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2 de abril de 2020

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25 de agosto de 2017

Sara Hernández y la tabla de las brujas

Sara Hernández está o estaba de vacaciones. No desvelaremos el sitio, y no lo haremos bajo la excusa de la seguridad de la primera edila; sencillamente, y parece suficiente razón,  no lo sabemos, ni nos interesa para el  propósito de este pequeño relato de política ficción. La isla es un pequeño paraíso mediterráneo. Las islas son siempre el destino preferido de los habitantes del interior.

La alcaldesa de Getafe, imagine el lector,  pasa estos breves días alternando el mar y los paseos por  el interior, un paisaje de pinos y algarrobos, que confiere una peculiar  estampa al idílico lugar. Algo de ejercicio y un poco de lectura, un hábito abandonado por el poco placer que le ocasiona y por las múltiples ocupaciones políticas, razón suficiente para justificarse. No preguntaremos por su último libro. Eso es fácil de inventar. Ahora, sobre la mesilla de noche descansa, abierto como un abanico, 'Discursos sobre la primera década de Tito Livio', un libro editado por  Gredos que abre la puerta a la política moderna en tiempos de los Médici. Qué nivel. Sara quiere consejo y nadie mejor que él.  Sin confesarlo, se identifica con Niccolò di Bernardo dei Machiavelli; ambos, funcionarios de vocación, son republicanos, a pesar de la aporía que se suscita entre  la obra que  tiene de cabecera y su libro de más éxito, El Príncipe.

Muchos son los problemas que la acucian para acudir al escritor florentino. No será la falta de liderazgo en el PSOE-M la causa de su defenestración;  cuando Pedro Sánchez levantó su dedo federal para apoyarla  como lideresa de los socialistas madrileños, ya sabía que era una traidora. Sara había desertado de las filas de Tomás Gómez la misma noche de su cese, cuando aún era un político de cuerpo presente.   Tomás Gómez también sabía que era una traidora cuando la ayudó en su pelea con Pedro Castro.  «Yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla».  

Sin embargo, antes de anunciar su retirada en esa carrera de 'coches locos' en que se han convertido las primarias socialistas de Madrid, piensa que tiene que negociar con José Manuel Franco y el sector sanchista las condiciones de la rendición, una capitulación con honor... El verdadero peligro no está en perder el cargo del PSOE-M.  Dudan los sanchistas si repetirá como candidata a la alcaldía de Getafe; el fin del triunvirato. Algunos piensan que aceptará, para lo mal que lo está haciendo en todas partes, ser una diputada del montón.   «Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse».

Además, por si fuera poco, además de la arisca y rebelde Mónica, la primera edil socialista de la historia de Getafe en pasarse al grupo de no adscritos,  tiene el problema de la imputación de Ángel por el tema de los 25 despidos de LYMA. El código ético firmado por todos los candidatos antes de las elecciones le obliga a dimitir y a renunciar a su acta... Y aquí el problema vuelve a no ser ese. La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad. Qué nos importa a nosotras el torpe de Ángel, el problema es que la siguiente en la lista es la misma de siempre, Ángeles Guindel. Y eso sí es un inconveniente según descubrió  el Cifu,  en el facebook cuando lo de Mónica podía acabar en un corrimiento en la lista y  no, como fue y sigue siendo, un grano en el culo.

Hoy ha fracasado en su intento de pescar un pulpo debajo de las aguas cristalinas aunque ha disfrutado de un día relajado. A la caída del sol, cuando las lagartijas verdes se solazan en la cerca de piedras ha organizado una cena fría para sus amigas y confidentes en el gobierno municipal de Getafe; ya saben, Cristina y Silvia. Y al final, incluso, podría acercarse Concha. Parecía que gobernar era más fácil cuando al frente de las operaciones estaba Pedro Castro ¡Qué fácil era ver, aunque en silencio, los errores,  y estudiar las soluciones! Sin embargo, ahora, los problemas  y los fallos en las decisiones tomadas durante los dos últimos años se acumulan a la puerta de la alcaldía.  ¿En qué se había equivocado? Los sanchistas acechan no solo en Madrid; también en Getafe. «Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse». 
Hay que despejar el camino. Ya se han acabado las vacaciones; es el momento de empezar el tercer curso de la legislatura; el último no cuenta, es campaña. Y no solo no hemos hecho nada trascendente sino que arrastramos problemas internos y externos, judiciales y de mala relación con la fuerza que apoyó su elección como alcaldesa.

Después de la cena, las tres mujeres se toman unos chupitos de un licor 0,0 que había en la estantería. Quizás estaba 'aliñado' porque al momento empezaron a desvariar ligeramente. Ante el cúmulo de problemas y decisiones, una de ellas, cualquiera qué más da,  propone jugar un rato a la güija. ¿Sabes que en realidad se llama ouija? Sí, oui —sí en francés— y ja, sí en alemán. Aunque desde su invención se la denominó 'tabla de las brujas'. Ja, ja, ja... eso la tabla de las brujas.

Y para empezar,  las tres se han concentrado en convocar a alguien docto. Sara asegura que le gustaría conectar con Maquiavelo. Ojalá el escritor florentino estuviera de cuerpo presente para llevarlo de reunión en reunión como asesor.   La traidora y sus consejeras analizan la situación política intentando  concretar las preguntas más acuciantes. ¿Tendrá consejo el pensador florentino para los problemas de la política moderna?    Ya no valen los consejitos y las filtraciones de los dalton, esos asaltacaminos que van y vienen, mercenarios de la pluma o, inmejorablemente retratados por una de las que tiene la 'oreja caliente', prostitutos de la información. Así quedan retratados en su hábitat natural: dando vueltas y más vueltas en el pesebre con el dizfraz de periodistas. ¿A lo mejor, otro buen pellizco de dinero público podría salvar la imagen de la alcaldesa en los abandonados barrios de Getafe?

Sin embargo, y a pesar de la corrupta inversión en publicidad para los amigos,  ahora, las contingencias hacen necesario un asesor, no de confianza —eso sería impensable quizás para una traidora—, digamos solo de una cierta capacidad intelectual y con algunas lecturas políticas relevantes.  En los tiempos que corren, hasta vulgares y engreídos personajillos de la trampa adelante ejercen de analistas y consejeros políticos. Así le va a la primera edila, rodeada de una pequeña corte de lisiados morales, sacuartos y aprovechados. Como la de los Borbones en tiempos de María Cristina (la Regente).

Evidentemente, dejando a un lado  a los  inanes apátridas políticos, nadie mejor que Nicolás para tal misión. Conocedor de que la virtud no siempre triunfa, es el único que puede aconsejar a la jefecita de los socialistas madrileños en sus decisiones. Nadie duda de su próxima renuncia a  la secretaría general de los socialistas madrileños para no acabar como gallina sin cabeza. Se constata aquello de que los cobardes, del género que sean, ofenden antes al que aman que al que temen. N-e-g-o-c-i-a- ele-a-erre-ene-d-ic-c-i-ó-ene... La tacita se mueve con rapidez sobre la tabla. La condición para dar un paso atrás y apoyar a Franco ha de ser, sí o sí, que se comprometa a no apoyar a ningún candidato ni candidata en las primarias de Getafe. De lo contrario dará la batalla. Si ganó Pedro Sánchez sin el apoyo del aparato, no será ella menos, ¿no?. Sara quiere volver a presentarse a las elecciones municipales a riesgo, incluso, de volver a bajar el listón y batir su propio récord con los resultados más bajos del PSOE de los últimos cuarenta años...

Abandonado, aunque aún disimule, ese ilusorio liderazgo del PSOE-M, Sara Hernández podrá centrarse en los muchos líos que se le amontonan en la puerta de la alcaldía.  Al desbarajuste de una ciudad sucia e insegura, con una grupito de ediles incapaces de gobernar a pesar de los cargos de confianza, se le viene encima la cuestión del concejal imputado. No es baladí; sí, imputado, sin ambages en las notas de prensa. Y eso es un auténtico problema político y moral. Según el código ético firmado por los candidatos a ediles del PSOE antes de los últimos comicios, en el caso de estar imputados y abrirse juicio, todos se comprometían a dimitir. Y lo firmaron públicamente. Y ese es el caso que afecta a Ángel Muñoz, el concejal responsable de LYMA.  Tiene que dimitir.  Los hombres son tan simples, y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar. De lo contrario, ¿qué valor se le concederá a las promesas de los socialistas getafenses? Solo hay una salida, o quizas dos: dimisión o... ¡Nicolás, aparece y dinos! T-i-e-n-e-q-u-e-d-i-m-i-t-i-r.

Por una parte, la imputación del edil es un auténtico despropósito que agrega otra mancha indeleble en la legislatura, pero, por la otra, la dimisión es imprescindible para seguir apretando [políticamente] a los ediles del PP imputados. ¿Y si no quiere dimitir, porque se ampara en la presunción de inocencia? Vaya, tenemos un problema. El ambiente de claroscuros incita a ver visiones. Quizás Niccolo está entre nosotras.

La situación de Ángel Muñoz es la consecuencia de la política aplicada por el gobierno presuntamente de izquierdas (PSOE-IUCM) tras el escándalo desatado en Lyma por el cobro (otra vez presuntamente) fraudulento de las ayudas sociales que establece el convenio colectivo del Ayuntamiento y de sus empresas públicas con facturas falsas. Una pillería de la que no se ha conocido el alcance total ni el trasfondo. La alcaldesa optó por dar un escarmiento en la figura de los barrenderos; no en la de su amiga y consejera Cristina González que se ha aprovechado más de los recursos públicos que los despedidos de Lyma. Hay que recordar que Sara Hernández lleva toda su vida laboral chupando del bote municipal, salvo un pequeño periodo que lo hizo como becaria en UGT. No aprendió ni siquiera el sitio en el que se tenía que ubicar, al lado, no en contra de los trabajadores. En fin, ya había comprado una de las máximas del pensador florentino: «un gobierno eficaz no debe tener piedad»;  y así ha sido, eso sí con los más débiles. Maquiavelo se repite: «Castigar a uno o dos transgresores para que sirva de ejemplo es más benévolo que ser demasiado compasivo».

Ninguno de sus inanes o inanas, estériles, aficionados y engañabobos consejeros acertó en el diagnóstico o en la solución al problema. Y ahora los tribunales andan dando la razón a los trabajadores... Si se readmitiera a todos y esa quisiera quitar la querella contra el 'escobas',... todo se arreglaría fácilmente; igual que pasó con la querella de Ángel Torres contra ella, contra Vico y contra el papanatas de Santos.  Si no llega a ser por el fabuloso convenio que Pirri puso encima de la mesa, estaríamos fuera de juego político. H-a-y-q-u-e-s-e-r-z-o-r-r-o...—la güija dicta la sentencia, aunque Cristina añade las disyuntivas de género— bueno o zorra, p-a-r-a-c-o-n-o-c-e-r-l-a-s-t-r-a-m-p-a-s-y-l-e-ó-n —o leona— p-a-r-a-e-s-p-a-n-t-a-r-a-l-o-s-l-o-b-o-s —y lobas.

Cada vez que se prevé tormenta con los ediles electos [en cualquier partido], como ya pasó en el PSOE esta legislatura con la insurrecta Mónica Cerdá, los más rápidos del lugar acuden a las listas presentadas para saber quién sería el  sustituto del edil o edila en cuestión. Ese es el problema que se plantea con el edil de la limpieza de Getafe. La siguiente en la lista sigue siendo la misma; Mónica Cerdá no dejó el acta, solo adquirió la condición de  no adscrita. La que aparece en el umbral, a la puerta del salón de Plenos, en caso de baja de alguno de sus compañeros, es Ángeles Guindel, número nueve de la lista del PSOE, colocada precisamente detrás de Ángel Muñoz. Una candidata que no es precisamente de la misma cuerda de Sara Hernández, sino todo lo contrario. El orden de la lista se presenta como una cuestión  más  del incierto crucigrama de problemas planteado.
Así, entre las brumas de la noche, las tres mujeres se durmieron en compañía del espíritu de Maquiavelo.

Al asomar los primeros rayos de sol por la ventana del este, Sara llamó a sus amigas y, alborozada, las abrazó. Habéis visto, era fácil. Nicolás nos ha dado la solución. La Guindel no puede entrar de concejala; ya nos valdría, como si no tuviéramos suficientes problemas. Es mejor, como ha sugerido Maquiavelo, que Ángel no dimita, que se muestre arrogante y ofendido. Él es inocente hasta que se demuestre lo contrario. En esa tesitura, solo podremos abrirle un expediente y... Y  Ángel se va [temporalmente] al grupo de no adscritos con Mónica. Pero, eso sí, todo pactado; tendrá que seguir votando igual que ahora, con la misma disciplina. Él se siente socialista, no hay duda. Hará lo que digamos. Si sale absuelto, —ya nos lo trabajaremos con la fiscalía—, alabado, lo reincorporamos y listo; si, por el contrario, lo condenan, allá él, que haga lo que quiera, aunque hay que intentar que no entregue el acta. «La política es el arte de engañar». Maquiavelo.




20 de agosto de 2017

Adéu Ripoll, adéu


La investigación de los recientes atentados en Barcelona y Cambrils ha conducido hasta Ripoll, donde vivían los jóvenes terroristas y donde fueron  reclutados y adiestrados en pocas semanas por el imán de la localidad. Ripoll es noticia por ser el epicentro, cuna y escuela, de un buen puñado de serpientes asesinas, quizás víctimas también, envenenadas ellas mismas por el odio y la radicalidad religiosa.

La noticia me ha provocado, además de la consternación por lo inesperado y por la crueldad de los terribles sucesos, el recuerdo de esa zona enclavada en el corazón del Pirineo oriental donde residí dos años, poco más o menos, repartidos entre Ripoll y el cercano Camprodón, oportunidad funesta  para exhibir un pequeño fragmento, quizás distorsionado por los años, de mi vida en Cataluña.

Como miembro de una familia nómada, en diez años había vivido en  Alcalá la Real, Almuñécar, Pedro Martínez y El Centenillo, todos ellos de Andalucía.  El primer curso del bachillerato  elemental, el mismo año que el hombre pisó la Luna,  lo pasé como estudiante interno en los Escolapios de Getafe. Al acabar las clases, me reuní con mi familia en Camprodón, a donde habían destinado a mi padre tras uno de sus ascensos.



Camprodón era distinto a todo lo que había visto en mi primera década de vida; el idílico paisaje estaba teñido por el verde.  Camprodón, en estío,  era muy verde, y en invierno, blanco,  recubierto por el manto de la nieve. Allí, cuando llovía, llovía de verdad,  se desbordaba el Ter y subían las aguas torrentosas casi hasta el primer piso de algunas viviendas, incluso caían ranas del cielo; cuando hacía sol, los montes y los bosques se ofrecían al excursionista en todo su esplendor;  las fuentes destilaban abundante agua pura y helada; las truchas lucían sus iridiscentes escamas, remoloneando entre las piedras, dejándose llevar o luchando contra la transparente corriente del río. Camprodón era un pequeño pueblo que olía a galletas  y adonde, en verano, se trasladaba la burguesía barcelonesa  para disfrutar de sus encantos naturales y del fresco de las noches pirenaicas. Era el mismo escenario de las interminables idas y venidas con mi primera bicicleta: del aserradero hasta la plaza , y vuelta hacia arriba.

Las aguas cristalinas del Ter dejaban Camprodón en su camino hacia Joan de las Abadesas y Ripoll brincando, chorreando y haciendo pequeños remolinos bajo el puente romano, estampa y símbolo del lugar.  Y nosotros, también. Cuando acabó el verano, mi padre me matriculó en los PP. Salesianos de Ripoll y pidió el traslado al cuartel de ese municipio. Si en Camprodón  conocí dos viviendas, en Ripoll no serían menos. La primera era un lóbrego y húmedo bajo. El zaguán de entrada tenía las paredes ennegrecidas por culpa del carbón que se acumulaba allí para alimentar la estufa en los fríos meses de invierno. Poco habitable, en fin. La segunda vivienda era un quinto sin ascensor, pero sin humedades,  luminoso y céntrico. Ripoll era  el monasterio románico donde escuchábamos la misa todos los domingos, eran las excursiones en vespa con mi padre a buscar 'rovellons', rebollones o níscalos en los frondosos bosques otoñales; eran las tardes de los domingos viendo las tres o cuatro películas de la 'sesión continua' del cine  comiendo pipas.

Los Salesianos no eran un mal colegio, aunque —en mi caso—, no pudo, ni quiso, compensar el dinero que le costó a mis padres; en él cursé segundo y tercero. Los curas enseñaban todas las asignaturas en catalán: matemáticas, francés, física, química o  castellano; y por supuesto, el propio catalán. Y he de confesar que al principio, la única que conseguí aprobar fue, paradójicamente, el catalán. Así que la polémica por el uso discriminatorio de ese idioma no es  de ahora, ni forma parte de un novesoso programa político de secesionistas y rabiosos nacionalistas, claro.

En aquella época no existía el debate exacerbado que han provocado las redes sociales con respecto a algunos temas como la obsesión por el nacionalismo conservador que propugna la independencia ni la mala educación que denosta, sin conocimiento, la cultura del otro. Pero, el problema era que yo, entendiendo el lenguaje coloquial de los catalanes,  no era capaz de entender la geografía, la química o, menos aún, la  historia de España en aquel idioma.

Y así, eso que parecía un serio inconveniente, y de hecho lo fue para las calificaciones finales del segundo año, me motivó a utilizar el tiempo lectivo en otras disciplinas como el dibujo, la caricatura, la escritura, y la ingeniería, una fallida  e infantil vocación por la inventiva. Lo libros eran un catálogo de esquemas, dibujos y retratos de los curas y de mis colegas. Allí en Ripoll, al lado del río Ter, construí y lancé al espacio mi primer y único, diminuto, cohete propulsado por pólvora que había fabricado artesanalmente. Aquel artilugio subió escasamente dos metros antes de derretirse, pero aún lo recuerdo con la emoción del niño que cree haber logrado una hazaña tecnológica. Sin embargo, la luna estaba demasiado lejos...

Dando un repaso a las últimas noticias de Ripoll,  tendré que considerar seriamente que aquel mundo mío está muerto o agonizando. Conste que la nostalgia hace daño y que han pasado, no en valde, cuarenta y cinco años. Al final de la imagen de ese mundo que yo atesoraba,  han contribuido —claro está—, los terroristas; pero también los líderes políticos, religiosos, incluso los ciudadanos, permanentemente enfrentados en la calle, en las redes sociales, agrupados en bandos, defendiendo principios, sean cuales sean, irreconciliables, ajenos a los verdaderos valores humanes.  Lo importante, se ha establecido, es que nosotros, solo nosotros, llevamos razón; los que no están con nosotros ni piensan igual son unos... lo que sea.

Por cierto, la vida sigue a pesar de los muertos. Este próximo sábado, 26 de agosto, se celebra en Ripoll, «la festa de la tapa i la cervesa». Muy original, no es; pero eso sí, la cerveza no es Mahou como en Getafe. Variedad para elegir, todas artesanas, una mexicana, una aragonesa y el resto con 'pasaporte catalán': Calavera, Minera, Santa Pau Ale, Sant Jordi, Seelen, Vip. Mientras degustamos las 'cervesas',  ponemos flores, encendemos velas y alabamos la diversidad, nos apuntamos por unas horas al movimiento buenista, suspiramos por el amor universal y todos esas paparruchas de cura hipócrita o político falsario, las culebras se inoculan más veneno para morder con odio a una sociedad enferma o adormecida. ¿Ya vienen los bárbaros? —habrá que preguntar remendando el poema de Kavafis— ¿Y si no vienen? —se cuestionan los ciudadanos impacientes—Los bárbaros ya están aquí.

10 de junio de 2017

El peregrino de las estrellas



1

Suena una música antigua en la cabina de la nave, tal vez 'Hermoso planeta Tierra' de Vangelis, mientras el piloto aguanta el tedio de universo infinito y, de vez en cuando, los efectos de la aceleración de los motores espaciales de última generación que le impulsan en su viaje hacia un destino ineludible. Cada día que pasa siente más cercano el fin de los días, de las cosas y de las gentes, de ese universo posible. La última frontera. Siente dolor, nostalgia y miedo; hace una noche pespunteada de estrellas que se acercan y se alejan.

En un segundo, a la vuelta de un planeta sin nombre, un chorro de luz penetra en el pequeño habitáculo, se descompone en cientos de estrellas amarillas, naranjas, azuladas, violetas y rojas que chisporrotean sobre la luna de cristal y se reflejan mil veces sobre las brillantes aleaciones. Sube la temperatura de color en el interior. A pesar de la inyección de optimismo, el hombre se siente vigilado.

Desde una estrella, alejada muchos años luz, un observador piensa, en consonancia con las leyes universales de la materia, que todo es relativo, que nada es absoluto, infinito o eterno; ni siquiera perdurable. Es más, en ese mismo instante, aquello ya pasó. El hombre y su nave no existen. Son pura y nítida ilusión. Imágenes del pasado. Esa reflexión, por más que sea obvia y conocida, le procura esa emoción que nos embarga el pecho y los ojos antes de romper a llorar por lo que se antoja inasumible.

El piloto, ajeno a la reflexión del observador, se regocija con el festival lumínico, y sonríe  mientras se repite una y otra vez la máxima de la supervivencia. Amanece, que no es poco....





2

Una jornada sigue a otra; cuánto durará esta sucesión anómala de días y noches iguales, se preguntó el pilotó mientras se quitaba el casco y lo dejaba en el asiento vacío del segundo de a bordo. Sin el caudal de oxígeno fresco, el receptáculo olía a rancio. Estaba cansado de escudriñar el vacío sideral en busca de una señal, una luz o un mensaje cifrado que le diera esperanzas. un planeta nuevo, un hogar verde donde volver a plantar tomates, alcachofas o perejil, un sitio fresco y cálido en el que lloviera a cántaros para curarse de la monotonía. Aún desconocía si el universo era infinito. 85 años luz era una distancia fabulosa pero no suficiente; claro, minúscula. Trescientos mil kilómetros por segundo, por sesenta segundos, por sesenta minutos por veinticuatro horas, por 365 días... La tierra y su vida eran solo un recuerdo. Atravesó el pasadizo agrisado de luces blancas en dirección a la pequeña cúpula con vistas al universo,  pensada como zona de descanso para la tripulación.

Accionó el sistema de ingravidez y se dejo flotar hasta el panel de suministros. Líquidos o gaseosos. Agua mineral de las montañas más exóticas, café, té, borgoña, jerez, oporto, ron cubano, whisky escocés y americano, vodka,... Hoy prefería algo más etéreo: ambiente de bosque húmedo, aroma de campos con la mies recién segada, marihuana, gas de la risa, del amor, de la tristeza,... El que diseñó el panel era un imbécil. Perdido y desolado como un vagabundo estelar, tenía necesidad de un chute de los buenos, una inyección de,.. lo que más quería era futuro; pero de eso no había. Era, quizás, la única ausencia. Cogió la mascarilla y apretó al botón de felicidad. Bastaban tres segundos para engañar al cerebro con la química. Ya era feliz, o casi. Volvió a presionar la misma tecla; uno, dos tres,... No estaba satisfecho. Buscó otra opción. Amor, amor. Hacía mucho tiempo que no lo tomaba a granel ¿Qué poder tenía la química para incitar a ese sentimiento en soledad? Uno, dos, tres. Poco a poco, vencido por el sopor, se colocó en posición fetal mientras las drogas hacían su efecto.

El observador, volvió a dirigir su mirada a aquel pobre ser. Desde su planeta, aquello solo era una película grabada muchos años antes y protagonizada por un hombre solo, un simple mortal; anacoreta a su pesar, desamparado ante lo inevitable e inminente. Le sorprendió. Aquel ser sonreía y las arrugas de su rostro iluminado dibujaban pequeñas muecas de felicidad o tal vez era una mezcla de burla y afecto, de zalamería y dulzura. Soñaba. Su madre lo rociaba de besos a la vez que lo acariciaba y le lanzaba pellizquitos como saetas. Su mirada reflejaba la candidez, la inocencia y la felicidad de un niño amado...

A ratos le abandonaban los momentos de bienestar y sufría episodios de terror y locura; quizás se había pasado con la dosis. No sentía el dolor, pero su cerebro se ponía en guardia y batallaba con la entereza de siempre las amenazas que le acechaban; roedores que trepaban por las paredes y volaban, quizás por la falta de gravedad, aves funestas y negras, arañas gigantes... El sudor empezaba a correr por su frente y por su nuca. No podía pedir ayuda... Tenía la garganta seca.  Fatal enfermedad de previsible y aciago final. El mundo giraba loco a su alrededor por culpa del azúcar y de las drogas contra el dolor. Solo se tranquilizaba cuando al fin aparecía el rostro de su hija... ¿Era una fantasía o la realidad?





3

Poco a poco fue retornando del reino de morfeo. Arriba, la cúpula seguía mostrando el mismo o parecido paisaje; cientos, miles, millones de brillantes lucecitas tejían el tapiz del universo sobre fondo negro. Los paneles de energía del exterior de la nave aparecían extrañamente amarillos sobre el fondo azul. Tenía sensación de hambre. Lentamente, como quien no tiene prisa, se impulsó con imperceptibles movimientos de los pies hasta el panel de suministros y eligió un batido de vitaminas, proteínas, hidratos de carbono, ácidos grasos de cadena media, y una retahíla de compuestos bioquímicos esenciales para la vida con sabor a vainilla.

Se acerco al suelo y desconectó el sistema de ingravidez. Era una sensación parecida a la que se experimentaba al salir de la piscina, pero multiplicada por dos o por tres. Era menester cruzar de nuevo aquel horrible pasillo y regresar al puente de mando. Los vidrios reflejaban su aspecto envejecido. Una espesa y blanquecina barba de dos o tres días con los pelillos duros como púas de acero le conferían aspecto de enfermo. Solo los pómulos, la frente y la quijada tensaban la piel. Las arrugas le recordaban, como los anillos de los troncos de los árboles, los años de existencia. El no era un viejo; aún pensaba que estaba en lo mejor de la vida. El recuerdo de su madre había sido nítido, real. Quién pudiera viajar en el tiempo y volver a vivir solo las épocas más felices.

Entre las sombras de la memoria se precipitó clara y brillante la imagen de aquella mujer a la que amó toda la vida desde que ambos eran mozos. Morena y espigada, de talle frágil, inteligente y curiosa. ¿Se volverían a encontrar? Él no creía en un ser supremo. La ciencia, estaba convencido, descartaba esa posibilidad. Pero, ahora daría la vida a cambio de unas horas, solo unas horas con ella.

¿Sería posible regresar, viajar en el tiempo para ello? La teoría lo daba por cierto pero en la práctica los materiales no soportaban los cálculos matemáticos. Había que superar la velocidad de la luz para retroceder en el tiempo y la nave, a máxima potencia, se acercaba pero no conseguía seguir a los fotones. Solo existía una posibilidad.

Al llegar al puente de mando tomó la decisión que le rondaba por la cabeza. Ya lo sabía.  Unas pequeñas operaciones le confirmaron que a la velocidad de la nave le faltaba un impulso considerable que solo podría añadir con una formidable fuerza de gravedad. La enorme atracción que necesitaba solo la podía conseguir en algunos puntos del cosmos. Seria posible al acercarse a un agujero negro, una zona del universo con una masa y una densidad enorme, como un pequeño universo que traga fragmentos de otros universos,...

Podía intentarlo. Valía la pena probar. Solo por ella; además, ¿qué podía perder, la vida?


4

Pasó suavemente el dedo por el panel táctil para recuperar el control manual. Se dirigió al supercerebro de la nave.

—Hola, buenos días Isabelle. Muestra el cuadrante espacio del universo conocido desde nuestra posición, velocidad y dirección relativa a origen.

Sobre la pantalla gigante de cristal que separaba su pequeño mundo del resto del universo, apareció la retícula de 100 por 100 que dividía la parte visible en pequeños cuadrados de 10 millones de años luz de lado; un puzle imposible de recorrer de un extremo a otro en mil vidas. Y eso suponiendo que, llegados al final, no apareciera otro cuadrante más; y otro, otro,... En la parte inferior aparecían los datos de navegación. Velocidad de crucero: 140.000 kilómetros por segundo, menos de la mitad de lo que necesitaba.

—Isabelle, aumentamos la velocidad al máximo.

—En quince minutos la 'Peregrina' alcanzará los 230.000 kilómetros por segundo—, respondió con voz aterciopelada el robot de la nave. —Póngase, por favor, el equipo y prepárese para los efectos de una aceleración constante.

—Añade la dimensión tiempo y busca señales y focos de energía negra calculado masa, densidad y trayectoria a la más cercana.

Sobre el panel, un círculo rojo señalaba el agujero negro. Medio año luz, o días quizás, para entrar en su campo de influencia. Aquel objeto no tenía nombre, ni siquiera una signatura alfanumérica.

—Bien Isabelle, a esa estrella la llamaremos 'Manuela', simplemente Manuela, sin números, ni raros algoritmos,..

Manuela era una estrella que emitía una luz negra y brillante. Con una masa equiparable a 10.000 sistemas solares de la tierra, tenia el tamaño de uno solo; parecía suficiente densidad para obtener la aceleración necesaria. Con la atracción de su fuerza de gravedad y la potencia de los motores de partículas, la Peregrina alcanzaría, y sobrepasaría, la velocidad de la luz.

—¿Nos dirigimos hacia Manuela?, preguntó la maquina inteligente.

—Calcula la curva y cambia el rumbo, Isabelle. Allá vamos.

—No lo entiendo. Eso podría ser peligroso... Pondrá en riesgo la nave y su vida... Va en contra de las leyes naturales.

—Sí Isabelle, vamos a volver atrás, a mi juventud, aplicando los cálculos de la teoría de la relatividad... No quiero morir aún, amiga.

—Debería saber comandante que eso es imposible. Para usted y para mí. Pura fantasía derivada de las teorías matemáticas sobre los limites del espacio tiempo y la materia... La inmortalidad no existe, a pesar de los intentos vanos de los científicos.

—Vale, estoy de acuerdo contigo, seguro... pero quiero vivir. Enfila la nave hacia allí con los chorros de partículas a todo trapo.

—Esa orden no es lógica, señor. He realizado el calculo exacto. En unas pocas semanas, aproximadamente para el día 12 de octubre entraremos en el campo de influencia de esa estrella negra, sin posibilidad de regreso, sin marcha atrás. Manuela nos tragará.

—De acuerdo. Estoy loco, pero solo por ver de cerca a Manuela. Isabelle, no tengo más remedio. He de partir, y tú conmigo, en busca de Manuela. Un viaje al futuro de mi pasado. Tengo frío y miedo. No quiero que esta pesadilla del tiempo acabe y me separe definitivamente de mi familia. Allí los esperaré. Es el final del trayecto.




5

Isabelle, cambia la música. Pon algo apropiado. La resurrección de Häendel, Los Planetas  de  Holst, algo de Bach... Quiero sentir la música celestial al paso de las estrellas dobles,  quiero ver el azul sideral más allá de lo que muestra el panel. Quiero, a pesar de todo, sentir la vida. Luchar. Intentar lo imposible.

El observador miró perplejo al único astronauta. La nave había cambiado el rumbo y la velocidad. Desde su posición en aquella lejana galaxia no comprendía la decisión de aquel peregrino de las estrellas. ¿A dónde se dirigía? Ya había pasado pero aún no habían llegado las partículas de los últimos instantes del viajero, los últimos fotogramas de su existencia, el último aliento, el tacto tibio que poco a poco remite tras la ausencia de vida.



6

Efectivamente, como había calculado Isabelle de forma precisa, la nave entró en la influencia de aquella poderosa e inextinguible estrella negra en los primeros días de octubre. La velocidad era de vértigo. El viaje estaba acabando. Ni la ciencia ni la fuerza de las máquinas podrían llevarlo hacia atrás. No había elección. El destino estaba allí y lo afrontaba como todos los miembros de la especie humana: solo y asustado.

De repente, algo más rápido de lo previsto, el viajero se desplazó ingrávido y. quizás, inerme, acurrucado en posición fetal, deslizándose hacia el centro de gravedad de aquel agujero sin vuelta, sin salida. Era 12 de octubre de 2016, festividad de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil, uno de esos días que jalonaron su calendario anual de celebraciones inexcusables. Lo último que notó fue un fogonazo negro que llegó a los observadores del resto de galaxias a la velocidad de la luz. Un rayo más entre los miles que cada segundo atraviesan el espacio conocido.

El observador, al que sí le importaba el pequeño resplandor que despedía el final de aquel insólito y extraordinario caminante, le acompañó durante esos terribles momentos, con la sensación funesta de perder algo más, incluso, que el mismo peregrino. Él iba a perder la vida —reflexionaba el observador—, pero ¿y él?, se preguntaba sin esperar respuesta alguna mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, incontenibles, como un chorro de zumo de unos ojos glaucomatosos y enrojecidos, prensados por la emoción.


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A  mi padre,  Juan Alcalá Civantos, que este diez de junio hubiera cumplido 86 años. 

26 de abril de 2017

La Legión Cóndor ensayó en Getafe el bombardeo de Gernika




Este 26 de abril de 2017 se cumplen ochenta años del bombardeo que arrasó la villa  de Gernika-Lumo. Y se ha recordado con noticias y homenajes, como es justo. Aquí, en la Capital del Sur, sin embargo, —como no tenemos memoria histórica— no se hizo ningún recordatorio de los bombardeos que sufrió Getafe, auténtico laboratorio de guerra para llevar a cabo con terrible éxito lo que casi seis meses después horrorizaría al mundo.

Los Junkers alemanes también arrasaron Getafe los días 23, 27 y 30 de octubre de 1936.

Viernes 23 de octubre de 1936. Los bombarderos alemanes sobrevuelan Getafe con su diabólico ronroneo, al principio tenue, luego claramente ronco con el triple zumbido de sus motores BMW girando y, tras pasar, un pronunciado silbido que afortunadamente al cabo de unos segundos se hacía imperceptible. Ese día, la Legión Cóndor dejaba caer su carga mortífera sobre la población civil en uno de los primeros ensayos de una práctica militar que más tarde se haría famosa en Guernika, y habitual en la segunda guerra mundial. El poeta Nikos Kazantzakis, tras observar aquellos aparatos con unos prismáticos, se atrevió a definirlos como «graciosa, atrevida, maravillosa creación de la mente satánica'.

El griego no había comprobado aún el terror que los diabólicos aparatos esparcían sobre los pobres y desamparados mortales que deambulaban a ras de suelo. Demasiada poesía para un acto tan cobarde y miserable. Las bombas se lanzaban de manera indiscriminada sobre los pueblos, sin importar algo o nada si allí abajo había escuelas, hospitales o sencillas viviendas, aplastando a la gente entre los escombros y abriendo agujeros en sus carnes y en los tejados de las casas de sus pocos y horrorizados habitantes. El ejército de Franco buscaba  desmoralizar a la población para que diera la espalda al Gobierno de la República y forzar la rendición de los milicianos que defendían Madrid.

Martes 27 de octubre de 1936. El áspero sonido de los aviones alemanes rajó el brillante sol de la mañana, dejando abajo, donde se cruzan la carretera de Toledo y el Arroyo Culebro, a medio camino entre Parla y Getafe, algunos bancos de niebla que resitían al avance del día. Desde la cuesta de la Cantueña se divisaban con claridad los Cerros de Buenavista y de los Ángeles, el pueblo de Getafe con sus dos torres, la capital de España y, al fondo, como en una postal, los azules oscuros y claros, los verdes, blancos y grises de la sierra de Guadarrama.

Los vigías instalados en las torres de las dos iglesias, en los Escolapios y en la Magdalena, empezaron a redoblar las campanas en señal de alerta. Al instante ulularon las sirenas del Ayuntamiento y del cuartel de artillería.  Se acercaba una escuadrilla de cinco aviones alemanes con su carga de fuego y metralla. Los corazones de los vecinos se encogieron de temor. Hacía cuatro días que  ya habían sembrado el terror con esa especie de lotería macabra que caía del cielo.

Los pocos ciudadanos  que aún quedaban en Getafe, se refugiaban en sus casas, y los que tenían cueva descendían a ellas con el mismo miedo del condenado que baja a los infiernos. Conversaciones nerviosas, espasmódicas; gritos, sollozos,  rostros polvorientos salpicados por el barro de las lágrimas, encogidos como animales temerosos.

Al llegar sobre la posición de Getafe, aquellos cuervos metálicos y desalmados, inventos del demonio, dejaron caer su carga mortífera de bombas incendiarias sobre las primeras trincheras, el aeródromo, ahora prácticamente vacío, y sobre las primeras casas del pueblo. El cielo claro se enturbió, las banderas rojas se agitaron, la tierra retumbó y los estallidos levantaron una cortina de polvo  y sinuosas hilachas rojas y negras provocadas por el fuego y el humo que subían hasta el cielo de Madrid.

Kazanzakis llegó a Getafe el día 5 de noviembre de 1936 tras el avance del ejército rebelde; el día anterior, el General Varela anotó en su diario de operaciones la toma del pueblo.  Los regulares y los legionarios arrasaron las posiciones de los soldados leales a la República a base de granadas de mano y bayonetas caladas. El cretense encuentra un paisaje devastado. Algunos moros entran y salen de las pocas casas que aún  se mantienen en pie saqueando lo poco que hay. Todas las puertas están abiertas.

—¡Cuatro pesetas! —relata Kazantzakis que le gritó un marroquí enseñándole un par de zapatos nuevos de mujer—. ¡Cuatro pesetas!
—No quiero.
—¡Tres pesetas! ¡Dos pesetas, —gritaba el moro corriendo detrás del escritor.

Kazanzakis sigue describiendo Getafe después de la batalla. Los muros estaban llenos de pintadas con hoces y martillos, enseñas  y logotipos de la CNT y de las Juventudes Comunistas, banderas rojas en los balcones, olor a incendio y, de vez en cuando, un cadáver boca arriba, con la cara rígida, los ojos vidriosos mirando inmóviles al cielo con horror.

¿Puede haber gente que sienta alegría al ver una ciudad saqueada, todavía caliente por el abrazo violento? Así yacía Getafe bajo el sol del mediodía, pocas horas después de su conquista. Calles desiertas, aceras llenas de colchones, ropa interior, muebles destrozados, fotografías rotas. Las bodegas abiertas de par en par, con la harina, la gasolina, el aceite derramados. Solo se salva, colgado en lo alto de la pared, el letrero 'Ventas solo al contado'.

En los cafés, los espejos están rotos; las sillas, presas del pánico, han subido hasta el techo. En las casas, todos los armarios están abiertos y completamente vacíos. Alguien revuelve los papeles en la notaría y los arroja por la ventana, quizás en un intento inútil de encontrar acciones o billetes. Los contratos, las herencias, los poderes y las propiedades revolotean por la calle Madrid, dibujando una alegoría sobre la desolación y  la inseguridad jurídica.

En las tabernas han estallado los barriles y todos los rincones huelen, alegres y borrachos, a vino malo derramado. «En una zapatería de la calle principal, L'Elegante, las hormas se mantienen todavía cuidadosamente ordenadas en los estantes, pero los zapatos literalmente se han ido...».

Kazantzakis entra en las casas, trata de  retener en su memoria los detalles de la catástrofe.

Una vieja camina entre la basura. Hace calor pero la viejecita está envuelta en una colcha amarilla y tiembla como una azogada. Es muy vieja. Kazantzakis intuye que detrás de esa estampa poética, hay una historia humana. Al escritor griego no le importan tanto los datos, las bajas o los detalles sobre la batalla,  como las sensaciones y el ambiente. Los héroes o los personajes más siniestros, anónimos todos —rojos y negros—, roban, aman, odian, sufren y mueren sobre la piel de toro.

—¿Tuvo miedo, señora? —le pregunta el escritor griego.

—Dios lo sabe, hijo ¿Qué diablo fue el que descubrió, hijo mío, estas máquinas voladoras? ¡Maldito sea! Los muchachos y las muchachas del pueblo se habían reunido en un sótano para salvarse. En los sótanos, —le aseguraba la vieja getafense— hay seguridad. Pero cayó del cielo una bomba y mató a veintisiete. Entre ellos a Pilar y José. ¡Ay, ay, ay!

—¿Qué Pilar? ¿Qué José?

—Los recién casados. Todo el mundo los conoce. Los que tiene la casa de tantos balcones en la plaza.




El viernes 30 de octubre, los Junkers alemanes  bombardearon el colegio situado al sur del pueblo, quizás en la calle Rojas o Sierra, con el resultado de 60 niños muertos. La imagen es terrible. Existe la polémica sobre la historia, aunque nos inclinamos por concederle verosimilitud. Es muy posible que no fueran hijos de ese pueblo, sino muchachos en tránsito, huérfanos de los muertos de uno y otro bando. Los cuerpos de los niños son trasladados al depósito de Madrid. Allí se les fotografía.   Muchos dudan que se haya producido el suceso en Getafe aunque el jefe de la censura republicana, Arturo Barea, lo tiene claroy así lo describe en su trilogía 'La forja de un rebelde'. Los niños estaban en Getafe. Y las fotografías tomadas en el depósito de Madrid había que utilizarlas como propaganda contra los fascistas... También hay testimonios verbales que acreditan la veracidad del  hecho. El bombardeo de La Legión Cóndor en Getafe de aquel funesto viernes causó, al menos, 60 muertos, la mayoría niños que  permanecían en la escuela.

Y así se hizo. Las fotografías, guardadas por Arturo Barea se convitieron en vallas publicitarias en Valencia; luego se difundieron en Londres y París. A primeros de diciembre de 1936, desde Burgos, los golpistas emitieron una nota de prensa denunciando que se trataba de propaganda. (La Labor. Periódico católico de Soria. 3 de diciembre de 1936).

Cartel editado en Valencia con las fotos de los niños muertos en el bombardeo de Getafe


Algún tiempo después, el poeta inglés Herbert Read escribirá el poema 'Bombing Casualties in Spain' dedicado a los niños muertos, aunque no cita en ningún momento que fuera a causa  del bombardeo de  Getafe. Nosotros lo reproducimos en una traducción casera realizada a base del poco inglés que sabemos y del mediocre poeta que pudiéramos ser. La imagen trágica de la sangre remite, por lo que opina algún experto, a una supuesta y remota influencia goyesca. Artificios intelectuales. Finalmente, en la edición definitiva del libro, aparecerá el original para que el lector lo disfrute en el idioma en que fue escrito. Esperemos una mejor traducción de algún buen poeta que domine la lengua y las metáforas de las tragedias de Shakespeare; lea, de momento el lector, con  disposición a  mostrar indulgencia por mi atrevimiento.

«Las caras de las muñecas son rosadas, pero estas eran de niños
sus ojos no son de cristal sino de cartílago reluciente,
lentes oscuras en cuyas miradas plateadas
la luz del sol temblaba. Estos labios pálidos
estuvieron calientes y brillantes con sangre,
pero sangre
retenida en una burbuja húmeda de carne,
no derramada ni esparcida en el pelo despeinado.

En estas trenzas oscuras
pétalos no siempre rojos
coagulan y ennegrecen desordenados una cicatriz.

Estas son caras muertas:
avisperos de cera
ascuas de madera no tan cenicientas

Están dispuestos en filas
como linternas de papel caídas
tras una noche de algarabía
extinguidas con el aire seco de la mañana».



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Fragmento de 'Si me quieres escribir. 21 días de la guerra civil en Getafe',  de Juan Manuel Alcalá Perálvarez

FOTOGRAFÍA DE LA IGLESIA: Aunque está etiquetada como Getafe, según el estudioso e investigador de temas getafenses José María Real Pingarrón, la imagen se corresponde con el estado de  la Iglesia de San Esteban Protomártir, en Torrejón de Velasco, en esos últimos días de octubre de 1936