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30 de septiembre de 2012

Daniel Vierge, el príncipe de la ilustración. 2



[.../...] El triunfo de uno de Getafe en París. 1

Edmond de Goncourt (1822-1896) escribió sobre la recuperación del artista getafense: «En el naufragio de su cerebro ha quedado una célula intacta: la célula del dibujo. No sabe leer, no sabe escribir, de tal modo, que para firmar una obra tiene que copiar trazo a trazo la firma de su dibujo antiguo, y, sin embargo, ¡Oh prodigio! Con la mano izquierda dibuja con igual facilidad y perfección que antaño...! ¡Qué desgracia, esta muerte de la mitad de él mismo y, ciertamente, de algo de su talento, cuando iba a hacer su tan bello, tan original, tan español Don Quijote...!

Su vida parece el argumento de un drama. Al poco de recuperar su actividad artística falleció su compañera Clara, que tanto le había ayudado en su convalecencia. Pero lejos de la oscuridad y de la tragedia, la obra que surge de la mano izquierda de Vierge adquiere nuevos y poderosos matices, una luminosidad especial, más delicada si cabe, superando los portentosos dibujos de su etapa anterior. Si con la mano derecha había alcanzado el éxito con la ilustración de El gran tacaño, de Quevedo, sería su mano izquierda la encargada de alcanzar la gloria tras ilustrar la obra maestra de Miguel de Cervantes, D. Quijote de la Mancha.


Daniel Vierge y el Quijote

Si hay que destacar un trabajo de Daniel Vierge, ese es –sin duda– la ilustración del Quijote. Desde niño había visto a su padre dando forma con el lápiz y el buril a las calenturientas aventuras del universal hidalgo de la Mancha para distintos libros y revistas. En 1893, tras la muerte de su segundo hijo, Daniel Vierge realizó un viaje a España para realizar una serie de dibujos sobre los paisajes del Quijote que la editorial Charles Scribner’s Sons le había encargado para el libro de Auguste F. Jacacci, On the trail of Don Quijote (Nueva York, 1896). En Francia, la obra vería la luz en 1901 bajo el título Au pays de Don Quichotte. Souvenirs rapportés par… Auguste F. Jaccaci. Este viaje le permitió regresar a Getafe y visitar a su madre.

Tres años después, en el otoño de 1896, Daniel Vierge regresó a Getafe. Durante un mes recorrió los paisajes de la obra cervantina con el pintor manchego Carlos Vázquez Úbeda (1869-1944). Los dos viajeros rebuscaron, de posada en posada, de camino en camino, pasando casi las misma penurias que el Hidalgo por el imaginario de Cervantes: la Mancha estéril, la cueva de Montesinos, Argamasilla de Alba, la mazmorra donde tuvieron preso al autor del Quijote, los batanes ya en desuso, los campos de Montiel, Villanueva de los Infantes, Santa Elena, Valdepeñas y su Venta de Cárdenas, Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Almodóvar del Campo, el divino Toboso y los campanarios, las ventanas enrejadas, las hosterías y las gentas de Sierra Morena con sus cielos tempestuosos, sus rocas cegadas por el sol, sus terrenos agrietados, los barbechos, sus horizontes de azul sombrío... «Por estos caminos y pueblos que recorrimos -escribe Carlos Vázquez-, encontramos tipos que nos recordaban constantemente los personajes del libro, pero de ellos el que más abundaba era el de Sancho Panza».

En los quince días siguientes, antes de regresar a París, Carlos Vázquez se acercó a Toledo con el objetivo de arreglar algunos asuntos particulares. Daniel se encerró en la casa familiar de Getafe dibujando de manera frenética 257 dibujos, esbozos y apuntes, de los 262 que entregaría a la editorial. El testigo más cercano durante esos días, el propio Carlos Vázquez, prologuista de la edición ilustrada del Quijote que publicó Salvat en 1930, lo relata así: «se trasladó hasta Getafe, lugar de nacimiento de Urrabieta, donde se detuvo unos días al lado de su madre». El pintor manchego se encontró a su regreso con una sorpresa inesperada que será mejor conocer con las mismas palabras del asombrado y perplejo artista: «Durante nuestro viaje, no hizo Urrabieta -afirma Carlos Vázquez- ningún dibujo ni tomó apuntes. Cuando volví a Getafe, para regresar juntos a París, me encontré que había llenado tres álbumes, todos ellos con dibujos de los parajes que acabábamos de recorrer. ¡Nadie hubiese dicho que no estaban tomados del natural! ¡Qué carácter tenía todo y qué exactitud de lugar!»

Daniel Vierge no vería la obra impresa. El artista estaba considerado, aún en vida, como el padre de la ilustración moderna. En 1889 fue nombrado Caballero de la Legión de Honor francesa y consiguió la Medalla de Oro en la Exposición de Bellas Artes de París con el dibujo titulado «El Viático en Madrid» . El 5 de diciembre de ese año, un centenar de personas, sobre todo escritores, artistas y pintores, se congregaron en el Auberge des Adrets de París en un banquete de homenaje al artista getafense. Al finalizar la comida, tras un gran esfuerzo, apenas pudo expresar sus sentimientos y balbucear una sola palabra: «Merci».

Daniel Vierge, hemipléjico, había conseguido recuperarse de su parálisis activando su lado izquierdo y del fallecimiento de la que fue su gran compañera y amante, Clara [?]. Tras esta pérdida, Daniel Vierge se casó –por fin– de manera legal, abandonando la «irregularidad» del amor libre. De su matrimonio tuvo dos hijos. No pudo recuperarse, después de tantas tragedias, de la muerte de su madre que se produjo en su casita de París el 2 de abril de 1904. Su corazón se rompió definitivamente. El 12 de mayo de 1904, apenas un mes de la muerte de Juana Vierge, la mitad de su cuerpo que aún se movía dejó de funcionar. Daniel Vierge falleció en el pueblecito de Bologne sur Seine, cercano a París, hoy Bologne-Billancourt, uno de los distritos de la capital francesa. De su último matrimonio, sobrevivió uno de sus dos hijos, «artista también de condiciones personales que le abrían un porvenir seguro».

Dos años después de su muerte, en 1906. La editorial Charles Scribner’s Sons de Nueva York publicó en cuatro volúmenes La historia del valeroso e ingenioso caballero andante, D. Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, con una tirada de 1.150 ejemplares. Los pocos ejemplares de esa edición disponibles alcanzan en las librerías especializadas precios de venta superiores a los 2.500 euros. En España fue editado en 1916 y en 1930 por Salvat, dejando mucho que desear por la escasa calidad de las reproducciones de los grabados, aunque la segunda cuenta con el aliciente del prólogo escrito por su compañero de correrías, Carlos Vázquez.

Su hermano, Samuel Urrabieta Vierge, también fue un destacado dibujante –sobre todo de escenas costumbristas madrileñas– que, al igual que su padre, colaboró en la Ilustración Española y Americana. La hermana de ambos, Dolores, también destacó como pintora aunque no hemos sido capaces de localizar ninguna de sus obras; en 1919 publicó una versión del libro «Lecciones de francés al uso de los españoles».

La obra de Daniel Vierge, prácticamente desconocida y olvidada en España, –y más aún en Getafe, su pueblo natal– está desperdigada por el museo del Louvre, el Museo de Orsay y el Museo Carnavalet en París, el Museo de Bellas Artes de Ginebra, la Nationale Gallery de Melbourne, etc… En el año 2005, coincidiendo con el centenario del Quijote, tuvo lugar una gran exposición con los dibujos de Daniel Vierge, organizada por el Ayuntamiento de Madrid, así como una edición conmemorativa de El Quijote. Habremos de acabar, sin embargo, con algo parecido a lo que escribiera Dionisio Pérez en su opúsculo «Daniel Vierge, el renovador y el príncipe de la ilustración», transformado su deseo de renacionalizar la obra de Vierge en algo más modesto dentro del ámbito local que nos ocupa: ¿Dónde hay hombres que quieran contribuir a difundir la figura y la obra prodigiosa del getafense Daniel Vierge? ¿No merece, siquiera, el pequeño [y barato] homenaje de asignar su nombre a una calle en el barrio de Los Molinos?

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