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30 de diciembre de 2015

Vivitur ingenio, caetera mortis erunt



En 1542, Andreas Vesalius (Bruselas 1514-Isla de Zacintos 1562), era profesor de cirugía y anatomía en la Universidad de Padua. Acababa de escribir uno de los tratados más influyentes de la medicina. Al texto del libro, en el que destacan los capítulos dedicados a los huesos, se unieron trescientas planchas grabadas en madera por Jan Stephan Kalkar. Vesalius envió ese revolucionario material cargado en mulas hasta el taller de Joannis Oporini en Basilea. Los primeros ejemplares de ‘De humani corporis fabrica’ veían la luz en 1543, un libro dedicado a Carlos V. Vesalius llegaría a formar parte del 'equipo médico’ del  emperador, y tras abdicar, lo sería también del de Felipe II.

La imagen de la portada de Las muecas de los días titulada 'Humani corporis ossium caeteris quas sustinent partibus liberorum suaque sede positorum ex latere delineatio’ aparece en la página 164 del libro de Vesalius y ha sido digitalizada por la Historical Medical Library of The College of Physicians of Philadelphia. Durante el proceso previo al diseño de  la portada, limpiamos la imagen con photoshop eliminando los números y letras que clasificaban los huesos del esqueleto humano con enorme minuciosidad. También se 'lijó’ la piedra frontal del pedestal para borrar la frase que da título a esta entrada.

'Vivitur ingenio, caetera mortis erunt’ (sobrevive el talento, todo lo demás será de la muerte), la leyenda que figura en el grabado original, es un verso de la 'Elegía del Mecenas’. Según los expertos, esta obra está atribuida al poeta latino Virgilio por error de la tradición recogida en los códices Bruxelensis y Vaticanus.  La muerte se apoya pensativa sobre la piedra acariciando un cráneo. Además de recordarnos lo inútil de la vanidad económica, política y social que rodea nuestras vidas y nuestras preocupaciones, es una alabanza al talento del artista y al mecenas que lo impulsa.

Mecenas es un término que proviene  del apellido de Cayo Cilnio, un romano que vivió a finales del siglo I a.C., famoso por favorecer y proteger a algunos artistas como Virgilio, Horacio o Propercio, aunque es en el Quattrocento de Florencia con uno de los linajes más famosos de mecenas, los Medici, y durante el Renacimiento italiano en general cuando  toma forma el término moderno de mecenas, entendido como auspiciador de eventos y obras artísticas.

Ahora, en una época en la que imperan sobre todos los valores el marketing y la publicidad, el mecenazgo ha pasado a convertirse en un mero patrocinio comercial que busca un beneficio inmediato como forma de impactar, llamar la atención, 'diseñar una imagen’ de marca o, directamente, vender bienes de consumo. A pesar de esta tendencia oportunista y mercantilista, el espíritu del mecenas, exento de la crueldad de los gobernantes de la Florencia del siglo XV, sigue vivo. Gracias a mis pequeños grande mecenas.

http://www.verkami.com/projects/13469-las-muecas-de-los-dias

2 de diciembre de 2015

El viaje de Albert Einstein y las muecas de los días

La Teoría General de la Relatividad cumple su primer centenario. Fue el 25 de noviembre de 1915 cuando Albert Einstein presentó la formulación de la nueva teoría  en un artículo de cuatro páginas titulado ‘Las ecuaciones del campo gravitacional' que se publicó en las actas de la Academia de Ciencias Prusiana,  el 2 de diciembre de ese  año,  hoy hace justamente cien años.

No fue, sin embargo, hasta la primavera de 1919 cuando una expedición científica británica comprobó los postulados de la teoría del físico alemán. A final de ese año, la Royal Society y la Royal Astronomical Society hicieron públicos los resultados confirmando las conclusiones de la teoría general de la Relatividad. Einstein había resuelto los cabos sueltos de la  mecánica clásica formulada por uno de los santones de la ciencia universal y británica: Isaac Newton.

La relatividad general es una teoría de una belleza física extraordinaria y, a la vez, matemáticamente compleja, difícil de comprender, con ramificaciones en la filosofía, el imaginario popular del universo y la ciencia ficción. No son pocos los lemas o dichos en relación a la teoría de Eistein que se han popularizado, algunos más ciertos que otros, como que «la luz pesa» o que «todo es relativo». En la viñeta de la izquierda, publicada por El Heraldo de Madrid el martes 13 de marzo de 1923, se reflejaba el desconcierto ante la novedad científica y las dificultades que surgían para su divulgación.

Entre el 1 y el 11 de marzo de 1923, Albert Eistein visitó Madrid.  Resulta curioso el programa de la visita del científico a la capital  de España. Einstein ofreció tres conferencias en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, una en el Ateneo de Madrid y otra en la Residencia de Estudiantes. Además de protagonizar un 'concierto íntimo’ con el violinista Antonio Fernández Bordas durante un te ofrecido en su honor por los Marqueses de Villavieja y visitar a Ramón y Cajal, Einstein viajó a Toledo con Ortega y Gasset entre otros acompañantes, al Escorial y a Manzanares el Real.

 Eistein aprovechó su visita a Madrid, fuera del protocolo y de sus multitudinarias conferencias sobre los problemas de la teoría de la relatividad, para visitar tres veces el Museo del Prado. ¡Tres veces en diez días…! Ignoramos cuál fue el cuadro o cuadros que más le gustaron. Pero ahí competía el corazón y la belleza con el cerebro del científico.Albert Einstein dejaba Madrid, el lunes 12 de mayo, con su imponente cerebro teñido por los colores del Prado, las sombras de Goya y jugueteando con la perspectiva de Velázquez en busca de algún fallo o engaño visual.

El tren que le llevaba a Zaragoza traqueteaba en medio de un paisaje que empezaba reverdecer.  Einstein no pudo reprimir, a pesar de tanta belleza acumulada, un pequeño suspiro al recordar uno de los cuadros que más le habían impresionado en la pinacoteca madrileña. Se trataba de 'Las edades y la muerte’, de Hans Baldung Grien, uno de los representantes del 'renacimiento’ alemán.  Sin embargo, Einstein, dejó atrás la pequeña mueca de pesimismo que le provocaba el recuerdo de la pintura de su compatriota. Miró a Elsa, su prima y segunda esposa, tres años mayor que él y se reconfortó con su sola presencia. Ella le había cuidado cuando cayó enfermo de agotamiento. La belleza no era todo.

Albert y Elsa durante su visita a Madrid
Mientras el científico alemán regresaba a su país, vía Zaragoza y Barcelona, el titular del Partido Judicial de Getafe, Manuel González, se rompía la cabeza investigando el hallazgo de unos restos en un vertedero de Carabanchel. Según los forenses de ese pueblo, se trataba de las extremidades, dos pies y una mano, de una mujer joven cercenadas en vida.

La crónica negra de la otra cara de Madrid, lejos de las conferencias científicas y las recepciones reales o los tés de la aristocracia, surgía con fuerza en los diarios madrileños. La Libertad, ABC o el Heraldo competían por resolver el misterio. Un joven plumilla llegado de Valencia, vía Barcelona, se encargará de seguir el lúgubre suceso. Luis de Sirval desplazará al Juez de Getafe como protagonista de la novela. Las muecas de los días, sin embargo, se aparecerán para todos, un coro de personajes en su mayoría reales. Allá van todos, al margen de sus edades, hacia la muerte, el fracaso, la guerra, el exilio o la injusticia.