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13 de octubre de 2008

Hasta los sordos oyen

La rana Juana se ha librado. No ha muerto; es cierto que, desde el momento que colocamos el móvil en el acuario, ella huyó lejos, hasta la posición más distanciada del pequeño emisor "sony-ericcson". Desde el pasado sábado están juntos los dos "sapitos vientre de fuego" y sin teléfono. Aunque ha tenido pocas llamadas, ya conocemos que el teléfono móvil emite su peligrosa "luz", incluso "en espera" de llamadas.

El pequeño experimento, sin ningun tipo de rigor científico, ha finalizado felizmente (el sábado pasado). Toribio y Juana iniciarán dentro de poco su periodo, tres o cuatro meses, de hibernación, para luego dedicarse a ser lo más felices que puedan y procrear renacuajos.


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No por haber llegado al final de la convivencia de rana y teléfono, han finalizado las reflexiones que habíamos prometido y que, debido a nuestra incapacidad para coger velocidad, todavía están pendientes; articulillos éstos que basamos, como supondrán ustedes, en el trabajo de expertos que centran sus trabajos a medio camino de la ciencia, la tecnología y la salud. Espero que las fuentes queden claras.

Y hablando de experimentos, no como el nuestro, sí los hay cualificados y reconocidos internacionalmente, que han venido a ratificar la "toxicidad" de las radiaciones electromagnéticas de los terminales y de las antenas de telefonía móvil. El doctor Michael Rapacholi (Director del Proyecto Internacional de Campos Electromagnéticos de la O.M.S)., sometió a un grupo de ratones durante año y medio en un laboratorio de Australia (en Adelaida) a una radiación similar (RF) a la que emiten las antenas base en 2 sesiones de 30 minutos cada día. Al cabo de esos 18 meses el equipo científico australiano comprobó que los ratones irradiados desarrollaron un 50% más de tumores que los del grupo testigo que habían permanecido sin radiación. Los ratones también se mueren.

Ya nos hemos referido al doctor José Luis Bardasano y al acto celebrado en el Anfiteatro Egaleo de Leganés. Además de la explicación de sus investigaciones sobre la glándula pineal y la melatonina, Bardasano se refirió a uno de los últimos experimientos realizados por investigadores españoles. Las "cobayas" en este caso eran seres humanos; unos, auditivamente normales y, los otros, sordos. A ambos grupos se les realizaron electroencefalogramas. Se pensaba, antes de la prueba, que los efectos térmicos y sonoros del teléfono móvil, incluso los afectivos o sentimentales, propiciados por la conversación de turno provocarían serias diferencias entre las gráficas de ambos grupos.

Sin embargo, para sorpresa de extraños [es posible que los investigadores esperasen algo parecido], se comprobó que las interferencias eléctricas y biológicas que producen los móviles son idénticas en personas normales o en las de capacidad auditiva reducida o nula. Los electroencefalogramas así lo ponían de manifiesto. Por tanto, hasta los sordos oyen la radiación de los móviles. Es más, los investigadores piensan que una persona hablando por el móvil "contamina" de radiación electromagnética a las personas que se encuentran en su entorno más cercano; aunque no oigan al interlocutor.

Si usted, querido lector, es excéptico, y no se cree una paparrucha de lo que venimos diciendo, sepa que usted mismo forma parte de uno de los mayores experimentos de la historia de la humanidad. Casi el cincuenta por ciento de los seres humanos son portadores de un teléfono móvil, incluso algunos de dos o más. En pocos años, el ser humano será un hombre con un teléfono; un ser "totalmente comunicado".

Dentro de un tiempo, tengamos en cuenta que el uso del móvil, es relativamente reciente, se empezarán a dar las primeras estadísticas epidemiológicas referentes a las nuevas enfermedades que sin lugar a dudas suscitará el uso de la tecnología inalámbrica.

Inmediatamente puede iniciar su propio experimento. Si tiene algún hijo entre los seis y los dieciséis años, o sobrino, u cualquier otro familiar niño o adolescentes, está en condiciones de empezar a comprobar, los efectos de la radiación electromagnética. A no ser que alguien de su familia sea más precoz y se le haya adelantado.

Lo primero que debe hacer es acercarse a una de esas modernas tiendas de Movistar o Vodafone, incluso de Orange, y adquirir un precioso "terminal" que incluya, además de su diseño ultra moderno, toda clase de "prestaciones": mp3, camara de fotos, como mínimo, de 1,3 mpx, internet, correo electrónico, juegos, etc... Lo envuelve en papel de regalo y se lo lleva a la persona elegida. En ese mismo instante empieza su experimento.

Es muy posible que tarde en comprobar los hechos y los temores más graves que los expertos están adelantando; incluso que nunca pase, que su hijo nunca padezca leucemia o tumor cerebral. También es probable que al poco tiempo empiece a comprobar pequeños síntomas, pero sin más importancia: déficit de atención, falta de memoria, insomnio, estrés, disminución de la capacidad cognoscitiva, irritabilidad o, incluso, una mayor propensión a sufrir epilepsia. Todo un negro panorama, que si los años y la salud se lo permiten podrá comprobar en la persona elegida. Es de cajón: los niños de hoy pasarán mucho más tiempo en contacto con los teléfonos móviles que los adultos de hoy.

A pesar de las advertencias de algunos ministerios de la salud, de la agencia de medio ambiente europea, de expertos de todo el mundo, los niños y adolescentes son el centro de atención de las campañas de márquetin de las operadoras de telefonía y fabricantes de terminales móviles. El Comité Nacional ruso para la Protección contra la Radiación No Ionizante, organismo de referencia en el campo de las radiaciones, emitió en abril de este año 2008 un comunicado sobre los teléfonos móviles y los niños, con un grito de alarma: "la salud de las generaciones futuras está en peligro". En el escrito se asegura que la amenaza de la radiación que emiten los teléfonos móviles para la salud de los jóvenes no es mucho menor que el tabaco o el alcohol. Terrible.

Corra y acabe con el experimento. Retírele el teléfono móvil a su hijo o esa persona querida a la que regaló, de manera ignorante, con su mejor intención un problema de salud. Espere a que sea mayor y explíque los riesgos que su uso frecuente lleva aparejado. Instálese en el "principio de precaución".


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