrilla carlista a las que se refería el capitán general en su bando, pudo terminar la altanería de los 'absolutistas' con la muerte de los cabecillas Marsal, Juvany, Toful, Pastoret y otros.

Las crónicas de los periódicos y revistas ilustradas más conservadores de la época aseguraron que el general Zapatero, «asímismo, venció a los socialistas en la capital y en otras poblaciones importantes... Terminó la 'guerra civil' sin mediar transacción ni concesión alguna». Su majestad premió estos merecimientos con la gran Cruz de San Fernando y se pensó, en los ambientes militares y en la corte, que sería recompensado con el inmediato ascenso. Pero no fue así.

3 de julio de 2014

Zapatero, el general 'cuatro tiros'. 1


El catedrático jubilado de la Universidad Central Juan Ortega Rubio aseguraba en el tomo II de su obra 'Historia de Madrid y de los pueblos de su provincia', editado por el Ayuntamiento de Madrid en 1921, que  entre los 'hijos' notables de Getafe se encuentra el general Zapatero, «excelente director general de Administración Militar». 

¿Pero quién fue este general getafense al que nadie conoce? ¿Es posible que, como el general Pingarrón, hubiera nacido en este pueblo al contrario que otros ilustres militares, piense el lector en  el General Romualdo Palacio o en el general Ignacio Negrín que se hicieron vecinos gracias a los famosos aires sanos de Getafe, frontera cercana a la capital del reino entre la naturaleza y la urbe. Desde que los primeros pobladores se trasladaron de la ribera del Manzanares a la actual ubicación, el pueblo acuñaba fama de lugar saludable. «Tiene dilatado y risueño horizonte, alegre cielo y benigno clima; todo lo que tiene de risueño y alegre su horizonte en primavera, tiene de triste y solitario en invierno tanto por sus frecuentes nevadas como por el recogimiento de sus habitantes».

Juan Ortega Rubio se refería de manera inequívoca a Juan Zapatero y Navas, director general  de Administración Militar. Una primera búsqueda nos ha servido para constatar que nuestro personaje nació lejos de Getafe, exactamente en 'la fidelísma ciudad de Ceuta' en 1810.  ¿Porqué Ortega Rubio se refiere a él como uno de los 'hijos notables' de Getafe? Es posible que exista alguna estrecga relación con Getafe, que fuera solo un vecino ilustre, o que, por el contrario, fuera un error del historiador, un bulo de esos que circulan por los pueblos.

La partida de bautismo de Juan Zapatero Navas, fechada el 21 de julio 1810, no deja lugar a dudas; el egregio militar nació dos días antes. El cura y canónigo de la Catedral de aquella ciudad [Bartolomé Venegas] bautizó 'solemnemente y le impuso los santos óleos a un niño' que recibió los nombres de Juan José Vicente Zapatero y Navas. Era hijo 'legítimo' del Coronel de Ingenieros Juan Antonio Zapatero Ducer [nacido en Sevilla], que a la sazón se encontraba 'sirviendo en tan importante destino' y de María Josefa Navas Padilla [Cartagena]. Fueron sus padrinos, Manuel Zapatero, capitán del Real Cuerpo de Artillería y María Dolores Navas, tíos del niño.

Por la linea paterna, el recién nacido procedía de distinguidos militares, contando entre sus ascendiente a su abuelo Juan Zapatero y Zalazar, que fue coronel de Artillería en Chile; a su bisabuelo Juan Zapatero y Vergara, coronel también de artillería, arma a la que perteneció también otro de sus antecesores, Juan Zapatero Seseñas.

Y aunque, al principio, nos asaltó la duda sobre la relación del personaje con Getafe,  basada en la única información que aportaba el historiador madrileño al nombrar como 'hijo notable' al general Zapatero, hemos constatado finalmente con una fuente histórica muy anterior que, ciertamente, el personaje que 'resucitamos' en esta 'Capital del Sur' está unido a nuestra ciudad, aunque evidentemente no nació aquí. El 'Estado Mayor del Ejército 1851-1856', publicación de la que existe un ejemplar en el Museo Romántico, asegura textualmente que el origen de Juan Zapatero y Navas «proviene, por la linea paterna, de una ilustre casa con propiedades en Getafe, y de esclarecida nobleza».

El apellido Zapatero tuvo su origen en Francia donde se denominaba Sapatero, con tal antigüedad que ya en el año 822, reinando Carlos II 'el Calvo', brilló el distinguido caballero Pierre Sapatero que luchó contra los normandos. Otros 'Sapateros' que 'constan en los papeles antiguos' son Orlan Sapatero o Carlos Sapatero que participaron en las Cruzadas. Por fin, encontramos en Cataluña a Luis Zapatero, padre de Jaime Zapatero. La descendencia de este último se extendió por Valencia, Aragón y Castilla, pronunciándose desde entonces con la zeta. Aseguran los expertos y en genealogía y heráldica que el escudo de armas de este apellido contenía, como no podía ser de otra manera, un zapato y una flor de lis. Otros miembros de este marcial linaje que aparecen en los registros históricos de la edad media son Jorge Zapatero que luchó con Alfonso IV contra los moros de Granada; Martín Zapatero que estuvo en la batalla de Clavijo; Fausto Zapatero, partícipe en la disputa por Cerdeña contra los genoveses; Gaspar Zapatero que acompañó a Juan de Cardona en la rendición de Marsella;  Rui Zapatero y Rodrigo Zapatero, consejero del rey Juan I; Juan Zapatero, llamado el 'Arrestao' porque luchaba sin temor de los enemigos; y así, una retahíla de guerreros y peleones Zapateros esparcidos por el mundo.

El apellido Zapatero aparece ligado a Getafe, igualmente, desde tiempos remotos. Es habitual encontrar referencias de la familia en numerosos documentos del archivo municipal. A principios del siglo XVIII, el 5 de noviembre de 1703, Manuel Zapatero, vecino de Getafe, fue nombrado con el explosivo título de 'Visitador general de pólvora  y salitres', según Cédula de Su Majestad, de la que tuvo conocimiento la justicia y el ayuntamiento de la localidad. En ese documento se detallaban las honras, exenciones y libertades que le correspondían a dicho cargo. Poco tiempo le duró tal dignidad a 'polvorín', y con el puesto volaron los privilegios que lo acompañaban. El 18 de julio de 1707, la justicia de Getafe dictó un auto en el que disponía que «habiendo cesado dicho Manuel Zapatero en el asiento, queda sin cumplir lo anterior, y el interesado debe pagar y restituir al lugar las cantidades que desde que cesó y hasta aquella fecha hubiese dejado de pagar».

El 3 de noviembre de 1794, Julián  Gutiérrez y Muñoz, vecino de  Getafe, realizó una petición para que 'se recibiera información de hidalguía' ya que, según indicó, él era «hijo de Diego Gutiérrez y Eugenia Muñoz, y sus abuelos por linea paterna eran Manuel Gutiérrez y Josefa Pingarrón, Bernardo Muñoz y Teresa de Francisco Alderete, todos naturales y vecinos que fueron, 'y es dicha mi madre' de este lugar y todos los demás ascendientes  y descendientes han sido y son cristianos viejos limpios de toda mancha, sin haber existido  oficios bajos antes si tenidos y comúnmente reputados de las distinguidas familias de este Lugar, y, por tnato, han obtenido en él los empleos de Alcalde, Regidores y demás honoríficios de su República; que la dicha Eugenia Muñoz es sobrina de Ignacio de Francisco Alderete, Teniente Coronel que fue del Regimiento de Dragones de Tarragona, ya difunto; y prima hermana de Manuel Zapatero, Coronel retirado del Regimiento de Infantería...».  Este último Manuel Zapatero podría ser, sin tener la certeza de ello, familiar directo de Juan Antonio y de Manuel Zapatero, padre y tío (además de padrino) del futuro general Juan Zapatero y Navas.

Manuel Zapatero, descendiente también del 'Visitador de pólvora y salitre', de profesión labrador y vecino de Getafe, según certificado del cura del lugar, «contrajo matrimonio y fue velado y desposado 'in facie eclesia', según el Ritual Romano, con Francisca Antonia Pingarrón el 9 de mayo de 1789». En el oficio, Zapatero, reclamaba el derecho a disfrutar cada 9 de mayo de los privilegios que la corona concedía a los casados para que el aniversario de boda lo dedicaran a 'multiplicarse', sin cargas ni obligaciones de ningún tipo.

El protagonista de nuestra historia, Juan José Vicente Zapatero y Navas quedó huerfano de padre antes de cumplir los dos años. Su progenitor, el coronel de ingenieros Juan Antonio Zapatero Ducer falleció el 12 de abril de 1812 en el campo [depósito] de prisioneros de Beaune, en Francia, a donde había sido conducido tras la victoria del Mariscal Suchet en Valencia [enero de 1812] y la rendición de la plaza en los estertores de la guerra de la independencia contra las tropas napoleónicas.

Así pues, inevitablemente, el aún niño entró de bruces en la carrera militar. El día de San Juan de 1815, con  cinco añitos, Juan Zapatero Navas recibió 'la gracia' de ser nombrado subteniente menor de edad y empezando sus estudios militares en el regimiento de infantería de Málaga hasta que el 1823 fue nombrado subteniente efectivo, tras lo cual ingresó en el Regimiento inmemorial del Rey.

Desde ese momento en el que empezó el cómputo de su antigüedad como soldado, prestó servicio en Madrid, Valladolid, en el Palacio y Sitios Reales. Durante esos primeros años, hasta cumplir los veinte aprendió a mandar además de ocuparse de la instrucción de los 'quintos' «siempre a satisfacción de sus jefes superiores».

En 1833, habiendo obtenido el grado de capitán de infantería, salió de Barcelona con su batallón y entró en operaciones contra los carlistas del bajo Aragón y Valencia [acción de Ademuz]; durante los años siguientes persiguió por Extremadura y Andalucía al general carlista Gómez en su increíble intento por extender la guerra por todo la península. En 1837 se incorporó al ejército del norte bajo el mando del General Espartero. En la batalla de Durango, el 21 de marzo, contrajo méritos de tal manera que 'fue agraciado' con el grado de coronel de infantería. Tenía 27 años. Hasta el final de la llamada primera guerra carlista, en el año 1840, participó en las casi todas las batallitas que tuvieron lugar en Hernani, Urnieta, San Sebatián, Pamplona, Aranzueque, Retuerta, Gete, Araoz y la Huerta del Rey. Por las acciones de Peñaranda [del 19 al 22 de junio de 1839] recibió la cruz de San Fernando de 1ª clase.

Su trayectoria militar continuó durante los siguientes años  por diversos destinos de la geografía nacional siendo reconocido por haber logrado infundir en su regimiento la más rígida subordinación y disciplina [...] «Sin embargo, en las calamitosas épocas que ha pasado la España y en que tan frecuentes han sido las sediciones y pronunciamientos, es imposible precaver las maquinaciones con que los conspiradores tratan de atraer a los incautos, y un jefe militar cuyos subordinados se desvían de la senda del honor, satisface sus deberes con reprimir a los amotinados y obligarles a volver a la debida sumisión, y verificándolo en energía y prontitud, acreditará sus buenas cualidades de mando». 

Esto es lo que le sucedió al ya brigadier coronel Zapatero estando destinado en Valencia con algunos de sus subordinados del Regimiento Gerona. El 3 de noviembre de 1845, el sargento primero José Suárez a la cabeza de unos treinta 'cazadores' atacó la guardia de prevención al grito de ¡Viva la Junta Central!, hiriendo gravemente a su comandante Joaquín García Navas, a quien hubo que amputar el brazo. Llegó a temerse un fin desastroso, porque eran muchos los conjurados que habían inducido a la tropa a semejante movimiento; pero Zapatero, con solo un piquete de su regimiento, obligó a los amotinados a rendir las armas, restableciendo por sí solo la más severa disciplina entre sus subordinados, y obteniendo con ello la cruz de San Fernando de 3ª clase.

Durante la segunda guerra carlista (1846-1849) volvió a las provincias Vascongadas a combatir contra las facciones 'montemolistas', seguidores del Conde de Montemolín [Carlos Luis de Borbón y Bragança, hijo de Carlos María Isidro de Borbón y sobrino de Fernando VII] que reclamaba la corona de España para sí en contra de la reina Isabel II y de su madre, la regente María Cristina.

En enero de 1852, destinado en Madrid, tuvo que reducir  otro motín en su regimiento con 'valentía extraordinaria'. A finales de mes le llegó el premio; fue promovido al empleo de Mariscal de Campo, continuando al mando del regimiento Gerona. Apenas unos días después, el 7 de febrero de 1852, como coronel más antiguo mandó el cuadro que formaron las tropas de la guarnición para la ejecución del célebre cura Martín Merino que acuchilló a Isabel II tras colarse en el palacio real, con la aquiescencia de la propia reina. La puñalada no fue grave, gracias al recamado de oro del traje y las ballenas del corsé de la jovencita y promiscua reina, la cual no tardó en reponerse. Igual le daba en la cama el coronel de la guardia, un general bigotudo, el obispo de la diócesis que el cura de de la parroquia. Merino fue capturado inmediatamente. Tenía los días contados para presentarse ante Dios.

El cura Martín Merino, que se negó a estar presente en el juicio, fue condenado a muerte. Tras la ejecución en el garrote vil,  el cuerpo fue incinerado y sus cenizas esparcidas en una fosa común. La justicia no halló ningún indicio que vinculara a Merino con ninguna conspiración. Al parecer tenía una personalidad y una forma de pensar muy pintoresca y actuó en solitario. Es decir, que estaba como una cabra.

Sin pasar muchos días, Zapatero fue nombrado segundo cabo  de la capitanía general de Aragón y gobernador militar de Zaragoza. A finales de año era gobernador militar de Barcelona; a principios de 1854, fue designado segundo cabo de la capitanía general de Galicia y gobernador militar de la Coruña, destino del que dimitió. A principios del verano de ese año se produjo el levantamiento militar del General Leopoldo O'Donell en Vicálvaro y el manifiesto de Serrano, redactado por un jovencísimo Cánovas del Castillo,  en Manzanares. Estaba a punto de iniciarse el llamado 'bienio progresista'. 




[CONTINÚA...]