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9 de febrero de 2013

Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba, 1: El abuelo del alcalde de Getafe



Me decían que eran necesarios unos muertos 
para llegar a un mundo donde no se mataría.
ALBERT CAMUS

En estos días se cumplen setenta y siete años del estallido*, y de los primeros episodios, de la guerra civil, uno de los periodos más trágicos, sangrientos y convulsos de la historia de España.

Se nos antojaba oportuno el ejercicio de acercarnos a la aventura, breve y dramática, de la oficialidad de uno de los buques de la Marina de Guerra española, el destructor Sánchez Barcáiztegui. Transcurren las primeras horas, los primeros días y las primeras semanas de aquella contienda fratricida. Nuestro interés por este caso, lejos de su elección arbitraria o como resultado del azar y la casualidad, se determina en función del interés local que podrían despertar los lazos familiares de uno de aquellos malogrados marinos, el Teniente de Navío Juan Soler–Espiauba, con el presente; traemos la narración hasta aquí, en gran parte ajustada –como siempre desde un punto de vista subjetivo– a su veracidad histórica, como quien desentierra, virtualmente hablando, los huesos de algunos de los que perecieron en aquella contienda, rescatándolos y mostrándolos a la luz de la actualidad y de la llamada memoria histórica, como un «eco de ultratumba». Hemos rebuscado y nos hemos acercado, sin ideas preconcebidas, a las fuentes históricas más directas a las que hemos podido tener acceso; tales son las declaraciones de los actores, las noticias aparecidas aquellos días en los medios de comunicación y los distintos libros, tesis, estudios, páginas webs o blogs que han tratado, aunque sea parcialmente, algunos de los aspectos a los que nos referimos. Es la fatal y breve peripecia del abuelo del alcalde de Getafe en la guerra civil española.


Marinos fusilados en Málaga

El ABC de Madrid publicaba el domingo 23 de agosto de 1936 una breve nota sobre el inicio del Consejo de Guerra a los mandos y oficiales de los destructores sublevados contra la República el día 18 de julio de ese mismo año, el Churruca y el Sánchez Barcáiztegui, buques que siguen al servicio del gobierno gracias a la enérgica actuación de la marinería. El Consejo, con carácter sumarísimo, está presidido por el Comandante del Toifiño, D. Federico Aznar Bárcenas, barco en el que se celebra el juicio. Actúa de Fiscal el marino López Lucas, abogado, y de defensores un comandante y un capitán médico. La información era facilitada por el juez instructor y auxiliar telegrafista, Sebastián Balboa.

El Fiscal había calificado los hechos que se juzgaban como un delito de rebelión militar, con agravantes, y solicitó la pena de muerte. De las declaraciones de los acusados se deduce que desobedecieron las órdenes del Gobierno de bombardear las plazas de África y que los barcos a su mando sirvieron para el traslado a la península de fuerzas del Tercio y Regulares.

La información del ABC estaba ligeramente desfasada y era, en parte, incompleta y falsa. Los once marinos implicados en los sucesos del Churruca y del Sánchez Barcáiztegui ya habían sido fusilados en la madrugada del día 21 de agosto. Los mandos y oficiales de ambos buques se habían sumado al alzamiento militar de Francisco Franco, aunque el Sánchez Barcáiztegui (SB) no trasladó ninguna tropa al amotinarse la tripulación en el puerto de Melilla el mismo 18 de julio. Las penas de muerte no se hacían esperar. Un bando y otro. Juicios sumarísimos y urgentes. Sacas. Asesinatos, sin proceso previo, en las cunetas y en las tapias de los cementerios. España estaba abocada a un ajuste de cuentas sin parangón como epílogo sangriento de una historia insatisfecha desde que se inició el siglo XIX; españoles contra españoles, como en las guerras carlistas, casi como en las guerras de independencia de Méjico, Cuba, Puerto Rico o del resto de colonias americanas. Dos días después, el ABC de Sevilla, en la zona «nacional», sin fuentes informativas directas, publicaba una pequeña crónica sobre el Consejo de Guerra, noticia «fusilada» por su corresponsal en Lisboa de las que habían aparecido en La Vanguardia de Barcelona y en el ABC de Madrid. Era, al igual que pasaba en los campos de batalla, españoles contra españoles, ABC contra ABC. Dos ejércitos, y dos modelos de sociedad, irreconciliables ambos, de españoles los dos, enfrentados a muerte con una saña y un furor indescriptible.

Hasta el miércoles 7 de octubre no se publican los nombres de los once marinos condenados a muerte en el Consejo de Guerra. La noticia es publicada por el ABC de Sevilla, esta vez con fuentes informativas directas. El titular esclarece en sí mismo la zona en la que se edita el periódico. Marinos asesinados en Málaga. Un padre jesuita huido de Málaga, en unas declaraciones hechas a un periodista de Cádiz, ha dicho que los marinos fusilados el día 21 de agosto en Málaga son los siguientes: D. Juan Soler Espiaula, D. Fernando Bastarreche, D. José Fullea, D. Juan Araoz, D. Fernando Barreto, D. Tomás Silvestre, D. Vicente Oliag, D. José Garcés, D. Rafael Cervera, D. Manuel Saiz Chan y D. Fernando Bustillo. La noticia, que continuaba con otra relación de marinos muertos posteriormente en Málaga, tenía una errata, al cambiar una letra del apellido del Teniente de Navío Juan Soler. No era una l, era una b. Juan Soler–Espiauba; aunque en algunas de las fuentes consultadas aparece también con v. Soler–Espiauva. Era el abuelo de Juan Soler–Espiauba y Gallo, elegido alcalde de Getafe tras los últimos comicios municipales de mayo de 2011.

El jesuita escapado de Málaga, al que hacía referencia el ABC de Sevilla, era Francisco García Alonso y estuvo encerrado en la prisión provincial de Málaga desde el 22 de julio, día que fue detenido cuando se encontraba haciendo ejercicios espirituales en el seminario de esa ciudad andaluza, hasta el 22 de septiembre de 1936, día que consiguió huir con un pasaporte falso y la ayuda de un diplomático mejicano. Se había salvado, in extremis, de una muerte segura. Al ingresar en la cárcel, los marinos ya están confinados allí desde el día 19. El sacerdote los trató durante quince días hasta que fueron trasladados al vapor Sister.

El día 20 de agosto de 1936 se celebró el Consejo de Guerra. El mismo día se dictó la sentencia y se les condenó a muerte; el tribunal les concedió, como medida de gracia, a la espera, casi sin esperanza, del indulto solicitado, pasar la noche juntos en la prisión con un cura para la confesión. Al amanecer del día 21 se ejecutó la sentencia. No hay, con tanto odio, lugar a la clemencia. Al menos, fueron fusilados oficialmente, no como otros muchos casos de militares, religiosos o políticos, de uno y otro bando, que salían de esta prisión, u otras, para ser asesinados; sin la necesidad formal de hacer el paripé, fingir o escenificar un juicio con la sentencia predeterminada y escrita. Era el resultado directo, como represalia, de las mismas acciones, u otras peores, de las tropas «nacionales» o de las «rojas», según qué caso. Corrían tiempos terribles. Los dos bandos practicaban el mismo ritual, compitiendo en ferocidad. Era el principio de una carnicería espantosa. El desenlace del odio acumulado durante años, siglos tal vez, por generaciones enteras, de grupos e individuos observándose con recelo desde posiciones irreconciliables, vigilándose desde la distancia de clases sociales enfrentadas sin remedio, sin arreglo posible.

Al llegar a Cádiz a finales de septiembre de 1936, tras abandonar el presidio malagueño, sorteando una peligrosa andanza, el jesuita Francisco García Alonso fue invitado a dar una conferencia radiada sobre su cautiverio. Poco después, algo más trabajada la trágica historia, publicó un opúsculo titulado «Mis dos meses de prisión», cuando Málaga aún gemía–según su autor– bajo la tiranía roja.


El Sánchez Barcáiztegui

El destructor Sánchez Barcáiztegui (SB) era la unidad más antigua de la serie Churruca, uno de los modernos buques de la Marina de Guerra Española, encargados en julio de 1922 durante el gobierno de Miguel Primo de Rivera y construidos por la Sociedad Española de Construcción Naval en Cartagena.
La S.E.C.N., a pesar de su nombre, era propiedad de las empresas británicas John Brown &Co, Vickers Limited y Sir WG Armstrong Whitworth & Company que aportaban, además de capital, conocimientos técnicos y asesoramiento empresarial a un grupo reducido de inversores españoles, entre los que destacaba el Marqués de Comillas, familia enriquecida gracias al tráfico de esclavos y al comercio de azúcar en la isla de Cuba. Tanto el diseño de los buques como su tecnología se inspiraban en la serie «Scott» de la Royal Navy. Las dos turbinas Parsons y las cuatro calderas tipo Yarrow, transmitían hasta 42.000 caballos a dos hélices que desplazaba una estructura de acero de 1.800 toneladas a plena carga, El barco tenía 101 metros de eslora, 9,6 metros de manga y 3,3 metros de calado y una autonomía de 4.500 millas náuticas, a una velocidad de 14 nudos. Estaba dotado con cinco cañones Vickers de 120 milímetros, un cañón antiaéreo de 76,2 milímetros, cuatro ametralladoras de 7 milímetros y una doble de 13,2 milímetros.

Victoriano Sánchez Barcáiztegui (1826–1875) era un marino nacido en el Ferrol. Siendo ayudante de Campo de Alfonso XII, fue nombrado, siendo Teniente de Navío, jefe de la escuadra que operaba en el Cantábrico durante la tercera guerra carlista. Murió en acto de servicio cuando, desde el puente de mando del vapor Colón, dirigía un bombardeo sobre Motrico. Un cañonazo desde las baterías en tierra de los partidarios de Carlos VII le mató en el acto. La bala de cañón, tan certera y en su precisa trayectoria, interceptó el cuerpo del Comandante del buque abriéndole un agujero tan grande en el abdomen que lo partió en dos. Murió el bravo Sánchez Barcáiztegui en el puente, con las botas puestas, al mando de un grupo de bravos marinos españoles y frente a un ejército, integrado, igual que él, por españoles.
En su honor, dos buques de la Armada de Guerra española llevaron su nombre; el más conocido es el destructor en el que hizo su última travesía Juan Soler–Espiauba. Sin embargo, la tragedia del Sánchez Barcáiztegui, la fatalidad de ese nombre, había empezado sesenta años antes con la botadura de otro buque bautizado de la misma manera.


El primer barco denominado como Sánchez Barcáiztegui era un navío a hélice de la marina de guerra española que se construyó en los astilleros de Toulon, Francia, por la casa armadora de los señores Chantiers y Conrad. Su botadura tuvo lugar, según la prensa de la época, el 23 de marzo de 1876, apenas un año después de la muerte del marino gallego al que debería su nombre. El buque, catalogado como crucero de tercera clase, además del aparejo de tres palos para navegación a vela, lo que le daba una imagen muy marinera, tenía una máquina de vapor que movía la hélice, según las especificaciones técnicas, con una fuerza de 1.000 caballos. Era de hierro y, con 72 metros de eslora, 9,10 metros de manga y 4 metros 80 centímetros de calado, pesaba 935 toneladas; montaba tres cañones Plasencia de 16 cm., dos cañones Krupp de 7,5 cm. y dos ametralladoras. Este bellísimo buque de guerra se hundió en la bahía de la Habana el 18 de septiembre de 1895, a las 11 y media de la noche, al chocar con un vapor de pasajeros y mercancías nada más iniciar las maniobras de salida del puerto, embocado el canal, con la máquina muy moderada con la proa puesta hacia el mar Caribe. El mar estaba tranquilo, las estrellas titilaban, luminosas e impenetrables, en el firmamento. El barco se dirigía en una misión especial, y hay quien asegura que secreta, contra el desembarco de efectivos del autodenominado ejército cubano o contra los filibusteros, como gustaban llamar los militares, los políticos y la prensa peninsular a los insurrectos cubanos y a los barcos yanquis que les ayudaban en la guerra de independencia contra la metrópoli. De la operación se había encargado en persona el jefe de la escuadra del Caribe. La prensa de la península, en su totalidad, se hizo eco del desastre. La primera noticia de La Vanguardia, en su sección de noticias por telégrafo y teléfono, se refiere al suceso y hace una primera estimación de 41 tripulantes muertos o desaparecidos.

En realidad, fallecieron 32 tripulantes, incluidos el Comandante general del Apostadero de la Habana y de la Flota del Caribe, Contralmirante D. Manuel Delgado Parejo, número seis del escalafón general de la Armada, y el comandante del buque, Capitán de Fragata Sr. Francisco Ibáñez y Varela, sobrino del célebre escritor Juan Varela. Además de los mencionados, fallecieron el alférez de Navío, Abelardo Soto Moreira, el contador del buque, D. Gabriel Puello Fernández, el facultativo de a bordo, D. Faustino Martínez Díez, dos maquinistas, un segundo condestable, un carpintero calafate, un fogonero de primera, cuatro fogoneros de segunda, nueve marineros de segunda, un sargento y ocho soldados de Infantería de Marina. Las muertes se debieron, casi en su totalidad, al ataque de tiburones toro y cabeza de batea que eran muy numerosos en aquella época en la costa y en el puerto de La Habana. Las lanchas de salvamento no pudieron rescatar los cuerpos de todos los marinos fallecidos en el naufragio.

Los cuerpos que se pudieron recoger estaban despezados y les faltaban alguno o todos los miembros. Durante los días siguientes, los pescadores criollos que acostumbraban a faenar en el litoral habanero, se dedicaron con afán a coger tiburones por si encontraban en el vientre de esos animales restos de los infortunados marineros. No fue estéril la faena ya que al abrir el vientre de dos de esos terribles escualos aparecieron varias piernas, brazos y un gran número de huesos humanos; esos despojos humanos fueron enterrados, juntos y revueltos, en una fosa común en el cementerio Colón de la capital cubana. No se pudo encontrar nunca la cabeza del Capital de Fragata, D. Francisco Ibáñez. El jefe del Apostadero fue enterrado en una tumba propiedad de la familia del armador del buque contra el que había colisionado el Sánchez Barcáiztegui, el Conde de Mortera. Lo que sí se rescató, contratando buzos americanos, fue la caja de caudales que contenía, según las informaciones de la época, 8.000 pesos de oro. Pocos días después, el 30 de septiembre de 1895, cuando aún no se había recuperado la marina de Guerra española del disgusto por el luctuoso suceso del Sánchez, ni la sociedad más españolista de La Habana había dejado de hablar del espléndido funeral del Jefe del Apostadero, varó el crucero a vapor Colón en unos arrecifes conocidos como Los Colorados, un paraje del litoral cubano de la provincia de Pinar del Río, cercano al Cayo Buena Vista. El buque de guerra también se perdió, aunque no hubo que lamentar pérdidas humanas.

***

Al estallar la sublevación militar de 1936, el segundo de los buques bautizados como Sánchez Barcáiztegui se encontraba en la base naval de Cartagena. Su oficialidad estaba compuesta por el comandante del buque, D. Fernando Bastarreche, Capitán de Fragata; D. Rafael Cervera, Capitán de Corbeta; D. Carlos Fullea y D. Juan Soler–Espiauba, Tenientes de Navío; y D. Manuel Sainz Chan, Alférez de Navío.

Juan Soler–Espiauba y Soler–Espiauba, recibió su primer nombramiento como Guardia Marina el 14 de agosto de 1923, ingresando en el servicio el primero de septiembre de ese mismo año. El 1 de septiembre de 1928 ascendió al empleo de Alférez de Navío. El 28 de noviembre de 1929 se encontraba destinado en el cañonero Canóvas del Castillo. Desde el 9 de diciembre de 1931, prestaba servicio en el buque de salvamento de submarinos Kanguro. El 1 de julio de 1934 alcanzó el empleo de Teniente de Navío. Consta que el 21 de julio de 1935 estaba destinado en el crucero Méndez Núñez. El 17 de julio de 1936 formaba parte de la oficialidad del Sánchez Barcáiztegui.

CONTINÚA...
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* Primera parte del capítulo del libro Crónica de un viaje al ayer dedicado a la trágica aventura del abuelo del alcalde, Juan Soler-Espiauba y Soler-Espiauba, escrito con motivo del aniversario del fusilamiento el día 21 de agosto de 1936 de la oficialidad del buque de la Armada de Guerra Española Sánchez Barcáiztegui. 

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