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30 de enero de 2010

El mejor presidente del mundo y los aficionados del Getafe CF


El Getafe CF, digámoslo antes de nada, propiedad privada de un grupo de empresarios, liderados por Ángel Torres, su presidente, juega en el [estadio municipal] Coliseo Alfonso Pérez el partido de vuelta de los cuartos de final contra el Mallorca. Es jueves tarde noche y hace un frío que pela. El equipo necesita a su público, unos aficionados entregados con la trayectoria deportiva del club. Sin embargo, al inicio del partido sólo unos 1.500 de los más fieles se han congregado en las gradas, apenas un diez por ciento de la capacidad del recinto.

En la “zona noble”, en el palco, como en los circos romanos, además del presidente del club, se junta lo más granado del municipio con el [emperador] alcalde a la cabeza; allí se reúnen habitualmente los protagonistas de la película local: políticos y políticas, ex políticos, cargos de confianza, empresarios y, llegado el caso, hasta el juez decano que también parece un gran aficionado al equipo de la ciudad. Desde el principio del partido las cosas van mal. Hay un problema de protocolo con un cargo de la Consejería de Deportes de la Comunidad de Madrid. El alcalde hace un [gesto] feo y le relega de la “posición” institucional,  por una de sus concejalas con un gesto imprevisto que no pasa desapercibido en el palco. La tensión política no desaparece ni en el futbol.

El “run run” de la semana no era el frío ni siquiera la eliminatoria contra el equipo balear. Las Peñas deportivas del Getafe llevan varios días criticando ferozmente la política social del presidente del equipo, Angel Torres, más conocido a pie de calle, desde que era un mozuelo, como “pirri”. A los [socios] aficionados del Getafe no les sentó nada bien que las entradas para el partido de copa costasen la módica cifra de veinte euros. "¡Qué son 20 euros para ver a un equipo de primera división!, un club que ya ha jugado dos finales de la competición copera, que ha paseado el nombre de Getafe por Europa, que es más conocido en el mundo que el presidente Zapatero, que nunca ha bajado a segunda división..., joder. ¡El club es propiedad privada y pongo el precio que me da la gana!"

Los pocos aficionados que asisten al encuentro manifiestan su descontento. Un ulular de las casi mil quinientas gargantas heridas por el frío grita. “¡U-su-re-ro,-u-su-re-ro, -án-gel-to-rres, u-su-re-ro…!” El coro de las peñas lo repite de manera incesante. El cabreo es de los grandes. El color blanquecino de la cara del presidente se vira hacia el violeta como una reacción alérgica, al aficionado, o puramente química, hormonal.

Tras el descanso, los jugadores vuelven al terreno de juego y los seguidores del Geta a la salmodia reivindicativa. “¡U-su-re-ro…!” ¡Desagradecidos! ¡Es que no se merecen nada; ya verán cuando me vaya! En el palco, apenas se mira hacia el graderío. Tres filas más allá de la presidencia, el “candoroso” y memo contratista municipal, abonado al pesebre, allí donde esté, sonríe con cara de bobo, y le dice a su compañero de antiguas juergas, con un guiño, como si fuera una gracia: "¡cómo va ser un usurero, si a los que estamos en el palco nos invita a jamón, como va a ser un usurero si nos invita a vino fino, cómo va a ser un usurero si el whisky es de marca y el ron revolucionario! ¡ Y cuando el frío corta el cutis del proletariado, aquí, el bueno de Torres, nos pone calefacción… y nos da caldito. Gentuza, es que no se enteran. Aficionados de pacotilla".

El enfado de las peñas y de los aficionados es mayor, si cabe, por que hace una semana que se ha hecho pública la subvención que todos los años le otorga el ayuntamiento en pleno (que sepamos no hay nadie que se oponga y se arriesgue a perder el favor del presidente del Club y los votos de los aficionados).

El consistorio no sólo le da una subvención de tres millones y medio de euros; además, le deja gratis el estadio, ejecuta , a costa nuestra, de los que gustan y de los que odian el “deporte rey” las reformas necesarias, las adaptaciones, el mantenimiento, el coste del agua, la luz, etc.. Como en los viajes al Caribe, “todo incluido”. El coste de la subvención directa, además de la presunta rentabilidad publicitaria para el municipio, del que, suponemos, ya se beneficiarán los mismos, los que “cohabitan” el palco con asiduidad, podría costear un total de 175.000 entradas, cantidad suficiente para completar el aforo durante diez jornadas. Si el Ayuntamiento, en vez de regalar el dinero a fondo perdido, regalase entradas para los partidos del Getafe, por ejemplo para escolares y jóvenes aficionados, parados, etc.., cumpliría con dos fines a la vez, subvencionar al equipo [el dinero entraría igualmente en el Club] y fomentar la afición en el municipio. Por ejemplo.

Lo cierto es que el cargo de la Comunidad de Madrid que asistió, además de salir disgustado con la actitud maleducada del alcalde, comprobó in situ que el nuevo estadio, con ciudad deportiva incluida, que reclama el presidente del Club en los terrenos, adquiridos ya o comprometidos, entre el nuevo barrio de Los Molinos y la M-45, no es una necesidad prioritaria; ni socia, ni política ni deportivamente hablando. Sobra Coliseo para años. Otro asunto es que queramos que los terrenos se permuten con Madrid, y se recalifiquen para lo de siempre, para el pelotazo. Y no hablo sólo de fútbol. Un hotel, gasolinera, clínica deportiva, residencia, viviendas libres, … Nada nuevo. Sería muy bonito para el nuevo barrio, pero … ¿las plusvalías tienen que seguir quedándose en los mismos bolsillos?

Con motivo del enfado de las peñas y de los aficionados de esta semana, ha aparecido en “You Tube” un video dedicado “Al mejor presidente del mundo” que se puede visionar al final del artículo. El autor es [presuntamente] anónimo. Y, aunque pueda parece algo irrespetuoso, merece un “pequeño globo de oro al mejor subtitulado para películas extranjeras en versión original”. Recuerden que fue, precisamente, el Geta  el que produjo hace un par de años un video que hirió la sensibilidad de muchas personas, exclusivamente para obtener notoriedad informativa. Ahora se la devuelven; la notoriedad. Es como el caso de aquel empresario, tristemente famoso patrocinador del club, que hacía manifestaciones en el domicilio particular del primer edil y ahora se queja de que sus antiguos pupilos le correspondan con lo mismo, en su propia casa. Si practicas el ojo por ojo, te quitan diente por diente.

A una política deportiva excelente le debe corresponder una política social, en la misma medida que los aficionados se entregan al color azulón, igualmente excelente. Aplíquese, señor Torres, en su relación con los socios aquello de “qué buen vasallo sería , si tuviera un buen señor” , aplicado, por supuesto, el calificativo de súbdito a los aficionados y socios, sin referencia alguna a su amigo y alcalde Pedro Castro.



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La adaptación del cartel de la película “El hundimiento”, sí que es una chapuza nuestra.

24 de enero de 2010

El padrón y los extranjeros



Coincidiendo con las vacaciones de Navidad, mi hijo invitó a comer a uno de sus compañeros del equipo de baloncesto en el que milita, el Getafe Beta. El muchacho estudia secundaria en un instituto de la Avenida de las Ciudades, frente al barrio de las Margaritas, al que da nombre ese literato precursor de la generación del 98, el escritor raro de Getafe.., instituto mítico en el municipio por su trayectoria y profesorado. No desvelaremos su nombre [el del muchacho] ni la clase a la que hacemos referencia para no personalizar situaciones que se vienen produciendo de manera habitual en la mayoría de los colegios e institutos públicos de la Comunidad de Madrid; y no es Getafe, ni mucho menos, el municipio más afectado aunque tenga zonas tan deterioradas como el que más.


La pregunta sobre las notas, acabado el primer trimestre, parecía obligada. Sobre todo, sabiendo que la mayoría de los entrenadores de estos equipos formados por escolares, aunque federados, manifiestan la necesidad de conjugar los estudios con el deporte. Iván, llamémosle así, había suspendido una asignatura y la recuperó en el examen previo a las fiestas navideñas.

-¿Y tus compañeros de clase, qué tal?, -indagué, interesándome por los resultados académicos del resto de los chicos suponiendo que estarían casi todos en el mismo instituto.

-Mal, en mi clase todos han suspendido cuatro o cinco asignaturas; lengua, mates, biología, historia…

- … todos tus compañeros… ¿han suspendido? Pero,… ¿ las habrán recuperado, no?

- No, que va… Bueno, del equipo no hay nadie conmigo. De los veinte de mi clase, yo soy el único español… La mitad no saben ni español. Eso es un desastre. Si Rodri quisiera venirse conmigo, ya seríamos dos españoles... -sugiere Iván con cierta inocencia.  Rodri estudia en un colegio privado de Getafe. No me parece que esté la cosa como para incrementar en un cien por cien el exiguo porcentaje de estudiantes nacionales.

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Esta anécdota, verídica, salvo el nombre de los chicos, viene a reflejar una de las muchas situaciones que se han generando con los inmigrantes asentados, o no, en España. Mientras los políticos se enzarzan en discusiones más o menos legalistas, jurídicas o políticas sobre las consecuencias del padrón y sus incongruencias o concordancias con la Ley de Extranjería, a ras de calle los ciudadanos sufren las consecuencias de la gestión pública para la integración de los extranjeros en España, la mayoría de las veces inexistente. Casi siempre se deja que el problema, nacido ya, camine solo, se desarrolle, engorde y, generalmente, explote.

No se trata de xenofobia, el odio u hostilidad hacia el extranjero, aunque la ausencia de políticas acertadas y la escasez de recursos públicos puedan desembocar en un futuro plagado de brotes [presuntamente] nacionalistas y propuestas cada vez más agresivas y beligerantes contra los inmigrantes. Una situación que es preciso evitar con generosidad y con claridad; lo contrario afectará de manera adversa, casi de manera fatal, a la ciudadanía en general, a los de “aquí” y a los de “allí”.

Parece innecesario decir que todas las personas, sea cual sea su situación burocrática, han de tener garantizado el acceso a determinados servicios básicos como la sanidad, los servicios sociales o la educación. También, parece lógico, que la sociedad y el estado en sus distintos niveles, pueda exigirles –al igual que hace con el resto de los ciudadanos-, su sometimiento a las leyes y una cierta adecuación a las costumbres. Ello no significa que tengan que renunciar a sus principios culturales o religiosos. De ahí la propuesta de una especie del carné por puntos para inmigrantes. Hay que hacer un esfuerzo por convencer a “nativos” y “foráneos” que la gente es de “donde pace, no de donde nace”, aunque para la mayoría esta cuestión sea ridícula. Unos, los que llegaron de Extremadura o Andalucía, se sienten aún, en su corazoncito, de allí, a pesar de llevar comiendo aquí desde hace más de cuarenta años, y a pesar de que sus hijos y sus nietos han nacido aquí, … y los otros, los que han llegado –como los primeros para trabajar- desde Ecuador, Colombia, Rumanía o Bulgaria, igual, malviven y trabajan añorando una tierra y un pasado que no ha podido ofrecerles lo más básico.

Parece legítimo que algunos, o muchos inmigrantes, quieran regresar a “su” tierra de origen, pero lo lógico es que la situación que motivó su traslado no tenga una solución tan rápida como habían planificado y acaben aquí, asentados como cualquier extremeño, o marginados en “pisos patera” y “barrios gueto”. Cada día hay más inmigrantes que han tomado la decisión de “ser” de aquí. Quieren –como los españoles- comprarse un piso [y de hecho lo compran], quieren que sus hijos tengan la mejor educación posible, quieren una sanidad pública eficiente, quieren que las calles estén limpias y aspiran, incluso, a participar en política. Suponemos que para contribuir con su aportación a la solución de los problemas de la sociedad en general.

El deterioro de servicios básicos como la sanidad y la educación son el problema más urgente que han de valorar y solucionar nuestros representantes políticos. Y no si la Ley de Extranjería debe expulsar del país a los "ilegales" mientras el padrón municipal asegura que viven en ese mismo país. Quién duda que los hijos de los inmigrantes, lo mismo que los de los españoles, deben estar escolarizados en lugar de abandonarlos a su suerte y, a consecuencia de ello, que vaguen por las calles sin ocupación, ni interés por encontrarla.

Eso que parece tan claro, tan diáfano, no debe implicar ni significar que una generación de españoles pierda su oportunidad, la ocasión de formarse adecuadamente a causa del escaso nivel educativo que se aplica en las aulas de los colegios públicos, originado sobre todo por el desequilibrio formativo y multicultural de los alumnos. Más parece, con respecto a la anécdota del principio, que por ser particular no es excepcional, que de seguir así las cosas, puede que sea el único español el que tenga que integrarse en la cultura o costumbres del resto de sus condiscípulos. O, dicho de otra manera, es como si un alumno  de cuarto de la ESO cursa sus estudios en un aula de cuarto oquinto de primaria; y con suerte. El esfuerzo por igualar el nivel que se le requerirá en la universidad, cuando la educación deje de ser obligatoria, será tan grande que, probablemente, su carrera educativa finalice ahí mismo, justo cuando acaba lo imprescindible. No es suficiente.

No resulta ningún disparate plantear dos, incluso tres, velocidades educativas. La normal, y no queremos asimilar o identificar la normalidad con mediocridad, sino la que se debe exigir en un país que aspira a estar entre los más adelantados y prósperos.. Y la de segundo nivel, el de la integración educativa para inmigrantes. No se trata de hacer guetos; de hecho muchas aulas ya funcionan como tales, ni de hacer ciudadanos de segunda. Es a este segundo escalón al que se debe aplicar un extra de integración social y cultural. Se trata de impedir que una generación de españoles acabe irremediablemente con menos conocimientos o cultura general que sus padres.

Con la situación actual, más pronunciada en barrios como la Alhóndiga, Las Margaritas o Juan de la Cierva, donde la población inmigrante ha sobrepasado porcentajes del veinticinco por ciento del total y su prole es mayoría absoluta en zonas con una población local muy envejecida (también en su día inmigrantes), es importante que las distintas administraciones se esfuercen en afrontar un problema que derivará, si no se remedia, en conflictos, marginalidad y violencia. Los beneficiados son, como casi siempre, y por culpa de la ineptitud o dejadez de los gestores políticos, los pocos que disponen de recursos económicos suficientes para huir de la quema y acceder a la educación privada. No vayamos a pensar que el nivel de esta enseñanza es el idóneo y se corresponde con el esfuerzo económico que realizan los padres, pero al menos no se retrocede; y encima es un privilegio. ¡Que horror!

No pienso que vaya a ser especialmente caro ni complicado planificar los distintos niveles educativos en función de la base cultural de los alumnos, de su conocimiento del idioma, etc.. De hecho, ya se hace cuando se realizan las pruebas de aptitud a los alumnos que quieren acceder a los institutos bilingües. Sólo pasan a ese grado los que demuestran una sólida base en inglés. Lo contrario ralentiza y obstaculiza la marcha del resto de alumnos. No se trata de impedir la igualdad de oportunidades sino, por el contrario, de mantenerla, de reforzarla, que no se pierda la oportunidad, en muchos casos la única que tendrán miles de jóvenes para no perder el tren del futuro.

Lo que parece fácil o sencillo en educación, resulta complicado en servicios como la sanidad ya de por sí saturados o masificados y en los que parece difícil, y posiblemente injusto, exento de piedad o solidaridad, como se prefiera, establecer una doble vía. Si la mujer ha de parir o se necesita una operación, si se tienen que recetar medicinas necesarias, no hay forma de eludir su atención ni la obligación de prestar un servicio de calidad, independientemente de la posesión de papeles o de la integración en el sistema de la seguridad social. El futuro marcará otro problema, y será que la escasez de recursos económicos obligue a “moros y a cristianos” a pagar determinados servicios; de lo contrario, algún día no tendremos sanidad pública, mientras la privada –basada en un modelo de negocio y alejado del concepto de "seguridad social"-, gana terreno, medios y adeptos.

El paro, en épocas de crisis o recesión, suele ser la mayor justificación para la xenofobia. Mientras los españoles no han querido –para qué vamos a llamarle de otra manera- realizar determinados trabajos, duros y mal pagados, ha sido necesaria y bien acogida la presencia de trabajadores inmigrantes. Cuando las cosan van mal y se alargan las colas del desempleo, surge de manera inevitable el fantasma de la desconfianza, el recelo y la hostilidad contra los trabajadores extranjeros. Resulta triste, y difícil de calificar, que se resuelva el problema adjudicando la responsabilidad al que tiene, no los mismos, sino mayores problemas; de condiciones y estabilidad laboral.

De estos polvos, podríamos resbalar en futuros lodos. Hace unos pocos años, se hablaba del deterioro del sistema de pensiones a causa del envejecimiento de la población española. La llegada de inmigrantes y jóvenes trabajadores extranjeros suavizó la curva declinante del futuro de las pensiones. Sin embargo, la crisis, y las consecuencias de la inadaptación cultural o social de los trabajadores extranjeros podría provocar un nuevo éxodo con el regreso hacia sus países de origen. Esta vez en un movimiento centrífugo.

Nadie se atreve a prever las consecuencias económicas de ese retorno. Ya hay voces [por ejemplo el ex ministro Rodrigo Rato y nuevo “imperator” de Cajamadrid] que anuncian el colapso de la seguridad social en un plazo muy reducido. De la misma manera que, unos y otros, debemos tener garantizada la educación o la sanidad, ¿estarán garantizadas las pensiones o los servicios necesarios en una sociedad envejecida? ¿Se volverán a producir, con nuevas nacionalidades, movimientos migratorios, que solventen la necesidad de una mano de obra “más barata”, como una especie de ósmosis humana que atraviesa las fronteras en función de la acidez o alcalinidad de la economía, que se mueve de un lado a otro de la línea que divide a países pobres y ricos?

Hay que dejar de discutir sobre el padrón municipal y abordar los problemas reales. Los políticos parece que están siempre tirándose los trastos a la cabeza, a ver si captan nuestra simpatía y para ello –valga la metáfora- no dejan de escupir, como el tonto, a los aviones que pasan. Hay que arremangarse con problemas como, no el futuro, la oscura realidad educativa que se va imponiendo en la aulas de las grandes ciudades; la masificación sanitaria que padecemos y que se incrementa cada día más; el urbanismo depredativo y corrupto que promueve incesantemente nuevos desarrollos para lucrarse del valor del suelo [sobre todo la administración] y deja a los barrios de los centros urbanos cada vez más envejecidos y deteriorados, convirtiéndolos en guetos, reductos donde solo los inmigrantes acceden a esas viviendas, la mayoría demasiado antiguas y demasiado pequeñas, incluso inadecuadas; la apatía social de los hijos de inmigrantes; la escasez de recursos para animación e integración cultural, deportiva y juvenil en esos mismos barrios; etc. A lo mejor hay que derogar la Ley de Extranjería y sustituirla por una Ley de Convivencia. El extranjero ha de sentirse de aquí, como si estuviera en casa, si no español, al menos getafense o madrileño. Y si no se cumple la norma, pues adiós. Pero de verdad, que no los escondan bajo la alfombra mullida de los discursos políticos, donde cabe todo. Ni nos olviden; a ellos y a nosotros.

17 de enero de 2010

Al fin y al cabo, el amo



El encargado de la contrata llevaba observando un rato al operario que daba vueltas por el desorden de la obra como mirándolo todo, pero sin hacer nada en especial; sin ocupación concreta, sin doblar el lomo.

-¡Oye, tu!-gritó con voz recia-, muchacho, ven y ayúdame a mover estas vigas.

El tipo se acercó y miró al encargado con cara de pillo. Levantó la viga con energía. No parecía que tuviera tanta fuerza, teniendo en cuenta lo flaco que estaba. Casi le tira al suelo. Una tras otra, entre los dos, movieron todas las viguetas de hormigón que molestaban para el paso.

- Bueno, ya puedes seguir con lo que estuvieras haciendo.

Poco, al parecer, pensó el encargado... El muy cara se había metido en la caseta de obras a “lavarse las mano”. ¡Había dicho que iba a lavarse las manos!

El encargado no se había fijado en el chándal de marca del supuesto obrero. Tampoco en sus gafas de diseño italiano. Ni siquiera sospechó que el atuendo del “currito” en cuestión valiera casi como lo que él ganaba en un mes breando con los elementos, gentes, materiales y oficio, para acercarse, más o menos, a lo que ensueñan los arquitectos y trasladan, con precisión matemática, a los planos.

Cuando entró en la caseta de la obra, miró al jefe de obras y con un gesto de interrogación le preguntó por la identidad de aquel tipo que, ahora, revisaba los papeles y facturas que había sobre la mesa. Aún llevaba puesta la gorrita impermeable de color verde, modelo “guerrillero pijo”,  seguramente adquirida en alguna de las tiendas de marca de El Corte Inglés y que, visto en el interior de la caseta a la luz del fluorescente, completaba un atuendo ridículo. ¿Quién sería el individuo?

- Y ese, … ¿quién es?, ese …

El jefe de obra miró al encargado de la subcontrata con sorpresa y haciendo un gesto de complicidad, le susurró:

-El amo… - y le guiñó un ojo- el puto amo, el dueño de la empresa.

La cara del encargado palideció. De repente, “el amo” volvió la mirada hacia él y sonrió. El encargado sintió el rubor inundando sus mejillas curtidas en mil soles y mil obras.

Y cuando parecía que se hundiría el suelo, el terreno del amo, bajo los pies del encargado, sonó el teléfono móvil del empresario y dueño. Contestó. Hablaba bajito, casi musitando, recitándole órdenes al carísimo terminal. Saludó con la mano, salió de la caseta y se marchó sin más.

- Hace un momento le he pedido que me ayudara a mover esas vigas de hormigón, -se justificó el responsable de la subcontrata-. No me ha dicho que no; ni siquiera se ha sorprendido. Como si fuera un obrero. Yo pensaba,.. como lo vi vestido con un chándal… y unas zapatillas…

- El amo, escucha, el amo es, … ¡la leche!, –sentenció el jefe de obras-. Y ahora ha empezado, con lo que parece un hatajo de bueyes, a sembrar semilla negra sobre campo blanco (*). Dos veces al mes saca el arado blanco del cobertizo. ¡Fíjate!

- ¿Y qué espera? Cuando se labra, algo se espera.

- Nadie sabe si será cosecha o tempestad lo que recoja. De su atrevimiento se espantan los hombres, y hasta las aves del cielo.


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* Del blog de Esperanza Fernández Acedo 
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La ilustración superior está basada en la portada de un disco antiguo de música infantil, cuando iban a 78 rpm, titulado "El lechero", de la colección El Organito

5 de enero de 2010

El águila y los idus de marzo


"El ansia de poder es la medicina más poderosa: mantiene con vida incluso a los moribundos". Valerio Massimo Manfredi

La ciudad parece tranquila, pero sólo en apariencia. Las aguas del río de la la capital del imperio bajan revueltas. Algunos de los senadores que parecían o aparentan ser amigos y valerosos apoyos del emperador se han unido, y esperan a otros descontentos y rencorosos, en una conspiración para acabar con la tiranía de César. El “águila” está en peligro. Algunos de los más fieles partidarios de la república quieren acabar con la vida política de Cayo Petrus olvidando que la ciudad y ellos mismos han sido y son lo que son gracias a Cesar. El la ha moldeado a su antojo, la ha ampliado, ha ofrecido recompensas y cargos honoríficos, ha firmado acuerdos con los tribunos y con los principales comerciantes. Ha hecho del servilismo la moneda de cambio, aunque de doble cara como las que acuñara el dios Jano Bifronte que, según reza la tradición oral, mostraba una de frente y la otra, de rostro oculto, que miraba hacia atrás.

La derrota de Santos Pomponio en la batalla de Farsalia, por culpa de la insistencia de las huestes de la doble sd, sin domus y sin denarios, y de la atrevida intervención del líder galo de pesegium, concluyó en su retirada de la vida pública y su posterior muerte política, avivando el resentimiento de una de las facciones de su mismo partido y que, cada día cumplido, se hace más fuerte en el senado de la Capital.

Cayo Petrus miró hacia el salón donde se había dispuesto el triclinium de invierno adornado de manera austera. Al retirar uno, quedaron dos lechos enfrentados para los dos únicos comensales. En la sala destaca un mosaico dedicado a Venus Generatriz, protectora de la familia, y un busto de su hijo Marco Castro Valerio erigido sobre una delgada y bella columna. Los siervos habían dispuesto sobre la mesa fuentes de estaño con frutas y hortalizas, lechuga, y una pequeña ánfora de vidrio llena de un vino rojo como la sangre. No faltan las manzanas de la Galia Cisalpina, los albaricoques de Armenia, ni los dátiles y los higos secos de Persia. También destaca sobre la oscura mesa de caoba una jarra de plata para el agua. Tras los entrantes a base de garum y salazones de la factoria hispánica de Calpe, panecillos de mijo recién horneados y queso de oveja, los comensales iniciaron el debate sobre la situación del gobierno de la república. Luego vendrá el carnero hervido y los pechos de cerda con salsa de ciruelas.

César sabe que su contrincante representa a unos pocos resentidos, exactamente cuatro, cinco si cuenta a su invitado, sin demasiada influencia en las estructuras del poder del SPM y que, con un leve gesto a sus fieles centuriones, pasarían a mejor vida política. Una orden del ganador de tantas batallas llevaría a estos rebeldes a cruzar la Estigia en la barca del viejo Caronte o a vagar sin poder cruzar los horrendos ríos que separan la tierra de los hombres del mundo de Hades, el invisible. A cuál de ellos peor: la tristeza, el fuego, el odio, las lamentaciones o, aquello que nadie quiere para sí ni para su estirpe, el olvido.

El problema no es empuñar la espada, sino hacer creíble el sacrificio de sus rivales y justificar otra acción punitiva y sangrienta contra más ciudadanos de su mismo partido. La esencia de la política, sus meandros y rodeos, incluso las mentiras acumuladas, tan alejadas de la acción van estrechando poco a poco el margen de maniobra. El tiempo no pasa en balde. Los dos comensales toman un poco de vino “Nostrum” de las tierras del sur de la capital aromatizado con especias y rebajado con agua tibia y miel. Los platos fuertes del banquete quedan sobre la mesa, apenas mordisqueados, ante el tamaño de las dentelladas verbales que se han arreado en tan poco tiempo. La situación no parece propicia. Que los dioses sean benevolentes y derramen sobre todos la paciencia de la diplomacia y la virtud que aplaca la ira.

La proposición de César de pacificación y rendición de los rebeldes está envenenada con la astucia del líder. Es desechada de manera rotunda. El representante de la oposición se niega amenazando claramente con una revuelta pública, incluso con escindirse en un nuevo grupo del Senado. Es posible que haya percibido o notado el excesivo interés de César por apaciguar rápidamente los ánimos, incluso comprando voluntades y regalando prebendas. Sólo le atenaza una cierta incertidumbre antes de empuñar la espada y se trata de la información que atesoran sus otrora amigos sobre la utilización de los fondos destinados a las legiones y a las obras públicas y las indiscreciones que podrían tener, eso sí, de manera voluntaria. Ahí, tras esa delgada línea de la traición, se parapetan y de esa manera, casi la única, es como podrían hacer mella en el honor y en la fama del egregio personaje.

Cayo Petrus pretende, de manera casi obsesiva, que el pueblo le otorgue un nuevo mandato, y el senado le ratifique como único cónsul y pontífice máximo. Está cansado y no soporta que sus propios correligionarios, con los que ha luchado en tantas batallas, le amenacen con la destitución. No quiere cargos honorarios. Quiere seguir manejando las riendas del poder con absoluta libertad. Por el pueblo. Siempre ha sido un águila para el pueblo. Y así, si el destino lo quiere, seguirá siendo, o, en caso contrario, acabará para siempre.

Las heridas tras la derrota de las legiones en la batalla de Farsalia nunca se cerraron; y siguen abiertas a pesar de los últimos esfuerzos por apaciguar esa especie de guerra civil soterrada que amenaza con destruir sus impulsos más íntimos y el ahínco con que trabaja para convertirse en dictador máximo o gobernante vitalicio. Sin embargo el espíritu de Pomponio sigue rondando por los alrededores de los palacios del monte Aventino, como lugar propicio desde antiguo para la secesión y la traición, como una pesadilla que llena de malos augurios sus sueños. Piensa que su concurso es la única manera de asegurar una próspera continuidad, ahora amenazada; que él siga para que el imperio siga, permanezca en sus límites y no se derrumbe, quiebren los negocios de sus más preclaros amigos y accedan al gobierno los representantes de la aristocracia más antigua y conservadora. La república, para él, está en peligro. Menudos tontus culi. Quien amenaza al “águila”, amenza a la república.

La comida acabó rápida, sin tiempo para el postre; ni ceremonias, ni libaciones a los dioses. Se despidieron secamente. No había posibilidad de llegar a ningún acuerdo…

A la mañana siguiente, como solía hacer la mayoría de los días durante los últimos años, tras las campañas militares, se aventuró por las calles de la ciudad sin su guardia pretoriana: no fueran a pensar los ciudadanos libres que su poder se basaba en el número y en las cohortes de seguidores. Y además, quién se atrevía a mantener su paso, rápido y fulgurante. Le gustaba adentrarse por los recovecos, andar por las avenidas del foro, por las callejas, observar a los trabajadores mientras arreglaban la calzada flaminia o revisar los planos junto a los maestros de obras que proyectaban sobre el terreno el templo en honor de Marte. Los cipreses del foro le veían pasar raudo mientras saludaba a los numerosos viandantes que le reconocían . A su regreso, hacia el palacio del pontífice máximo, donde residía, observó detrás de un grupo de escombros y arbustos a un viejo conocido que le guiñaba el ojo y le hacía señas con los brazos. Se acercó. Era un antiguo senador, devoto de Saturno y, al parecer de la mayoría de la gente, más extraviado que el carnero de la X Legión. El loco le sacó la lengua ante la extrañeza de Petrus y le guiñó el ojo derecho:

-Guárdate, Cesar, de los idus de Marzo

-¿Qué quieres decir, anciano?

- Sólo eso. Guárdate cuando lleguen los idus de Marzo. No te expongas al designio de los hombres, ni persigas los dones de los dioses.

Cesar se alejó y meditó sobre las extrañas palabras del agorero. ¡Llegarán los idus de marzo, los de abril y los de mayo, las calendas diciembre y las de Jano y seguiré en el poder! Que la piedad enrede y debilite los brazos de César cuando dirija el acero a sus enemigos.

-¡No creerán que yo soy Julio! -pensó-. Mi nombre es Cayo Petrus Castro, el más veterano de los césares. Ocho días antes de la fiesta de las Lupercales, cumpliré veintisiete años desde que fuera elegido para el cargo.

- Y aunque los conspiradores pudieran asestar el golpe -sigue pensando el viejo-, ¿Qué pasará luego? ¿Habrán pensado en el nombre de los nuevos cónsules de la república o, tal vez, discutirán sobre la identidad de mi sucesor como dictador y pontífice máximo? ¿Se respetará el testamento que guardan las vestales del foro junto al fuego sagrado y que determina a mi hijo como heredero del imperio? ¿Habrá un proyecto de futuro para la república en las manos de los conjurados? ¿No se respetará mi última voluntad?

¿Cómo marcharán los negocios de los grandes senadores y generales retirados? ¿Será Castro Valerio, como miembro del triunvirato, el nuevo emperador o tendrá que obtener el mando manu militari en nuevas y fratricidas luchas contra otros miembros del senado sobre todo contra Octavio Sacistan? ¿Cuál será el papel en estas futuras luchas intestinas de la ayudante de César, Sira Barrosum?

No precisamos que el augur saque el hígado del carnero sin mácula ni defecto. Sabemos que el vaticinio es cierto. Las hojas brillanes de la higuera "ruminalis" del monte Palatino que brotarán, como todos los años, hacia los idus de marzo serán, no el presagio, la visión real de un futuro inestable e incierto.


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Las kalendas januariis

De los idus de diciembre, el día 13, hasta las calendas de enero, día 1, se celebraban en la antigua Roma las fiestas más impactantes y transgresoras de los fastos. Diciembre era el “décimo” mes solar antes de que Julio César aprobase un nuevo calendario en el año 46 a.C. Las fiestas en honor de Saturno o saturnalias eran una manifestación pagana de las que provienen o se inspiran, adaptadas por la tradición católica, las actuales fiestas de navidad, santos inocentes, noche vieja, año nuevo y reyes; durante su trascurso se suspendía la actividad política de la ciudad, se cerraban los tribunales, se concedía vacaciones a los escolares, se aplazaban las ejecuciones y se concedía la libertad a algunos presos, se realizaban sorteos de lotería, se organizaban banquetes públicos, se gastaban bromas y se daban regalos unos a otros.

Durante las saturnales se celebraban una orgía catártica que invertía el orden imperante para regresar al Caos original que generaría un nuevo y próspero tiempo, al estilo de los carnavales. Las hogueras y fuegos saturnales alumbraban, por unos días, una república de chirigota en la que los humildes ejercían el poder, se derogaban leyes, los amos servían a los esclavos y las mujeres retozaban a su antojo sin perder, por ello, su “buena” reputación.

Estas fiestas se engarzaban con las que celebraban el nacimiento de los dioses solares egipcios (Osiris, Horus, Set, Isis y Nefty).  Osiris nacía el mismo día 25; en los cuatro días siguientes nacían sus hermanos. Estas fiestas tenían una escasa aceptación entre los romanos hasta pasados casi tres siglos de la era cristina, cuando se instauraron como las fiestas del “sol invicto”.

Aunque estaban dedicadas a Saturno, expulsado del Olimpo por Zeus, y acogido en el territorio que luego ocuparía la propia Roma, las saturnales se celebraban bajo los auspicios o el amparo de Jano, el dios “bifronte”, el de las dos caras, una que mira hacia atrás, al pasado, y otra que mira hacia delante, al futuro; es el dios que preside el transcurso del año viejo al año nuevo, el que cierra y abre puertas, el que rige la transición entre lo viejo y lo nuevo. A Jano se dedicaba el primer mes del año y el primer día de cada mes, llamado calendas.

El día de noche vieja, el 31, el último día del año solar y fiesta de las vísperas de las Strenas, se celebraba, casi como hoy en día, con fuegos, bullicio y un gran tiberio. Se hacen ofrendas a la diosa sabina Strenia bajo cuyo auspicio empieza el nuevo año y de donde deriva la palabra estrenar por la costumbre que tenían de hacerse regalos. El día uno del mes de Jano era el de las famosas “Kalendas Ianuaris”.

Los meses no se dividían en semanas sino que se estructuraban en función de los días de mercado. Los días más señalados eran las calendas, primer día del mes, y los idus que indicaban la mitad del mes lunar romano. Esta fecha coincidía con el 13 de cada mes, salvo marzo, mayo, julio y octubre que se celebraba el día 15. Entre las calendas y los idus se anotaban las nonas, días 5 o 7, dependiendo de la fecha de los idus. El día de los idus de marzo del año 44 a.C. fue asesinado Julio César.