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22 de agosto de 2009

Correría hacia poniente

Hemos decidido explorar la costa hacia poniente, en un paseo lo más paralelo a una playa que empieza a llenarse desde temprano; sólo con un par de filas de sombrillas hace que el agua parezca intransitable a nado por la cantidad de bañistas. El camino,entre los hoteles Solymar y Bahía de Calpe se empina rápidamente de manera endiablada. El calor húmedo, y el esfuerzo, han conseguido en pocos metros empapar la camiseta. El sudor resbala por la frente, por el cogote, los brazos...
Desde hace unos días, y a ras de arena, había observado alguna gaviota atalayando la parte más occidental de la playa del Arenal de Calpe desde alguna de las flores de la pita que se yerguen empingorotadas en el mismo farallón de tierra resbaladiza y rocas quebradas sobre las que se cimientan unas pocas casas y edificios con vistas a un paisaje embriagador pero con un futuro incierto por la inexorable acción de los elementos.





En la primera revuelta del camino ascendente hemos girado hacia el mar buscando el aire natural que nos refresca y nos ofrece una vista inédita. Cañizo, mar, piedra y cielo. Azul y verde.

Desde ahí se contempla una bella panorámica de la playa. Una rampa, no apta para fumadores, sube y baja (según se ande) hasta la playa. Un pequeño lujo.


La casa desde la que hicimos la foto anterior tiene esos bonitos motivos geométricos a base de azulejos de colores, que nos traladan casi por ensalmo al corazón de Marruecos.


Los jardines que dan a la parte resguardada de esas magníficas casas, vistas desde la playa, y en realidad donde se encuentran sus puertas de entrada, se muestran exuberantes. El jazmín lanza la fragancia dulce de sus flores en la mañana radiante, a la espera de que, al anochecer, los galanes desfallezcan en efluvios de amor buscando a la dama; la higuera exhala un olor áspero e intenso; pinos,abetos, chumberas y otros cactus, pitas, bungavillas, glicinias, granados, limoneros, cipreses y otras especies de las que ignoramos el nombre, pero que desparraman su exuberancia de olor y color, jalonan nuestro camino hacia la cumbre de la lomita.









Por fin he encontrado al ave en su mirador. Gusta, el pájaro observador, de apoyarse sobre la cima de la flor del agave. Es una atalaya flexible, orgullosa y natural que se agita levemente al arrullo del viento, más sosegadamente que el mar, ese gigante azul que brama y sacude latigazos de espuma sobre la arena de la playa.




Hemos divisado los edificios que proyectó el arquiteto Ricardo Bofill. Su interés nos obligará a reflexionar sobre ellos en una entrada dedicada por entero a ellos. Su estética y ubicación, lo merecen.


Ya de vuelta, camino de la atalaya, observamos algunos de los peores paisajes de Calpe, cerca del centro antiguo. Un urbanismo descontrolado se ha señoreado de barrancos y lomas conformando una zona residencial caótica, como un puzle imposible, incompleto, tejida de una cierta improvisación, sin una planificación clara, saturada de edificios feos e inhóspitos. Algunas calles, de subida y bajada, nos sorprenden, de vez en cuando, de bocacalle en bocacalle, con la panorámica del enorme pedrusco incrustado en el mar. Qué horror de urbanismo... depredador.

Sin embargo la mañana ha estado completa y henchida de belleza. De azul, cielo y mar.

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