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8 de octubre de 2012

La decadencia y los bárbaros

El juez Santiago Pedraz, al que alguno ha tachado –pretendiendo insultarle– de pijo ácrata, clase a la que [por cierto] aspira casi toda la clase política [y la no política], empezando por los pijos conservadores, pasando entre otros por los pijos socialistas "chic" y acabando con los pijos comunistas urbanitas,  ha lanzado una pedrada o más bien diremos una "pedrazada" en dirección al tejado de la clase política. Puede que sea como dicen una salida de tono, un exceso literario fuera del ámbito que le ocupaba; sin embargo, creo que la expresión es perfecta en su ámbito semántico, aunque no hay que descartar que quisiera decir otra cosa. Nunca se sabe. Ya lo explicará. Nosotros por si acaso, cogemos el diccionario. Decadencia: declive, deterioro, principio de debilidad y desintegración. ¡Quién duda que la imagen de la clase politica está deteriorada! Rafael Simancas, mal político pero con reflejos en la defensa corporativa, le espetó que seguramente habían quitado los espejos de la Audiencia Nacional.

Tampoco le quitaremos la razón a Rafa. Es poco probable que Pedraz hubiera querido o quisiese plasmar en el auto una observación más instrospectiva. Seguro que no se reconoce, y de hecho puede que no sea un juez decadente, aunque se olvida  que él mismo, y toda la judicatura, viven en una casa adosada a la de los políticos; todos ellos, estos últimos, víctimas del  presunto escarnio anarcojudicial, pero también los propios magistrados, los fiscales, los procuradores, los notarios, los registradores de la propiedad, y hasta los simples abogados entroncan sus raíces más íntimas en la carrera del derecho. Unos para hacer las leyes, para derogarlas, para hacerlas cumplir, incluso para defender a los que las incumplen, condenar o absolver. Ya lo decía la canción del pirata,... "qué quieres ser... ¿abogado? abogado no; no tienen corazón".

Los políticos no son una clase "decadente" [conste que esta entrada no les defiende, ni mucho menos], sino el reflejo cristalino de la propia sociedad, al igual que los jueces, los fiscales, los funcionarios, los periodistas, los escritores, los técnicos, los estudiantes, los obreros,... Es cierto que la mayoría de los desmanes de la cosa pública se deben a los que nos gobiernan en cualquiera de las administraciones, de cualquiera de los partidos que sean y de los que pudieran venir en el futuro. Pero también hay que pensar que esos desmanes y ese desgobierno lo hacen amparados en una cierta impunidad que les conceden los jueces y fiscales, más o menos amigos, y que otorgan los ciudadanos con una cierta desidia.

Es muy posible que todos seamos parte de una sociedad decadente, fragmentada en bandos irreconciliables, más atenta a las modas y a los vaivenes tecnológicos que al aprovisionamiento moral; más interesada en el cotilleo y en la queja que en el estudio y el trabajo; hipnotizada por estúpidas y horteras series de televisión; una sociedad adicta al esperpento social, a la tragicomedia y a la "amistad virtual" que se cifra y valora en los abultados números que se exhiben en las llamadas redes sociales; más interesada por los escupitajos verbales de esos descerebrados famosos que lideran los mentideros audiovisuales que por lo que sienten y cuentan los poetas o lo que plasman los pintores. Una sociedad fácil de manipular.

Pero eso, seamos justos, concierne solo a la mayoría; no la totalidad. Y concluiremos que, dado que la democracia es el gobierno de la mayoría, estamos gobernados por una clase política decadente, nos enjuicia una clase decadente, nos informa una clase periodística decadente, nos atiende una clase funcionarial decadente, y así hasta que acabemos con el último grupito.

El imperio de occidente se hunde, Sr. Pedraz; y usted, afortunadamente, es uno de esos pocos visionarios privilegiados, o lo parece, exentos de las debilidades de esta sociedad decadente. ¿Cuántos hombres y mujeres sin debilidades quieren gobernar o juzgar este país, esta región, este pueblo? El nuevo superjuez parece que ha vislumbrado un final más o menos cercano a este modelo de sociedad. Más tarde llegarán los bárbaros. "[...] qué cierta es la derrota. Arriba, en las murallas ya ha empezado la elegía. Llora la memoria y la pasión de nuestros días..." *



 Esperando a los bárbaros **

¿Qué esperamos agrupados en el foro?

        Hoy llegan los bárbaros.

¿Por qué inactivo está el Senado
e inmóviles los senadores no legislan?

        Porque hoy llegan los bárbaros.

¿Qué leyes votarán los senadores?

         Cuando los bárbaros lleguen darán la ley

¿Por qué nuestro emperador dejó su lecho al alba,
y en la puerta mayor espera ahora sentado
en su trono, coronado y solemne?

         Porque hoy llegan los bárbaros.
        Nuestro emperador aguarda para recibir
        a su jefe. Al que hará entrega
        de un largo pergamino. En él
        escritas hay muchas dignidades y títulos.

¿Por qué los cónsules y los pretores visten
sus rojas togas, de finos brocados;
y lucen brazaletes de amatistas,
y refulgentes anillos de esmerandas espléndidas?
¿Por qué ostentan bastones maravillosamente cincelados
en oro y plata, signos de su poder?

         Porque hoy llegan los bárbaros
         y todas esas cosas deslumbran a los bárbaros.

¿Por qué no acuden como siempre nuestros ilustres oradores
a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia?

         Porque hoy llegan los bárbaros
         que odian la retórica y los largos discursos.

¿Por qué de pronto esa inquietud
y movimiento? (Cuánta gravedad en los rostros.)
¡Por qué vacía la multitud calles y plazas,
y sombría regresa a sus moradas?

        Porque la noche cae y no llegan los bárbaros.
        Y gente venida desde la frontera
        afirma que ya no hay bárbaros.

¿Y qué será de nosotros sin bárbaros?

        Quizá ellos fueran una solución después de todo



* Fragmento del poema Troyanos. (1905). Poesías completas. Konstantino Kavafis. Editorial Hiperión. Traducción de José María Álvarez
** Esperando a los bárbaros. (1904). Del mismo libro.


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