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24 de enero de 2013

Ignacio Negrín Núñez: marino, cronista y poeta del mar

Grabado publicado en 1881, basado en un cuadro de  Juan García Martínez 


Ignacio de Negrín y Núñez fue un destacado marino, ensayista, poeta romántico, jurista, conferenciante, dramaturgo y cronista, fallecido en Getafe en 1885. La mayoría de las fuentes indican que Ignacio de Negrín nació en Santa Cruz de Tenerife el 27 de enero de 1830, aunque El Almanaque de la Ilustración de 1874 indicaba que nació el 26 de enero de 1826. No podemos confirmar tal extremo. Son mayoría las referencias a la primera fecha. Tampoco hemos sido capaces de ponerle rostro a pesar de nuestra búsqueda en hemerotecas y libros. Ignacio era hijo de Fernando Negrín y Josefa Núñez. Las primeras noticias escritas que se tienen de Ignacio [de] Negrín indican una pronta vocación humanista y una atracción superlativa por el mar que rodeaba su isla natal.

No sabemos el año exacto en que arribó a Getafe, ni la causa de esta elección, aunque es posible que se debiera a la recomendación de su médico. Getafe en aquella época era una villa tranquila, catalogada como lugar propicio para muchos enfermos por su ambiente rural, sus huertas, la calidad de sus aguas y sus aires benéficos; y además, ese pequeño paraíso en el que se cultivaba el trigo, la cebada, la avena, los garbanzos, las algarrobas y hortalizas como alcachofas, pepinos, habas, tomates y melones; también había vides y olivos. El villorrio solo distaba dos leguas del bullicio de la capital del reino. Pascual Madoz, que veintitrés años después aparecerá de nuevo en esta historia, publicó en 1847 su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de los pueblos de España en el que cita a Getafe asegurando que «es una extensa llanura al oeste de la capital y sobre la carretera que dirige desde la misma a Toledo; le combaten libremente todos los vientos, y su clima, algún tanto frío, es sano, no conociéndose otras enfermedades que las comunes o estacionales. […] Sus calles están empedradas, pero de una manera irregular, que en tiempo de lluvias se forman balsas de agua, y hay guijarros tan salientes que hacen penoso el tránsito por ellas». Madoz nombra, entres sus edificios más notables, el Hospital de Beneficencia [de San José] fundado por Alonso Mendoza, el Colegio de los PP Escolapios, la iglesia parroquial de Santa María Magdalena que se acabó de construir en 1645 y que es elegante y de buen gusto: la sacristía forma un cuadrilongo bastante espacioso y hay en ella una buena cajonería de nogal…, la iglesia auxiliar [chica] de Santa Eugenia, las ermitas de San Isidro, de la Concepción y la de Nuestra Señora de los Ángeles, «el edificio es bonito, y a la imagen tienen especial devoción: se ha practicado en el cerro un camino bastante cómodo y suave, con el objeto de bajar y subir todos los años la referida imagen en una magnífica carroza…». Según Pascual Madoz, «este pueblo tiene concedida la gracia de celebrar una feria en los días 27, 28 y 29 de agosto».

No parece nuestro protagonista, Ignacio Negrín Núñez, un lobo de mar, aunque tampoco era, se pudiera decir, un ratón de biblioteca. Desde muy joven inició una importante carrera profesional en el cuerpo administrativo de la Armada, compaginando su profesión militar con la necesidad de escribir y comunicar; además, fue traductor del Depósito Hidrográfico de la Marina y autor de varias obras de derecho marítimo. En 1847, con diecisiete años [?], se embarcó como piloto en el bergantín Soberano. Ese mismo año publicó en el periódico local [de Tenerife] La Aurora una poesía titulada A un buque náufrago. Su primera obra de cierta envergadura fue el cuento fantástico Tres muertes por un amor. Ese mismo año publicó un ambicioso Ensayo poético sobre la conquista de Tenerife, poema narrativo de tema legendario escrito en octavas reales, serventesios, silvas, quintillas, octavillas y liras. Convertido en redactor de esa publicación sufrió su primer revés al perder una querella por injurias interpuesta por la redacción de su competidor, el semanario local de Tenerife El Eco de la Juventud, siendo condenados los redactores de La Aurora a tres días de arresto en la cárcel pública, diez duros de multa y las costas del juicio. Es un año es de cruel recuerdo para el joven Negrín; además de esa disputa periodística, el 8 de julio de 1847, perdía a su madre, Josefa Núñez, hecho que le marcaría profundamente. Ese mismo año publicó una elegía en su memoria: Un recuerdo a mi madre; el dolor por su pérdida estará siempre presente: en años sucesivos recordaría esa fatídica fecha con poemas como Los sepulcros (1848), Conmemoración (1862), Conmemoración (1864).

En 1848 escribió dos dramas: Gonzalo de Córdoba y El conde de Villamediana, que se estrenaron en el Teatro de Santa Cruz de Tenerife, y otros poemas como A la música, A mi querido amigo D. José Desiré Dugour. Al año siguiente, continuando con su carrera militar, ascendió al empleo de segundo piloto y en 1853 a alférez de fragata. En 1856 se le concede el grado de alférez de navío; y en 1858, el de Oficial tercero del Cuerpo Administrativo de la Armada.

El 10 de febrero de 1859 embarcó en Cádiz en la corbeta de guerra «Narváez», bajo el mando del teniente de navío Casto Méndez Núñez. El barco había sido destinado al Apostadero de Filipinas. Antes de enfilar su proa hacia el Pacífico, hizo sendas escalas en Tenerife, donde Negrín aprovechó para publicar [el 16 de febrero] el Eco del Comercio un poema de salutación titulado Mi Patria, y en la isla de Fernando Poo, actualmente Bioko en el golfo de Guinea Ecuatorial, donde desembarcó Negrín. A su llegada a la colonia, tomó posesión del cargo de Contador y Guarda-Almacén General de pertrechos. En 1867 publicaría en la revista La Marina un artículo sobre la isla africana titulado Breves Apuntes de Fernando Poo.

Ignacio Negrín  Núñez regresó a España a finales de ese año. En 1860 es nombrado redactor-traductor del Depósito Hidrográfico, trasladándose a Madrid donde publica el libro de versos La poesía en el mar, el más popular de este romántico canario. La primera edición de este libro estuvo plagada de erratas «sin que el autor pudiera intervenir en la corrección de las pruebas». En 1861 publicó tres libros: El derrotero de las costas occidentales de África, Elementos de Administración de Marina y Estudios sobre el derecho internacional marítimo, que le valieron ser nombrado Caballero de la Orden de Carlos III. Sus buenas relaciones con el Almirantazgo y con el Ministro de Marina le valieron para que varias de sus obras se convirtieran en libros de texto; La Correspondencia de España publicó el 19 de febrero de 1861 que su libro Elementos de Administración de Marina, había sido adoptado por el Ministerio como texto obligado en las academias para oficiales cuartos y meritorios. Hizo traducciones del italiano, del francés y del portugués. En 1862, se hizo cargo, previa autorización, del Boletín de Administración de la Armada, junto a Juan Bautista Blanco y Antonio Ruiz Alcalá

El 23 de julio de 1863 partió en la fragata «Blanca» [Reina Blanca de Navarra] hacia América, tomando parte en la guerra de independencia de Santo Domingo; allí recibió su bautismo de fuego en la batalla de Monte-Christi donde su fragata fue atacada por las baterías costeras de la artillería enemiga. En 1866 fue nombrado Secretario de Orden del Apostadero de La Habana, cargo que ocuparía hasta 1869. Durante su estancia en la capital cubana, pudo sacar a la luz una segunda edición, corregida y aumentada, de su libro más popular, La poesía en el mar, en realidad una «colección de cuentos marítimos en verso». El libro se imprimió en los Talleres Mencey de La Habana en el verano de 1866 y su autor se lo dedicó a los «bizarros marinos de la escuadra del Pacífico». Así expresaba su admiración por el jefe de la escuadra española durante la guerra de independencia de Chile, Casto Méndez Núñez, y del resto de marinos que intervinieron en aquella campaña. Eran tiempos de grandes marinos entre los que destacaban, además de Méndez Núñez, Sánchez Barcáiztegui y otros.

Negrín lee a Zorrilla, a Espronceda y a Lord Byron. Sebastián Padrón Acosta, cura y escritor canario, dedicó un capítulo de su «pequeña enciclopedia» de poetas isleños publicada en 1966, a la obra del poeta del mar. «Mientras Negrín empuña el timón de su bergantín clava sus ojos de soñador en el Atlántico, y su fantasía trama las fábulas de sus cuentos… En sus viajes a través de los mares, pensará en el pirata que ha visto en los versos del poeta inglés… Y por las olas de sus versos pasan bergantines, negreros y piratas. Encendido por el fuego de soles tropicales, pinta a sus lectores las aventuras gozadas en sus mares». Dice el mismo autor que «el mar de Negrín –contrario al mar disecado y académico de algunos autores anteriores–, es un mar auténtico, que ruge, que salpica con sus espumas, que huele a sal y a marisco, que tiene algas, yodos y sales; es un mar de negreros, de corbetas, de bajeles, de piratas, de bergantines...».

Embarque de la comisión  parlamentaria que se desplazó a Italia en busca de Amadeo I



Crónica del viaje a Italia

En noviembre y diciembre de 1870 formó parte de la comisión que fue a buscar al rey «electo» por las Cortes Constituyentes escribiendo por encargo de José María de Beránger y Ruiz de Apodaca, ministro de Marina y presidente del Almirantazgo, la «Crónica de la expedición a Italia verificada por la escuadra española del Mediterráneo», minucioso relato del viaje de la legación del parlamento español a Italia para ofrecer la corona al príncipe Amadeo I de Saboya y traer al monarca a Cartagena. Ignacio Negrín es, en ese momento, Oficial segundo de Contabilidad del Almirantazgo y forma parte de la comisión del Almirantazgo. El libro se publicaría en 1871 en los talleres de Miguel Ginesta de Madrid y empieza así:

«La célebre sesión de las Cortes Constituyentes españolas, celebrada el 16 de noviembre de 1870, produjo la elección del príncipe Duque de Aosta, hijo segundo del rey Víctor Manuel, para Monarca de las Españas. Como consecuencia de este acto, las Cortes nombraron en el mismo día una comisión de su seno, compuesta del Presidente, veinticuatro Diputados y tres secretarios, para trasladarse a Florencia con objeto de poner en mano del futuro Rey el Acta de su elección; a cuyo efecto mandó alistar la escuadra del Mediterráneo, surta en Cartagena, donde había de embarcarse la Comisión parlamentaria con rumbo hacia las costas de la península italiana.»

Ignacio Negrín desarrolla en 176 páginas un relato minucioso de de la misión diplomática y política, ejerciendo como enviado especial y cronista por encargo. Desde el principio ofrece detalles como la duración del trayecto en el tren correo de Madrid a Cartagena. La expedición del almirantazgo, –de la que formaba parte Ignacio Negrín–, estaba encabezada por el ministro de Marina, Sr. José María de Beránger, y salió de la estación de Mediodía de Madrid el miércoles 23 de noviembre de 1870 a las ocho de la tarde; llegaría a Cartagena el jueves 24 a las tres de la tarde. Ese día, el jueves a las 10 de la noche, salía un tren especial hacia Cartagena con la Comisión de las Cortes Constituyentes encabezada por su presidente, D. Manuel Ruiz Zorrilla, siendo recibida a las 3 de la tarde del día siguiente por las autoridades militares del departamento (el tren tardó lo mismo, aún saliendo dos horas más tarde, ya que no hacía las mismas paradas). Tras su llegada, la recepción y los primeros discursos, la comisión de diputados «pasó a tomar un ligero refresco en el elegante ambigú preparado por el comandante», Almirante D. Carlos Valcárcel. Acabado el refrigerio, se embarcaron en los distintos buques dispuestos para la ocasión. El ministro de Marina y el presidente de las Cortes subieron a la fragata a hélice Villa de Madrid, buque del Almirante. Tras saludar con quince cañonazos, se arrió la insignia del Almirante, y se arboló el estandarte Real al tope mayor saludándolo con siete vivas a España y veintiún tiros de ordenanza, repetidos por las fragatas blindadas Victoria y Numancia, naves a donde habían sido asignados los distintos miembros de la Comisiones políticas y militares.

Ignacio Negrín se esforzó, vista la importancia de la misión para el destino de la patria, en pormenorizar cualquier detalle del viaje. Tras instalarse en los barcos, se procedió a servir la cena en la espaciosa cámara de la fragata capitana. La crónica precisa el protocolo y el lugar de los distintos comensales en función de su importancia: «La mesa, en forma de martillo, estaba profusa y elegantemente servida». Estaba presidida por Zorrilla, quedando a su lado otras autoridades militares; en frente, el ministro de Marina, Sr. Beránger, dando la derecha al embajador de Italia, Sr. Marcelo Cerruti, y la izquierda al diputado Pascual Madoz. Fue este último el que, tras los postres, «largó» el primer discurso agradeciendo a los militares la recepción de la Diputación, «representantes de la soberanía del país a los que tenían la honra de alojar en sus bajeles». Después brindaron el marqués de Sardoga, el ministro de Marina, y los diputados Víctor Balaguer, Luis Alcalá Zamora y otros. Por último se levantó el presidente del parlamento que expuso en un «largo y notable discurso» las esperanzas que abrigaba de ver realizada la gran obra de las Constituyentes con la coronación del futuro monarca. «Terminada la comida, y después de tomar café en la cámara alta, se disolvió la reunión. Eran las once de la noche».




A día siguiente partieron los tres barcos. El Villa de Madrid era una fragata de madera construida en Cádiz en 1862 que movía las hélices con una máquina francesa de 800 caballos, seis calderas y veinticuatro hornos. En sus depósitos cabían de manera holgada 750 toneladas de carbón, combustible suficiente para navegar casi diez días a toda velocidad; tenía montados 42 cañones rayados de diferentes calibres, además de obuses y el armamento ligero de la infantería de marina. Las otras dos naves que componían la flotilla, las fragatas blindadas Victoria y Numancia, habían sido fabricadas en astilleros de Inglaterra y Francia respectivamente. Cada una de ellas contaba con motores de 1.000 caballos de vapor cada. La fragata Numancia había sido el primer buque blindado en dar la vuelta al mundo bajo el mando del citado Casto Méndez, fijándose en su honor el siguiente lema [latinajo]: «Enloricata navis que primo terram circuivit»; estaba dotada, además de la máquina de vapor, con un aparejo de 1864 metros cuadrados; en sus depósitos de combustible se podían acumular con normalidad 1.100 toneladas de carbón. En ese año de 1870 estaba armada con 16 cañones de ánima lisa y 9 rayados.

Llegados a este punto, tenemos que señalar, como curiosidad, que entre la tripulación del Villa de Madrid cumplía servicio también el Comisario de Marina y oficial primero del Cuerpo Administrativo, el mismo al que pertenecía Negrín, D. Ramón Soler-Spiauba, antepasado del alcalde de Getafe, Juan Soler-Espiauba. El comandante del buque durante la expedición en busca del nuevo rey fue el capitán de navío D. Eduardo Butler.

A las ocho de la mañana del sábado 26 zarpó la flotilla con rumbo a Italia. Negrín se permite, a lo largo de la crónica, bastantes licencias poéticas: «El tiempo era magnífico, la mar semejaba un espejo, y el cielo claro y despejado, parecía augurar una navegación tranquila, a despecho de la estación ya muy adelantada». Tras cuatro días de navegación tranquila, por «un mar de leche» y con un tiempo «bellísimo», la flotilla fondeó en Génova donde pasaron tres días entre recepciones, comilonas y discursos. Desde allí la Comisión tomó el tren hacia Florencia, la capital de Italia, «que ilustró y embelleció durante dos siglos la dinastía de los Medicis».

Hace una pausa el cronista, extasiado por la belleza de Florencia y de la Toscana: «Bien lo merece la ciudad acariciada por las leves ondas del Arno». Negrín ofrece un ligerísimo repaso por la historia, los personajes, los monumentos y los paisajes de la ciudad toscana. Florencia tenía por esos días unos 143.000 habitantes. Los diputados y militares españoles llegaron a la ciudad de Dante el día 3 de diciembre. Al día siguiente, fecha prevista para entrevistarse con el Rey de Italia, los termómetros marcaban tres grados bajo cero y «el aire, extremadamente frío y sutil, penetraba hasta la médula de los huesos». El monarca italiano recibió a los diputados españoles en el Palacio Pitti, un escenario cuajado de obras de arte, «prodigios de inspiración». El Rey, Víctor Manuel II, estaba acompañado de sus tres hijos, Amadeo, duque de Aosta, –futuro Rey de España, y los príncipes Humberto y Carignano. El presidente de las Cortes, Manuel Ruiz Zorrilla, leyó un breve discurso que resumía el ofrecimiento del parlamente español y que terminó, como no podía ser de otra manera, exclamando con patriótico entusiasmo: ¡Viva Amadeo I, Rey de España!, grito que fue repetido por todos los presentes. Y vuelta a las comilonas. Ese día, el 4 de diciembre, por la noche tuvo lugar un banquete en el palacio Pitti al que asistieron 150 invitados. «La comida fue espléndida y admirablemente servida» en un salón lleno de lámparas de araña y candelabros.

El día 5 fue de asueto para la comitiva. El frío espeluznante de los días anteriores había concedido una tregua, amaneciendo con un sol propicio para el turismo en Florencia. Al día siguiente, más banquetes, más recepciones, brindis y discursos. Los parlamentarios fueron invitados por Amadeo a la representación de la ópera Jone, del maestro Petrella en el Teatro de la Pérgola. Acabada la representación el futuro Rey de España se trasladó en tren hasta Turín para despedirse de su madre. El día 7, la municipalidad de Florencia invitó a la comisión a otro banquete en el Palacio Corsini. «Durante la comida, cuyo servicio y exquisitos platos nada dejaron que desear, la banda de música del príncipe Amadeo ejecutó las siguientes piezas musicales: Himno de Riego; Marcha triunfal en homenaje al Rey de España; Lisboa, potpurrí; Saludo a la Diputación Española (marcha); Terceto final de la ópera Marco Visconti; una mazurca y otras piezas». Y más discursos.

El día de la patrona de España y fiesta de la Inmaculada, 8 de diciembre, la expedición parlamentaria española partió de Florencia. Era una mañana fría y lluviosa. Algunos diputados se acercaron a Milán donde el Príncipe Humberto los invitó, –claro está– a un banquete y a una representación en el teatro de la Ópera de La Scala.

De vuelta a Génova, Ignacio Negrín nos depara «otro paseo turístico» por la capital de la Liguria. Un gran número de diputados regresan a España vía Niza. Queda una pequeña comisión que acompañará al nuevo monarca hasta Cartagena. Estaban tristes los diputados no solo por abandonar la bella y «sabrosa» Italia, sino por dejar atrás al diputado Pascual Madoz, presa de un ataque de asma. El cronista regresa a Turín donde estaba el futuro rey y nos incluye en el relato la guía turística de la ciudad piamontesa. El domingo, 11 de diciembre, mientras la legación española asistía a un nuevo convite en Turín, el ministro de Marina recibía un telegrama anunciando el fallecimiento de Madoz. Aparecían sombrías y fúnebres nubes en el horizonte de la expedición. El día 15, con la flota amarrada en la bahía de Génova, fallecía de manera repentina un marinero en el buque Villa de Madrid, a causa de un derrame; a pesar del suceso, continúan los encuentros protocolarios entre las autoridades civiles y militares italianas y las españolas. El día de Nochebuena, anclada la flotilla en el puerto de Spezzia, los italianos organizaron un baile en el Casino de esa ciudad al que asisten, en palabras de nuestro «humilde» cronista, lo más selecto en belleza y elegancia de esa ciudad: «muchas damas, cuyos elegantes vestidos y graciosos peinados realzaban aún más los encantos de su natural belleza».

El nuevo Rey de España pisó por primera vez «la patria» al subir a la fragata Numancia el día 26. Tras el reglamentario banquete, las chimeneas de los buques españoles empezaron a escupir columnas de humo espeso y negro. Durante la travesía, de cuatro a cinco días, la flotilla real se dispersó; el día 30 arribó a Cartagena Amadeo I de España a bordo de la Numancia; el 31, un día después, llegaba el cronista de la expedición a bordo de la fragata Villa de Madrid. Lo primero que hizo el único rey elegido democráticamente en España a su llegada, tras cumplir con el protocolo y saludar a las autoridades militares, fue visitar el Hospital de Caridad de Cartagena al que realizó un donativo de 13.000 reales. Los vecinos de la ciudad murciana daban vivas al Rey y le arrojaban flores. El día 31, el rey tomó el tren hacia Murcia, pasando por Albacete y llegando hasta el Real Sitio de Aranjuez donde pernoctó la noche del día 1 de enero de 1871. Amadeo I de España entraba en la Villa y Corte el 2 de enero, un día crudo y desapacible de invierno. El mismo día que llegaba, fallecía tras un atentado en Madrid el General Juan Prim, propulsor de la idea de elegir un nuevo rey y principal valedor del italiano. No era un buen presagio. El horizonte volvía a teñirse de negro; al aire ondeaban los fúnebres andrajos de una España que naufragaba. El cronista Ignacio de Negrín intuía, desde esos momentos iniciales del reinado de Amadeo I, que sería «una senda difícil de recorrer con grandes obstáculos que sortear». Aunque aseguraba al final del librito que el nuevo monarca contaba con dos cosas a su favor: «honradez de corazón y severidad de costumbres». No sería suficiente en un país que parecía «una jaula de locos». En febrero de 1873, dos años después de su llegada, fue «despedido» por las mismas Cortes que le habían elegido.

Es posible, solo como hipótesis, que tras su regreso de las colonias americanas a España Ignacio Negrín trasladase su residencia de Madrid a Getafe en busca de un ambiente más tranquilo y sano para su familia.


El Ateneo Militar

Durante el siglo XIX tiene lugar una importante eclosión cultural, científica y literaria en las adocenadas clases militares, sobre todo en la Marina; un movimiento intelectual que había empezado en el siglo anterior con figuras como Vicente Toifiño, Alejandro Malaspina o Antonio Alcalá-Galiano y que se caracterizaba por una literatura militar en auge, una numerosa bibliografía de carácter técnico y una potente prensa militar. Los cambios que se producen en los ejércitos europeos, sobre todo el alemán, en el último tercio del siglo XIX se traducen en la necesidad manifiesta y urgente de regenerar el ejército y la armada española. En 1871, esta ola humanista y cultural se concreta con la fundación del Ateneo Científico del Ejército y la Armada, más conocido como Ateneo Militar. Ignacio Negrín, interesado en ese movimiento regeneracionista, está vinculado desde el principio a esta entidad. Aunque no figura –o al menos no tenemos constancia– en la primera reunión que celebrarían sus fundadores el 23 de abril de 1871, sí estuvo el día de su inauguración: el 16 de julio de 1871.

Ignacio Negrín figuraba como uno de los tres conferenciantes del programa preparado para la inauguración de esta institución, heredera de la idea del Casino Militar de Barcelona, según relataba el cronista de La Revista de España en su número de septiembre de 1871. El tema de la disertación de Negrín «no es otra que la justa alabanza de nuestras glorias militares de mar y tierra». El discurso del Sr. Negrín «se distingue principalmente por la galanura de la frase y por la grata y fácil entonación de sus periodos». El Ateneo Militar, se ubicó en la antigua Plaza de Santa Catalina, no lejos de la Puerta del Sol, pequeña plaza donde está la iglesia del Santo Niño del Remedio. Al acto de inauguración asistieron –según la prensa de la época– miembros del cuerpo diplomático, representantes de las Reales Academias, de la Universidad, de la prensa, exministros, senadores y oficiales del Ejército y la Armada, el gobernador militar de la provincia, el vicepresidente del Almirantazgo, el vicario general castrense y un representante del Ateneo de Madrid que en aquel momento presidía Antonio Cánovas del Castillo. El éxito del Ateneo Militar fue tal que en cuatro meses pasó de cincuenta a 249 socios, llegando en poco tiempo a los 900.

Ignacio Negrín fue conferenciante habitual del Ateneo Militar. La prensa anunciaba las distintas ponencias. El 3 de febrero de 1872, La Correspondencia de España anunciaba el tema de la conferencia de Negrín: «La caridad como verdadero progreso en el derecho de la guerra». El 29 de diciembre El Imparcial decía que en Enero, Negrín hablará sobre «Derecho marítimo». También colaboró en la Revista del Ateneo Militar. Esta institución desapareció en 1874 por falta de financiación a causa de su excesiva politización.
Otras obras de Ignacio Negrín, además de las ya citadas son: Ensayo poético sobre la conquista de Tenerife; Lo que puede decirse: sucinta memoria sobre la marina militar de España y causas de su desarrollo y decadencia; Estudios de Derecho Internacional marítimo (1861). Tratado elemental de Derecho internacional marítimo (1872). De esta última obra es este párrafo:

«Todo el mundo clama contra la guerra; apenas hay quien no relate y hasta exagere sus horrores; un coro universal entona la necesidad de suprimirla y mientras tanto, la artillería aumenta su potencia de una manera fabulosa; el fusil multiplica la celeridad y el alcance de sus tiros; la ametralladora abre sus fuegos como un espantoso abanico incandescente para dejar tendidos en el campo no uno, sino millares de individuos; y como si estos medios no bastaran todavía para paralizar las fuerzas del enemigo; como si la humanidad, ó mejor dicho, las ciencias y la industria trataran de realizar cuanto antes el ideal sublime de Mauvillon, se apresuran á producir el torpedo, las balas asfixiantes y aplican a las operaciones de la guerra la glicerina, la dinamita y el petróleo. ¡Notable contradicción! ¿Pero qué es la humanidad sino una serie de contradicciones?»

La prensa se iba haciendo eco de sus ascensos. En 1881, El Diario de Avisos publicaba que D. Ignacio Negrín había sido nombrado ordenador de Marina del Apostadero de Filipinas, embarcando para el archipiélago el día 1 de marzo a bordo del vapor-correo «Barcelona». Su trayectoria militar culminó el 2 de febrero de 1883 cuando La Gaceta [Boletín Oficial] publicó un decreto con motivo de su promoción al cargo de Intendente General de Marina, máxima categoría del cuerpo administrativo de la Armada española. A finales de 1884, la Correspondencia de España publicaba que al intendente de Marina, D. Ignacio Negrín, se le había concedido cuatro meses de licencia por enfermedad.

En enero de 1885, el periódico La Época se hacía eco del real decreto por el que se le concedía la Gran Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco. Desde marzo a agosto de 1885 estuvo al cargo de la Intendencia de San Fernando en Cádiz, cesando el 13 de septiembre y pasando a la reserva del Estado Mayor de la Armada.

El Intendente general de la Armada española, Ignacio de Negrín y Núñez, varó los últimos años de su existencia en un bajío llamado Getafe. No sabemos cuáles fueron las razones para su traslado a esta villa. El cronista de Getafe Manuel de la Peña hizo una pequeña referencia a este personaje en su libro Las calles tienen su historia, aunque mantenía un error en su segundo apellido, nombrando al personaje Bustillo en lugar de Núñez. Manuel de la Peña creía que este ilustre poeta y marino se había trasladado a Getafe a causa de la recomendación de su médico, aunque nosotros no hemos podido comprobarlo en ninguna otra fuente. Manuel de la Peña no conocía la fecha de su fallecimiento que establecía "sobre el año 1873", entre otras imprecisiones; Negrín no era tampoco comandante del barco que trasladó a Amadeo a España como afirma erróneamente el desaparecido cronista oficial de Getafe; ni siquiera llegó a Cartagena –como él mismo narra– en el mismo buque que el «rey caballero».

Esquela publicada en  La Correspondencia 
Ignacio de Negrín y Núñez falleció en Getafe el 15 de noviembre de 1885. Sus albaceas comunicaron la luctuosa noticia al ministro de la Marina con el siguiente telegrama: «Tenemos el sentimiento de participar a V.E. el fallecimiento del Intendente del Cuerpo Administrativo de la Armada, Excelentísimo Sr. D. Ignacio de Negrín Núñez, ocurrido en la villa de Getafe el día 15 de corriente a las seis de la mañana». Al día siguiente aparecía en La Correspondencia de España una esquela anunciando su muerte, entierro y funeral. Cinco días después, el 20 de noviembre, La Vanguardia publicaba, en su página 2, una breve noticia del hecho.

Los albaceas testamentarios, su mujer  y su hija Mercedes, donaron el bastón de mando de Almirante al Cristo de la ermita del Hospitalillo de San José. Hoy, ese objeto, –tras buscarlo con cierto empeño– se nos antoja desaparecido del patrimonio religioso y cultural de Getafe. Tampoco el municipio le ha honrado ni reconocido como vecino ejemplar. El nombre de Ignacio Negrín, el gran poeta del mar, ni siquiera surca el callejero de este pueblo sin puerto.



AL MAR

[…]

Tus límites inmensos que abarca la tormenta
no puedes traspasarlos en tu soberbio ardor;
y el soplo que tus senos convulsos alimenta.
Se extingue al raudo soplo que emana del Señor.

Tú tienes tu lenguaje, tu música, tus ruidos,
Que expresan misteriosos tu insólito anhelar;
Si ruges, en los montes retumban tus bramidos,
Si lloras, en las playas rubricas tu pesar.

Yo entiendo tu lenguaje; yo al canto de tus olas
Mis penas incesantes, océano, arrullé,
Y al ver como en la tarde tu espuma tornasolas
El velo de una virgen sobre tu faz miré.

Yo soy de tu susurro la triste melodía,
La misteriosa endecha con fe a reproducir:
De tu furor los ecos cuando en la noche umbría
Desciende la centella tus senos a entreabrir.

[…]

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Capítulo del libro Crónica de un viaje al Ayer

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