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18 de enero de 2011

Adiós Sánchez, adiós


Es lo que hay. Ni más ni menos. La muerte no espera. Un día estás con tus afanes y al otro te achicharran haciéndote cenizas; y adiós. La noticia del fallecimiento de José Manuel Sánchez García nos ha herido en el alma como una punzada de hielo.  Sánchez residía en el Sector 3 y fue inspector de policía en la comisaría de Getafe, Comisario de Leganés, además de un montón más de empleos, cargos y actividades diversas, incluso presidente hasta el año 2006 de la Plaza de Toros de las Ventas. Murió el pasado domingo día 16 en la Clínica la Luz de Madrid cuando se recuperaba de una operación de estómago.

No voy a decir que conocí a Sánchez, porque no es así la historia. El me conoció a mí y a todos aquellos jóvenes que hace casi treinta años hacíamos el periódico local “Vivir en Getafe”. Allí nos encontró junto a Emilio García “el ideólogo”, Evaristo Baizán “el asturiano”, Julián Puerto “el cultureta”, Antonio Sansegundo, churrero y fotógrafo, al loco Manuel A. Martínez Castillo, a Mariano García “el escritor”, y a otros y otras, casi una decena, que rondaban insaciables alrededor de una historia de comunicación local novedosa y abierta a la participación.

Eran tiempos, en el ámbito local, de chanchullos en las cooperativas del Sector 3, de afiladas disputas políticas, literarias y controversias culturales entre Andrés García Madrid, el que fuera poeta y director del Centro Municipal de Cutura, y el periodista y colaborador de Acción Getafense, Ángel del Río, de huelgas generales por la situación de Kelvinator. Eran momentos de acción y reacción, de chascarrillos, de prensa de partido y partidista, de interminables tardes de conversación, olvidada casi La Tertulia, en la taberna de Checa o en el Café el Violín. Getafe olía a vino manchego en garrafa, a infusiones de poleo menta y a bourbon con hielo.

Corría el año 1983 cuando, no sé cómo ni en qué momento, un inspector de policía de Getafe empezó a rondar la pequeña redacción. Con el tiempo, pensó seguro, que era un medio pequeño, pero medio al fin. Nunca sabremos si era más policía que periodista o al revés. En aquel momento nos calentó las orejas con sus luchas, con su historia de infatigable sindicalista, involucrándonos en sus luchas y preocupaciones. Sánchez era de esa gente que te busca, que te elige, que te liga y que, aunque el tiempo lo aleje, mantiene viva la llama, esa imagen de persona optimista, de comunicador atropellado, de luchador. El recuerdo es tan intenso,… casi como el dolor.

Sánchez fue uno de los pioneros de la Unión Sindical de Policía, sindicato que presidió desde la clandestinidad a finales de los 70 hasta 1990, año en el que cedió el protagonismo, tras la fusión y definitiva reorganización como Sindicato Unificado de Policía. Además de su pelea estrictamente sindical, había denunciado los abusos que se perpetraban en nombre de la Ley. Y llegó a enfrentarse abiertamente con el sistema al denunciar torturas en la comisaría de Getafe. A los detenidos se les ataba a las columnas del garaje y se les zurraba de lo lindo ¡qué horror! El escándalo era monumental. Su situación en la comisaría no era, por decirlo de alguna manera, agradable. De puertas adentro, no era el más popular, pero ganaba la batalla en la calle. Sánchez era un luchador nato, siempre ilusionado, inasequible al desaliento. Con todo, creo recordar que Sánchez sufrió el correspondiente expediente disciplinario.

Ganada la confianza mutua, nos reveló algunos datos sobre la comisaría de Getafe con los que no pudimos, o supimos, trasladar las informaciones recibidas al papel, aclarando en forma de noticia todas las  preguntas y  respuestas que se suscitaban. Vista la importancia de los hechos, decidimos editorializar la información. La publicación, que imprimía escasamente 1000 ejemplares, recogió la denuncia sin concederle una relevancia especial en cuanto a la extensión o tipografía. A partir de algunos datos estadísticos repetitivos concluímos que en la comisaría de Getafe no se trabajaba, al menos lo suficiente. De cada cien casos que se producían, sólo se resolvían dos o tres. El porcentaje, relacionado con los altos niveles de delincuencia, era absolutamente insuficiente. Y eso, concluíamos, era una vergüenza.

Nuestro amigo no aportó ninguna  documentación que avalara la información. Sólo, como confidencia, nos dijo que los datos figuraban en un registro de la comisaría. Quizás pecamos de primerizos o de exceso de confianza. Lo cierto es que, tras algunas semanas, recibí  una citación del juzgado, en mi calidad de director de la publicación,. El asunto parecía jodido. El comisario jefe y cinco inspectores de la Brigada Judicial se habían querellado y solicitaban, sin subterfugios ni vueltas, cárcel, diretamente cárcell para el autor de la información o el responsable, que en ese momento era yo mismo; cárcel, y una fianza de 50 millones de pesetas.

A la emoción de la primera querella, se sumaba el miedo en el cuerpo. Nada en el mundo conseguía que olvidara lo peligroso del asunto. Hay que recordar que transcurría 1983, y que  solo un par de años antes se había producido el intento de golpe de estado de Armada, Milán del Bosch y Tejero. La policía, tras el ejército, era uno de los poderes fácticos más convulsos en aquel periodo de la historia de España. Nunca me atreví a contarle a mi madre, ni a nadie de mi familia, el incidente y los riesgos que tenía aquello de escribir. ¿Para eso había abandonado la carrera de Ciencias Físicas? Más que confiar, esperé.

Me presenté a la cita sin abogado ni procurador, aunque con el apoyo anímico de la redacción y del propio José Manuel Sánchez. El juez me preguntó si sabía por lo que estaba allí, engordándome el susto en el cuerpo, y continuó exigiéndome la procedencia de la información. Tengo una fuente informativa. ¿Me puede decir de quién se trata? No, no, claro; me acojo al secreto profesional. ¿Y cómo piensa demostrar la veracidad de su información? Pues, pienso, dije con un valor que sólo se me suponía, que si lo duda, usted como juez puede solicitar el libro en el que se registra la actividad de la comisaría. Casos producidos, en curso, archivados y… resueltos. El juez me miró, casi a punto de condenarme a galeras, pensé, pero no dijo nada. Adiós, señor Alcalá. Creo recordar que nunca más supe nada; pensé que la demanda se había archivado y que se perdió –igualmente- en el limbo de lo nunca aclarado. Al Comisario Jefe y a los “brillantes” inspectores los trasladaron, menos mal, y al poco tiempo, supimos que el Ministerio del Interior los había galardonado con alguna medallita al merito policial. ¡Qué país!

Desde entonces, cuando nos veíamos [Sánchez y yo ] nos tratábamos con la simpatía y el cariño de los que han superado alguna aventurilla y, además, congenian. Durante todos esos años, más de una vez se cachondeaba de mis andanzas periodísticas, de las numerosas querellas, incluso me advertía del peligro y de la baja estofa, ralea o calaña de algunos de esos individuos con los que hemos tenido la mala suerte de cruzarnos en nuestra actividad desde entonces. Queda en mi memoria su risa escandalosa, su capacidad para,  inmediatamente, debatir y charlar sin dogmatismos sobre cualquier cuestión.
 
Sánchez era un torrente de vitalidad del que no esperábamos una despedida tan repentina; coño, José Manuel, sin avisar; un último descuido del que habrá que exonerarle por su falta de responsabilidad. Iniciado su último viaje, solo nos resta resaltar su sabiduría a la hora de repartir la herencia. Una de sus hijas es policía; la otra, periodista. Y, seguro, que a la poli le gustan la letras y a la informadora, investigar. Así es la vida, amigo, y el adn. Adiós Sánchez, adiós. El próximo toro, te lo brindaremos. Y si lo prefieren, para los que gusten, queridos y anónimos lectores, como miembro que era de la Liga Internacional Antiprohibicionista, fúmense un porrillo a la memoria del gran Sánchez [mañana 19 de enero, los Amigos de María celebran San Canuto].
 

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