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28 de octubre de 2009

Así hacemos las rotondas en Getafe



Propongamos un premio para el autor del diseño de esta rotonda ubicada en el  interior del polígono los Ángeles. Así las hacemos en Getafe; redondas.  Con un poco más, apenas un metro y medio, podrían haber ejecutado una rotonda elíptica, incluso la podrían haber desplazado esa misma distancia, y hubieran incluido la torre eléctrica en el perímetro interior, salvando  el riesgo, en primera instancia, de que una noche, gracias a la escasa iluminación de este ya céntrico polígono industrial, alquien se la lleve por delante. Y con el peligro evidente, además de aporrear el coche y la frente, de achicharrarse vivo. Así somos: las rotodas, redondas.  Colóquese una torre nueva en el interior, por favor, y así, además de evitar posibles accidentes, esquivaremos en el futuro la necesiad de adornar la rotonda con una escultura o una fuente.

21 de octubre de 2009

El robo del cordero

Una luna esclarecida y delatora le había acompañado durante toda la noche, huyendo a través de una vía escarchada de estrellas en un cielo azulado, casi negro como la vida. Habían pasado más de tres horas desde que saliera de su casa para recorrer a grandes zancadas las dos leguas que separaban la aldea, junto a la ribera baja del río, del cortijo de los dueños y señores de la comarca.

Los caminos estaban endurecidos por años de sequía, escoltados por algunos almendros y algarrobos dispersos. Atravesó los olivares fríos y resplandecientes que a esa hora, cercano el momento del alba, ofrecían al astro reluciente sus hojas de un color verde oscuro, casi negro como la miseria, con reflejos grises de acero, perla y plata, como navajas desnudas.

Pensó acortar el trayecto, hurtando lo sinuoso del camino, aligerando como el viento, atravesando barbechos y rastrojos olvidados; trotando olivares, y más olivares, infinitos olivares, tierra inmensa que servía sólo a unos pocos, y donde algunas lechuzas, supervivientes del hambre y otras calamidades , vigilaban el más mínimo movimiento. Ellos también tenían necesidad de comer; cualquier cosa, por pequeña que fuera, un ratón, un topillo o, incluso, alguna musaraña despistada y adormilada.

Al poco, empezó a guiarse por la linde de las aparcerías que trabajaban los pobres, siempre en dirección sur. Apenas notaba la cara y tenía los ojos llorosos como los niños pequeños, sin apenas sentir a causa del aire frío que se deslizaba y lo recibía como una cuchilla afilada presta a rajar el cutis mientras caía para posarse sobre los surcos de una tierra pobre y estéril, como hilachos de polvo helado, en terrazas abandonadas desde la última cosecha y laderas pedregosas.

Lo llevaba tan cerca de su pecho que el ritmo de los dos corazones se confundían en uno sólo. Uno, apresurado al trote, por el cansancio y el esfuerzo; el otro, azorado y temeroso, ante el ritmo de lo desconocido. Los dos, bailando de miedo; vibrando.

Había salido de su casa, escabulléndose de su hogar, muy avanzada la noche, mientras su familia dormía navegando por los sueños del hambre; temprano para robar un cordero. Era una decisión extraña. Y extraordinaria. Nunca pensó que tendría que hacerlo; ni que se atrevería. Hacía tres meses que su familia no comía carne. La hambruna se había extendido por la sierra sur como la peste. Durante los últimos tres años, las cosechas se habían perdido en su mayoría por culpa de las plagas. De las lindes de las fincas habían desaparecido las collejas, las espárragos, las setas y hasta las malas yerbas. No había liebres, ni apenas pájaros, ni lagartos siquiera. En la despensa unas pocas papas arrancadas a duros terrones olvidados, apenas para un guisado, algo de aceite, un poco de harina y una pequeña orza con aceitunas curadas; ni siquiera un mísero pedazo de tocino blanco.

Los dueños de la tierra, los amos, elegían a los que trabajaban; y a los que no. No había forma de escapar de la miseria. Sólo de vez en cuando conseguía algunos jornales como peón de albañil, como pastor improvisado o para la dura y negra tarea de varear y recoger las aceitunas de otro.

Él podía soportarlo. El hambre, esa sensación que atenazaba los músculos y adormilaba el cerebro, podía acabar con una criatura en pocos meses. Todavía recordaba los duros años tras la guerra. Apenas un mozo, casi un niño todavía, y ya era un viejo experto en escasez y privaciones, acostumbrado a las estrecheces de una familia numerosa; avezado a comer en la sarten familiar donde siempre se congregaban, en disputa incierta, más cucharas que tajadas. Él podía aguantar sin comer apenas, pero... Era 14 de febrero y cumplía cuatro años de casado con su mujer.

Iba a celebrar el día de San Valentín con un auténtico banquete. Ella y los niños, todos, tendrían un festín. A costa de lo que fuera. En realidad, no había sido difícil. Se acercó hasta los corrales del cortijo del Aurelio. Se introdujo en el corral, sigiloso, con prudencia. Ni un sólo balidoel rebaño. Al mismo instante de mover el cerrojo del cobertizo chirriaron los goznes y oyó a los perros desperezarse. El rumor del miedo se extendía entre el rebaño aborregado. Se oían tímido balidos. No tenía tiempo que perder. Cogió el primer animal que pudo, casi a tientas, iluminado sólo por la escasa luz de la luna que entraba por el portón, le tapó el hocico con sus manazas, lo introdujo como pudo en el saco y salió corriendo, confundiéndose con la sombra alargada del nogal que presidía la parte trasera del cortijo. Corrió; y corrió. Y corrió, apenas sin aliento.

Algunos de los perros del cacique aullaron durante un instante. Ladraban bajito, casi sin ganas, como si no quisieran, precisamente, alarmar a sus dueños, privándoles del sueño y la tranquilidad; temiendo los golpes de la correa. Al instante cesaron en su llanto lastimero y se volvieron a las perreras, donde se amontonaban unos encima de otros, ateridos y hambrientos. Hacía mucho frío.

Mientras bajaba, fatigosamente, con cuidado de no resbalar, confundiéndose sobre la linde de largas y estrechas fincas yermas, percibió de lejos el brillo del charol de los tricornios y de los correajes de los guardias civiles que caminaban un poco más abajo con sus mosquetones a la espalda. La pareja de la benemérita cumplía con el servicio nocturno por una senda, entre espinos, cambrones y escaramujos o zarzaperrunas, rodeando el pequeño alcor, en silencio, sin pensar, siquiera, que alquien se pudiera atrever, esa noche fría de febrero, a andar de correría fuera de las covachas. Cada uno en su casa, dios en la de todos; y la guardia civil, vigilando. El deber era el deber. La pareja hacían su ronda nocturna al servicio de la patria.

¿Pero qué o quién era la patria? ¿Qué representaba? ¿A quién daba sombra y cobijo la bandera roja y gualda que ondeaba en la casa cuartel, tras el lema que lo ofrecía todo por ella? ¿La patria era un país gobernado por un caudillo? ¿Era simplemente la esencia más pura de la nación o, simplemente, la representación de un generalísimo campeador como último eslabón, seguro e inexpugnable, de la eterna cadena de caciques ... o, solo la paga, escasa pero segura?

La puta que parió a esa zorra a la que llaman madre. Una comadre de mierda que aprieta y ahoga, desde tiempos inmemoriales. Que mata de hambre a niños, a hembras y a varones. Que desuella a los pobres, que los amilana,... Una furcia que los engaña con un discurso añejo y egoista, hipócrita y amante de los ricos, que lleva a los hombres a la guerra, los hiere, amputa sus miembros más jóvenes, los enemista por ideales estúpidos, los infecta y resquebraja, incluso de sus familias...

Santiago se agachó tras una pequeña roca sujetando la boca del cordero y esperó a que se alejaran los civiles. Su pecho era una olla hirviendo. El corazón encerrado bullía como queriendo escapar en cada suspiro; le faltaba el aire en los pulmones y le temblaban las piernas, desde los dedos de los pies hasta el culo. Era una sensación terrible. Tiritaba, no sabía si de frío o de temor.

Tras alejarse la pareja de guardias, tardó poco más de media hora en llegar sin más sobresaltos hasta la pequeña casa donde aún dormía su familia. Cerca de la ribera del río se notaba el relente de la noche. Por la chimenea aún salía un hilillo de humo. Al entrar, sigiloso, se acercó hasta los últimos rescoldos del hogar para calentarse. Por el ventanuco se colaban los primeros resplandores de un día gris. Los madrugadores y amorosos cantos del mirlo endulzaban la fría amanecida.

Sacó el cordero del saco, lo dejó en el suelo y lo miró con detalle. No rechistó. Era un magnífico animal, pero en ese momento, tarde, se dio cuenta que el cordero era tuerto. La mirada del único ojo del animalito le estremeció el alma.

-¡Ay mi madre!

Santiago pensó, por un momento, que no podría matar ni, por todo el hambre del mundo, comerse aquel animal...

Dejó al animal en una esquina. Rápido se desnudó y se metió con cuidado en la cama. Sintió con auténtico placer el peso de las mantas y la suavidad de la piel tibia de su mujer.

Ella se acurrucó como un ovillo, acercándole la espalda y pregunto:

- ¿Qué hacías por ahí? Estás helado...

- Nada, sólo me había levantado a beber agua, -contestó suavemente, mientras le acariciaba el pelo... -¿Sabes? Estaba pensando. Mañana quiero acercarme a la casa cuartel...

- ¿A qué?

- A informarme, a lo mejor; creo que voy a presentar una instancia para alistarme en la guardia civil... Ellos comen todos los días, alimentan a sus familias y así, vestidos de verde, huyen de esta miseria. El trabajo no es demasiado peligroso. Si me aceptan, pediré el traslado a un puesto cerca de la costa... Tu no lo has visto nunca. El mar es azul, intensamente azul como el cielo de un día de verano, con una luz inimaginable hasta que no te ha deslumbrado. Una luz cegadora que se queda para siempre en la retina y en la memoria. Buscaremos una pequeña atalaya para vivir, como el nido de un pájaro, agitada levemente por el arrullo del viento y la brisa marina. De lejos, nos deleitaremos, sosegadamente, con el gran espectáculo del mar, ese gigante azul que brama de noche acunando el sueño de los niños y por el día sacude latigazos de espuma o lame con dulzura la arena de una playa dorada ... Los niños, ¿sabes?, ¿Qué futuro les espera aquí..?

- Calla,...-le susurró su mujer mientras le cogía la mano y se la frotaba para calentarla; luego se la cruzó por la cintura, dejando el brazo debajo del suyo, hasta posarla, robusta y tierna, sobre sus pechos. Olía a pan blanco recién hecho. A dulce de leche, a romero y a vainilla, a amor. Ya era de día.

17 de octubre de 2009

Los ediles de urbanismo y las farolas


Cada concejal de urbanismo que ha ejercido como tal en el Ayuntamiento de Getafe, desde tiempos democráticos casi inmemoriales, ha puesto sobre el puzle de la ciudad su granito de arena y cemento, aportando su particular ideal de belleza a la estética urbana en un intento, no pocas veces vano, de acicalar y maquillar una ciudad fea de por sí, horripilante antes incluso que los ciudadanos eligieran a esos ediles, con ensanches heredados como San Isidro, La Alhóndiga o Las Margaritas, auténticos arquetipos de las canalladas urbanísticas que se cometieron en las postrimerías de una dictadura agonizante y débil; unos barrios donde se levantaban cubículos o celdillas como propuesta, casi paternalista, de aquellos constructores “franquistas” para el alojamiento de los miles de trabajadores que se arrimaban hasta la zona sur de Madrid para incorporarse a la retrasada y anómala revolución industrial que se desarrollaba en un país que se pretendía autárquico.

Y para ello, todos, [los delegados de urbanismo] sin excepción, además de planificar grandes desarrollos urbanísticos, de intentar ocultar la cara aburrida de “este pueblo indeterminado, gris e insignificante”, y derribar las escasas muestras de arquitectura vernácula de este páramo manchego, crecido como urbe al amparo del camino real que llegaba hasta Toledo y del clamor de las numerosas fábricas, recalificando las huertas y sembrados, cada día más improductivos, transformando cientos de hectáreas que engordaban y enriquecían a los hijos y nietos de los campesinos locales,  han procurado acrisolar el paradigma de la “ciudad proletaria” en cada uno de los nuevos barrios, con edificios feos de viviendas protegidas alineados en grandes avenidas.

Ellos, los responsables del modelo de ciudad, han intentado impregnar las costosas y repetitivas obras de acondicionamiento de calles, parques y avenidas con algún tipo de huella indeleble aunque sólo sea a través del mobiliario de las calle: farolas, bancos o papeleras. El problema es que cada uno de los concejales ha aplicado su peculiar gusto y, así, de esta manera podemos toparnos en un paseo por las calles de Getafe con quince o veinte modelos y estilos distintos de farolas, bancos, papeleras, o vallas separadoras de calzadas y aceras.

Con motivo de las obras de remodelación que se ejecutan en distintos lugares de la ciudad con el dinero de todos que tan alegremente reparte y malgasta el Plan [E] Zapatero hemos comprobado como se trata no sólo de reponer bordillos y adoquines despilfarrando el dinero y el trabajo como en el caso de la parte más cercana al Ayuntamiento de la céntrica calle Toledo. Qué terquedad y qué obstinación en derrochar cantidades ingentes de dinero en rehacer lo que hacía poco que estaba hecho y, en algunos caso, rehecho de manera repetitiva. Qué obcecación en tirar los escasos recursos en reformas, en muchos casos innecesarias y que perjudican a los vecinos reduciendo los aparcamientos sin una propuesta global y definitiva de qué hacer con los molestos, pero “imprescindibles” autos.

La fotografía superior muestra como se han solapado [temporalmente] las antiguas y refulgentes farolas bermellonas y las que han empezado a colocarse como estandartes de la visión estética del nuevo edil de urbanismo José Manuel Vázquez Sacristán. Parece inútil, y caro, cambiar unas farolas que a pesar de estar fechadas en 1836 [creo] apenas tienen una década de funcionamientos y cuyas luminarias se habían adaptado recientemente con un coste importante con el objetivo de reducir la contaminación lumínica que emitían las originales. Y ahora, al poco, resultan inservibles. ¡Qué derroche!


No podemos dejar de sentir rubor por el dispendio alegre e inverosímil del dinero público, sobre todo cuando es tan escaso y se hace necesario subir los impuestos para atesorarlo. Así, con este ir y venir, de quito y pongo adoquines y renuevo farolas, irán desapareciendo las últimas propuestas [estéticas] de Santos Vázquez, de Paco Hita, de Jesús Neira, o incluso, de los ediles anteriores. Aunque siempre, cuando volvemos la vista atrás, nos encontramos las gordonas farolas de la época de Paco Hita con sus apoyos semicirculares o, incluso, alguna olvidada en el Polideportivo Juan de la Cierva, seguro aguantando en la parede desde los tiempos en los que Jesús Prieto era alcalde de Getafe y el urbanismo local estaba dirigido por una comunista con nombre de flor y espíritu guerrero [Esa sí que merece que la cambiemos, la farola].
 

8 de octubre de 2009

Cara de Piedra y la memoria histórica


Volvemos a escribir sobre estatuas en el barrio de El Bercial; y ya van tres articulitos.  Nos da igual si el hecho ha sido publicado por algún foro, blog o periódico. En realidad nos importa un pimiento. No nos interesan las exclusivas en este pequeño recodo digital

La Junta de Gobierno Local aprobó el pasado mes de agosto, faltaría más, para que se enteraran los menos posibles, el proyecto para erigir un monumento en bronce a Rumiñahui. La propuesta es obra dela Concejala de Educación,..... e Inmigración, aunque parece que por allí media la mano del alcalde. La propuesta se basa en una “nota informativa” del Centro Unesco de Getafe y tiene como protagonista artístico al pintor y escultor ecuatoriano Oswaldo Guayasamin.

Está previsto que se firme, según el acta de la citada Junta de Gobierno Local, un convenio entre los promotores de la idea, el alcalde Pedro Castro y el mencionado Centro Unesco de Getafe al que ha llegado la idea a través del ex concejal de AP en el Ayuntamiento de Getafe y, actualmente, marchante de arte latino y colaborador del gobierno cubano, Gabriel Navarrete (qué serpenteantes vueltas da la vida); y, claro está, falta el más importante, y del que no se dice nada en la Junta, el que pone el dinero que suponemos será la Junta de Compensación de El Bercial.

El Ayuntamiento espera que el monumento, que irá ubicado como no podía ser de otra manera en la Avenida de la República del Ecuador, se pueda inaugurar en el segundo semestre de 2010. Tras el chasco y la poca aceptación de la horripilante propuesta de las hormigas trabajadoras, se intenta colar sin ruido ni publicidad, alevosía y agosticidad, otro “bonito” monumento.

¿Pero quién es el tal Rumiñahui? Es fácil (Google; teclear: Rumiñahui). Se trata, según quién lo califique, de un “general” o caudillo inca (hermano de Atahualpa) que luchó contra los españoles durante la conquista de Ecuador o de un cacique cruel y obstinado que llegó a quemar los poblados propios de su raza, incluso Quito, si no se unían a la “resistencia”. En realidad, y a falta de algún tipo de relación con nuestra memoria histórica, aunque sí con la de los indios, tampoco nos parece una idea acertada; casi peor que la de las hormigas. No parece lo más conveniente que para celebrar la convivencia con los “hermanos” ecuatorianos tengamos que homenajear a ese personaje histórico que representa la guerra contra el “odioso español”. Es que estamos majaras perdidos; o están.

No digan los vecinos del barrio que no conocían la propuesta. Es realmente sencillo seguir la estela del gobierno municipal a través de su web.

Conste, a pesar de todo, que no pretendemos ignorar ni menoscabar calidad de la obra de Oswaldo Guayasamin, pintor universal nacido en Quito en 1919. Lo penoso de esta historia es que el escultor falleció hace ya diez años (1999). En realidad el monumento será una réplica fundida en bronce, una copia digital, de su obra “Resistencia” instalada en su ciudad natal y en la que Rumiñahui  se levanta con los puños en alto entre dos esbeltas pirámides de las que cuelga "El Sol", otra obra de Guayasamín. Ahí,  sin sol ni a lo peor pirámide alguna, nos vamos a gastar esos quinientos mil euros que la Junta de El Bercial tiene comprometidos con el Ayuntamiento. 500.000 euros para homenajear a Rumiñahui, también conocido por su traducción del quechua, como Cara de Piedra.

Bonito dispendio. A nosostros no nos gusta. Es acertado que la ciudad cuente con obras de artistas de los paises que más han contribuido con la nueva colonización o retro descubrimiento del país de “los barbudos” que combatió con saña el cacique inca. O la patria es una madre o una puta. El próximo día 12 de octubre se conmemora en muchos lugares de América el día de la raza (vaya nombre desafortunado) o el día de la hispanidad, etc..; otros, en cambio, rememoran, en linea con el  indigenismo o el nuevo socialismo que preconizan los nuevos "caupolicanes" suramericanos,  Chaves, Evo y Correa, la conquista y masacre de las poblaciones indias.

Dejemos la memoria histórica de la guerra, y sus guereros, para otros lugares y momentos. No seamos caciques de un tiempo ya pasado. Es el momento de replantear ese encuentro de dos mundos. Ayer allí y hoy aquí.  Además de no decidir, ni pintar un carajo, lo caro que nos sale.